—¿Por qué no damos un paseo? —propuso—. Corre el rumor de que hoy hace un buen día.
Subieron por la calle Vibe hasta el Stensparken, donde ya se veían los primeros bikinis del año y un esnifador que se había despistado de su lugar en la colina parecía estar descubriendo el planeta Tierra.
—No sé qué pasó, pero fue exactamente como si Even Juul se hubiese convertido en una persona distinta aquella noche —prosiguió Fauke—. Curioso. Pero lo más curioso fue que, al día siguiente, se comportó como si nada, como si hubiese olvidado la conversación de la noche anterior.
—Dices que no erais amigos íntimos, pero ¿tú también le hablaste acerca de tus experiencias en el frente oriental?
—Sí, por supuesto. Allá en el bosque no había mucho movimiento, y lo único que teníamos que hacer era trasladarnos y vigilar a los alemanes. De modo que, en la espera, nos contábamos más de una historia.
—¿Le contaste muchas cosas de Daniel Gudeson?
Fauke miró a Harry largo rato.
—Así que te has dado cuenta de que Even Juul está obsesionado con Daniel Gudeson, ¿verdad?
—Por ahora no es más que una sospecha —admitió Harry.
—Pues sí, le hablé mucho de Daniel —confirmó Fauke—. Daniel Gudeson era algo así como una leyenda. No se encuentra a menudo un espíritu tan libre, fuerte y feliz como él. Y Even quedaba fascinado por sus historias, tenía que contárselas una y otra vez, en especial la del ruso que Daniel enterró.
—¿Sabía que Daniel había estado en Sennheim durante la guerra?
—Naturalmente. Todos los detalles sobre Daniel que yo empecé a olvidar pasado un tiempo, los recordaba Even, y él me los recordaba a mí. Por una u otra razón, parecía identificarse plenamente con Daniel, aunque no puedo imaginarme a dos personas más distintas. En una ocasión en que Even estaba borracho, me propuso que empezase a llamarlo Urías, exactamente igual que Daniel. Y si quieres saber lo que pienso, no fue casualidad que se fijase en la joven Signe Alsaker durante el juicio.
—Ajá.
—Cuando se enteró de que iba a celebrarse la causa de la prometida de Daniel Gudeson, se presentó en la sala de vistas y se quedó allí sentado todo el día, mirándola. Era como si hubiese acudido allí con la decisión de que fuese suya.
—¿Sólo porque había sido la mujer de Daniel?
—¿Estás seguro de que esto es importante? —preguntó Fauke mientras caminaba tan deprisa sendero arriba, hacia la colina, que Harry se vio obligado a apretar el paso a grandes zancadas para alcanzarlo.
—Bastante.
—De todos modos, no sé si debería decirte esto, pero mi opinión personal es que Even Juul amaba el mito de Daniel Gudeson más de lo que nunca amó a Signe Juul. Estoy seguro de que su admiración por Gudeson era una causa determinante de que no retomase los estudios de medicina después de la guerra y empezase, en cambio, a estudiar historia. Y, naturalmente, se especializó en la época de la Ocupación y en el tema de los voluntarios del frente.
Habían llegado a la cima y Harry se enjugaba el sudor en tanto que Fauke apenas si resoplaba.
—Una de las razones de que Even Juul obtuviese una posición importante como historiador con tanta rapidez fue que, como hombre de la Resistencia, él era un instrumento perfecto para la visión de la historia que, según las autoridades, mejor servía a la Noruega de después de la guerra; una visión que silenciaba la prolongada colaboración con los alemanes y que hacía hincapié en el insignificante movimiento de Resistencia. Por ejemplo, en la historia de Juul, se dedican cinco páginas al hundimiento del
Blücher
la noche del nueve de abril, mientras que se pasa por alto tranquilamente que se sopesó el procesamiento de cerca de cien mil noruegos en el juicio. Y funcionó: el mito de un pueblo unido contra el nazismo sigue hoy vivo a través de los años.
—¿Y es ése el tema de tu libro, Fauke?
—Simplemente, intento dar a conocer la verdad. Even sabía que lo que él escribía eran, si no mentiras, sí una visión parcial de la verdad. En una ocasión, hablé con él del asunto. Se defendió aduciendo que, en el momento de la redacción de su libro, aquella postura servía a un fin: mantener unido a todo un pueblo. Lo único que no tuvo valor para abordar a la misma luz favorable y heroica fue la huida del rey. Él no fue el único combatiente de la Resistencia que se sintió traicionado en 1940, pero jamás conocí a ninguno tan parcial en sus condenas como Even, ni siquiera entre los voluntarios del frente. Piensa que, durante toda su vida, la gente a la que él amaba y en la que confiaba, lo había abandonado. Yo creo que odiaba a todos y cada uno de los que huyeron a Londres, que los odiaba con toda su alma. Profundamente.
Se sentaron en un banco para contemplar la iglesia de Fagerborg que se alzaba a sus pies, los tejados de Pilestredet que se alineaban en su descenso hacia la ciudad y el fiordo de Oslo, que relucía azul a lo lejos.
—Es hermoso —comentó Fauke—. Tanto que, en algún momento, puede parecer que merezca la pena morir por ello.
Harry intentaba componer la imagen y conseguir que todo encajase. Pero aún le faltaba un pequeño detalle.
—Even empezó a estudiar medicina en Alemania, antes de la guerra. ¿Sabes en qué ciudad?
—No —respondió Fauke.
—¿Sabes si pensaba en alguna especialidad en concreto?
—Sí, me confesó que soñaba con seguir los pasos de su célebre padre adoptivo y del padre de éste.
—¿Que eran…?
—¿No conoces a los especialistas Juul? Eran cirujanos.
GRØNLANDSLEIRET
16 de Mayo de 2000
Bjarne Møller, Halvorsen y Harry caminaban juntos calle abajo, por Motzfeldtsgate. Estaban en la zona más abigarrada del barrio Lille Karachi y los aromas, la ropa y las personas que tenían a su alrededor hacían pensar en Noruega tan poco como los kebabs que estaban comiéndose recordaban a los perritos calientes de Gilde. Un chiquillo, ataviado con ropas festivas paquistaníes, pero con la banderola del Diecisiete de Mayo sobre la solapa dorada, se les acercó bailoteando desde la acera opuesta. Tenía una nariz extrañamente respingona y sostenía en su mano una bandera noruega. Harry había leído la noticia de que los musulmanes organizaban ese día la fiesta del Día Nacional para que se concentrasen en el
Eid
al día siguiente.
—¡Hurra!
El pequeño les dedicó una blanquísima sonrisa al pasar ante ellos.
—Even Juul no es cualquiera —observó Møller—. Es, con toda probabilidad, nuestro más reconocido historiador de la guerra. Si todo eso es cierto, se armará un buen lío en la prensa. Por no hablar de si estamos equivocados. Si tú estás equivocado, Harry.
—Lo único que pido es que me permitan llamarlo a interrogatorio con un psicólogo. Y una orden de registro de su casa.
—Y lo único que pido yo es, como mínimo, una prueba de tipo técnico o un testigo —replicó Møller gesticulando—. Juul es un personaje conocido y nadie lo ha visto cerca del lugar de los hechos. En ningún momento. ¿Qué hay, por ejemplo, de la llamada telefónica que recibió la mujer de Brandhaug desde ese lugar del que dices que eres habitual?
—Le mostré la fotografía de Even Juul a la mujer que trabaja en el Schrøder —intervino Halvorsen.
—Se llama Maja —aclaró Harry.
—Dijo que no lo recordaba —terminó Halvorsen.
—Eso es precisamente lo que yo digo —rugió Møller al tiempo que se limpiaba la salsa de la boca.
—Claro, pero entonces les mostré la fotografía a un par de clientes que había allí sentados —indicó Halvorsen mirando de reojo a Harry—. Un viejo con un abrigo que me dijo que sí, que deberíamos detenerlo.
—Con abrigo —dijo Harry—. Ése es el Mohicano. Konrad Åsnes, marino de guerra. Un buen tipo, pero ha dejado de ser un testigo fiable, me temo. Bueno, Juul dijo que había estado en la cafetería de enfrente, la Kaffebrenneriet. Pero allí no hay ningún teléfono público. De modo que si quería hacer una llamada, lo normal sería que cruzase la calle y entrase en el Schrøder.
Møller hizo una mueca y lanzó una mirada suspicaz a su kebab. Había accedido, a duras penas, a probar el kebab que Harry había presentado como «encuentro de Turquía con Bosnia, de Bosnia con Paquistán, de Paquistán con Grønlandsleiret».
—¿De verdad que tú crees en esas historias de personalidad dividida, Harry?
—A mí me parece tan increíble como a ti, jefe, pero Aune dice que es una posibilidad. Y está dispuesto a ayudarnos.
—Entonces, crees que Aune es capaz de hipnotizar a Juul e invocar a ese tal Daniel Gudeson que él lleva en su interior y conseguir una confesión.
—No es seguro que Even Juul sepa siquiera lo que Daniel Gudeson hizo, de modo que es imprescindible hablar con él —aseguró Harry—. Según Aune, las personas que sufren trastorno de personalidad múltiple son, por suerte, relativamente fáciles de hipnotizar, puesto que eso es lo que ellas hacen consigo mismas constantemente: autohipnosis.
—Estupendo —ironizó Møller alzando la vista al cielo—. Y ¿para qué quieres una orden de registro?
—Como tú has dicho, no tenemos ninguna prueba física, ningún testigo, y ya sabemos que ese tipo de dictámenes psicológicos no siempre se tienen en cuenta en el tribunal. Pero, si encontramos el rifle Märklin, lo habremos conseguido y no necesitaremos ninguna otra cosa.
—Mmm —Møller se detuvo sobre la acera—. El móvil.
Harry lo miró inquisitivo.
—La experiencia me dice que incluso las personas desquiciadas suelen tener un móvil, en medio de toda su locura. Y no veo el de Juul.
—No el de Juul, jefe —advirtió Harry—. El de Daniel Gudeson. El que Signe Juul se pasase, por así decirlo, al enemigo, puede haberle dado a Gudeson un motivo de venganza. Lo que había escrito en el espejo, «Dios es mi juez», puede indicar que ve los asesinatos como una cruzada de un solo hombre, que tiene una causa justa aunque otras personas lo recriminen.
—¿Qué hay de los otros asesinatos, de Bernt Brandhaug? ¿Y si tienes razón y se trata del mismo asesino, Hallgrim Dale?
—No tengo idea de cuál puede ser el móvil. Pero sabemos que a Brandhaug le dispararon con el Märklin y Dale conocía a Daniel Gudeson. Además, según el informe de la autopsia, Dale estaba seccionado con tanta perfección como si hubiese intervenido un cirujano. Y, en fin, Juul inició estudios de medicina y soñaba con convertirse en cirujano. Tal vez Dale tuvo que morir porque había descubierto que Juul se hacía pasar por Daniel Gudeson.
Halvorsen carraspeó ligeramente.
—¿Qué pasa? —preguntó Harry desabrido.
Conocía a Halvorsen lo suficiente para saber que presentaría alguna objeción. Y seguramente, una objeción con fundamento.
—Según lo que nos has contado sobre el trastorno de personalidad múltiple, tuvo que ser Even Juul en el instante en que mató a Hallgrim Dale. Daniel Gudeson no era cirujano.
Harry se tragó el último bocado del kebab, se limpió con la servilleta y miró a su alrededor en busca de una papelera.
—Bien —dijo al fin—. Podría decir que pienso que deberíamos esperar y no hacer nada hasta no tener las respuestas a todas las preguntas. Y estoy convencido de que al fiscal le parecerá que las pruebas son algo inconsistentes. Pero ni nosotros ni él podemos ignorar que tenemos a un sospechoso que anda suelto y que puede volver a matar. A ti te asusta el escándalo mediático que saltará si señalamos a Even Juul, jefe, pero imagínate el escándalo que desencadenaría el que matase a más gente. Y al final se sabría que sospechábamos de él pero no lo detuvimos…
—Vale, vale, eso ya lo sé —atajó Møller—. ¿O sea que tú crees que volverá a matar?
—Son muchos los aspectos de este caso sobre los que no estoy seguro —confesó Harry—. Pero si estoy convencido de algo es de que ese sujeto aún no ha terminado de ejecutar su plan.
—¿Y por qué estás tan seguro?
Harry se palmeó el estómago con media sonrisa irónica.
—Un pajarito me lo dice desde aquí dentro, jefe. Que ésa es la razón de que se haya agenciado el mejor rifle y el más caro del mundo. Una de las razones por las que Daniel Gudeson se convirtió en una leyenda fue, precisamente, que era un tirador excelente. Y ahora tengo la sensación de que tiene pensado darle a esta cruzada su lógico final. Será la coronación de su obra, algo que hará inmortal la leyenda de Daniel Gudeson.
El calor estival desapareció por un instante cuando una última ráfaga de invierno recorrió Moztfeldtsgate levantando por los aires polvo y papeles. Møller cerró los ojos y se ajustó más el abrigo con un escalofrío. «Bergen —se dijo—. Bergen es la ciudad ideal.»
—Bien, veré lo que puedo conseguir —anunció al fin—. Estad preparados.
COMISARÍA GENERAL DE POLICÍA
16 de Mayo de 2000
Harry y Halvorsen estaban preparados. Tanto que cuando sonó el teléfono de Harry, ambos dieron un salto. Harry cogió el auricular:
—Aquí Hole.
—No tienes que gritar —le advirtió Rakel—. Para eso, precisamente, se inventó el teléfono. ¿Qué decías el otro día sobre el Diecisiete de Mayo?
—¿Cómo? —Harry necesitó varios segundos para caer en la cuenta—. Que yo tendría guardia, ¿es eso?
—No, lo otro —insistió Rakel—. Que removerías cielo y tierra.
—¡Ah! ¿Te refieres a eso? —Harry sintió un agradable cosquilleo en el estómago—. ¿Queréis pasar el día conmigo si encuentro a alguien que me sustituya en la guardia?
Rakel sonrió.
—Qué encantador. Debo señalar que no eras mi primera opción, pero puesto que mi padre me dijo que este año quería pasar ese día solo, la respuesta es sí, pasaremos el día contigo.
—¿Qué le parece a Oleg?
—Fue él quien lo propuso.
—¿Ah, sí? Mira que es raro este Oleg.
Harry estaba feliz. Tanto que le costaba hablar con su voz de siempre. Y le importaba un comino que Halvorsen sonriese de buena gana sentado al otro lado del escritorio.
—¿Tenemos una cita? —dijo la dulce voz de Rakel.
—Si consigo arreglarlo, claro que sí. Te llamaré luego.
—Vale, pero también puedes venir a cenar esta noche. Si tienes tiempo, vaya. Y ganas.
Sus palabras sonaron tan exageradamente indolentes que Harry sospechó que había estado practicándolas un rato antes de llamar. La risa bullía en su interior, sentía la cabeza ligera como si hubiese ingerido un narcótico y estaba a punto de decirle que sí cuando recordó algo que ella había dicho en Dinner: «Ya sé que no se quedará en una sola vez». Rakel no estaba invitándolo a cenar.