Por unos demonios más (37 page)

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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

BOOK: Por unos demonios más
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—Y porque hay un demonio que me debe un favor —añadí. El pulso se me disparó.

No
, susurró una pequeña parte de mí y de repente me dio miedo lo que estaba haciendo. Estaba aceptando que Minias me debía una. Estaba aceptando su trato. Estaba tratando con demonios. Pero la idea de que estas dos personas entrasen en mi vida y le prendiesen fuego a mi iglesia hasta convertirla en cenizas en busca de aquella estúpida estatua me producía más miedo en ese momento. Podía soportar el hecho de temer por mi vida, pero no por la de terceras personas.

—Si ocurre algo que no me guste —dije—, vendrá a buscarles. Y ¿saben qué? —Me latía el corazón a cien por hora mientras agarraba la mesa para mantener el equilibrio tras el ataque de vértigo—. Le gusta matar, así que podría emocionarse con el tema. No me sorprendería que los eliminase a los dos para asegurarse de que tiene a la persona adecuada.

El señor Ray me miró la muñeca, en la que se veía claramente la marca de demonio.

—Hagan las llamadas que tengan que hacer —dije, casi a punto de sucumbir a los temblores—. Calmen a su gente. Y mantengan la boca cerrada. Si se corre la voz de que yo lo tengo, mermarán sus posibilidades de esquivar a mi demonio y conseguirlo ustedes. —Me tomé un momento y los miré a los ojos—. ¿Nos entendemos?

La señora Sarong se puso de pie, agarró el bolso con fuerza y lo puso por delante de ella.

—Gracias por la copa, señorita Morgan. Ha sido una conversación realmente reveladora.

Kisten salió de detrás de la barra mientras ella se dirigía a la puerta con todo su séquito delante. Al abrir la puerta, el sol entró con un gran destello y yo entorné los ojos. Me sentía como si hubiese estado en el fondo de un agujero durante tres semanas. El señor Ray me miró de arriba abajo con sus carnosas mejillas fofas e inmóviles. Asintió con la cabeza, hizo un gesto a su gente y también se marchó, con paso lento y provocativo. Su gente guardó las armas a medida que desfilaban por la puerta.

Yo me quedé donde estaba hasta que el último do ellos atravesó el rellano. Esperé un poco más hasta que la puerta se cerró dejándome de nuevo en la oscuridad. Solo entonces me derrumbé y dejé que me bailasen las rodillas. Oí a Kisten atravesando la habitación, apoyé la cabeza en la mesa y suspiré.

Tenía reputación de tratar con demonios. No me gustaba, pero si aquello mantenía a salvo a las personas que quería, entonces lo usaría.

19.

El barco de Kisten era tan grande que la estela de los barcos de vapor de los turistas se deshacía contra él sin siquiera moverse. Ya había estado en él antes, hasta había pasado un par de fines de semana aprendiendo lo bien que se transmiten las voces sobre el agua tranquila y oscura y a quitarme los zapatos en la cubierta. Había tres, si se contaba la más alta, donde estaban los mandos. Suficientemente grande para hacer fiestas en él, como decía Kisten, pero suficientemente pequeño para que él no sintiese que se había extralimitado.

Bueno, está fuera de mi alcance
, pensé mientras absorbía con una esquina de pan tostado lo que quedaba de salsa de espaguetis en la ligera porcelana china. Pero si eras un vampiro y tu jefe gestionaba las partes más feas del inframundo de Cincinnati, las apariencias importaban.

Habíamos birlado el pan de la cocina de Piscary's, que estaba cerca, y tenía la impresión de que la salsa también. No me importaba que Kisten estuviese fingiendo que la había hecho él calentándola en su pequeña cocina. El caso es que estábamos disfrutando de una cena relajante en lugar de discutir por el hecho de que hubiese antepuesto mi trabajo a sus planes para llevarme a cenar por mi cumpleaños.

Levanté la cabeza y miré al otro lado de la sala de estar sumergida e iluminada por velas mientras mantenía en equilibrio la bandeja sobre mi regazo. Podríamos haber comido en la cocina o fuera, en el espacioso balcón, pero la cocina era claustrofóbica y el balcón era demasiado abierto. Mi encuentro con el señor Ray y la señora Sarong me había puesto nerviosa. Y si a eso le añadíamos que había rechazado la invitación de Tom, se me podría tachar de paranoica.

Estar rodeada por cuatro paredes era mucho mejor. La lujosa sala de estar se extendía de lado a lado del barco y parecía el escenario de una película: por un lado, sus ventanas anchas mostraban las luces de la ciudad y la luna brillando en el agua, y por el otro tenía las cortinas cerradas para que yo no tuviese que ver el aparcamiento de Piscary's.

Técnicamente, Kisten estaba trabajando (por eso estábamos aquí y no en un restaurante de verdad), pero cuando nos colamos en la cocina para coger una botella de vino y el pan, le había oído decirle a Steve que no quería que lo molestasen a menos que alguien tuviese sangre en la boca.

Me sentía genial por ocupar un lugar tan alto dentro de sus prioridades y, con ese pensamiento todavía en la cabeza, levanté la mirada y vi que Kisten me estaba observando desde el otro lado de la mesita baja de café que había entre ambos. La vela les daba a sus ojos azules una oscuridad artificial y peligrosa.

—¿Qué? —le pregunté, poniéndome colorada. Era evidente de que llevaba observándome ya un rato.

Su sonrisa de satisfacción se hizo aún mayor y sentí un escalofrío de emoción.

—Nada —dijo con voz suave—. Cada vez que piensas algo se refleja en tu cara. Me gusta mirarte.

—Mmm. —Avergonzada, dejé el plato encima del suyo vacío y me recosté en el sofá con la copa de vino en la mano. Él se puso de pie y se sentó a mi lado. Se recostó también y exhaló con satisfacción cuando nuestros hombros se tocaron. El disco del equipo de música cambió de pista y sonó un suave
jazz
. No iba a decir nada sobre la incongruencia que suponía mezclar vampiros con un saxofón soprano, así que suspiré y disfruté del olor a cuero y seda mezclado con su aroma a incienso y el olor persistente a salsa para pasta. Pero mi sonrisa se desvaneció cuando empecé a sentir un cosquilleo en la nariz.

Mierda. ¿Minias? No tengo mi espejo mágico
. Me entró el pánico y, tras zafarme del abrazo de Kisten, me puse de pie. Conseguí poner la copa sobre la mesa de café justo a tiempo para estornudar.

—Salud —dijo Kisten suavemente agarrándome la cintura con la mano para volver a acercarme a él, pero al ver que me ponía rígida, se inclinó hacia delante—. ¿Estás bien? —añadió con auténtica preocupación en la voz.

—Te lo diré en un minuto. —Tomé aire con cuidado varias veces. Relajé los hombros. Para no preocupar a Ivy ni a Jenks, me había encerrado en mi cuarto antes de la puesta de sol y había creado mi contraseña. Maldita sea, debería haber dibujado el glifo en un espejo de bolsillo.

Kisten me estaba mirando y yo dije:

—Estoy bien —dije tras decidir que no era más que un estornudo. Exhalé lentamente y volví a sentarme para disfrutar de su calidez. Me pasó el brazo por detrás del cuello y yo me acurruqué contra él, feliz por tenerlo a mi lado, por estar yo a su lado y porque ninguno de los dos tuviese que estar en otro lugar.

—Esta noche no has hablado mucho —dijo Kisten—. ¿Estás segura de que estás bien? —dijo mientras me acariciaba el cuello buscando mi cicatriz de demonio, que estaba oculta bajo mi piel perfecta. Aquello me hizo cosquillas.

Me estaba preguntando cómo estaba yo, pero sabía que él estaba pensando en el beso de Ivy. Contuve un escalofrío cuando sus dedos me encendieron la cicatriz y el recuerdo de aquel beso se mezcló con las sensaciones que me estaba provocando.

—Tengo muchas cosas en la cabeza —dije. No me había gustado la combinación de su tacto con el recuerdo del beso de Ivy. Ya estaba bastante confusa.

Me giré en sus brazos para tenerlo de frente y me aparté de él buscando otra cosa en la que concentrarme.

—Estoy pensando que esta vez se me ha ido de las manos, eso es todo. Con los hombres lobo.

Kisten me miró con dulzura con aquellos ojos azules.

—Después de verte doblegar a dos de las manadas más influyentes de Cincinnati, yo diría que no, que no se te ha ido de las manos. —Entonces esbozó una sonrisa aún mayor con un ligero toque de orgullo—. Me ha encantado ver cómo trabajas, Rachel. Esto se te da muy bien.

Se me escapó un resoplido de descrédito. No eran los hombres lobo los que me preocupaban, sino cómo había conseguido hacerlos retroceder. Exasperada, recosté la cabeza sobre el respaldo del sofá y cerré los ojos.

—¿No me viste temblar?

Abrí los ojos de repente cuando Kisten cambió de postura y me deslicé en el sofá hasta donde estaba él. Nuestros cabellos se mezclaron y, acariciándome la oreja con los labios, me dijo:

—No.

Sentía su respiración sobre mi hombro y no me moví para nada excepto para jugar con su lóbulo desgarrado entre mis dedos.

—Me gustan las mujeres que saben cuidarse solas —añadió—. Me pusiste muy cachondo.

No pude evitar sonreír, pero la sonrisa desapareció demasiado rápido.

—¿Kisten? —dije, sintiéndome de repente vulnerable a pesar de estar entre sus brazos—. De verdad, estoy asustada. Pero no por los hombres lobo.

Kisten dejó de acariciarme. Apartó el brazo con el que me estaba rodeando, se echó hacia atrás y me agarró la mano.

—¿Qué pasa? —dijo, mirándome con mucha preocupación.

Avergonzada, miré nuestros dedos entrelazados y vi las diferencias.

—Tuve que amenazarlos con enviarles a un demonio para mantenerlos a raya. —Levanté los ojos y vi las arrugas de preocupación en su frente—. Me siento como una practicante de magia demoníaca —concluí—. Soy una idiota por tirarme el farol del demonio. O una cobarde, quizá.

—Cariño… —dijo Kisten llevando mi cabeza hacia su pecho—. No eres ni una cobarde ni una practicante. Es un farol, y muy bueno, por cierto.

—Pero ¿y si no es un farol? —dije apoyada contra su camisa pensando en toda la gente a la que había criticado por utilizar magia negra. Su intención no era convertirse en la gente alocada y fanática que yo metía en el asiento trasero de un taxi y llevaba a rastras a la SI—. Hoy vino a hablar conmigo un tío —dije mientras jugaba con el botón superior de su camisa—. Me invitó a unirme a su culto demoníaco.

—Mmm. —Su voz retumbó en mi interior—. ¿Y qué le dijo mi estupenda cazarrecompensas?

—Que ya sabía por dónde se podía meter su club. —Kisten no dijo nada, y yo añadí—: ¿Y si no se tragan mi farol? Si le hacen daño a Ivy o a Jenks…

—Shhh —dijo para hacerme callar mientras me acariciaba el pelo con delicadeza—. Nadie va a hacerle daño a Ivy. Es una vampiresa Tamwood y sucesora de Piscary. Y ¿por qué iba nadie a hacerle daño a Jenks?

—Porque saben que me importa. —Levanté la cabeza para inspirar aire fresco—. Quizá lo haga —dije asustada—. Si alguien le hace daño a Jenks o a su familia, quizá invoque a Minias e intercambie mi marca.

—Minias —dijo Kisten sorprendido—. Pensé que en teoría tenías que mantener en secreto sus nombres.

En su voz había más que un ligero toque de celos y sentí que se me iba formando una sonrisa en la cara.

—Ese es su nombre informal. Tiene ojos de cabra rojos, un sombrero extraño de color morado y una novia loca.

—Mmm. —Kisten me acercó más a él y me rodeó con sus brazos—. Quizá debería llamar a ese tío. Llevarlo a jugar a los bolos para que podamos intercambiar impresiones sobre novias locas.

—Déjalo ya —dije regañándolo, pero había conseguido ponerme de buen humor—. Estás celoso.

—Sí, claro, estoy celoso. —Estuvo callado durante un momento y luego se inclinó hacia delante—. Quiero darte tu regalo antes de tiempo —dijo estirándose sobre el brazo del sofá para coger algo del suelo.

Me giré y apoyé la espalda en el brazo del sofá. Kisten colocó el paquete en mis manos y sonreí. Era evidente que no lo había envuelto él. El lazo que tenía alrededor tenía impreso el nombre La cripta de Valeria, un suministrador exclusivo de ropa en el que cuanta menos tela tuviese la prenda, más te desplumaban.

—¿Qué es? —pregunté mientras sacudía la caja tamaño camisa y algo hacía ruido.

—Ábrelo y mira —dijo mirándome a mí y luego la caja.

Había algo extraño en su comportamiento. Una mezcla entre ilusión y vergüenza. Como no soy de las que guarda el papel, lo rompí y tiré de él pasando una uña por debajo del único trozo de celo que mantenía cerrada la caja. Oí el frufrú del papel de seda y me animé al ver lo que había debajo.

—¡Jo, qué bonito! —dije mientras levantaba el
body
—. Justo a tiempo para las noches de verano.

—Es comestible —dijo Kisten con un brillo en los ojos.

—¡Madre mía! —exclamé levantándolo y preguntándome cómo podríamos explorar esta nueva posibilidad. Recordando el ruido seco que había oído, dejé el
body
a un lado—. ¿Qué más hay aquí? —pregunté mientras hurgaba en la caja. Mis dedos se toparon con una caja pequeña y suave y, al reconocer su forma, mi rostro perdió toda expresión. Era la caja de un anillo.
Oh, Dios mío
—. ¿Kisten? —dije en voz baja y con los ojos abiertos de par en par.

—Ábrela —me dijo, acercándose a mí.

Con manos temblorosas, le di la vuelta para encontrar la abertura. No sabía qué hacer. Amaba a Kist, pero no estaba preparada para comprometerme. Dios, ni siquiera estaba preparada para ser la novia de nadie. Cómo iba a estarlo con dos manadas de hombres lobo en busca del foco, demonios apareciéndose en cualquier momento y un señor de los vampiros que me quería matar. Por no hablar de una compañera de piso que quería ser algo más que eso y yo, que no sabía qué hacer con la situación. ¿Cómo iba a embarcarme en una relación permanente cuando no podía dejar que me mordiese?

—Pero, Kisten… —tartamudeé con el pulso a mil.

—Tú solo ábrela —dijo con impaciencia.

Contuve el aliento y la abrí. Me quedé perpleja. No era un anillo. Eran un par de…

—¿Fundas? —pregunté. Sentí un gran alivio. Lo miré y noté su nerviosismo. No eran sus fundas. No, estas eran afiladas y puntiagudas. ¿
Y eran para mí
?

—Si no te gustan las devolveré —dijo. Su habitual confianza en sí mismo había desaparecido—. Pensé que podría ser divertido usarlas de vez en cuando. Si tú quieres…

Cerré los ojos. No era un anillo. Era un juguete. Debería haberlo supuesto después de lo del
body
comestible.

—¿Me has comprado unas fundas?

—Bueno, sí. ¿Qué pensabas que era?

Iba a decírselo, pero entonces cerré el pico. Colorada, dejé la caja a un lado y miré las fundas en su cojincito de terciopelo. De acuerdo, no era un anillo, pero ¿qué quería decir esto?

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