Por unos demonios más (40 page)

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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

BOOK: Por unos demonios más
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Ya a salvo en la cocina, dejé los pasteles junto al fregadero e hice una mueca al ver la fuente de veintidós por treinta y tres centímetros de pastel de chocolate descongelado y una tarrina de nata para cubrirlo. ¿
Me estaba haciendo un pastel mientras yo me acostaba con Kisten
? Genial.

—La fuente bonita —dije para sofocar el sentimiento de culpa y busqué la fuente que Ivy había comprado en un puesto callejero la pasada primavera después de que yo le dijese que me gustaban las violetas del borde de malla abierta. Al no encontrarla, saqué la negra de diario y eché un vistazo al pasillo vacío cuando la cerámica tintineó. La bolsa crujió al sacar y colocar los pasteles. Ahora el café. Fruncí el ceño al ver que la taza de Ivy de Encantamientos Vampíricos no estaba en el armario. No era propio de ella meterla en el lavavajillas, pero como ya había hecho ruido al abrir la puerta, cogí otro juego de tazas más pequeñas.

—Ahora para Jenks —murmuré mientras buscaba un plato de postre a juego y colocaba el cuadradito de dulce de azúcar, poniendo estratégicamente la miel al lado. Esto iba a funcionar. Hablaría con los dos juntos y todo saldría bien. No era lo mismo que si le hubiese dejado morderme.

Ya con todo preparado, me giré para llevar las cosas a la mesa. Me quedé de piedra. El ordenador de Ivy había desaparecido.

Entonces me acordé de que no había visto el equipo de música en el santuario.

—Por favor, que nos hayan robado —susurré. Asustada, corrí hacia al pasillo. ¿Acaso lo había averiguado y se había marchado? ¡
Maldita sea
! ¡
Quería habérselo contado yo
!

Me detuve delante la puerta de Ivy con el corazón desbocado. Sentí calor y luego frío. Dudé y luego llamé a la gruesa puerta de madera.

—¿Ivy? —No hubo respuesta. Respiré hondo y volví a llamar mientras giraba la manilla—. ¿Ivy? ¿Estás despierta?

Miré dentro. Tenía la cama hecha y su habitación parecía normal. Pero luego vi que su libro había desaparecido de su mesilla de noche y que el armario estaba vacío.

—Mierda —dije. Mis ojos se dirigieron a la pared en la que tenía sus
collages
de fotos. Me pareció que estaban todos, pero luego me acordé de la foto en la que estábamos Jenks y yo delante del puente Mackinac. ¿Había un hueco vacío en el frigorífico?

Aquello me parecía irreal, así que fui a la cocina y se me hizo un nudo en el estómago cuando entré y lo comprobé. No estaba.

—Oh… mierda —dije, y entonces oí un pequeño carraspeo.

—¿Mierda? —dijo Jenks, de pie en el alféizar entre sus monos marinos y el señor Pez—. ¡¿Mierda?! —chilló mientras se acercaba y revoloteaba delante mí. Tenía la cara tensa de enfado y despedía polvo de pixie negro—. ¿Eso es todo lo que tienes que decir? ¿Qué has hecho, Rachel?

Abrí la boca y di un paso inseguro hacia atrás.

—Jenks…

—¡Se ha ido! —dijo apretando las manos—. Hizo la maleta y se fue. ¿Qué has hecho?

—Jenks, yo estaba…

—Ella se marcha y tú vienes a casa con sobornos. ¿Dónde estabas?

—¡Estaba con Kisten! —grité, y luego retrocedí dos pasos cuando él voló hacia mí.

—¡Puedo sentir su olor en ti, Rachel! —gritó el pixie—. ¡Te ha mordido! ¡Le has dejado que te mordiese aunque sabías que Ivy no podía hacerlo! ¡¿Qué coño te pasa?!

—Jenks. No es así…

—¡Bruja estúpida! Si no es una, es la otra. Todas las mujeres sois tontas. ¿Ella te tira los tejos y tú lo jodes todo dejándole a Kisten que te muerda para sentirte segura en tus juegos sexuales? —Vino disparado hacia mí y yo me puse al otro lado de la isla de la cocina, pero como podía volar por encima de ella no sirvió de mucho—. ¿Y luego intentas comprarme con dulce de azúcar y miel? Pues puedes hacerte pinchos morunos con mis zurullos de libélula porque no pienso dejar que ninguna de vosotras dos me jodáis más la vida.

—¡Eh! —chillé poniéndome en jarras e inclinándome para acercar mi nariz a pocos centímetros de él—. ¡Kisten no me ha mordido! Nunca mencionó que yo no pudiese morderlo. ¡Solo dijo que él no podía morderme!

Jenks me señaló con un dedo. Tomó aire y luego dudó.

—¿No te ha mordido?

—¡No! —chillé para quemar algo de adrenalina—. ¿Crees que soy estúpida? —Levantó una mano y yo añadí—: No respondas a eso.

Se posó sobre la encimera con los brazos cruzados y agitando las alas.

—Eso no quiere decir que esté bien —dijo con aire triste—. Sabías que a ella le molestaría.

Cabreada, di un manotazo sobre la encimera y él salió volando.

—¡No puedo vivir mi vida según lo que le moleste o no a Ivy! ¡Kist es mi novio! Que Ivy me tirase los tejos no cambia eso y me acostaré con quien quiera y como quiera, ¡maldita sea!

Jenks se posó en la encimera y dejó de mover las alas. Mientras lo miraba me sentí realmente culpable. Deseaba que fuese más grande para poder darle un abrazo y decirle que todo iba a salir bien, cualquier cosa para hacer desaparecer aquella mirada de traición y enfado. Pero él no dijo nada.

Suspiré, giré una silla y me senté al revés. Doblé los brazos sobre la encimera y apoyé la cabeza en ellos para que mis ojos estuviesen al nivel de los suyos. Él no me miraba.

—Jenks —dije con suavidad cuando adoptó un aire despectivo y se puso a mover las alas—. Todo irá bien. La encontraré y se lo explicaré. —Estiré la mano y lo rodeé con ella en un gesto de protección—. Lo entenderá —dije mientras miraba el pastel y notaba el sentimiento de culpa que transmitía mi voz—. Tiene que entenderlo.

Él me miró sin descruzar los brazos.

—Pero se ha ido —dijo lastimosamente.

Yo moví la mano que tenía junto a él con un gesto de desesperación.

—Ya sabes cómo es. Solo necesita tranquilizarse. ¿Quizá se ha ido a pasar el fin de semana con Skimmer?

—Se ha llevado el ordenador.

Miré el espacio vacío e hice una mueca de dolor.

—No puede haberlo averiguado tan rápido. ¿A qué hora se fue?

—Justo antes de medianoche. —Dejó de caminar y me miró de reojo—. Fue muy raro. Como esa película en la que el tío recibe una llamada y eso hace que se desencadenen una serie de acciones programadas en él hacía tiempo. ¿Cómo se llamaba esa película?

—No lo sé —murmuré, contenta de que ya no me chillase. No podía haberse marchado por esto. A esa hora Kisten y yo ni siquiera habíamos cenado.

—No me quiso contestar —dijo. Jenks se puso a caminar de nuevo. Lo observé y me pregunté qué parte de su perorata se había debido a lo mucho que le preocupaba que Ivy encontrase en mí una salida fácil a su ira—. Simplemente hizo las maletas, recogió el ordenador y su música y se marchó.

Miré la nevera y al imán en forma de tomate que antes sujetaba nuestra foto.

—Se ha llevado nuestra foto.

—Sí.

Me levanté. Había ocurrido algo, pero era poco probable se hubiese enterado de lo de Kisten y yo, aunque no tenía forma de averiguarlo hasta que volviese. Solo se lo había contado a Jenks y había vuelto a casa en autobús, así que ni siquiera Steve podría haber olido la sangre de Kisten en mí.

—¿Quién la llamó? ¿Skimmer? —pregunté. Pensé que quizá podrían haberla llamado para una misión urgente. ¿
Una misión urgente a la que no se había llevado a Jenks ni le había dicho de qué iba
?

—No lo sé —dijo Jenks—. Yo entré cuando oí el ruido de su ordenador al apagarse.

Pensé en aquello frunciendo los labios.

—¿Por qué, Rachel? —preguntó Jenks con voz de cansancio.

Yo solo moví los ojos.

—Ella no se ha marchado porque le haya mordido a Kísten.

Su rostro angular mostraba angustia.

—Quizá alguien lo averiguó y la llamó.

Se me pasó por la cabeza lo que sería capaz de hacer Ivy en pleno ataque de rabia y agarré el bolso. Las horas no coincidían, pero aun así…

—Quizá debería llamar a Kisten.

Él asintió con preocupación y se acercó mientras yo pulsaba las teclas. Me puse el teléfono a la oreja y ambos lo escuchamos sonar hasta que saltó el contestador.

—Eh, Kisten —dije mirando a Jenks—, llámame cuando oigas el mensaje. Ivy no estaba en casa cuando volví. Se ha llevado el ordenador y su música. No creo que se haya enterado, pero estoy preocupada. —Quería decir más cosas, pero no había más que decir—. Adiós —susurré, y pulsé la tecla de colgar. ¿
Adiós
?
Por el amor de Dios, parecía una niña pequeña perdida
.

Jenks me miró y sus alas recuperaron el color.

—Llama a Ivy —me pidió, pero yo ya me había adelantado. Esta vez saltó directamente el buzón de voz y dejé un mensaje con tono de culpabilidad diciendo que tenía que hablar con ella y que no hiciese nada hasta que hablásemos. Quería decirle que lo sentía, pero colgué el teléfono y me quedé mirándolo sobre la encimera.

De repente, los pasteles que había colocado en la fuente me parecieron algo muy visto. Era una gilipollas.

—Jenks…

Mi tono mimoso hizo que su preocupación volviese a convertirse en enfado.

—No quiero saber nada de eso. Lo has jodido todo por un momento de pasión sanguinolenta. Aunque esa no sea la razón por la que se ha marchado, lo será cuando se entere. ¿Qué coño te pasa? ¿No puedes dejar las cosas como están?

—¡No, no puedo! —exclamé—. Y no fue solo un momento de pasión sanguinolenta, fue una afirmación de lo que siento por Kisten, así que, que te den, imbécil. Sé lo que estoy haciendo —dije. Él abrió la boca para protestar y yo levanté la mano—. De acuerdo, quizá no, pero estoy intentando entender esto. Está todo mezclado. La sangre, la pasión. Todo está mezclado y no sé qué hacer.

Jenks parecía sorprendido y yo me solté, dejándome llevar por el pánico.

—Quiero que Ivy me muerda —dije—. Es una sensación increíble y nos vendría muy bien a las dos. Pero la única forma de hacerlo de forma segura es acostarme con ella. Y no voy a acostarme con ella solo por la sangre hasta que sepa lo que está pasando en mi cabeza. Nunca pensé que me llegase a gustar una chica… A ver, soy hetero, ¿no? ¿Lo que me pone a mil es la cicatriz de vampiro o ella? ¿Amo a Ivy o solo la forma en que me puede hacer sentir? Existen diferencias, Jenks, y no voy a jugar con sus sentimientos si solo es por la sangre. —Sabía que tenía la cara roja, pero se merecía escucharlo todo—. Ivy se me insinuó porque sabe que primero tomo las decisiones y luego las pienso, no al revés. Bueno, pues estoy haciendo las cosas de otra manera y mira cómo se ha complicado todo. ¿A que es genial? —dije con sarcasmo, y luego me giré para señalar el sitio vacío de Ivy.

Jenks dejó de mover las alas y se sentó en el borde del plato con el dulce de azúcar.

—Quizá deberías intentarlo —dijo, y de repente sentí una ráfaga fugaz de adrenalina—. Solo una vez —dijo—. A veces la manera más rápida de averiguar quién eres es ser esa persona durante un rato.

Ya se me había pasado por la cabeza y me daba miedo. Levanté lentamente la mirada hasta encontrarme con sus ojos.

—¿Entonces por qué te parece mal que mordiese a Kisten? —dije—. Estoy intentando ser otra persona. ¿Crees que habría hecho eso hace un año? ¿Por qué está mal que pruebe cosas con Kisten y no con Ivy?

Él miró su sitio vacío en la mesa.

—Porque Ivy te quiere.

Se me encogió el estómago.

—Y Kisten también.

Jenks se llevó las rodillas a la barbilla y se agarró las espinillas.

—Ivy moriría por ti, Rachel. Kisten no. Centra tus emociones en aquel que te pueda mantener con vida.

Era una verdad dura y terrible. No quería elegir a quién amar en base a quién pudiese mantenerme con vida. Quería decidir a quién amar basándome en quién me completaba, quién me hacía sentir bien conmigo misma. Elegir a alguien a quien pudiese amar libremente y que me ayudase a ser una mejor persona por el simple hecho de estar a mi lado. Dios, qué lío. Cansada, apoyé la cabeza en los brazos y miré la mesa, que estaba a centímetros de mi nariz. Oí el sonido suave de unas alas y la corriente de aire provocada por Jenks me revolvió el pelo.

—No pasa nada, Rachel —dijo con un tono cercano y preocupado—. Ella sabe que la quieres.

Se me hizo un nudo en la garganta y suspiré. Quizá debería intentarlo a la manera de Ivy. Al menos mientras no me sintiese incómoda ni perdiese el control. Solo una vez. Era mejor pasar un momento de vergüenza que toda esta confusión. Y este aturdimiento. Y este sufrimiento.

Sonó la campanita que había en la puerta principal y yo pegué un respingo. Cuando levanté la cara vi a Jenks con un gesto de esperanza, pero luego pareció tener miedo. Si le había ocurrido algo a Ivy, no recibiría una llamada de teléfono, sino que aparecería un agente de la SI con cara de palo y me diría que mi compañera de piso estaba en la morgue municipal.

—Ya voy yo —dije. La silla chirrió al levantarme. Fui corriendo al santuario con la esperanza de que fuese Ivy, que venía cargada con todas sus cosas y necesitaba que alguien le abriese la puerta.

—Estoy justo detrás de ti —dijo Jenks con un tono lúgubre mientras se reunía conmigo en el pasillo.

21.

Tenía un nudo en el estómago cuando abrí las grandes puertas de roble y vi a Ceri. Jenks y yo forzamos una sonrisa y nos sentimos aliviados y decepcionados al mismo tiempo al verla brillando bajo el sol, con su hermoso y largo pelo flotando y un regalo blandito en las manos. Llevaba puesto un vestido veraniego de lino hasta los tobillos e iba descalza, como siempre. No me sorprendió ver a Rex, la gata de Jenks, a sus pies. La gatita naranja estaba ronroneando y frotándose contra sus tobillos.

—¡Feliz cumpleaños! —dijo alegremente la mujer de aspecto joven.

Jenks descendió un metro.

—Mierda, ¿era hoy? —tartamudeó y luego se fue como un rayo.

Mi angustia al ver que no era Ivy se desvaneció.

—Hola, Ceri —dije, halagada de que se hubiese acordado—. ¡No tenías por qué haberme comprado nada!

Ella entró y me entregó el paquete.

—Es mío y de Keasley —dijo a modo de explicación, ansiosa y agitada—. Nunca le he comprado a nadie un regalo de cumpleaños. ¿Vas a hacer una fiesta? —De repente se puso seria—. Yo quería prepararle una fiesta a Keasley, pero no me quiere decir cuándo es su cumpleaños y yo no sé qué día nací.

Esbocé una sonrisa de confusión.

—¿Te has olvidado?

—Mi familia nunca celebraba el cumpleaños de nadie, así que el día en que nací nunca significó nada. Aunque sé que fue en invierno.

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