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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Por unos demonios más (10 page)

BOOK: Por unos demonios más
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Denon se giró prodigándome una hermosa sonrisa, tan seguro de sí mismo y sediento de poder como cuando había entrado.

—No lo escuches, Rachel. No fue culpa tuya. Eso es imposible.

Yo miré el cadáver tapado.
Por favor, Dios. Que no tenga nada que ver conmigo
.

—Sí, lo sé —dije, esperando que tuviese razón. No podía ser. Mi única conexión con ella era aquel pez y aquello ya estaba arreglado. Era la secretaria del señor Ray, no era responsable de aquello en absoluto. Y además, para empezar, el pez no era del señor Ray.

Glenn me puso una mano reconfortante sobre el hombro y caminamos despacio hacia las puertas dobles para darle tiempo a Denon a que se marchase. En la sala de recepción solo estaba Iceman y una conversación marchita que se filtraba desde el vestíbulo. Esperé mientras Glenn intercambiaba unas cuantas palabras con el enfermero y prometía volver para el papeleo después de acompañarme a casa. Ahora el cuerpo de Vanessa no saldría de allí hasta que descartasen el asesinato, pero aquello no me satisfacía. La SI se iba a cabrear de verdad si me cargaba una de sus tapaderas. ¡
Yupi
!

Me colgué de nuevo el bolso al hombro, saludé a un tenso Iceman y salí de allí con Glenn. Jenks no hablaba. Glenn tenía en una mano mi café y en la otra mi codo. Yo seguía pensando en Vanessa mientras él me guiaba a ciegas a través de los niveles superiores del edificio de vuelta al sol. No dije ni una sola palabra de camino a casa y la conversación entre Jenks y Glenn se retrasaba. En su silencio me pareció escuchar un consenso de que quizá yo podría haber sido responsable de la muerte de la mujer. Pero no. No podía ser.

No levanté la vista del salpicadero del coche hasta que sentí la sombra reconfortante de mi calle. Jenks murmuró algo y salió por la ventanilla abierta antes de que Glenn detuviese el coche. Entonces yo levanté la mirada y vi que la brumosa mañana estaba en el momento del día en el que yo solía despertarme.

—Gracias por salir conmigo —dijo Glenn, y yo me giré hacia él, sorprendida por el alivio sincero que mostraban sus ojos—. El oficial Denon me pone los pelos de punta —añadió, y yo le sonreí.

—Es un pelele —dije, mientras colocaba el bolso sobre mi regazo.

Glenn levantó las cejas.

—Si tú lo dices. Al menos no destruirán el cuerpo de Vanessa. Y ahora tendré acceso a cualquier registro que quiera hasta que desestimen la participación humana. Creo que puedo empezar por ahí.

Yo resoplé.

—¿Entonces por qué querías que fuese contigo, señor agente de la AFI?

Él sonrió enseñando los dientes.

—Jenks encontró las marcas de agujas y tú distrajiste a Denon y le hiciste retroceder. ¿Una orden judicial? —dijo entre risas. Yo me encogí de hombros y Glenn añadió—: Te tiene miedo y lo sabes.

—¿A mí? No lo creo. —Busqué a tientas la manilla de la puerta. Mierda, qué cansada estaba—. De todas formas te voy a mandar una factura —dije, mientras comprobaba la hora en el reloj del coche.

—Mmm, Rachel —dijo Glenn antes de que saliese—. Hay otra razón más por la que he venido aquí.

Dudé en el momento de salir y, con aire triste, metió la mano debajo del asiento y me entregó una carpeta gruesa que mantenía cerrada con una tira de goma.

—¿Qué es esto? —pregunté, y él me hizo un gesto para que la abriese. Me la puse en el regazo, quité la tira de goma y la hojeé. Eran en su mayoría recortes de periódico fotocopiados e informes de la AFI y de la SI relacionados con robos cometidos por todo el continente norteamericano y unos cuantos en el extranjero, en el Reino Unido y Alemania: libros poco comunes, artefactos mágicos, joyas con significado histórico… Me quedé fría a pesar del calor de julio al darme cuenta de que era el expediente de Nick.

—Llámame si se pone en contacto contigo —dijo Glenn con una curiosa tirantez en la voz. No le gustaba pedírmelo, pero lo estaba haciendo.

Yo tragué saliva. No era capaz de mirarlo.

—Se cayó por el puente Mackinac —dije. Aquello me parecía irreal—. ¿Crees que ha sobrevivido? —Yo sabía que era cierto. Me había llamado al darse cuenta de que me había birlado el artefacto falso y yo tenía el auténtico.

De repente fue como si tuviese una correa alrededor del pecho que me lo apretaba.
Mierda. Eso era lo que estaba buscando Newt. Mierda, mierda y más mierda
… ¿
Habrían matado a Vanessa por eso
? La SI sabía que en su día tuve el foco, pero tanto ellos como el resto del mundo pensaba que se había caído por el puente junto con Nick Sparagmos. ¿Sabría alguien que había sobrevivido y que ahora estaba matando hombres lobo para averiguar quién lo tenía?
Dios mío. David
.

—Lo quiero, Rachel —dijo Glenn, devolviéndome a la realidad—. Sé que es Nick.

Me sentía como si estuviese envuelta en algodones y sabía que tenía los ojos demasiado abiertos cuando lo miré.

—Yo suponía que era un ladrón. No lo supe hasta que se fue. No quería creérmelo —dije.

Sus ojos mostraron una ligera pena.

—Lo sé.

Se me aceleró el pulso y respiré hondo. Glenn me tocó el hombro, probablemente pensando que lo que hacía que me temblasen las manos era la conmoción por haberme dado cuenta de que Nick era un ladrón, no por saber lo que quería Newt y la razón por la cual habían matado a Vanessa. Maldita sea, la habían drogado y luego la habían asesinado porque no sabía nada de todo aquello. Decírselo a Glenn no arreglaría nada. Eso era un asunto para la Seguridad del Inframundo y lo único que conseguiría él sería que lo matasen. Tenía que llamar a David, recuperarlo antes de que Newt lo rastrease hasta llegar a él. Él no podía enfrentarse a un demonio.

¿Acaso yo sí?

Me dispuse a agarrar el pestillo de la puerta sin dejar de darle vueltas a la cabeza.

—Gracias por traerme, Glenn —dije de manera automática.

—Eh —dijo mientras me ponía una de sus oscuras manos en el brazo—. ¿Estás bien?

Me obligué a mirarlo a los ojos y dije:

—Sí —mentí—. Todo esto me ha desconcertado, eso es todo.

Él retiró la mano, yo puse la carpeta en el asiento que había entre ambos y salí a la acera, tambaleándome. Mis ojos se dirigieron a la casa en la que vivía Ceri. Probablemente estuviese durmiendo, pero en cuanto se levantase iría a hablar con ella.

—Rachel…

Quizá supiese cómo destruir el foco.

—¿Rachel?

Suspirando, me incliné para volver a mirar el coche. Glenn me dio la carpeta. Los músculos de su hombro se contrajeron con su peso.

—Quédatela —dijo y, cuando yo me disponía a protestar, añadió—: Son copias. Deberías saber lo que ha hecho… en cualquier caso.

Dudé, pero las cogí y sentí que su fuerte peso me clavaba en la acera.

—Gracias —dije ignorando aquello. Cerré la puerta y me dirigí a la iglesia.

—¡Rachel! —gritó, y yo me detuve y me giré—. ¿La tarjeta de visitante? —dijo.

Ah, sí
. Volví y dejé la carpeta sobre el techo del coche mientras me quitaba la tarjeta y se la daba por la ventanilla.

—Prométeme que no vas a conducir hasta que acabes las clases —dijo mientras se marchaba.

—Hecho —murmuré sin detenerme. El mundo sabía que el foco no se había perdido y en cuanto alguien se diese cuenta de que yo seguía teniéndolo, iba a estar de mierda hasta el cuello.

5.

La calurosa mañana se había vuelto lluviosa cuando volví a levantarme. Me sentía rara al levantarme tan cerca de la puesta de sol. Me había ido a la cama de mal humor y me levanté igual, ya que me despertó Skimmer de un susto llamando al timbre a eso de las cuatro de la tarde. Estoy segura de que Ivy contestó lo más rápido que pudo, pero me costaba demasiado volverme a dormir. Además, Ceri iba a venir esa noche y no me encontraría de nuevo en ropa interior.

Sentí un dolor en el brazo cuando me puse de pie y fui al fregadero en pantalón corto y camiseta a fregar la tetera. El asco silencioso que había mostrado aquella mañana Ceri por mi tetera me había hecho limpiarla. Iba a ayudarme a dibujar otro círculo de invocación. Quizá esta vez con tiza, para que no fuese tan asqueroso. Estaba empezando a desear que me visitase Minias. Puede que destruyese el foco a cambio de haber encontrado a Newt y, después de observar a Ceri negociar con Al, quería que me ayudase con Minias. Aquella mujer era más mañosa con su forma de hablar que Trent.

Había llamado a David antes de quedarme dormida y, tras una acalorada discusión que consiguió que todos los pixies salieran de la iglesia, me había dicho llanamente que si el asesino no había rastreado el foco hasta él hasta ahora, fuese quien fuese, probablemente no lo haría, y que sacarlo de su congelador no haría más que llamar la atención. Yo no estaba convencida, pero no me lo iba a traer, así que tendría que conseguirlo yo misma. Eso significaba traerlo a casa en autobús o en la parte de atrás de la moto de Ivy. Ninguna de las dos era una buena idea.

Soplé para apartar un rizo rojo de la cara, aclaré la tetera, la sequé y la coloqué en el hornillo posterior. No relucía, pero estaba mejor. El olor empalagoso del abrillantador era intenso en aquel espacio cerrado y, ya que había dejado de llover, abrí la ventana con los dedos arenosos.

Entró una brisa fresca y miré el jardín oscuro y empapado mientras me lavaba las manos. Al verme las uñas fruncí el ceño. El abrillantador me las había estropeado y me había puesto verdes las cutículas.
Mierda
, acababa de hacérmelas.

Suspiré, dejé a un lado el paño y abrí la despensa. Estaba muerta de hambre y, si no comía algo antes de que llegase Ceri, parecería una cerda cuando me comiese el paquete entero de galletas que iba a abrir para la ocasión. Entré en la despensa y miré las latas de fruta, las botellas de kétchup y las mezclas para pastel dispuestas en las ordenadas estanterías en las que Ivy organizaba nuestros víveres. Probablemente los habría etiquetado si le hubiese dejado. Cogí los macarrones y un sobre de salsa en polvo: algo rápido y con muchos hidratos de carbono. Justo lo que me había recetado el médico de brujas.

Oí un golpe seco y una risita procedentes del santuario que me recordaron que no estaba sola. Ivy había animado a su antigua compañera de cuarto de la universidad, Skimmer, a cambiar los muebles del salón al santuario, en parte para hacer sitio para que los de la empresa Tres Tíos y Una Caja de Herramientas colocasen los paneles, y en parte para poner espacio entre Skimmer y yo. Aunque Skimmer era frustrantemente agradable, era la abogada de Piscary (como si no asustase ya lo suficiente siendo una vampiresa viva) y no me apetecía devolverle la amabilidad. Puse el cazo sobre la cocina y me puse a revolver debajo de la encimera hasta que recordé que los niños de Jenks estaban utilizando la olla grande como fuerte en el jardín. Molesta, llené la olla de hechizos más grande que tenía con agua y la coloqué sobre el hornillo. Mezclar un preparado alimenticio con cosas para hechizos no era buena idea, pero esta ya no la utilizaba porque ahora tenía una abolladura del tamaño de la cabeza de Ivy por dentro.

Derretí la mantequilla para la salsa mientras se calentaba el agua. Del santuario surgió un fuerte estruendo y mis hombros se relajaron al escuchar la agresiva música de NIN. Bajaron el volumen y la alegre voz de Skimmer hacía un agradable contrapunto a la respuesta suave de Ivy. Me chocó que, aún siendo una vampiresa viva, Skimmer se pareciese mucho más a mí en que tenía una risa fácil y que no dejaba que lo malo la enfadase exteriormente… una cualidad que Ivy parecía necesitar para compensarse.

Skimmer llevaba en Cincinnati más de seis meses. Había venido de California junto con una camarilla de serviciales vampiros para sacar a Piscary de la cárcel. Ella e Ivy se habían conocido durante sus dos últimos años de instituto en la Costa Oeste y ambas habían compartido sangre y cuerpos; y eso, no Piscary, fue lo que había apartado a Skimmer de su señor vampiro y su familia. Yo la había conocido el año pasado, cuando empezó nuestra relación con mal pie al confundirme con la sombra de Ivy y, como era tan educada, hacerme una cortés oferta por mi sangre.

Mis movimientos para repartir el trozo de mantequilla por la cazuela se volvieron más lentos y aparté la mano del cuello. No me gustaba el hecho de haber intentado esconder la cicatriz oculta allí bajo mi piel perfecta. La sacudida de deseo que me había provocado aquella mujer había sido embriagadora y escandalosa, sobrepasada solo por el bochorno de haber malinterpretado la relación que había entre Ivy y yo. Dios, no lo entendía. Esperar que Skimmer lo hiciese a los treinta segundos de conocerme era ridículo.

Sabía que Ivy y Skimmer habían retomado lo suyo donde lo habían dejado, y creo que esa fue la razón por la que Piscary aceptó a Skimmer en su camarilla si la hermosa vampiresa conseguía ganar su caso. Mientras mezclaba la mantequilla, la leche y la salsa en polvo me pregunté si Piscary estaría empezando a arrepentirse de su misericordia al permitirle a Ivy mantener una amistad conmigo que no estaba basada en la sangre, sino en el respeto. Probablemente esperaba que Skimmer atrajese de nuevo a Ivy a un estado de ánimo propiamente vampírico.

Sin embargo, durante los últimos meses había sido más fácil convivir con Ivy, ya que saciaba su sed de sangre con alguien a quien quería y que podría sobrevivir a sus atenciones. Se sentía feliz. Culpable, pero feliz. No creía que Ivy pudiese ser feliz si no acompañaba esa felicidad con una gran cantidad de culpabilidad. Y mientras tanto podíamos fingir que yo no me sentía el primer cebo de éxtasis de sangre, sin hacer hincapié en el tema porque Ivy tenía miedo. Habíamos invertido nuestros papeles y yo no tenía tanta práctica como Ivy en negarme algo que deseaba.

La cuchara de madera traqueteó contra la cacerola al temblarme la mano, cuando sentí el escalofrío de adrenalina que me recorrió al recordar sus dientes entrando limpiamente en mí, una mezcla de miedo y placer en una sensación irreal que me llevó al éxtasis.

Como si el recuerdo la hubiese invocado, la delgada silueta de Ivy apareció en el pasillo. Llevaba unos vaqueros estrechos y una camiseta cortada para mostrar el aro que llevaba en el ombligo. Se dirigió hacia la nevera para coger una botella de agua. Sus movimientos para abrirlo se ralentizaron cuando olió el aire y se dio cuenta de que había estado pensando en ella, o al menos en algo que me daba subidón y me aceleraba el pulso. Se le dilataron las pupilas y me miró desde el otro extremo de la cocina.

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