Por unos demonios más (34 page)

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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

BOOK: Por unos demonios más
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—Agua, por favor —dijo, sin darse cuenta de que lo estaba mirando. Haber provocado las muertes de esas mujeres lo debía de estar destrozando, aunque no lo hubiese hecho directamente.

—¿Té helado? —dije yo, acalorada con aquella ropa de cuero, pero luego me arrepentí de inmediato. Iba a reunirme con dos de las personalidades más poderosas de Cincy, e ¿iba a estar bebiendo té helado cuando llegase ese momento? ¡Dios! No me extrañaba que nadie me tomase en serio.

Quise cambiarla por una copa de vino, una cerveza, algo… pero Steve ya se había ido. El sonido de las alas de un pixie me hizo levantar la mano y Jenks aterrizó sobre ella. Le brillaban las alas por el esfuerzo que había hecho.

—El bar está bien —dijo apartándose el flequillo—. Solo los amuletos habituales. Voy a escuchar lo que dice el señor Ray si te parece bien.

Yo asentí.

—Gracias Jenks. Eso sería fantástico.

Y Jenks se tocó la gorra roja que llevaba a modo de saludo.

—Hecho. Volveré cuando me necesites.

Al tomar vuelo provocó una pequeña corriente de aire fresco con las alas y luego se marchó.

Steve venía hacia nosotros desde el otro extremo de la barra con las dos bebidas en sus grandes manos. Nos las puso delante y luego se metió en la cocina. Las puertas dobles se balancearon en silencio y acabaron cerrándose.

David agarró su vaso de agua con una mano. Se encorvó sobre la barra con aire pensativo, pero no bebió. Oímos el murmullo de una conversación en la cocina y miré hacia la sala fría y oscura fijándome en los cambios que se habían producido desde que Kisten gestionaba el bar de primera mano.

En la parte de abajo ahora había un montón de mesas más pequeñas en las que los clientes habituales podían tomar un bocado rápido en lugar de una comida. Bueno… no pretendía hacer una broma con lo de «bocado». Poco después de que Piscary entrase en la cárcel la comida había pasado de la cocina de
gourmet
por la que era conocido Pizza Piscary's a comida de bar, pero seguían sirviendo pizza.

Había una mesa redonda grande situada entre el pie de la gran escalera y la cocina. Allí era donde Kisten se pasaba la mayor parte de las noches cuando estaba trabajando, un lugar desde el que podía verlo todo disimuladamente. La parte de arriba ahora era una pista de baile, con una cabina de pinchadiscos y focos. Yo nunca subía allí en horas punta; las feromonas de varios cientos de vampiros me impactarían tanto y me darían tanto placer y tan rápido como si me bebiese de una vez seis cervezas.

Contra todas las apuestas, Kisten había convertido el hecho de perder la LPM en una ventaja; Piscary's era el único lugar de buena reputación de Cincy en el que un vampiro se podía relajar sin tener que cumplir las expectativas de otras personas sobre el comportamiento reservado y las normas vampíricas. Ni siquiera estaban permitidas las sombras. Yo era la única no vampira a la que se le permitía la entrada (porque había vencido a Piscary y le había dejado vivir al muy cabrón) y me honraba que me dejasen verlos tal y como querían ser. Los vivos se divertían con una despreocupación que daba miedo, intentando olvidar que estaban destinados a perder sus almas; y los no muertos intentaban recordar qué se sentía al tener alma, y casi parecían conseguirlo mientras estaban rodeados de tal flujo de energía. Cualquiera que entrase buscando un apaño rápido de sangre era invitado a marcharse. La sangre no tenía lugar en la fantasía que perseguían.

Miré las fotografías que cubrían las paredes hasta el techo y me quedé perpleja cuando encontré la fotografía borrosa en la que aparecíamos yo, Nick e Ivy en la moto de ella. No se veía muy bien, pero todavía se distinguían una rata y un visón sobre el depósito de gasolina. Sentí mucho calor, así que levanté mi té helado para espolvorear un poco de sal en la servilleta.

—¿Eso es un hechizo? —preguntó David mirando hacia la puerta de la cocina al oír a alguien reírse.

Yo dije que no con la cabeza.

—Es para que el papel no se pegue al fondo del vaso y me haga parecer más gilipollas de lo que ya parezco ahora.

El hombre lobo levantó la cabeza y abandonó su postura melancólica.

—Rachel, vas vestida de cuero y estás en un bar de vampiros. Podrías tener un granizado rosa en la mano con una sombrilla y aun así impresionarías a la mayoría de la gente.

Solté un suspiro largo y lento.

—Sí, pero los alfas no son la mayoría de la gente.

—Estarás genial. Eres la hembra de mi manada, ¿recuerdas? —Entonces miró a mi espalda.

—Buenas tardes, Kisten —dijo, y yo me giré sonriendo cuando reconocí el aroma a incienso y cuero.

—Muchas gracias, señor Peabody —dijo el vampiro agriamente, ya que le había fastidiado la idea de pegarme un susto.

—Hola Kist —dije rodeándole la cintura con una mano y acercándolo a mí. Llevaba unos pantalones oscuros y una camisa roja de seda, su ropa habitual—. Gracias por prestarme tu club —añadí tirando de él de manera sugerente. Maldita sea, me hubiera venido bien haber pasado algo de tiempo con él ese viernes. El recuerdo del beso de Ivy me vino a la cabeza y luego desapareció.

Sus ojos se dilataron y mi pulso se aceleró a pesar de mis esfuerzos. Una sonrisa invadió su rostro y su mirada se hizo más decidida.

—Te puedo prestar la sala de atrás cuando quieras —dijo mientras buscaba con su mano mi cintura con un gesto familiar y reconfortante antes de darme un beso de bienvenida.

Iba directo a mis labios pero, al recordar la presencia de David, me giré y me besó en la comisura de los labios. El leve gruñido que dejó escapar para mostrar su desagrado envió una descarga de deseo que me cogió desprevenida. No estaba realmente molesto, más bien se estaba divirtiendo y me preguntaba si hacerse de rogar para conseguir una noche juntos sería extremadamente divertido. O mortal.

—Yo… siento haber pospuesto nuestra cita —dije mientras se inclinaba hacia atrás, nerviosa al ver que mantenía aquella postura durante demasiado tiempo—. Avísame cuando tengas otra noche libre y cambiaré la reserva.

David miró a Kisten de arriba a abajo, luego agarró su bebida y deambuló por el bar mirando las fotografías. Kisten miró al techo con sus ojos azules, se pasó una mano por el pelo y se lo dejó despeinado con un aire atractivo.

—Caramba —dijo con tono burlón apoyándose en la barra y transmitiendo una imagen de seducción y control—. Mi bruja tiene suficiente influencia para conseguir una reserva en la torre Carew cuando quiera. —Se llevó la mano al pecho—. Has herido mi orgullo masculino. Yo tuve que hacer la mía hace tres meses.

—Yo no —dije dándole un empujón en el hombro—. La va a hacer Trent. Era parte del trato para que trabajase en su boda.

—No importa —dijo—. El caso es que ya está hecho, y fue hecho… para ti.

Sin saber qué decir, me bebí el té. El hielo a medio derretir se movió y casi me lo trago.

—Lo siento mucho —repetí mientras agitaba el vaso para mover el hielo—. No quería aceptar, pero me ofreció mucho dinero para mí y para consagrar la iglesia —terminé agriamente. Mi mirada se volvió distante mientras me preguntaba si debería contarle lo de nuestro encuentro esa mañana, y luego decidí no hacerlo. Quizá más tarde, cuando tuviésemos más tiempo.

Kisten se inclinó para alcanzar el otro lado de la barra y, cuando se dio cuenta de que lo estaba mirando fijamente, volví a mirar mi bebida y dejé de mirar su culito prieto. Joder, el tío sabía cómo vestirse para llamar la atención.

—Olvídalo —dijo mientras se sentaba en el taburete que estaba a mi lado con un bol de almendras en la mano—. Algún día seré yo el que tenga que anular una cita contigo por negocios y entonces —dijo mientras se metía una almendra en la boca y la masticaba— vas a tener que tomártelo bien y no ser una novia espástica.

—¿Una novia espástica? —dijo malhumorada al darme cuenta de que el hecho de que hubiese aceptado aquello tan rápido se debía a su instinto de autoconservación, no porque lo comprendiese. Un poco cabreada, giré mi taburete sin soltar el vaso frío.

Kisten dio un pequeño brinco, como si acabase de decidir algo, y me puso una mano en la rodilla para que dejase de moverme.

—¿Quieres venir a cenar esta noche? —dijo. Al acercarse a mí, su pelo rozó el mío—. Yo tengo que trabajar, pero Steve puede ocuparse de todo y podemos comer en mi barco. Nadie nos molestará por nada a menos que tenga que ver con la sangre.

Nuestros hombros se tocaron cuando me senté mirando a la barra. Me había rodeado la espalda con su brazo y jugaba con el pelo que estaba sobre mi oreja izquierda. Se me disparó el pulso y me estaba costando recordar por qué estaba enfadada. Fue bajando la mano y su respiración iba y venía sobre mi cuello. La cicatriz que estaba allí ya no se veía, estaba perdida bajo mi piel perfecta, pero la saliva de vampiro que el demonio había bombeado dentro seguía allí.

—Tengo algo que me muero por darte por tu cumpleaños —dijo con una voz suave pero llena de determinación—. Si no te voy a ver el viernes quiero dártelo… ya.

Aquella última palabra fue casi una petición y sentí un escalofrío al notar que me ponía tensa. Me puse recta, me humedecí los labios y me giré para pegar mi cabeza a la suya. No pude evitar recordar el beso de Ivy, pero lo aparté de mi mente.

—Qué gustito —susurré.

—Mmm.

El tacto de Kisten en mi cuello pasó a parecerse más aun masaje que prometía más que una cena. Mi respiración se aceleró e inhalé su olor a propósito. No me importaba que estuviese expulsando feromonas para volverme vulnerable. Me gustaba demasiado y confiaba en que no me rasgaría la piel y que sustituiría con sexo su sed de sangre.

Yo jugaba con el pelo que tenía por encima del cuello. Relajé los hombros y sentí que se me formaba un nudo en el estómago al pensar en lo que vendría después. Mis cicatrices no reclamadas me daban tanto placer como dolor y me hacían vulnerable a cualquier vampiro que supiese cómo estimularlas, pero cuando estaban en manos de un experto se convertían en un juego de alcoba increíblemente bueno, y Kisten lo sabía.

Totalmente perdida, levanté la pierna izquierda y la puse sobre la suya para acercarlo hacia mí, pero me detuve al recordar dónde estaba. Reuní fuerzas y lo aparté de mí mientras él soltaba una risita y me miraba con deseo.

—Maldita sea, mira lo que me has hecho —dije. Tenía la cara ardiendo y la mano sobre el cuello, cubriéndolo—. ¿No tienes que doblar servilletas o algo así?

Él sonrió con arrogancia mientras se inclinaba hacia atrás y se comía otra almendra. Me puse aún más nerviosa cuando miró a David con una mirada encolerizada y de hombre satisfecho. Me había puesto cachonda y me había cabreado. No era difícil cuando sabías qué botones pulsar, y mi mordedura de demonio era un gran botón, fácil de pulsar y difícil de ignorar. Además, lo amaba.

—¿Te veo esta noche? —se atrevió a preguntar.

—Sí —le espeté. Ya lo estaba deseando a pesar de la vergüenza que estaba pasando por el hecho de que David hubiese presenciado toda aquella escena. De acuerdo, era una bruja con un novio vampiro. ¿Qué pensaba que hacíamos en nuestras citas? ¿Jugar al parchís?

El zumbido de las alas de Jenks captó mi atención y el pixie aterrizó suavemente sobre la carta de postres.

—¿Qué pasa, Rache? —preguntó. Su rostro angular mostraba preocupación—. Estás toda colorada.

—Nada. —Le di un sorbo a mi té y el hielo volvió a deslizarse por el vaso y me golpeó la nariz—. ¿Quieres agua con azúcar o mantequilla de cacahuete? —pregunté mientras dejaba el vaso en la barra.

Kisten se alejó de mí sutilmente con su taburete. Las alas de Jenks avivaron su zumbido.

—¿Estás segura de que estás bien? No te encuentras mal, ¿verdad? Desprendes calor como si tuvieses fiebre. Déjame tocarte la frente —dijo echándose a volar.

—Estoy bien —dije espantándolo con la mano—. Es todo este cuero. ¿Qué está haciendo el señor Ray?

Jenks vio a Kisten reírse mientras se comía las almendras y luego mi mano cubriéndome la cicatriz. El pixie miró luego a David, que nos había dado la espalda.

—¡Ah! —dijo Jenks riéndose—. ¿Kisten te ha puesto nerviosilla? ¿Acaso le has contado que Ivy te besó y quiso ponerte a prueba?

—¡Jenks! —grité, y Kisten se sobresaltó y se quedó pálido. Desde el otro extremo del bar, David gruñó y se giró para mirarme con ojos inquisidores.

—¿Ivy te ha besado? —preguntó Kisten.
Tierra, trágame
.

—Mira, no fue para tanto —dije mirando con odio a Jenks, que ahora me miraba como preguntándose por qué me había enfadado—. Estaba intentando demostrarme que no podía controlarla cuando la invade la sed de sangre y las cosas se nos fueron de las manos. ¿Podemos hablar de otra cosa? —Jenks estaba desprendiendo polvo y formó un rayo de sol sobre la barra—. Jenks, ¿qué está haciendo el señor Ray? —dije lanzándole una almendra.
Maldita sea, no tengo tiempo para ocuparme de esto ahora
.

Jenks se quedó donde estaba, como si estuviese colgado en el aire, y la almendra le pasó por encima de la cabeza para acabar cayendo detrás de la barra.

—Soltar pestes —dijo riéndose entre dientes—. Lleva esperando veinte minutos. Y no dejes que te engañe, Kisten. Lleva toda la tarde pensando en ese beso.

Intenté agarrarlo, pero fallé cuando salió volando hacia atrás.

—Me sorprendió, eso es todo. —Miré a hurtadillas a Kisten mientras él intentaba ocultar su preocupación. Detrás de él, David frunció el ceño y se dio la vuelta.

Al recordar dónde estaba, cogía Kisten por la muñeca y la giré para poder ver la hora.

—Quiero entrar con la señora Sarong, ya que ninguno de ellos sabe que el otro va a estar aquí. Ya debería haber llegado.

Desde el otro extremo del bar, David se giró hacia la puerta y se estiró el abrigo. Kisten también se puso de pie.

—Hablando del rey de Roma —dijo—. Por el sonido, yo diría que al menos son tres coches.

David caminaba despacio, pero sus pasos parecían engullir la distancia como por arte de magia mientras volvía hacia donde estábamos. Sentí angustia. Mierda, había hecho magia en el campo de béisbol de la señora Sarong para convencerla de que me pagase cuando había robado el pez del señor Ray pensando que era de ella. Sí, ella había solicitado esta reunión y, aunque parecía probable que quisiera hablar conmigo sobre el asesinato de su ayudante, la posibilidad de que siguiese enfadada por lo de aquel pez me ponía nerviosa.

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