Patriotas (17 page)

Read Patriotas Online

Authors: James Wesley Rawles

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Patriotas
8.19Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿No quiere ver los papeles? —preguntó Matt.

—No, quiero que vengas hasta mi coche, primero voy a registrarte a ver si llevas armas.

Al oír el tono de voz del agente, el ayudante del sheriff se acercó corriendo al trote.

—No quiero que se violen mis derechos de esta manera —contestó Matt, y dio un paso hacia atrás.

—Todos los milicianos soberanistas de mierda sois iguales. Os ponéis a recitar leyes de hace doscientos años y os negáis a aceptar las que rigen ahora. No tenéis ningún respeto por la jurisdicción establecida por la ley. Los del grupo de trabajo ya me explicaron cómo había que tratar con gente como vosotros, por muchos aires que os deis. ¿Así que no quieres que se violen tus derechos? Muy bien, chaval, pues entonces te voy a detener por no tener el carné de conducir y luego te voy a registrar, te voy a meter en la cárcel y te voy a requisar el vehículo y todo lo que contiene. ¿Cómo quieres que lo hagamos? Venga, di.

Matt no se movió de donde estaba. El agente dio un resoplido y dijo con tono autoritario:

—Tenemos tres opciones. La primera es registrarte para comprobar que no llevas armas peligrosas o mortales. Lo más probable es que te encuentre algo que pueda ser considerado mortal y entonces te tenga que meter en la cárcel. La segunda opción es que te detenga por no tener carné de conducir. Entonces te registraré y te meteré en la cárcel... La opción tres es que como te sigas resistiendo al cacheo y sigas alegando tus derechos ancestrales, voy a acabar contigo aquí mismo. Esas son las opciones que tienes, muchacho. ¿Por cuál te decantas? —El agente se metió la libreta debajo del brazo izquierdo y sacó la Glock de la funda.

El ayudante del sheriff estaba a la derecha del agente. Al ver que este desenfundaba la pistola, de forma instintiva desenfundó él también la suya.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó como si aquello fuese un interrogatorio—. ¿Hay alguna orden judicial contra estos tipos?

—¿Cuánto tiempo van a tardar en llamar al estado de Washington —preguntó Matt— y confirmar que tengo un carné de conducir en regla? —Se quedó mirando a los cañones de las dos armas que apuntaban al suelo en la dirección en la que él estaba.

La boca del agente se contrajo y formó una sonrisa algo torcida.

—Se acabó el tiempo, acabas de elegir la opción tres, pedazo de mierda.

Matt se dio la vuelta y echó a correr hacia la parte de delante de la furgoneta mientras le gritaba a Chase que arrancara.

El agente apretó el gatillo de la Glock antes de que el cuerpo de Matt estuviese en el punto de mira. La bala apenas rozó la pierna de Matt y le dejó un agujero en los vaqueros, justo debajo de la rodilla. Después, rebotó en el suelo sin causar ningún daño.

—¡No disparen! —gritó Matt mientras se escondía detrás de la furgoneta. El agente volvió a disparar, pero el disparo se le escapó por encima del vehículo. Las manos le temblaban.

Chase salió por el otro lado de la furgoneta y se puso a disparar su Glock 19 en dirección a los dos agentes. Apuntó a las luces del coche patrulla con la intención de que no siguieran disparando a su hermano. El agente y el ayudante del sheriff se agacharon a derecha e izquierda respectivamente.

El ayudante del sheriff del condado de Randolph disparó instintivamente hacia Chase. Todos sus disparos resultaron demasiado altos, a pesar de que Chase se encontraba a tan solo cinco metros de distancia. Uno, sin embargo, impactó contra la furgoneta. Tanto el agente como el ayudante del sheriff siguieron disparando, pero sin llegar a hacer blanco. Chase disparó dos veces más y volvió a subir a la furgoneta. El ayudante fue corriendo hasta la puerta del acompañante.

—¡Alto! —gritó el ayudante.

El agente volvió a disparar. Esta vez, el disparo pasó a escasos centímetros del hombro de Matt y destrozó el espejo retrovisor.

—¡No disparen! ¡No disparen! —volvió a gritar Matt mientras cerraba la puerta.

El agente pensó que su pistola se había encasquillado. Estaba apuntando con mucho cuidado a la cabeza del conductor y apretando el gatillo una y otra vez, pero nada sucedía. Agachó la vista para ver cómo la corredera estaba echada hacia atrás. El cargador de diecinueve balas de la pistola estaba vacío.

El ayudante corrió hasta la puerta abierta del acompañante. Pensando que el agente quería matarlos, Matt empujó el cambio de marchas hasta la posición de conducir y apretó a fondo el acelerador. El ayudante intentó cogerse de la puerta abierta y fue arrastrándose durante tres metros antes de soltarse. Su pistola Smith and Wesson, modelo 915, se le cayó al suelo.

La furgoneta estaba ya a más de cincuenta metros de distancia cuando el agente volvió a cargar su Glock con un nuevo cargador de diecisiete balas que llevaba enganchado en el cinturón. Consciente de que el conductor estaba fuera de su alcance, el agente, lleno de rabia, disparó cinco tiros al aire.

—Hijo de la gran... —gritó mientras veía alejarse a la furgoneta.

El ayudante del sheriff recogió la pistola del suelo, la examinó y volvió a cargarla. Solo le quedaba una bala de las quince del cargador, además de la de la recámara. Entre los dos habían efectuado treinta y ocho disparos, y ninguno había dado en el blanco. Mientras el ayudante recargaba el arma, el agente fue corriendo hasta donde estaba.

—¿Les has dado? —le preguntó.

—No, me acabo de mear en los pantalones. ¿Y tú?

—Estoy bien, creo —contestó el agente—. Creo que le he dado al conductor un par de veces. Está bien, tú avisa por radio mientras yo voy a la caza de esos cabrones —dijo mientras se iba hacia la puerta del coche patrulla.

—No, no, no. ¿Qué estás diciendo? Tú cállate y siéntate, figura.

El agente se detuvo y se quedó mirando al ayudante del sheriff.

—¿Por qué has intentado disparar a ese crío por la espalda? —preguntó el ayudante—. No representaba la más mínima amenaza. No sé la política que lleva tu departamento, pero para el mío lo que acabo de ver es un caso evidente de abuso de la fuerza, y de los buenos. Y yo he sido lo bastante imbécil como para apoyarte. Ahora que se ha acabado el tiroteo, veo claro que lo que debería haber hecho... es no desenfundar el arma y haberte placado a ti.

El agente de Carolina del Norte se quedó mudo y se puso a buscar manchas de sangre en el suelo. Mientras tanto, el ayudante informó por radio de que se habían producido disparos y pidió refuerzos.

—De verdad creo que le he dado un par de veces —dijo de nuevo el agente.

—No le has dado a nadie, tío, ni yo tampoco. ¿Has encontrado algo de sangre?

—No —contestó el agente con tono de pocos amigos. Luego, se quedó mirando los más de treinta casquillos que había en el suelo y movió lentamente la cabeza hacia los lados sin poder creérselo. Las primeras sirenas empezaban a escucharse a lo lejos.

El agente se quedó mirando al ayudante del sheriff y le dijo con tono nervioso:

—Parece que ahí llega la caballería. Será mejor que los dos contemos la misma historia.

—¿Cómo que «los dos», hombre blanco? —contestó el ayudante del sheriff haciendo referencia a una frase del Llanero Solitario.

Matt Keane giró a la derecha en la primera intersección que encontró y luego siguió cambiando de dirección de forma azarosa en los siguientes cruces que le salieron al paso.

—¡Esos hijos de puta querían matarnos! —exclamó Chase después de respirar hondo unas cuantas veces. A continuación, puso un cargador nuevo en la Glock y se la pasó a Matt, quien se puso la pistola debajo del muslo.

—¿Pero qué se han creído, intentando disparar por la espalda a un hombre desarmado? —preguntó Matt.

—Es increíble. Aquí desde luego no les gusta hacer amigos. Ese tío quería matarte. Normalmente no les tengo mucha rabia a los agentes locales o estatales, pero esos dos se comportaban igual que los matones paramilitares de la ATE Y yo que pensaba que si teníamos un enfrentamiento sería con los federales.

—¿Sabes quién está organizando los entrenamientos de las policías locales y estatales? —contestó Matt ladeando la cabeza—. ¿Sabes quién dirige los grupos de trabajo multijurisdiccionales? Lo que me cuesta creer es que estos tipos se dejen lavar el cerebro por los federales.

Chase se deslizó hasta la parte de atrás de la furgoneta y sacó un rifle Colt Sporter HBAR, uno de los que llevaban en las ferias y que estaba nuevo, aún venía en la caja. La etiqueta del precio era de color rojo y naranja y decía: «Oferta. Colt de después de la prohibición: mil cien dólares». Con gesto desdeñoso, echó a un lado el cargador de cinco balas que venía de fábrica con el rifle y escarbó entre los cubos hasta que encontró uno lleno de cargadores de M16. Cogió cinco, todos nuevos y con el envoltorio del contratista del gobierno aún puesto. Les quitó rápidamente el plástico y los dejó a un lado.

Después de encontrar los cargadores, Chase fue mirando entre las cajas de munición de calibre.50 hasta que encontró una que llevaba la etiqueta «Canadian 5,56 SS-109 (de sesenta y dos granos). Veintiocho dólares por bandolera». Desenganchó el cierre de una de las bandoleras y empezó a meter cartuchos en los cargadores a toda prisa. Una vez llenos, puso los cinco cargadores en la parte de delante, junto con el rifle, y luego avanzó él también hasta su asiento.

—Hermanito mayor, hay que salir pitando de aquí o somos hombres muertos —exclamó Chase.

—Esto va en serio.

Chase metió uno de los cargadores en el Colt, accionó la palanca de recarga, comprobó el seguro y le dio unos golpecitos al regulador de cierre con la culata en la mano derecha.

—¿Dónde estamos? —dijo después de levantar la vista.

—No lo sé exactamente, estoy yendo por carreteras secundarias. Debemos de estar acercándonos a Asheboro. He fijado la velocidad a cincuenta y cinco kilómetros por hora, si no estaría yendo casi a cien y no me daría ni cuenta.

—Buena idea.

—¿Vamos y alquilamos un coche o qué hacemos? —preguntó Chase.

—Ni pensarlo, nos pedirían el carné de identidad, y aunque consiguiésemos salir del aparcamiento de la agencia de alquiler, en cosa de una hora o dos tendrían un informe completo de la agencia con todos nuestros datos.

—Deberíamos de habernos hecho carnés de identidad falsos hace mucho tiempo, mira que lo hablamos. Ahora es demasiado tarde. ¿Y si cogemos un autobús o hacemos autoestop?

—Por Dios santo, Chase, entonces tendríamos que dejar casi todo el inventario. Tenemos casi todos los ahorros de nuestra vida metidos aquí, por no hablar de los tres mil quinientos que pagué por este cacharro. Vamos a tener que robar un coche o una camioneta.

—¿Hablas en serio? ¿Robar? Lo único que hemos robado en nuestra vida ha sido alguna chocolatina y ahora quieres robar un coche. Ni pensarlo. «No robarás.» Esa es la ley. Esa es la alianza. No podemos robar un coche: es un pecado. Es un crimen.

—Y también lo es el intento de asesinato de un agente de policía, y llevar un arma oculta, y darse a la fuga para evitar ser detenido. Y de todo eso nos van a acusar, no tengas ninguna duda al respecto.

—Pero fueron ellos los que dispararon primero. Puedo alegar defensa propia, o más exactamente, que te estaba defendiendo a ti.

—Intenta probar eso delante de un jurado, será nuestra palabra contra la suya. Se presentarán como hombres justos y defensores de la ley. Nos condenarán en menos que canta un gallo. Dirán que somos unos sucios pueblerinos reaccionarios pertenecientes a las milicias
survivalistas
antigubernamentales. El fiscal del distrito se dará un festín: convencerá al jurado de que somos poco menos que amigos por correspondencia de Osama Bin Laden y que hemos recibido cursos por correspondencia de los Montana Freemen. Ya sabes cómo funcionan esos pervertidos de la jurisdicción marítima. Nos meterán veinte años como mínimo.

—Entonces estamos bien jodidos.

—No si conseguimos un coche con las llaves puestas, dejamos la furgoneta y volvemos al camping. El mejor sitio donde encontrar un coche con llaves es en el aparcamiento de un negocio de esos de cambiar el aceite, o en un taller mecánico.

—Sigue siendo robar —se quejó Chase tras decir que no con la cabeza.

—Sí, tienes toda la razón. Es un robo, pero yo creo que en estas circunstancias es algo justificable, es un pecado perdonable.

Matt no vio ningún taller mecánico, así que empezó a dar vueltas por los aparcamientos alrededor del centro comercial en busca de un vehículo que tuviese el tamaño adecuado.

Justo cuando Matt iba a descender camino de uno de los aparcamientos subterráneos, un agente en un coche patrulla de la policía de Asheboro vio la furgoneta y pegó un fuerte frenazo. Matt se volvió al oír el chirriante ruido de los neumáticos del coche patrulla y pegó un volantazo para intentar maniobrar y salir del aparcamiento.

El agente informó enseguida por radio:

—Todas las unidades. Aquí Alfa Seis. La tengo, está saliendo de Randolph Electric.

El agente se agachó y quitó el pestillo del soporte vertical donde iba la escopeta. Una vez sacó el arma, giró el volante, dio un pequeño acelerón y frenó. El coche patrulla estaba ahora en posición perpendicular a la entrada del centro comercial.

—Ahora sí que te tengo —se dijo a sí mismo, lleno de alegría.

Chase se quedó mirando los empinados arcenes que rodeaban el aparcamiento.

—Matt —le dijo a su hermano—, solo hay un sitio para salir de aquí, y lo está bloqueando.

—Ya, ya lo sé. Si intentamos salir por alguno de esos arcenes, volcaremos igual que un barco con el centro de gravedad demasiado alto. Vamos a tener que salir de aquí a pie. Pásame la cartera y el talego del Steyr AUG. Y ten preparada tu bolsa de tiro. —Chase siguió las instrucciones a toda prisa y metió la Glock cargada en la bolsa de tiro.

El agente salió del coche patrulla y apoyó la escopeta Remington de repetición encima del capó. Forcejeó con el seguro y el retén de corredera. Luego apretó el gatillo. Un cartucho salió rodando por el capó del coche. El agente masculló algo lamentándose de su falta de habilidad con la escopeta.

—Muy bien —dij o Matt con tono tranquilo mientras cogía el Colt Sporter—, voy a hacer algunos disparos de intimidación, tú mientras sal de aquí pitando. Espérame en la parte de atrás de estas tiendas.

Matt y Chase bajaron de la furgoneta al mismo tiempo. Chase echó a correr hacia el final de la manzana donde estaban las tiendas, llevando consigo la bolsa de tiro de nailon negro. Evitando disparar directamente contra el agente de policía, Matt se parapetó detrás de la puerta abierta y empezó a acribillar la parte posterior del coche patrulla de Asheboro. Destrozó las ventanas traseras y las dos ruedas de atrás. Disparó veintiocho cartuchos con intervalos de menos de un segundo entre disparo y disparo.

Other books

Summer Mahogany by Janet Dailey
The Salzburg Connection by Helen MacInnes
By Fire, By Water by Mitchell James Kaplan
Boone's Lick by Larry McMurtry
Hungry for Love by Nancy Frederick
Blood of Victory by Alan Furst
Context by John Meaney