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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Por unos demonios más (43 page)

BOOK: Por unos demonios más
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22.

Recostada en la parte de atrás del taxi, observé pasar los edificios e imaginé el desprecio de Ellasbeth por las tiendas que evidenciaban ser de clase baja. Aunque la catedral de los Hollows tenía un gran reconocimiento en todo el mundo, estaba en una zona bastante pobre de la ciudad. De repente me sentí inquieta y tensa, y cogí el bolso con los hechizos y la pistola de bolas y la puse sobre el regazo. Debería haberme puesto algo más. Iba a parecer una dejada solo con aquellos vaqueros.

Jenks iba sobre mi hombro, golpeando mi aro al ritmo de la música calipso que llevaba puesta el taxista. Me estaba molestando y, aunque sabía que probablemente sería peor el remedio que la enfermedad, murmuré:

—Para.

Se me enfrió el cuello cuando despegó para posarse en mi rodilla.

—Relájate, Rache —dijo, de pie, con las piernas separadas para mantener el equilibrio y sin dejar de mover las alas—. Esto está chupado. ¿Cuánta gente habrá? ¿Cinco, contando a los padres de ella? Y Quen estará allí, así que no es como si estuvieses sola. De lo que te tendrás que preocupar es de la boda.

Respiré profundamente y abrí la ventana para airearme el pelo. Miré hacia abajo y me fijé en el agujero que tenía en la rodilla.

—Quizá debería haberme puesto un traje.

—Es un ensayo de boda, ¡por las bragas de Campanilla! —soltó Jenks—. ¿Tú no ves culebrones? Cuanto más rica eres, más informal vistes. Trent probablemente irá en traje de baño.

Yo levanté las cejas imaginándome su cuerpo esbelto envuelto en licra.
Mmm

Jenks dejó de mover las alas y adoptó una expresión de aburrimiento.

—Estás genial. Pero si te hubieses puesto aquella cosa que compraste…

Moví la rodilla y él alzó vuelo. Estábamos a solo una manzana y llegábamos temprano.

—Disculpe —dije inclinándome hacia delante e interrumpiendo la entusiasta interpretación del taxista de
Material Girl
, de Madonna. Nunca la había oído en versión calipso—. ¿Podría dar una vuelta a la manzana?

Nuestros ojos se encontraron en el espejo retrovisor y, aunque estaba claro que pensaba que estaba loca, se metió en el carril para girar a la izquierda y esperó en el semáforo. Yo bajé del todo la ventanilla y Jenks se posó en el alféizar.

—¿Por qué no echas un vistazo? —dije suavemente.

—Sabía que me lo pedirías, nena —dijo estirando los brazos para comprobar que llevaba en su sitio el pañuelo rojo—. Cuando hayas dado la vuelta a la manzana, ya habré conocido a los vecinos y tendré todo
controlao
.

—¿Nena? —dije con aspereza, pero ya se había marchado y estaba entre las gárgolas. Subí la ventanilla antes de que la brisa de la calle me deshiciese la complicada trenza francesa que sus hijos me habían hecho en el pelo. No les dejaba peinarme muy a menudo. Habían hecho un trabajo fantástico, pero hablaban como chicos de quince años en un concierto: todos a la vez y cien decibelios más alto de lo necesario.

El semáforo cambió de color y el conductor giró con cuidado, probablemente pensando que yo era una turista que estaba echando un vistazo. De repente divisé las piedras esquinadas y pegadas con argamasa que formaban la catedral, que quizá era tan alta como un edificio de ocho plantas. Era enorme en comparación con las tiendas bajas que la rodeaban. La catedral estaba muy cerca de la acera por dos de sus lados y le daba sombra a la calle. Unas preciosas plantas resistentes a la sombra crecían al húmedo abrigo de los arbotantes. Había enormes vidrieras por todas partes, que desde el exterior se veían ensombrecidas y oscuras.

Entrecerré los ojos mientras lo miraba todo, sorprendida de la falta de bienvenida que encontré en mi iglesia. Era como visitar a tu tía abuela a la que no le gustaban los perros, la música alta y las galletas antes de la cena; seguía siendo de tu familia, pero tenías que comportarte lo mejor posible y nunca te sentías cómoda.

Tras una revisión rápida del lateral de la catedral, busqué en el bolso el teléfono móvil e intenté llamar de nuevo a Ivy. Seguía sin responder. Kisten tampoco respondía y tampoco me habían contestado cuando había llamado antes a Piscary's. Podría preocuparme, pero tampoco era nada raro. No abrían hasta las cinco y nadie respondía al teléfono cuando el bar estaba cerrado.

La parte de atrás de la catedral consistía en un jardín estrecho y amurallado y un aparcamiento. Al llegar a la esquina puse mi teléfono en modo de vibración y lo metí en el bolsillo delantero de los vaqueros para enterarme si me llamaban. En el tercer lateral de la catedral había más plazas de aparcamiento, pero estaban vacías. Lo único que se veía era un Saturn último modelo cubierto de polvo a la sombra y una pista de baloncesto con la canasta atornillada a un mástil ligero y colocada según la altura establecida por la NBA. Enfrente había otra, mucho más alta. Mezclar especies en la pista no era una buena idea.

Me abracé a mí misma cuando el taxista se detuvo y montó la rueda izquierda sobre la acera baja de la calle de un solo sentido. Aparcó el coche y empezó a enredar con una carpeta sujetapapeles.

—¿Quiere que la espere? —preguntó mientras miraba la deslucida fachada del otro lado de la calle.

Saqué un billete de veinte de la cartera y se lo di.

—No. Va a haber una cena después y alguien me llevará de vuelta. ¿Me puede dar un recibo?

Ante eso, el hombre me miró levantando las cejas con una expresión de sorpresa en su rostro profundamente bronceado.

—¿Conoce a alguien que se va a casar aquí?

—Sí. Voy a la boda de Kalamack.

—¿Está de broma? —Sus ojos marrones se abrieron tanto que pude ver que su esclerótica estaba casi amarilla. Sentí un cosquilleo en la nariz y un ligero olor a almizcle. Era un hombre lobo. La mayoría de los taxistas lo eran. No tenía ni idea de por qué.

—Eh —dijo buscando una tarjeta y dándomela con mi recibo—. Tengo permiso de limusina. Si necesitan a alguien, yo estoy disponible.

Yo la cogí admirando su coraje.

—No lo dude. Gracias por el viaje.

—A cualquier hora —dijo mientras yo salía. Luego se asomó por la ventana y dijo—: Tengo acceso a un coche y todo. Este es solo mi trabajo de día hasta que acabe de sacarme el carné de piloto.

Sonriendo, asentí y me giré hacia las múltiples puertas. ¿
Carné de piloto
?
Eso es nuevo
.

El taxi se fundió con el ligero tráfico y Jenks aterrizó desde dondequiera que estuviese.

—Te dejo sola cinco minutos —se quejó— y ya te están tirando los tejos.

—Solo quería echar una mano —dije mientras admiraba las cuatro ramas de vides esculpidas en forma de arco que estaban situadas sobre un juego de puertas de madera.
Absolutamente hermoso

—Eso es lo que estoy diciendo —gruñó—. ¿Por qué estamos aquí tan temprano?

—Porque es un demonio. —Miré las gárgolas y deseé poder hablar con ellas, pero intentar despertar a una gárgola antes de la puesta de sol era como intentar hablar con una mascota de piedra. Había muchas, así que la catedral probablemente era segura. Arrugué la cara al ver las flores en macetas que había en la acera y me pregunté si podría moverlas. Sería demasiado fácil para las hadas asesinas esconderse en ellas. Fijé mi atención en Jenks y añadí—: Y por mucho que disfrutase viendo a Trent siendo abatido por una amante celosa o un demonio contrariado, quiero mis cuarenta mil por hacer de niñera.

Él inclinó la cabeza antes de posarse en mi hombro.

—Hablando del rey de Roma…

Seguí su mirada hacia la calle. Mierda, ellos también llegaban temprano, demasiado. Doblemente contenta por haber llegado cuando lo había hecho, me metí por dentro la camisa nueva y esperé mientras se aproximaban dos coches brillantes, totalmente fuera de lugar entre los camiones de plataforma y los Ford oxidados por el salitre.

Tuve que dar un salto y subirme a un escalón cuando el primero de ellos salió de la carretera y subió por completo a la ancha acera. Detrás de él venía un Jaguar que también aparcó sobre la acera.

—Me cago en las margaritas —dijo Jenks desde mi pendiente, y yo me quité las gafas para ver mejor.

Ellasbeth iba en el primer coche, en el asiento delantero y, mientras se reponía, el conductor uniformado abrió la puerta a un par de personas más mayores que iban sentadas detrás. El señor y la señora Withon, supuse, ya que eran altos y elegantes, de tez morena y con el aspecto refinado de la Costa Oeste. Yo diría que tenían sesenta y tantos, pero muy bien llevados. Dios, eran elfos… probablemente podrían tener trescientos años. Aunque llevaban pantalones e iban vestidos de manera informal, era más que evidente que sus zapatos costaban más que el coche de la mayoría de la gente. Salieron del coche y sonrieron bajo el sol como si estuviesen mirando al pasado, viendo la tierra sin los edificios, los coches ni la apatía urbana.

Ellasbeth esperó estoicamente a que el conductor le abriese la puerta. Salió y se estiró la chaqueta corta que llevaba sobre una camisa blanca y se puso al hombro un bolso a juego. Taconeando con las sandalias, rodeó la parte trasera del coche enseñando los tobillos con sus pantalones pirata. Iba vestida en tonos crema y melocotón y tenía su pelo amarillo recogido en una trenza similar a la mía pero con lazos verdes entrelazados. Llevaba los labios pintados de rojo y la sombra de ojos en su lugar. No miraba a la iglesia, lo que evidenciaba que no le gustaba estar allí.

Al ver su clase sentí vergüenza y agradecí que Jenks y Ceri me hubiesen echado una mano. Puse mi cara de felicidad y bajé el escalón.

—¿No es una iglesita preciosa, madre? —dijo la mujer alta cogiendo a su madre por el brazo y señalando la basílica—. Trenton tenía razón. Es el lugar perfecto para una boda discreta.

—¿Discreta? —murmuró Jenks desde mi pendiente—. Pero si es un pedazo de catedral.

—Cállate —dije. Por alguna razón me gustaban sus padres. Parecían felices juntos y de repente me sorprendí queriendo recordarlos así, para que cuando me despertase sola por la noche supiese que había alguien que había encontrado el amor y que había conseguido que durase. No me extrañaba que Ellasbeth estuviese cabreada porque le pidiesen que se casase con alguien a quien no amaba, cuando había crecido viendo la felicidad de sus padres. Yo también estaría hecha una furia.

Se me erizó el vello de los brazos y, al girarme, vi a Quen ya fuera del resplandeciente Jaguar. Iba vestido con su pantalón y camisa negra habituales y un par de zapatos brillantes. Un cinturón de cuero con una hebilla de plata era lo único que llevaba como complemento. Me preguntaba si estaría hechizado. El hombre de las cicatrices levantó las cejas y me lanzó una mirada para saludarme y entonces decidí que probablemente sí lo estaba.

Quen se dirigió hacia la puerta de Trent pero, antes de que llegase, Trent ya la había abierto. Parpadeó al sentir el fuerte brillo del sol de la tarde y miró al cielo moviendo los ojos mientras divisaba la torre central bordeada por el sol. Los vaqueros le quedaban de maravilla. Estaban ligeramente gastados y le iban que ni pintados con sus botas. Llevaba una camisa de seda de color verde intenso que combinaba con los lazos del pelo de Ellasbeth. Aquel color favorecía mucho a su piel morena y su precioso pelo. Tenía un aspecto genial, pero no parecía feliz.

Al ver a los cinco elfos juntos me pregunté cuáles serían las diferencias. La madre de Ellasbeth tenía el mismo pelo fino que Trent, pero el de su padre se parecía más al de Ellasbeth, más encrespado; casi parecía un pobre intento de imitarlo. Junto a ellos, las facciones oscuras y el pelo de ébano de Quen parecían la otra cara de la moneda, pero no era menos élfíco.

Ellasbeth apartó la mirada de las filigranas que estaban sobre las grandes puertas cuando Trent y Quen se acercaron. De repente, me miró y su expresión se congeló. Yo sonreí al ver que se había dado cuenta de que llevábamos el mismo peinado. El rostro oculto bajo su maquillaje perfecto se tensó.

—Hola Ellasbeth —dije. Nos habían presentado por el nombre de pila la misma noche en que me encontró inmersa en su bañera. Era una larga historia, pero bastante inocente.

—Señorita Morgan —dijo, extendiendo una pálida mano—. ¿Cómo está?

—Bien, gracias. —Le estreché la mano y me sorprendí al sentirla caliente—. Es un honor estar en la ceremonia. ¿Se ha decidido ya por algún vestido?

La expresión de la mujer se tensó aún más.

—¿Madre? ¿Padre? —dijo sin contestarme—. Esta es la mujer que ha contratado Trenton para que trabaje como refuerzo en la seguridad.

Como si ellos no se diesen cuenta de que no soy una de sus amigas
, pensé mientras les daba la mano cuando me las ofrecieron.

—Es un placer conocerlos —les dije a ambos—. Este es Jenks, mi socio. Se ocupará del perímetro y de la comunicación.

Jenks empezó a agitar las alas pero, antes de poder encandilarlos con su encantadora personalidad, la madre de Ellasbeth dijo:

—¡Es de verdad! —dijo tartamudeando—. Pensé que era un adorno de tu pendiente.

El padre de Ellasbeth se puso tenso:

—¿Un pixie? —dijo dando un paso atrás con recelo—. Trent…

Las alas de Jenks empezaron a desprender polvo que me iluminó el hombro, y lo único que se me ocurrió fue:

—Forma parte de mi equipo. Puede que también traiga un vampiro si es necesario. Si tienen alguna queja, hablen con Trent. Mi refuerzo puede mantener la boca cerrada sobre sus preciadas identidades secretas, pero si aparecen en la boda vestidos como extras de alguna película ridícula no será culpa mía si alguien averigua quiénes son.

La madre de Ellasbeth miraba a Jenks con fascinación y el pixie se había dado cuenta. Con la cara como un tomate, volaba de un hombro a otro agitado y finalmente se posó en uno. Estaba claro que la paranoia sobre los pixies había llegado hasta la otra costa del país y que ella no veía uno desde hacía tiempo.

—No puedo guardarles las espaldas sin él —continué mirando, cada vez más nerviosa, a la madre de Ellasbeth, cuyos ojos verdes brillaban de fascinación—. Y probablemente con este excesivo circo mediático saldrán bichos raros hasta de debajo de las piedras.

Me callé al ver que nadie me estaba escuchando. La señora Withon se había ruborizado, parecía diez años más joven y había puesto una mano en el hombro de su marido sin conseguir ocultar su deseo de hablar con Jenks.

—A la mierda con todo —murmuré para mí. Y luego dije más alto—: Jenks, ¿por qué no acompañas a las damas a la iglesia, donde estén más seguras?

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