—No quiero hacerte daño —dije, consciente de que mi magia era como un bate de béisbol. Yo no era nada sutil. Le dolería y le dolería mucho—. Suéltame —le pedí mientras me retorcía. Ella me agarró más fuerte y sentí un remolino de calor en el centro de mi cuerpo a medida que dejaba de moverme y nuestros cuerpos entraban en contacto. Esto había empezado como una lección para que la dejase en paz, pero ahora…
Oh, Dios. ¿Y si me volvía a morder ahora mismo
?
—Tú eres el obstáculo para que encontremos un equilibrio de sangre —dijo ella—. El amor es dolor, Rachel. Entiéndelo. Supéralo.
No era así. Al menos no tenía por qué serlo. Volví a retorcerme.
—¡Ay, ay! —dije, arrastrando los pies. Estaba empezando a sudar. Me envolvió su aroma relajante y atrayente y me trajo a la memoria el recuerdo de sus dientes clavándose en mí. Cerré los ojos cuando una oleada de adrenalina se apoderó de mí y me aceleró la sangre. Entonces me di cuenta de que nos habíamos metido en un lío. No quería que me soltase—. ¿Ivy?
—Maldita sea —murmuró con una voz acalorada.
Éramos unas tontas. Yo solo quería hablar y ella solo quería demostrarme lo peligroso que podía ser establecer un equilibrio de sangre. Y ahora ya era demasiado tarde para pensar.
Me agarró más fuerte y yo me relajé entre sus brazos.
—Dios, hueles tan bien… —dijo, y mi sangre empezó a vibrar—. No debería haberte tocado…
Todo aquello me parecía irreal. Intenté moverme y noté que me estaba permitiendo girarme hacia ella. Se me puso el corazón en un puño y tragué saliva mientras miraba su rostro perfecto, enrojecido por el peligro que acechaba sobre nosotras. Sus ojos eran negros como la noche cerrada y me veía reflejada en ellos: tenía los labios separados y los ojos ansiosos. La sed de sangre que brillaba en sus ojos aportaba un toque de color a la oscuridad que nos rodeaba. Y debajo de todo eso, en lo más hondo, estaba su frágil vulnerabilidad.
—No puedo hacerte daño —dije yo, susurrando por el miedo.
Mi cuello palpitaba al recordar sus labios sobre mí, la gloriosa sensación de ella succionando, extrayendo lo que necesitaba para llenar el abismo de dolor de su alma. Ella tenía los ojos cerrados y respiraba profundamente. Sentí como mi cuerpo se relajaba contra el suyo y su frente caía sobre mi hombro.
—No voy a morderte —dijo, con sus dientes a pocos centímetros de mí, y entonces sentí una imperiosa necesidad—. No voy a morderte.
Mi alma pareció oscurecerse al oír sus palabras. Acababa de responder mi pregunta de qué iba a hacer. Se iba a marchar. Iba a dejarlo, retirarse y marcharse. Me invadió un sentimiento de pérdida que me dejó sin respiración.
—Pero quiero hacerlo —dijo, y el deseo que transmitía su susurro me aceleró la sangre.
Jadeé cuando aquella sensación inesperada se afincó en mi interior y me encendió, con el doble de fuerza ahora, ya que ya había desistido. Después sentí miedo e Ivy me agarró con fuerza. Me quedé inmóvil cuando inclinó la cabeza y sus labios frotaron tímidamente mi cicatriz.
—Muérdeme o suéltame —dije jadeando, mareada de necesidad. ¿
Cómo ha ocurrido esto
? ¿
Cómo ha ocurrido tan rápido
?
—Cierra los ojos —dijo. Su voz triste contenía la emoción que estaba intentando controlar.
Se me aceleró el pulso y me temblaban los párpados. Sentí como se echaba hacia atrás. En mi imaginación podía ver sus ojos negros, el calor que albergaban, su regocijo en la autonegación y luego sentía una salvaje satisfacción cuando el deseo se le hacía demasiado intenso para contenerlo, con un gran sentimiento de culpa.
—No te muevas —dijo, y yo temblé al sentir su aliento en mi mejilla. Iba a morderme.
Dios mío, esta vez lo haré mejor. No le dejaré perder el control
. Podía hacerlo.
—Prométeme —dijo pasándome un dedo por el cuello. Yo contuve el aliento— que esto no va a cambiar nada. Que sabes que es una prueba para que sepas lo que es y que yo no haré nada para incitarte. No lo volveré a hacer nunca más hasta que tú vengas a mí. Si es que lo haces. Y no vengas a mí a menos que lo quieras todo, Rachel. No puedo hacerlo de otra forma.
Una prueba. Yo ya había probado esto, pero asentí con los ojos cerrados. Mi respiración se convirtió en jadeo y la contuve, esperando. Me moría por sentir sus dientes en mi carne.
—Lo prometo.
—No abras los ojos —dijo ella respirando y contuve un gemido cuando, al tocarme la cicatriz, me recorrió una sensación hasta la ingle. Jadeé cuando sentí la pared contra mi espalda y sus brazos agarrándome con más fuerza. Se me aceleraba el corazón y la expectación se hacía más profunda e intensa.
La suavidad de sus pequeños labios sobre los míos pasó casi inadvertida hasta que su mano derecha abandonó mi cicatriz y reptó hasta mi nuca para mantenerme inmóvil. Me quedé de piedra. ¿
Me está besando
?
Mi primera reacción fue separarme, pero luego cedí. Todo era muy confuso, ya que mi cuerpo seguía vibrando con la oleada de endorfinas que me había provocado al tocarme la cicatriz. Una prueba, había dicho, y la adrenalina se aceleró. Al sentir que no respondía con violencia, movió la mano para tocarme de nuevo la cicatriz dejando sus labios a milímetros de los míos.
Se me escapó un gemido. Me había aflojado lo suficiente como para estar segura de que sabía lo que estaba haciendo, y ahora iba a dejarme tenerlo todo.
—Oh, Dios, Ivy —suspiré. El conflicto entre la razón y los sentimientos me hizo sentirme indefensa. Ella me apretó contra la pared con sus labios posados en los míos de nuevo, esta vez con más seguridad y más agresividad.
Al sentir su lengua solté un jadeo y me quedé quieta, sin saber qué hacer. Era demasiado. No podía pensar. Dejó de tocarme y, con una brusquedad que me extrañó, se apartó de mí.
Resollando, me apoyé contra la pared con los ojos abiertos y tocándome el pulso acelerado de mi cuello. Ivy estaba aun metro de mí, con los ojos totalmente negros. Su cuerpo mostraba claramente el dolor que le produjo el esfuerzo que había hecho para soltarme.
—Todo o nada, Rachel —dijo caminando hacia atrás con paso vacilante. Parecía asustada—. No seré yo quien se marche y no te volveré a besar nunca más a menos que seas tú la que tome la iniciativa. Pero si intentas manipularme para que te muerda otra vez, asumiré que has aceptado mi oferta y te buscaré. —Me miró con ojos de miedo—. Con todo mi ser.
El pulso se me disparó y me temblaban las rodillas. Esto iba a hacer que las mañanas que pasábamos solas fuesen un poco más incómodas… o muchísimo más interesantes.
—Prometiste que no te marcharías —dijo, ahora con una voz vulnerable. Y luego desapareció con paso firme mientras cogía su bolso y se dirigía a la iglesia dejándome completamente confusa.
Dejé caer la mano y me abracé a mí misma como si estuviese evitando venirme abajo. ¿
Qué demonios he hecho
? ¿
Quedarme aquí y dejar que lo hiciese
? Debería haberla apartado, pero no lo hice. Yo había empezado aquello y ella había utilizado mi cicatriz para manipularme y hacerme ver lo que me ofrecía, sin miedo y con toda la pasión que aquello podía conllevar. Todo o nada, había dicho, y ahora que lo había probado, sabía lo que significaba.
Mi cuerpo retumbó con el estruendo de la moto de Ivy que entró por los montantes de abanico y que luego se fue apagando al mezclarse con el ruido distante del tráfico. Me deslicé lentamente por la pared hasta que llegué al suelo, con las rodillas encogidas e intentando respirar.
Vale
, pensé, sintiendo todavía vibrar en mi interior su promesa.
Y ahora, ¿qué demonios voy a hacer
?
El ruido seco de alas que entraba por las ventanas altas atrajo mi atención y me puse de pie mientras me secaba el sudor del cuello. ¿Jenks? ¿Dónde estaba hacía cinco minutos y qué demonios iba a hacer yo ahora? Ivy había dicho que no volvería a hacer nada a menos que yo diese el primer paso, pero ¿podría quedarme en la iglesia con aquel beso resonando entre ambas? Cada vez que me mirase me preguntaría qué estaba pensando. ¿
Acaso es esa su intención
?
—Eh, Rache —dijo Jenks alegremente mientras descendía del techo—, ¿adonde va Ivy?
—No lo sé. —Aturdida, fui hacia la cocina antes de que pudiese ver mi estado. Evidentemente, las alas de su hijo estaban bien—. ¿No se supone que deberías estar durmiendo? —dije mientras me frotaba la muñeca dolorida. Mierda, si me había dejado marca me quedaría genial con el vestido de dama de honor. Bueno, por lo menos no tenía otra marca de mordisco.
—Joder —dijo Jenks, y yo bajé la mirada al ver la desaprobación en su cara—. Aquí apesta. La has vuelto a presionar, ¿verdad?
No era una pregunta y yo seguí hacia la cocina sin detenerme.
—Bruja estúpida —dijo, esparciendo chispas plateadas mientras me seguía—. ¿Va a volver o esta vez la has asustado definitivamente? ¿Qué coño te pasa? ¿No puedes dejarla en paz?
—Jenks, cierra el pico —dije rotundamente mientras cogía la botella de agua que había dejado olvidada e iba hacia la sala de estar. La radio estaba allí. Si la encendía y le daba bastante volumen no podría escucharlo—. Hemos estado hablando, eso es todo. —
Y ella me ha besado
—. Me contestó a algunas preguntas. —
Y ha sido genial que lo haya hecho mientras me acariciaba la cicatriz
. Mierda. ¿Cómo iba a descifrar aquello? Me consideraba hetero. Y lo era, ¿no? ¿O acaso tenía «tendencias latentes»? Y si era así, ¿eran una excusa para que yo pensase con mi punto G? ¿Acaso yo no era más que eso? ¿No había nada profundo en mí?
Jenks me siguió hasta la sala de estar vacía y yo me senté en la chimenea elevada mientras intentaba recordar cómo se pensaba. Encendí la radio y sonó una música alegre y animada y la volví a apagar.
—¿Y bien? —dijo Jenks aterrizando sobre mi rodilla. Parecía expectante. Pero luego detuvo sus alas y las dejó caer al oírme suspirar.
—Le pedí un equilibrio de sangre y ella ha puesto algunas reglas —dije mirando por las ventanas la parte de abajo de las hojas del roble—. No va a dar ningún paso para tocar mi sangre, pero si insinúo que quiero que lo haga, será asumiendo que lo quiero todo.
Jenks me miró perplejo, y añadí:
—Me ha besado, Jenks.
Él abrió los ojos de par en par y una pequeña parte de mí se quedó más tranquila al ver que no había visto lo ocurrido y lo estaba ocultando.
—¿Te ha gustado? —preguntó sin rodeos, y yo fruncí el ceño y sacudí la rodilla hasta que él alzó el vuelo y aterrizó donde estaba antes.
—En ese momento estaba jugando con mi cicatriz —murmuré mientras enrojecía—. Eso me dio una idea bastante clara de cómo sería todo si me soltase la melena y me lanzase, pero ya no sé de dónde vienen los sentimientos. Ella los mezcló todos y luego se marchó por la puerta.
—Entonces… —insinuó Jenks—, ¿qué vas a hacer?
Yo lo miré con tristeza. Su apoyo incondicional me sentó como un bálsamo y me relajé un poco. No le importaba lo que hiciésemos Ivy y yo mientras estuviésemos juntas y no nos matásemos.
—Y yo qué sé —dije mientras me ponía en pie—. ¿Podemos hablar de otra cosa?
—Claro que sí —dijo Jenks poniéndose de pie conmigo—. Tú sigue pensando en lo que tengas que pensar. Pero no te marches.
Dejé la botella de agua en el alféizar, agarré la escoba y me puse a barrer otra vez nuestro suelo nuevo. No iba a marcharme porque Ivy me hubiese besado. Ella había dicho que no volvería a hacerlo y yo la creía. Sabía que lo estaba deseando desde el momento en que nos mudamos y yo había sido una idiota por no haberme dado cuenta de su capacidad para ocultar sus deseos. Me había dado esa prueba para mostrarme cómo sería y luego había vuelto a establecer la distancia que manteníamos para darme el tiempo que necesitaba para pensar. Para que me lo pensase.
Maldita sea
.
Jenks revoloteó durante un momento y luego se posó en el alféizar, bajo el sol.
—Esto está mejor —dijo mientras observaba las paredes vacías—. No sé por qué no les dejasteis hacerlo a los chicos. No era para tanto y el dinero que os habéis ahorrado no es nada comparado con lo que necesitamos para volver a consagrar la iglesia. —Su rostro mostró preocupación—. Porque vamos a volver a consagrarla, ¿verdad? Me refiero a que no podemos mudarnos.
Dejé de recoger el polvo en el recogedor, me levanté y me giré hacia el al notar la preocupación que intentaba ocultar. No importaba lo incómodas que se pusiesen las cosas entre Ivy y yo. Si la empresa se deshacía, Jenks probablemente perdería el control del jardín. Tenía demasiados hijos y Matalina no estaba como para vigilar un territorio nuevo. Jenks decía que estaba bien, pero yo estaba preocupada.
—No nos vamos a mudar —dije con rotundidad, y vacié el recogedor en la bolsa de basura industrial—. Encontraremos la manera de consagrar la iglesia. —
Ivy y yo lidiaremos con la incómoda situación como siempre lo hemos hecho: ignorándola
. Era algo que se nos daba bien a las dos.
Más tranquilo, Jenks miró al jardín. El sol brillaba en su reluciente pelo rubio.
—Sigo diciendo que deberías haber dejado que los chicos arreglasen las paredes —dijo—. ¿Cuánto habéis ahorrado? ¿Cien pavos? Por las bragas de Campanilla, eso no es nada.
Dejé la escoba, sacudí la bolsa de basura para que esta se acumulase en el fondo y busqué una atadura de alambre para cerrarla.
—Después de la boda de Trent tendré un buen pellizco. A menos que no pase nada, pero ¿qué posibilidades hay de eso?
Jenks se rio por lo bajo.
—Con la mala suerte que tienes, no pasará nada.
Examiné la sala e intenté decidir cómo iba a coger la bolsa de basura sin pincharme con un clavo desviado o con trozos de plata afilados. Aunque la sala estaba vacía y había eco, las paredes volvían a estar en su sitio y el suelo recién descubierto estaba limpio. Ahora solo faltaba un viaje a la tienda para comprar un trozo nuevo de rodapié y podríamos volver a traerlo todo. En realidad no había razón para esperar por el rodapié. Podría traer todo ahora y acabarlo más^ tarde. Si me daba prisa, podría tenerlo hecho antes de que volviese Ivy. Sería más fácil hacerlo sola que con ella.
—Va a sonar el teléfono —dijo Jenks desde lo alto del mango de la escoba. Yo me quedé quieta y di un respingo cuando sonó.
—Dios, Jenks. Eso da miedo —murmuré mientras dejaba la bolsa y me acercaba a la chimenea. Sabía que probablemente era capaz de oír los chasquidos de la electricidad, pero aun así era algo que me ponía nerviosa.