Patriotas (19 page)

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Authors: James Wesley Rawles

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Patriotas
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—Es una buena pieza, no quema demasiado aceite.

Diez minutos después de que Matt se marchase, el viejo se dio cuenta de que debería haberle pedido al joven su nombre y su dirección.

—No importa, ya me enteraré cuando lo registre y cambie de titular en el DVM.

Matt llevó la camioneta Chevrolet hasta donde estaba la autocaravana y tocó el claxon. Chase arrancó sin pararse a mirar la nueva adquisición e inició la marcha. Dejaron atrás la zona metropolitana de Baltimore y no pararon hasta llegar al campo de granjas del condado de Frederick. Allí, aparcaron en un parque que estaba desierto. Los columpios permanecían inmóviles, pues el día era frío y lluvioso. Había varios edificios recubiertos de metal ondulado que parecían haber servido de expositores durante la feria veraniega del condado. Chase se detuvo tras uno de los edificios más grandes. Matt reculó con la camioneta hasta la puerta lateral de la caravana. Rápidamente repartieron la carga, poniendo los objetos más pesados en la parte delantera de la caja de la camioneta.

La carga llegaba hasta la lona. Matt guardó su mochila, la maleta y el talego donde llevaba el fusil de asalto Steyr AUG en la cabina. Chase solo dejó en la caravana su bolsa portaarmas y su mochila. Cayó en la cuenta de que iba a necesitar alguna lectura para el viaje que iban a emprender, así que se metió en la mochila un ejemplar de
La rebelión de Atlas
de Ayn Rand. Antes de que Matt bajara de la caravana, Chase abrazó a su hermano y le hizo una promesa:

—Nos veremos en cuatro días, puede que en cinco. Que Dios te bendiga.

Abandonaron el parque con sus autos, y a la salida Matt giró a la izquierda y Chase a la derecha.

Chase fue en dirección oeste hasta Fargo, en Dakota del Norte, conduciendo doce horas al día. Dejó la autocaravana en un campamento informal a un kilómetro y medio al norte de la ciudad. Siguiendo el consejo de Matt, la dejó sin cerrar y con las llaves en el contacto. No hizo ningún intento de borrar sus huellas dactilares; eran tan numerosas y estaban en tantos objetos que habría pasado alguna por alto incluso dedicando un día entero a la tarea de borrarlas. Además, suponía que las autoridades probablemente contarían ya con diversas muestras de sus huellas en la furgoneta y en la mercancía que habían dejado atrás, en Asheboro.

Se echó al hombro el saco y la bolsa de armamento y se puso a andar hacia la ciudad. Compró un billete de autobús para Grand Forks, pero montó en cambio en un autobús con rumbo a Fergus Falls, Minnesota. Ambos autobuses dejaron la estación sobre la misma hora. Pidió disculpas al conductor por embarcar tan tarde y pagó en metálico por el trayecto hasta Fergus Falls. Inmediatamente, con la intención de evitar cualquier contacto visual que pudiera dar pie a una conversación no deseada, Chase se sumergió en la lectura del libro. Después de haber cenado y tras cuatro horas de espera en Fergus Falls, tomó un autobús a Mineápolis. Pasó durmiendo la mayor parte del trayecto. En Mineápolis se afeitó en los baños del McDonald's que había enfrente de la estación de autobuses. Después, caminó cinco manzanas y desayunó en una cafetería. Desde allí, caminó otras cinco manzanas en la misma dirección, hacia el distrito financiero, y pidió a un taxi que le llevara hasta la estación de trenes Amtrak.

Dos horas después estaba en un tren con destino a Chicago. Al día siguiente, dejó Chicago en un autocar rumbo a San Luis. En San Luis tomó otro tren con destino a Dallas. Después de dieciocho horas y treinta y tres capítulos de
La rebelión de Atlas,
bajó en Hot Springs, Arkansas, pese a que había comprado un billete que cubría el trayecto entero hasta Dallas. En Hot Springs hizo autoestop hasta Texarkana; allí compró un billete de autobús a Baton Rouge. Desde una estación de Baton Rouge hizo autoestop hasta el parque estatal De La Croix, a ocho kilómetros al oeste de la ciudad. Llegó completamente exhausto al campamento. Habían pasado ciento diecisiete horas desde que los dos hermanos se despidieran en Maryland. Encontró a Matt sentado en una tumbona, bebiendo una zarzaparrilla.

—Eh, hermanito —exclamó Matt—, llevo aquí un día y medio esperándote. ¿Por qué has tardado tanto?

El día anterior, Matt había guardado la mayoría de sus bártulos en un trastero de alquiler. Eligió una pequeña compañía de almacenamiento porque exigiría menos papeleo legal. Para no levantar sospechas, se inventó una historia sobre cómo había dejado olvidada su cartera en el mostrador de una estación de servicio hacía dos días.

—Eh, dame un respiro —había suplicado—, acabo de mudarme aquí desde Maryland, me han mangado la cartera, aún no he encontrado un sitio donde quedarme y me aterra la idea de que me puedan robar la ropa y la tele que llevo en la camioneta.

El propietario se mostraba reticente a alquilarle un trastero sin ninguna identificación, pero Matt lo persuadió ofreciéndole el pago inmediato y en metálico de un año de alquiler por adelantado. Registró el almacén a nombre de Marcellus Thompson.

Cuando llegó al campamento, Chase se percató inmediatamente de que el Chevrolet de su hermano luda matrícula de Luisiana con pegatinas de registro vigentes.

—¿De dónde ha salido eso? —preguntó Chase.

—Las compré en un desguace; bueno, algo así. Por lo menos sí que pagué por ellas. Deja que te cuente. El mismo día que entré en el estado voy y me encuentro con dos cajas de cartón de unos cuarenta y cinco centímetros de largo detrás de un restaurante. Rajé una de las cajas, hice un panel de cartón del mismo tamaño que el fondo de la caja y lo metí dentro, vamos, que fabriqué un fondo falso. Después elegí unas cuantas de mis herramientas y las puse dentro la caja. Vi un desguace en la interestatal, me metí en la oficina con la caja y les dije que estaba buscando un espejo retrovisor y unas cuantas rasillas más para una camioneta Chevrolet de 1979. Era un sitio de esos en los que te puedes llevar las piezas que quieras. Pagué la tasa de cinco dólares para poder entrar y me puse manos a la obra: me hice con un retrovisor nuevo en un Chevrolet de más o menos el mismo año; también conseguí repuestos para el interruptor de la radio y el seguro de las puertas y... un manojo de matrículas recientes a las que aún les quedaban unos meses para tener que pasar la revisión. Puse las matrículas en el doble fondo. Al salir, dedujeron los cinco dólares de la tasa del precio total, así que todo me costó un total de noventa y cinco dólares.

Esa noche durmieron en la parte trasera de la caravana. Les sorprendió lo cálido que era el ambiente en comparación al de las Carolinas, incluso en febrero.

Los Keane pasaron el día siguiente ocupados en la construcción de sus «leyendas». El cementerio era la primera parada. Pasaron horas examinando fila tras fila de lápidas, buscando varones nacidos aproximadamente en el mismo año que ellos y que hubieran muerto antes de llegar a la edad de tres años. Matt eligió a Jason Lomax. Jason había nacido un año más tarde que Matt y había muerto aproximadamente a los seis meses de vida. Chase eligió a un tal Travis Hardy, que ahora tendría un año más que él si siguiera vivo. Esa tarde, con sus nuevos nombres, alquilaron dos apartados de correos en dos franquicias diferentes de UPS en Baton Rouge. En ambos establecimientos les dijeron que podían usar una dirección postal en lugar de un apartado de correos. Con una simple llamada telefónica, consiguieron la dirección de la oficina del registro civil, así como la tasa requerida para obtener una copia ante notario de su certificado de nacimiento. «Jason» mandó su giro postal en la oficina de correos; «Travis» envió el suyo desde un supermercado Circle-K.

En la carta, que envió al registro esa misma tarde, Matt explicaba que necesitaba una copia del certificado de nacimiento porque iba a casarse. Chase en cambio explicaba que había perdido su certificado de nacimiento original.

Envió el correo y el giro postal al día siguiente; ambos certificados llegaron a sus respectivos apartados de correo dos días después.

Para evitar llamar la atención y atraer sospechas, se trasladaron al parque estatal de Saint Pierre, al otro lado de Baton Rouge. También obtuvieron licencias de pesca con sus nombres falsos. Compraron equipos de pesca Spincast, un camping gas marca Coleman, una sartén de hierro colado y una barbacoa pequeña y barata. Pasaron mucho tiempo pescando en el parque con sorprendente éxito.

Un poco después de que llegaran sus certificados de nacimiento, se sacaron el carné en dos bibliotecas distintas. A continuación, enviaron dos formularios SS-5 para solicitar el número de la Seguridad Social. Las tarjetas llegaron tras dos agónicas semanas de espera. Durante ese intervalo, los hermanos empezaron a buscar trabajo: Chase consiguió uno en la compañía eléctrica local, en una cuadrilla de reponedores de postes de la luz. Chase era joven, así que el hecho de que no tuviera número de la Seguridad Social no levantó ninguna sospecha. Explicó que había estado estudiando en la universidad y que nunca había tenido un trabajo que requiriera un ÑUS. Su tarjeta de la Seguridad Social estaba «en camino»; de hecho, llegó justo dos días después de su primera paga.

Para que adquirieran aspecto usado, se metieron las licencias de pesca, los carnés de la biblioteca y los certificados de nacimiento dentro de los zapatos.

Chase tuvo trabajo de sobra debido a la plaga de termita formosa que asolaba Nueva Orleans. No solo estaban destruyendo gran cantidad de edificios históricos y de árboles, las termitas también devoraban los postes de la luz. En general, las termitas no se alimentan de madera tratada, pero las formosa son especialmente voraces. En tres años su cuadrilla había tenido que reemplazar más de la mitad de los postes de la luz en el área de Venetian Isles, una de las regiones más afectadas por la plaga. El trabajo aumentó tras los huracanes de 2005, que habían tumbado miles de postes.

Tras otra semana, se trasladaron de vuelta al parque estatal De La Croix. Chase usaba la autocaravana para ir cada día al trabajo, mientras Matt pasaba el día pescando y vigilando, como quien no quiere la cosa, su tienda de campaña. Inmediatamente después de que sus carnés de la Seguridad Social llegaran, los hermanos consiguieron sendos permisos de conducción en los suburbios de Baton Rouge; para ello usaron como dirección postal las direcciones de sus apartados de correos. El certificado de nacimiento de Chase y la tarjeta de la Seguridad Social bastaron como identificación. A Matt le pidieron algún documento adicional, así que les mostró el permiso de pesca y el carné de la biblioteca.

Dos días después de obtener el permiso de conducir, Matt le compró a un particular una camioneta con capota, esta vez con su nuevo nombre. Era una Ford de 1990, sin marcas de óxido y tracción en las cuatro ruedas. Costó dos mil doscientos dólares, era el último dinero que les quedaba. Chase vendió una de sus monedas de oro Maple Leaf en una tienda de empeños para poder aguantar hasta que empezaran a cobrar de sus trabajos. Chase se enfadó porque el dueño de la tienda de empeños le había pagado por la moneda veinticinco dólares por debajo de la cotización diaria del oro. Le pareció un atraco a mano armada. Al menos el hombre de la tienda no le exigió identificación alguna.

Con unos guantes y una goma de borrar, Matt eliminó cualquier huella dactilar de los papeles del Chevrolet; tras esto los metió en la guantera. Al día siguiente llevó la camioneta hasta Beaumont, Texas. Allí pasó horas limpiando concienzudamente cualquier huella dactilar con una botella de lubricante CLP marca Break Free y dos rollos de papel. Después, y con los guantes puestos, condujo hasta el vecindario con peor aspecto que pudo encontrar. La dejó aparcada frente a una licorería con barrotes en las ventanas. Al igual que hizo con el Cutlass robado, la dejó abierta y con las llaves puestas. Los papeles firmados aún estaban en la guantera. Para regresar tomó un autobús que llegó a Nueva Orleans ya bien entrada la noche.

Matt alquiló una casa prefabricada en Nueva Orleans Este por doscientos setenta y cinco dólares al mes. Había un centro comercial con una lavandería, una tienda de comida a escasa distancia, y una parada de autobús a solo ciento ochenta metros del parque de caravanas. Era un sitio ideal. El barrio de Nueva Orleans Este era atractivo porque tenía un aire independiente y sin duda era de clase trabajadora. Nadie preguntaba más de la cuenta. Matt leyó en un periódico un editorial en el que se ridiculizaba a los habitantes del lugar por cazar conejos con pistolas del calibre.22 pese a que el distrito estaba en zona urbana.

Los hermanos Keane alquilaron apartados de correo de compañías distintas en el centro de Nueva Orleans. Ahora que ya tenían permisos de conducir fue coser y cantar. Luego abrieron sendas cuentas bancarias en dos bancos de la zona. Tras un mes de búsqueda, Matt finalmente encontró trabajo como encargado del almacén de una distribuidora de gasolina a las afueras de la ciudad. Cobraba nueve con veinticinco la hora. Su trabajo consistía en conducir una carretilla elevadora, redactar pedidos y llevar el inventario. Comparado con empleos anteriores en los que había tenido que cavar hoyos para buzones o plantar alambradas, este le parecía un trabajo fácil.

Cuando llevaba un mes trabajando, Matt hojeó un número de marzo de una arrugada revista que estaba en el escritorio de la oficina. Quedó impresionado al ver un artículo titulado «La extrema derecha se pasa de la raya» y subtitulado «Los tiroteos de Carolina, otra muestra de la creciente resistencia paramilitar a los controles de tráfico». Se llevó la revista a casa para enseñársela a su hermano. Había una foto enorme pero borrosa del tiroteo. La foto se había obtenido digitalmente a partir del vídeo grabado a través del parabrisas de un coche policial y había salido en numerosas ocasiones por la televisión.

El artículo explicaba que el coche patrulla formaba parte de un grupo de vehículos equipados con videocámaras automáticas para grabar las paradas rutinarias de tráfico. En teoría, estas cámaras se usan para obtener grabaciones en vídeo de los motoristas que son parados bajo la sospecha de conducir ebrios, para así tener más pruebas en caso de juicio. Fue una coincidencia que el coche que paró la caravana de los Keane fuera uno de esos. Matt estudió la foto detenidamente y llegó a la conclusión de que sus caras no eran reconocibles.

Al pasar de página, se encontró con una foto borrosa de su hermano y con otra suya cuya nitidez le produjo una gran inquietud. Por el lugar y la manera en que iba vestido vio que era una de las que se tomaron el pasado junio, durante la boda de un amigo en Coeur d'Alene. Debajo de estas fotos había una a color de la caravana Dodge de Chase con el siguiente pie de foto: «El vehículo empleado durante la huida, abandonado». El artículo hacía un tosco recuento cronológico de los dos incidentes y daba un número sorprendente de detalles biográficos sobre ellos.

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