—¿Qué alternativa?
—Hacer lo que tengo ganas de hacer. Llevarte a mi casa, quitarte toda la ropa y hacer el amor contigo toda la noche.
Susurró lo último bajito y rápido. Como si se hubiese adelantado a decir algo que tenía pensado dejar para más adelante; pero ya estaba dicho. Y había que decirlo justo así, sin rodeos.
—¿Y por qué no alguna otra noche más? —preguntó Harry—. ¿O varias noches? ¿Qué me dices de mañana noche y la siguiente noche y la semana que viene y…?
—Ya basta, Harry. No puede ser.
—Está bien, pues no.
Harry sacó otro cigarrillo y lo encendió. Rakel le acarició la mejilla, la boca. Aquel suave roce sacudió su interior como un calambre dejando un dolor mudo al desaparecer.
—No es por ti, Harry. Por un instante, creí que podría hacerlo una sola vez. He repasado todos los argumentos. Dos personas adultas. Ningún tercero implicado. Una relación sin compromiso y todo muy sencillo. Y un hombre al que deseo más que a nadie desde…, desde el padre de Oleg. Por eso sé que no será suficiente con una vez. Y eso, simplemente, no puede ser.
Guardó silencio.
—¿Es porque el padre de Oleg es alcohólico? —preguntó Harry.
—¿Por qué preguntas eso?
—No lo sé. Eso podría explicar que no quieras nada más conmigo. No es que sea preciso haber estado con otro borracho para saber que soy un mal partido, pero…
Rakel tomó su mano y se apresuró a corregirlo:
—No eres un mal partido, Harry. No es eso.
—¿Entonces qué es?
—Ésta es la última vez. Eso es. Es la última vez que salimos.
Él se quedó mirándola un buen rato. Y entonces, se dio cuenta. No eran lágrimas de risa lo que brillaba en sus ojos.
—¿Y qué me dices del resto de la historia? —le preguntó intentando sonreír—. ¿No me dirás que es como en el CNI, «sólo sabrás lo que necesitas saber»?
Ella afirmó con un gesto.
El camarero se acercó a su mesa pero, al parecer, comprendió que no era el momento oportuno para interrumpir y volvió a marcharse.
Ella abrió la boca para decir algo. Harry vio que estaba a punto de llorar, que se mordía el labio inferior. De repente, dejó la servilleta sobre el mantel, empujó hacia atrás la silla, se levantó y, sin mediar palabra, se marchó del restaurante. Harry se quedó mirando la servilleta. Debía de haberla estado arrugando con la mano un buen rato, porque parecía una pelota. Harry la observó mientras se abría despacio, como una flor de papel blanco.
APARTAMENTO DE HALVORSEN
6 de Mayo de 2000
Cuando el timbre del teléfono despertó al oficial Halvorsen, los dígitos luminosos de la pantalla de su despertador señalaban la una y veinte de la madrugada.
—Soy Hole. ¿Estabas durmiendo?
—No —mintió Halvorsen sin saber por qué.
—Quería hacerte unas preguntas sobre Sverre Olsen.
A juzgar por el sonido de su respiración y el bullicio del tráfico de fondo, parecía que Harry iba andando por la calle.
—Sé lo que quieres saber —aseguró Halvorsen—. Sverre Olsen compró unas botas Combat en Top Secret, en la calle Henrik Ibsen. Lo reconocieron por la foto y nos dijeron hasta la fecha. Resultó que los de KRIPOS habían estado allí comprobando su coartada para el caso de Hallgrim Dale, antes de Navidad. Pero toda esta información te la envié por fax a tu despacho esta mañana.
—Lo sé, vengo de allí.
—¿Ahora? ¿No salías a cenar esta noche?
—Bueno. La cena acabó bastante pronto.
—¿Y después te fuiste al trabajo? —preguntó Halvorsen, incrédulo.
—Sí, eso parece. Y ha sido tu fax lo que me ha puesto a cavilar. ¿Podrías comprobar un par de cosas más mañana?
Halvorsen lanzó un suspiro. En primer lugar, Møller le había advertido, en términos imposibles de malinterpretar, que Harry Hole estaba totalmente fuera del caso de Ellen Gjelten. En segundo lugar, al día siguiente era sábado y él libraba.
—¿Estás ahí, Halvorsen?
—Sí, sigo aquí.
—Ya me figuro lo que te habrá dicho Møller. No hagas caso. Te estoy dando la oportunidad de profundizar en tu aprendizaje sobre el trabajo de investigación.
—Harry, el problema es que…
—Calla y escucha, Halvorsen.
Halvorsen lanzó para sí una maldición… y obedeció.
CALLE VIBE
8 de Mayo de 2000
Harry colgó su chaqueta en un perchero sobrecargado que había en el pasillo. El olor a café recién hecho llegaba hasta la entrada.
—Gracias por recibirme con tanta rapidez, Fauke.
—No hay de qué —gruñó Fauke desde la cocina—. Para un hombre de edad como yo es un placer ser útil. Si es que puedo ayudar.
Sirvió café en dos grandes tazas y se sentaron a la mesa de la cocina. Harry pasó las yemas de los dedos por la áspera superficie oscura de la pesada mesa de roble.
—Es de Provenza —explicó Fauke—. A mi esposa le gustaban los muebles rústicos franceses.
—Una mesa magnífica. Tu esposa tenía buen gusto.
Fauke sonrió.
—¿Estás casado, Hole? ¿No? ¿Ni lo has estado? No deberías esperar demasiado, ¿sabes? La gente que vive sola se vuelve maniática —dijo riéndose—. Sé lo que digo. Yo había cumplido los treinta cuando me casé. Y ya era tarde. Mayo de 1955.
Señaló una de las fotos que colgaban de la pared, encima de la mesa de la cocina.
—¿De verdad que ésa es tu esposa? —preguntó Harry—. Creí que era Rakel.
—Sí, claro —dijo después de mirar a Harry sorprendido—. Se me olvidaba que vosotros os conocéis del CNI.
Entraron en el salón, donde Harry observó que los montones de papeles habían crecido desde la última vez, de modo que ahora ocupaban todas las sillas, a excepción de la del escritorio. Fauke hizo algo de sitio en la mesa del salón, que estaba atestada de archivadores.
—¿Averiguaste algo acerca de los nombres que te di? —preguntó.
Harry le hizo un resumen de lo sucedido.
—De todos modos, ahora hay algún elemento nuevo —advirtió—. Han matado a una oficial de policía.
—Sí, lo leí en el periódico.
—Es probable que el caso esté resuelto, sólo esperamos los resultados de una prueba de ADN. ¿Tú crees en las casualidades, Fauke?
—No mucho.
—Yo tampoco. Por eso he empezado a hacerme ciertas preguntas, porque he observado que las mismas personas aparecen en asuntos que, a primera vista, no guardan relación entre sí. La misma noche que la oficial Ellen Gjelten fue asesinada, me dejó el siguiente mensaje en mi contestador: «Ya lo tenemos».
—¿Citando a Johan Borgen?
20
—¿Qué? Ah, ya…, no lo creo. Ella colaboraba conmigo en la búsqueda del contacto que el vendedor del Märklin había tenido en Johannesburgo. Por supuesto, puede que no exista relación alguna entre esa persona y el asesino, pero es fácil pensar que sí. Sobre todo, si tenemos en cuenta que Ellen parecía tener mucha prisa por localizarme. Yo llevaba semanas trabajando en este caso y, aun así, ella hizo varios intentos de dar conmigo esa misma noche, como si no pudiese esperar. Además, parecía muy nerviosa, como si se sintiese amenazada.
Harry apoyó el índice en la mesa.
—Una de las personas que figuraban en tu lista, Hallgrim Dale, fue asesinado este otoño. En el lugar donde lo hallaron había, entre otras cosas, restos de vómito. Al principio no lo relacionamos con el asesinato, ya que el grupo sanguíneo no coincidía con el de la víctima y el perfil de un asesino frío y profesional no concordaba con una persona que vomita en el lugar del crimen. Pero por supuesto, la KRIPOS no descartó por completo que se tratase del vómito del asesino y envió una muestra de saliva para que le hicieran un análisis de ADN. Esta mañana, un colega comparó el resultado de esas pruebas con las del ADN de la gorra que encontramos en el lugar del crimen de la oficial de policía. Son idénticas.
Harry guardó silencio y miró a su interlocutor.
—Entiendo —dijo Fauke—. Crees que se trata del mismo asesino.
—No, no lo creo. Pero sí que hay una conexión entre los asesinatos, que no es una casualidad que Sverre Olsen se encontrara cerca del lugar donde se perpetraron ambos.
—¿Por qué no puede ser él el autor de los dos?
—Por supuesto que cabe la posibilidad, pero hay una diferencia fundamental entre los actos de violencia cometidos por Sverre Olsen con anterioridad y el asesinato de Hallgrim Dale. ¿Alguna vez has visto las lesiones que un bate puede causarle a una persona? La madera no es cortante, fractura los huesos y hace que revienten los órganos internos como el hígado y los ríñones. La piel, en cambio, suele permanecer intacta y la víctima muere, por lo general, debido a las hemorragias internas. A Hallgrim Dale le cortaron la aorta por el cuello. Con ese método, la sangre brota a borbotones. ¿Comprendes?
—Sí, pero no entiendo adonde quieres llegar con tu explicación.
—Resulta que la madre de Sverre Olsen le dijo a uno de nuestros agentes que Sverre no soportaba ver sangre.
Fauke cesó a medio camino el movimiento de llevarse la taza a la boca y volvió a dejarla en la mesa.
—Sí, pero…
—Sé lo que piensas, que aun así podría haberlo hecho y, puesto que no soportaba la sangre, vomitó. Sin embargo, es importante recordar que no era la primera vez que el asesino utilizaba una navaja. De hecho, según el informe del forense, había practicado un corte quirúrgico perfecto, que sólo puede efectuar alguien que sabe lo que hace.
Fauke asintió despacio con la cabeza.
—Ahora sí comprendo lo que quieres decir —convino Fauke.
—Pareces pensativo —comentó Harry.
—Creo que sé por qué has venido. Quieres saber si es posible que alguno de los combatientes del frente de Sennheim cometiese un asesinato de esas características.
—Exacto. Y bien, ¿lo es?
—Sí, es posible. —Fauke rodeó la taza con ambas manos, con la mirada perdida—. El hombre al que no pudiste encontrar, Gudbrand Johansen. Ya te expliqué por qué lo llamábamos Petirrojo.
—¿Podrías contarme algo más sobre él?
—Sí. Pero vamos a necesitar más café.
CALLE IRISVEIEN
8 de Mayo de 2000
—¿Quién es? —gritó desde el interior una voz débil y temerosa.
Harry adivinó su silueta a través del cristal rugoso.
—Soy Hole. Llamé antes de venir…
La puerta se entreabrió.
—Lo siento, yo…
—No pasa nada, lo comprendo.
Signe Juul abrió la puerta del todo y Harry entró en el vestíbulo.
—Even ha salido —se disculpó con una sonrisa.
—Sí, eso dijiste por teléfono —recordó Harry—. Pero es contigo con quien quiero hablar.
—¿Conmigo?
—Si no te parece mal, señora Juul.
La anciana lo guió por el pasillo. Llevaba el cabello, vigoroso y de color acerado, recogido en un moño trenzado y sujeto con una horquilla anticuada. Su cuerpo orondo y bamboleante hacía pensar en un regazo acogedor y en buena comida casera.
Burre
levantó el hocico cuando entraron en la sala de estar.
—¿Así que tu marido se ha ido a pasear solo? —preguntó Harry.
—Sí, no lo dejan entrar con
Burre
en el café —explicó la mujer—. Siéntate, por favor.
—¿El café?
—Ha empezado a ir hace poco. Para leer los periódicos. Dice que piensa mejor cuando no está todo el tiempo en casa.
—Seguro que tiene razón.
—Seguro. Y, además, puede soñar un poco, supongo.
—¿A qué te refieres?
—Bueno, yo qué sé. Uno puede soñar que es joven otra vez y está tomando café en una terraza de París o Viena —aclaró ella una vez más con su sonrisa fugaz y como de disculpa—. Bueno, a propósito de café…
—Sí, gracias.
Mientras Signe Juul iba a la cocina, Harry observó detenidamente las paredes. Sobre la chimenea había un retrato de un hombre con un abrigo negro. A Harry le había pasado inadvertido la última vez que estuvo allí. El hombre del abrigo negro tenía una pose dramática, parecía estar oteando horizontes lejanos, fuera del alcance de la vista del pintor. Harry se acercó al cuadro. En la plaquita de cobre que había en la parte inferior del marco se leía: «Médico jefe Kornelius Juul 1885-1959».
—Es el abuelo de Even —aclaró Signe Juul, que volvía de la cocina con una bandeja.
—Ya veo. Tenéis muchos retratos.
—Sí —afirmó la mujer dejando la bandeja en la mesa—. El que hay junto a ése es el retrato del abuelo materno de Even, el doctor Werner Schumann. Fue, en 1885, uno de los fundadores del hospital Ullevål.
—¿Y ése?
—Jonas Schumann. Director del Rikshospitalet.
—¿Y tu familia?
La mujer lo miró algo confusa.
—¿Qué quieres decir?
—¿Dónde están los retratos de tus familiares?
—Ellos…, están colgados en otro sitio. ¿Leche?
—No, gracias.
Harry volvió a sentarse.
—Quería hablarte de la guerra —comenzó.
—¡Ay, no! —exclamó ella.
—Te comprendo, pero es importante. ¿De acuerdo?
—Ya veremos —advirtió Signe Juul mientras se servía una taza.
—Tu fuiste enfermera durante la guerra…
—Enfermera en el frente, sí. Traidora a la patria.
Harry observó su mirada serena.
—Eramos unas cuatrocientas. Nos condenaron a penas de prisión después de la guerra, pese a que la Cruz Roja Internacional envió una petición a las autoridades noruegas en la que solicitaban la suspensión de toda imposición de penas de prisión. La Cruz Roja noruega no nos pidió perdón hasta 1990. El padre de Even, el de ese cuadro de allí, tenía contactos y consiguió que redujeran mi pena, entre otras razones porque, en la primavera de 1945, atendí a dos heridos que eran miembros de la Resistencia. Y porque nunca fui miembro de la Unión Nacional. ¿Quieres saber algo más?
Harry miraba fijamente el fondo de su taza, mientras reflexionaba sobre el gran silencio que reinaba en algunos barrios residenciales de Oslo.
—No he venido para hablar de ti, señora Juul. ¿Recuerdas a un combatiente noruego que se llamaba Gudbrand Johansen?
Signe Juul dio un respingo, sobresaltada, y Harry comprendió que había dado en el blanco.
—¿Qué es lo que quieres saber realmente? —preguntó ella con expresión severa.
—¿Tu marido no te lo ha contado?
—Even nunca me cuenta nada.
—Bien. Estoy intentando recabar información sobre los combatientes noruegos que estuvieron en Sennheim antes de ser enviados al frente.