El único hechizo que había en el libro que tenía que ver con los estornudos era uno para alergias a gatos y, mientras me debatía entre intentarlo o no, sentí como me empezaba un cosquilleo. Con los ojos llorosos, contuve la respiración. No sirvió de nada. Estornudé y arranqué la página sin querer.
—¡Maldita sea! —dije mientras levantaba la cabeza y veía que había asustado a Jenks, que flotaba en el aire—. No soy alérgica a los gatos. Es un resfriado de verano. Eso es todo.
Volví a tener ganas de estornudar. Desesperada, cerré los ojos e intenté detener el estornudo, pero no lo pude contener e hice un ruido muy feo. Sabía que había visto un hechizo sobre estornudos que no tenía que ver con los gatos. ¿Dónde demonios estaba?
—Ah, sí —dije con voz suave mientras me agachaba para coger mi viejo libro de texto de líneas luminosas, que estaba entre
El gran libro de cocina de las galletas
y un ejemplar de
Las brujas de verdad comen quiche
.
—¿Rache? —dijo Jenks poniéndose de pie sobre la isla cuando abrí el libro por el índice.
—¿Qué? —le espeté.
—¿Necesitas ayuda?
Dejé lo que estaba haciendo y al mirarlo lo vi con aire abatido y las alas caídas. Rex se estaba frotando en mis tobillos y, si hubiera sabido que no se trataba de una muestra de cariño por Jenks trasladada a mí, me habría sentido halagada. Solté el aire lentamente.
—No creo —dije mientras avanzaba hasta la página cuarenta y nueve—. Los encantamientos de líneas luminosas son bastante fáciles. Estoy mejorando y, si el truco funciona, estaremos todos en paz.
Él asintió y voló hasta el cucharón, su lugar favorito de la cocina, desde donde podía verme a mí, la puerta y un buen trozo del jardín.
Leí rápidamente las instrucciones para sentirme más segura. No me gustaba especialmente la magia de líneas luminosas, ya que mi educación había estado basada en una magia más lenta, aunque no menos poderosa, la magia terrenal. Esta utilizaba pociones y amuletos y encontraba la energía para realizar los hechizos en plantas, que a su vez la sacaban de las propias líneas luminosas. La energía se filtraba y se ablandaba, haciendo que la magia terrenal fuese más indulgente y más lenta que la de líneas luminosas, pero con mucho más alcance… Los cambios provocados con magia terrenal solían ser más reales, mientras que en la magia de líneas luminosas tendían más a ser ilusiones. Con un encantamiento de magia terrenal no solo parecería más baja, sino que sería más baja.
La magia de líneas luminosas utilizaba los encantamientos y los rituales para extraer energía y cambiar la realidad justo al otro lado de la línea. Eso la convertía en una de las ramas de magia más rápidas y vistosas, pero había diez veces más brujas negras de líneas luminosas que brujas negras terrenales. Aparte de golpear a alguien con un pedazo de siempre jamás para crear un cortocircuito en su red neuronal, los cambios eran una ilusión y se podían superar con poder de voluntad.
Antes de morir, mi padre había intentado dirigirme hacia la magia terrenal. Fue una decisión con la que yo estaba totalmente de acuerdo, pero yo tenía alguna habilidad en artes de líneas luminosas y, si eso conseguía que dejase de estornudar, ¿qué mal le hacía a nadie? Mientras realizaba el conjuro blanco que tenía ante mí, decidí que aquel hechizo de nivel quinientos estaba dentro de mis posibilidades.
Satisfecha, empecé a reunir lo que necesitaba.
—Una vela blanca —murmuré, y por un momento pensé en utilizar el paquete de velas blancas que llevaba en el bolso y que había comprado junto con el vino de lilas. Pero saqué una vela con muescas del cajón de los cubiertos en el que la guardaba. Estaba bendecida y eso era mucho mejor—. ¿Diente de león? —pregunté en voz alta mirando a Jenks.
—Lo tenemos —dijo, saltando alegremente del cucharón y pasando por el agujero para pixies que había en la mosquitera de la cocina.
Tenía diente de león seco del año pasado, pero sabía que Jenks apreciaría la oportunidad de recolectar algo para mí. Volvió casi de inmediato con una flor cerrada y mojada de rocío y, tras ahuyentar a sus niños de la ventana, la dejó junto al pentáculo asimétrico que había dibujado sobre mi pizarra portátil. Era del tamaño de un ordenador y tenía una tapa para proteger un dibujo si tenías que moverte.
—Gracias —dije, y él asintió mientras se elevaba un poco en el aire y aterrizaba sobre el libro de texto.
—¿Vas a establecer un círculo? —preguntó un poco nervioso y, al ver que yo asentía, añadió—: Bueno, miraré desde el alféizar.
Yo oculté mi sonrisa y moví todas mis cosas al otro lado de la isla de la cocina para poder trabajar y verlo al mismo tiempo.
—Es un hechizo medicinal —expliqué—. ¿Por qué arriesgarse?
Jenks soltó un «Mmm». Sabía que no le gustaba verme bajo la influencia de una línea. Decía que era porque había una sombra en mi aura que no solía estar allí normalmente. A mí no me gustaba porque me dejaba el pelo encrespado y revuelto con el viento que siempre parecía estar soplando en siempre jamás.
Se me aceleró el pulso al anticiparme a los acontecimientos y miré el reloj. Aún faltaba mucho para medianoche. Mucho tiempo. Se podía hacer magia blanca después de media noche pero ¿para qué arriesgarse? Cogí un puñado de sal y lo esparcí sobre la línea dibujada sobre el linóleo.
Jenks batió las alas de manera irregular cuando extendí mi conciencia para tocar la línea luminosa pequeña y poco utilizada que atravesaba el cementerio. Contuve el aliento pero, al exhalar, el flujo de energía se equilibró. Sentí un leve hormigueo en las puntas de los dedos y una sensación de pesadez en el estómago me decía que mi chi estaba lleno, así que dejé de almacenar energía en mi cabeza. No necesitaría más para preparar el hechizo.
Incómoda, moví los hombros como si estuviese intentando encajar en una nueva piel. Las fuerzas solían tardar un rato en equipararse. Con práctica había reducido considerablemente ese tiempo. Ya me flotaba el pelo, e intenté aplastarlo, y me picaba la piel en el lugar donde se flexionaban los músculos. Si hubiera querido, podría abrir mi percepción extrasensorial y ver siempre jamás superpuesto a la realidad, pero era algo que me ponía los pelos de punta.
—Vaya —dije al recordar que todavía no había encendido la vela, y me acerqué a la cocina de gas para encender un hornillo. Cogí una brocheta de bambú y encendí la vela con olor a vainilla que utilizaba cuando quemaba algo.
Sacudí el palito para apagarlo y llevé con mucho cuidado la vela a la isla, donde vaciló con la brisa bochornosa que entraba por la ventana.
Miré las instrucciones para estar segura de que tenía todo sobre la encimera y me quité una sandalia.
—¿Dónde está tu gata, Jenks? —dije, ya que no quería atraparla dentro conmigo.
Él echó a volar, diciendo:
—Ven, gatita, gatita, ven… —Llamó y, con un alegre maullido, su rostro amarillo apareció bajo la arcada del vestíbulo. Se estaba relamiendo, pero aquello no preocupó a Jenks.
—
Rhombus
—dije en voz baja mientras tocaba el círculo de sal con el dedo del pie. Esa única palabra en latín conjuraba una serie de ejercicios mentales que condensaban en muy poco tiempo la preparación de cinco minutos y la invocación para establecer un círculo. Sofoqué una sacudida cuando el círculo se cerró haciendo un ruido sordo. Jenks agitó las alas cual torbellino cuando una capa de siempre jamás del grosor de una molécula se elevó entre nosotros para mantener alejada cualquier tipo de influencia mientras realizaba el hechizo de líneas luminosas de tipo medicinal. Era impulsiva, pero no estúpida.
Rex entró y se frotó contra la barrera como si estuviese cubierta de nébeda. Me lo hubiera tomado como un signo de que quizá quisiese ser mi familiar… de no ser porque siempre que intentaba cogerla se escapaba.
Arrugué la cara al ver como el brillo negro de mácula demoníaca reptaba por mi burbuja, decolorando el normalmente alegre color dorado de mi aura. Era una demostración visual del desequilibrio que llevaba en mi alma, un recordatorio de la deuda que tenía por haber desalineado tanto la realidad que podía convertirme en lobo y Jenks adoptar el tamaño de un humano. La decoloración no era nada comparada con los mil años de desequilibrio de maldición demoníaca que arrastraba Ceri, pero me molestaba.
Toda la energía de siempre jamás que había invocado había sido para mantener el círculo. Pero entonces sentí el cosquilleo de una nueva acumulación de fuerza que se filtraba. Seguiría creciendo hasta que no soltase la línea totalmente. Se decía que muchas brujas se habían vuelto locas por intentar extender la capacidad de su chi al permitir que la presión aumentase más de lo que podían contener. Pero cuando se me desbordaba el chi, yo era capaz de almacenar la energía de la línea en la cabeza. Los demonios y sus familiares podían hacer lo mismo. Ceri y yo éramos las únicas dos personas de este lado de las líneas que podíamos entretejer energía de las líneas. Al no tenía la intención de que sobreviviésemos a él con esos conocimientos. Ceri me había enseñado lo básico, pero Al fue el que extendió mis tolerancias y convirtió aquello en algo que podía hacer sin pensar… Eso sí, mediante una agonizante cantidad de dolor.
—¿Rachel? —dijo Jenks. Unas chispas verdes resbalaban de él formando un charco en el fregadero—. Es peor de lo normal.
Mi buen humor se esfumó y fruncí el ceño al ver la mancha demoníaca.
—Sí, bueno, estoy intentando librarme de ella —murmuré y luego empujé hacia delante el pentáculo que había dibujado.
Cogí un crisol de piedra que había comprado en una tienda de líneas luminosas en Mackinaw, lo coloqué en el espacio entre la parte inferior del pentáculo y el círculo que lo rodeaba. Sin dejar de tocarlo con los dedos murmuré:
—
Adaequo
—para colocarlo y darle significado a su presencia.
Sentí una pequeña ráfaga procedente de la línea y me retorcí. Vaya, era uno de esos hechizos. Genial.
Me picaba la nariz. Me puse rígida al darme cuenta de que no tenía pañuelos de papel.
—Oh, no —dije en voz alta. Jenks parecía atacado y entonces estornudé. Cuando levanté la cabeza lo vi riéndose. Busqué como loca algo con lo que limpiarme la nariz. Cogí una toallita de papel áspera, arranqué el doble de lo que necesitaba y me la llevé a la cara justo a tiempo para el siguiente estornudo. Mierda, tenía que terminar este hechizo rápido.
Puse en el centro el enorme y simbólico cuchillo que había comprado en el mercado de Findley a una alegre mujer, mientras pronunciaba las palabras «
me auctore
» y una pluma adquirió presencia con la fuerza de la palabra «
lenio
» al colocarla en la punta izquierda inferior del pentáculo. Me estaba empezando a picar otra vez la nariz y me apresuré a comprobar el libro de texto.
—
Iracundia
—dije conteniendo el aliento mientras colocaba el diente de león de Jenks en la otra punta de la estrella. Solo faltaba la vela.
En mi interior la fuerza se incrementaba con cada palabra y, con un tic en el ojo, coloqué la vela bendita con sumo cuidado en la parte más alta de la estrella esperando que no se cayese y derramase cera sobre mi pizarra. De lo contrario, mañana me pasaría el día limpiándola con tolueno. Esta no la colocaría diciendo un nombre de lugar hasta que la encendiese y, con eso en mente, cogí la brocheta de bambú de donde la había dejado y la encendí otra vez con la vela de vainilla.
Me limpié la mano que tenía libre en el pantalón vaquero, apoyé el peso sobre el otro pie y transferí la llama a la vela bendecida.
—
Evulgo
—susurré mientras contraía la cara al sentir una oleada de energía procedente de la línea. Abrí los ojos de par en par. Oh, Dios, iba a estornudar otra vez. No quería saber lo que podría ocurrir con mi hechizo si todavía no estaba lanzado.
Me moví rápido. Cogí la pluma y la metí en el crisol. Agarré el cuchillo y, antes de ponerme nerviosa con el horrible simbolismo, me pinché el dedo gordo y lo apreté hasta que brotaron tres gotas de sangre. Habría sido mejor utilizar un punzón de diabéticos, pero la magia de líneas luminosas estaba basada en el simbolismo y eso marcaba la diferencia.
El cuchillo se puso negro en su recoveco y miré el texto mientras me metía el dedo en la boca para no mancharlo todo de sangre.
—
Non sum qualis eram
—dije al recordarlo de otro hechizo.
Debe de ser una frase genérica de invocación
.
Se me pasaron las ganas de estornudar y di un respingo de sorpresa cuando el crisol se envolvió en llamas. En mi interior sentí un soplido acompañado de un tañido. Las alegres llamas rojas y naranjas ardieron hasta adoptar un extraño tono negro y dorado que combinaba con mi dañada aura… y luego se apagó.
Con los ojos abiertos de par en par, miré el crisol manchado de hollín y luego a Jenks, que revoloteaba sobre el fregadero. En el bol solo quedaba una mancha de ceniza que olía a plantas quemadas.
—¿Se suponía que tenía que ocurrir eso? —preguntó.
Como si yo lo supiese.
—Ah, sí —dije mientras fingía mirar el texto—. ¿Ves? Ya no estornudo.
Tomé aire por la nariz con cuidado y luego volví a hacerlo pero ya más tranquila. Relajé los hombros y sonreí. Me encantaba aprender cosas nuevas.
—Bien —gruñó Jenks echándose a volar sobre la burbuja, que seguía activa—. Porque no me pienso deshacer de mi gata.
Me concentré un poco y corté la conexión con la línea luminosa. El círculo se desvaneció y Jenks aterrizó junto al crisol arrugando la cara de asco. Satisfecha, cerré el libro de texto y me puse a limpiar aquella porquería antes de que Ivy llegase a casa.
—Te dije que no… —empecé a decir, pero un nuevo hormigueo en la nariz interrumpió mis palabras—. No… —dije otra vez, intentándolo de nuevo y sintiendo cómo se me abrían los ojos. Jenks me miró con una expresión de horror.
Moví las manos desesperada y con los ojos llenos de lágrimas.
—¡Achís! —exclamé mientras me encorvaba y el pelo me tapaba la cara. Después de ese vino otro y luego otro más. Mierda, había empeorado las cosas.
—Maldita sea —dije entre estornudos—. ¡Sé que lo he hecho bien!
—Ivy tiene unas pastillas —dijo Jenks. Podía oír sus alas, pero estaba demasiado ocupada intentando respirar como para mirarlo. Parecía preocupado. Sabía que lo estaba—. En su cuarto de baño —añadió—. Quizá te podrían ayudar.