—Solo quería saludarlo —dije, heñida.
—No huele tanto a brujo como tú —dijo Jenks con aire de suficiencia—. Pero antes de que empieces a darle vueltas a tu cabeza, si trabaja en Arcano lo han entrenado a la manera clásica y te aplastaría. ¿Te acuerdas de Lee?
Mi respiración iba y venía y sentí una punzada de preocupación por lo del viernes. Había dedicado mi vida a la magia terrenal y, aunque era igual de fuerte que la de líneas luminosas, era más lenta. Las líneas luminosas eran vistosas e impresionantes, se invocaban rápido y tenían una aplicación más amplia. La magia demoníaca mezclaba ambas para crear algo muy rápido, muy poderoso e infinito. Solo había un puñado de personas que sabían que yo podía invocar magia demoníaca, pero la mácula de mi aura era fácil de ver. Quizá eso, junto con mi reputación, cada vez más extendida, de que trataba con demonios, lo ponía nervioso.
Aquel malentendido no se podía quedar así. Dejé a Jenks mascullando predicciones catastróficas y me acerqué furtivamente a Tom.
—Mira, quizá hayamos empezado con mal pie —dije con los murmullos de la conversación de la AFI de telón de fondo—. ¿Necesitas que te acerquen a algún sitio cuando termine esto?
—No.
Aquel «no» fue directo y hostil, y los tíos de la AFI que estaban inclinados sobre el cuerpo levantaron la mirada con los ojos como platos.
Tom se giró y se marchó. Con el pulso aceleradísimo, caminé tras él.
—¡No trato con demonios! —dije en voz alta, sin importarme qué pensasen los de la AFI.
El joven cogió un abrigo largo que colgaba de una lápida y se lo echó al brazo.
—¿Y cómo conseguiste que testificase aquel demonio? ¿De qué es esa marca que tienes en la muñeca?
Tomé aire y luego lo expulsé. ¿Qué podía decir?
Se marchó con aire de suficiencia y me dejó rodeada de personal de la AFI que intentaba no mirarme a los ojos.
Maldita sea
, pensé apretando los dientes y con el estómago revuelto. Estaba acostumbrada a temer y a desconfiar de los humanos, pero ¿de los de mi propia clase? Amargada, me ajusté el bolso y vi que Tom estaba hablando por un móvil. Ya lo acercaría alguien. ¿Por qué me habría preocupado?
Jenks carraspeó y me metió un susto. Me había olvidado de que había estado sentado en mi hombro todo el rato.
—No te preocupes, Rache —dijo en voz muy bajita—. Solo está asustado.
—Gracias —dije. Aunque apreciaba aquello en cierto modo, no me hacía sentir mucho mejor. Tom no me había parecido asustado, sino más bien hostil.
Al otro lado del camino, Glenn terminaba de darle instrucciones a un joven agente. Le dio una palmadita en el hombro y vino hacia mí. Sus ojos ya habían recuperado el brillo y su actitud mostraba una emoción contenida.
—¿Lista para echar un vistazo? —dijo frotándose sus enormes manos.
Miré al hombre lobo muerto y arrugué la nariz.
—¿Y las fundas para los pies? —dije secamente al recordar la última vez que estuve en uno de sus fantásticos escenarios del crimen.
—Ya han contaminado la escena —dijo, evidenciando su malestar con respecto a las técnicas de la SI—. A menos que te tires encima del cadáver, no podrías empeorar las cosas.
—Vaya, gracias —dije, y di un respingo cuando me puso la mano en el hombro amigablemente. Le sonreí para demostrarle que no es que no apreciase el gesto, sino que me había sorprendido, y él entornó los ojos.
—No dejes que eso te afecte —dijo suavemente el detective de la AFI mientras sus expresivos ojos oscuros se dirigían a la silueta distante del brujo entre las lápidas—. Sabemos que eres una buena mujer.
—Gracias —dije, exhalando para liberar tensión. ¿
Y a mí qué me importa lo que piense un brujo
?
Aunque sea tan mono
…
Jenks se rio por lo bajo junto a mi oreja.
—Oh, qué monos sois. Voy a vomitar.
Me atusé el pelo para hacer que Jenks se marchase y volví a concentrarme en lo que tenía a mis pies. Los hombres que estaban junto al cuerpo habían terminado el examen preliminar y se marcharon discutiendo en alto cuánto tiempo llevaría allí el cadáver. No podía ser mucho más que desde esa mañana: no olía mal y no había daños en los tejidos causados por la descomposición ni las moscas. Y ayer había hecho calor.
Me acordé del cuerpo destripado de un reno que me había encontrado en el bosque la primavera pasada y, tras calmarme, me agaché junto a Glenn. Me alegré de que mi nariz no fuese tan sensible como la de Jenks. El pixie teñía muy mala cara. Tras dejarle revolotear durante un momento, me aparté el pelo a modo de invitación y él aterrizó de inmediato en mi hombro. Me agarró la oreja con sus manos calientes y tomó aire con dramatismo varias veces mientras se quejaba de la base de alcohol que tenía mi perfume para mantener el olor a naranja. Glenn nos miró como preguntándose de qué íbamos. Entonces volví a mirar hacia abajo.
El ayudante personal de la señora Sarong era un lobo muy poderoso y pensar que la persona cubierta de pelo que tenía ante mí se había suicidado era ridículo. Tenía el pelo negro y sedoso que tenían casi todos los hombres lobo y los labios recogidos para mostrar unos dientes más blancos que los de un perro de competición, aunque ahora estaban manchados con su propia sangre. El hecho de que sus intestinos se hubiesen salido en otra parte era una prueba para mí de que habían puesto el cuerpo allí. Al recordar las palabras de Denon tuve una sensación desagradable. La SI estaba encubriendo algo y si yo ayudaba a la AFI se descubriría. A algunas personas no les iba a gustar nada.
Quizá debería retirarme
.
—No murió aquí —dije en voz baja mientras me apostaba mejor sobre el suelo en el que estaba agachada.
—Estoy de acuerdo. —Glenn se retorció, incómodo—. Lo identificaron por un tatuaje que tenía en la oreja y solo hace unas doce horas que está desaparecido. La primera víctima llevaba desaparecida el doble de tiempo.
Maldita sea
, pensé, y sentí un escalofrío. Alguien se estaba poniendo muy serio.
Glenn agarró una pata delantera y frotó el pelaje con un pulgar.
—Lo han lavado.
Jenks descendió un poco en el aire. Sus pies estaban justo encima de las uñas romas del lobo, que eran casi tan grandes como él.
—Huele a alcohol —dijo con las manos en las caderas mientras se elevaba despacio—. Apostaría mi jardín trasero a que le pusieron esparadrapo, como a aquella secretaria.
Glenn y yo nos miramos y él dejó en el suelo la pata del lobo. Si no encontrábamos la cinta, esas especulaciones no serían más que eso, especulaciones. Por la sangre de sus dientes parecía probable que la herida de la pierna por la que se había desangrado fuese autoinfligida, pero ahora me preguntaba si ese «parecía» era la palabra clave. Había sido hecha con más precisión que en el caso de la secretaria de la señora Sarong, como si alguien estuviese mejorando con la experiencia. Tenía los cuartos traseros manchados de sangre y el suelo estaba empapado. Probablemente era sangre de hombre lobo, pero dudaba que la sangre que había en su pelo y en el suelo fuese de la misma persona.
—Jenks, ¿hay alguna marca de aguja? —pregunté, y sus alas cobraron vida. Voló por encima de la pierna destrozada durante un momento y luego se posó en la mano que le ofreció Glenn.
—No sabría decirte. Hay demasiado pelo. Puedo ir con vosotros a la morgue si queréis —le dijo a Glenn, a lo cual él respondió con un ruido de afirmación.
De acuerdo, es solo cuestión de tiempo que relacionemos ambos crímenes
.
—¿Crees que vale la pena pasarle el hilo dental? —pregunté al recordar el esparadrapo encontrado en los dientes de la mujer.
Ahora fue Glenn el que sacudió la cabeza.
—No, supongo que limpiaron el cuerpo antes de dejarlo aquí. —Soltó un suspiro fuerte y se puso de pie. Jenks alzó el vuelo y se posó sobre la lápida que había detrás del hombre lobo. Intenté memorizar el nombre que había escrito en ella mientras me preguntaba si sería importante. Mierda, yo no era detective. ¿Cómo iba a saber lo que era importante o no?
»No será difícil demostrar que lo han movido —dijo Glenn desde arriba—. El problema es relacionar esto con la secretaria del señor Ray. Quizá cuando le demos la vuelta podamos ver si tiene marcas de presión o de agujas.
Yo también me levanté y me di cuenta de que quienquiera que hubiese dejado el cuerpo allí se había tomado la molestia de presionar las patas del hombre lobo contra la hierba para ensuciarlas pero, evidentemente, era suciedad superficial. Tenía las uñas tan limpias como si hubiese estado trabajando en un despacho durante las últimas doce horas. O atado a una camilla.
—Por lo menos podrás obtener una necropsia decente —le dije—. Han movido el cuerpo. La SI tiene que admitir que puede ser que lo hayan asesinado. Encontrarás alguna relación con la secretaria del señor Ray.
—Y puede que eso le dé a la SI el tiempo necesario para fabricar las pruebas que quieran —dijo Glenn con amargura mientras se sacaba un paquete de pañuelos de papel de un bolsillo delantero y me daba uno.
Yo no había tocado el cuerpo, pero lo cogí, ya que era evidente que Glenn creía que debía hacerlo.
—Tendrá marcas de agujas. Alguien lo ha matado. A ver, ¿cómo te puedes hacer tanto daño como para matarte teniendo las patas limpias y oliendo a alcohol?
—Tengo que demostrarlo, Rachel —dijo Glenn si apartar la mirada del hombre lobo.
Yo me encogí de hombros. Deseaba irme a casa y ducharme antes de mi reunión con el señor Ray. A la mierda con demostrarlo. Ese no era mi trabajo. A mí señálame a alguien a quien detener y allí estaré.
—Si conseguimos averiguar quién lo está haciendo, podríamos hacernos una mejor idea sobre cómo encontrar pruebas —dije sin mirarle a los ojos. Tenía la desagradable sensación de que el motivo por el que habían sido asesinados estaba relacionado con lo que yo tenía en la nevera, y en cuanto quién podría haberlo hecho, la lista se reducía a un selecto grupo de ciudadanos de Cincy: Piscary, Trent, el señor Ray, y la señora Sarong. Creo que podía eliminar a Newt de la lista. No se molestaría en encubrir nada.
—¿Me necesitas para algo más? —dije devolviéndole el pañuelo usado.
Los ojos de Glenn habían perdido su chispa y volvían a parecer cansados.
—No, gracias.
—Entonces ¿por qué me has hecho venir hasta aquí? —dije reprendiéndolo—. Si no he hecho nada.
Su cuello oscuro se enrojeció y yo lo seguí hasta el coche de la AFI. Tras nosotros dejamos la cháchara de los chicos de la ambulancia mientras se disponían a trasladar el cuerpo a la morgue municipal.
—Quería ver la reacción de Denon al verte —murmuró.
—¿Me has traído aquí porque querías ver la reacción de Denon? —exclamé, y varias cabezas se giraron. Los oficiales de la AFI se reían como si aquello fuese un chiste… y yo el objeto del mismo. Glenn inclinó la cabeza y me agarró el brazo. Aquello le divertía.
—Dame un poco de cancha, Rachel —dijo—. Ya lo viste en la morgue. No quería que estuvieses allí y tenía miedo de que vieses algo que nosotros, los pobres humanos, pasaríamos por alto. Eso apunta a obstrucción a la justicia. Alguien está buscando esa estatua que tienes y tienes mucha suerte de que no piensen en ti. ¿Sigue en correos?
Yo asentí porque pensé que hacer lo contrario sería un error. Glenn me apretó el brazo mientras caminábamos.
—Podría obligarte a entregármelo —dijo.
Molesta, tiré del brazo para que me soltase y me detuve.
—He traído ese bote de salsa que querías —dije, lo suficientemente alto para que los oficiales de la AFI que andaban por allí me escuchasen, y el pobre puso de todos los colores. No fue por la amenaza de quedármelo, sino por hacer público que le gustaban los tomates. Sí, era algo así de malo.
—Eso es un golpe bajo —dijo Glenn volviendo a mirarme.
—Entonces búscate a otra persona para que te haga de camello de kétchup —dije, y la culpa me hizo sonrojarme.
Jenks descendió desde los árboles, asustando al oficial de la AFI.
—Rache —dijo el pixie sin demostrar qué pensaba de mi chantaje—, te llevaré a casa y luego iré a la morgue. Quiero ver si el cuerpo tiene marcas de agujas. Puedo volver antes de que vayas a hablar con el señor Ray.
Puede que tenga que estar en la iglesia sola con Ivy
, fue lo primero que pensé.
—Suena bien —dije yo. Me sentía mal, así que le susurré a Glenn—: Lo de la salsa iba en serio. ¿Quieres que te la dé ahora?
Él apretó los dientes, claramente enfadado, y Jenks se rio.
—Abandona, listilla —dijo Jenks con tono persuasivo—. No tienes derecho a tener el foco y lo sabes.
—Es de jalapeños —dije para convencerlo—. Se te saldrán los ojos de las órbitas.
Glenn titubeó y, cuando Jenks asintió para animarlo, se lamió los labios.
—¿Jalapeños? —murmuró, perdiendo el enfoque.
—Casi cuatro litros —dije, emocionada con el pacto—. ¿Has encontrado alguna brida?
De repente Glenn volvió a la realidad.
—Estoy en ello, pero me va a llevar algún tiempo. ¿Quieres un par de esposas mientras tanto?
—Claro —dije, aunque eso no detendría a una bruja de líneas luminosas—. Perdí las que me diste en siempre jamás. —Había perdido mis viejas esposas con sus hechizos y todo. Quizá podría lanzarles los hechizos adecuados a los colgantes decorativos que Kisten me había regalado con la pulsera. Tendría que preguntar de qué tipo de metal eran.
Glenn parecía sentirse culpable mientras examinaba a la gente que había detrás de mí recogiendo datos.
—Necesito unos días —dijo apenas sin mover los labios mientras me daba sus esposas—. ¿Puedes esperar?
Yo asentí mientras deslizaba el suave metal en mi bolso y luego miré a Jenks.
—¿Listo?
El pixie alzó el vuelo.
—Te veré en el coche.
Sus alas se desdibujaron y desapareció cruzando el cementerio a la altura de nuestras cabezas, esquivando lápidas como un colibrí en una misión.
Glenn tenía los labios fruncidos y, al ver que se avecinaba una discusión, dije con dulzura:
—Jenks va de avanzadilla —dije echándome el pelo detrás del hombro—. Lo tenemos controlado. —
Tengo que ir a esa clase. Esto ya viene de demasiado atrás
.
—¿Rachel?
Estaba a punto de marcharme, pero me detuve, me giré y lo miré con las cejas arqueadas.
—Ten cuidado —dijo levantando una mano en el aire a modo de rendición—. Llámame si necesitas que te paguen la fianza.