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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Por unos demonios más (6 page)

BOOK: Por unos demonios más
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—Pareces una estrella porno así fregando a cuatro patas en ropa interior. Dale, nena —dijo gimiendo—. ¡Dale!

Levanté la mirada y me lo encontré haciendo movimientos obscenos. ¿
No tendrá nada mejor que hacer
? Pero sabía que estaba intentando animarme… al menos eso era lo que me decía a mí misma.

Cuando sus alas se pusieron rojas de tanto reírse me cerré la bata y me senté sobre los talones antes de quitarme un mechón largo de delante la cara. Intentar darle un golpe no serviría de nada…, se había vuelto increíblemente rápido desde que estuvo una temporada bajo la maldición de un demonio que lo había convertido al tamaño de una persona. Y darle la espalda sería peor.

—¿Te importaría ordenarme el escritorio? —le pregunté con un ligero tono de enfado en la voz—. Tu gata me ha tirado los papeles.

—Por supuesto —dijo, y salió volando. De inmediato sentí que me bajaba la tensión.

Luego se entrometieron los delicados pasos de Ivy, y Jenks se puso a despotricarle cuando recogió los papeles del suelo y los puso sobre el escritorio con él. Diciéndole amablemente que se metiese una babosa por el culo, pasó por mi lado en dirección al piano con un pulverizador en una mano y un paño de gamuza en el otro.

—Va a venir alguien esta mañana —dijo, mientras se ponía a limpiar la sangre de Ceri de la madera barnizada. La sangre que no estaba fresca no hacía saltar ninguna alarma en los vampiros vivos, aunque tampoco valía la pena arriesgarse—. Van a hacernos un presupuesto y, si la comprobación de nuestro crédito es correcta, se ocuparán de toda la iglesia. ¿Quieres pagar otros cinco mil para asegurarla?

¿
Cinco mil para asegurarla? Maldita sea. ¿Cuánto va a costar todo esto
? Incómoda, volví a ponerme de rodillas y mojé el cepillo. Se me escurrió la manga que llevaba recogida y en un momento se me empapó. Entonces Jenks gritó desde mi escritorio:

—Adelante, Rache. Aquí dice que has ganado un millón de dólares.

Me di la vuelta y lo vi moviendo a pulso mi correo. Irritada, solté el cepillo y me exprimí el agua de la bata.

—¿Podemos averiguar primero cuánto va a costar? —pregunté, y ella asintió mientras aplicaba una gruesa capa de aquello que llevaba en el vaporizador sin etiqueta. Se evaporó rápido y ella frotó hasta hacerlo brillar.

—Toma —dijo colocando la botella en el suelo junto al cubo—. Esto eliminará la… —Y entonces se detuvo—. Tú limpia el suelo con eso —añadió, y yo arqueé las cejas.

—Vale. —Volví a inclinarme sobre el suelo y dudé ante el círculo que Ceri había dibujado para invocar a Minias, pero luego lo hice desaparecer. Ceri podría ayudarme a hacer otro y no quería tener círculos demoníacos de sangre en mi iglesia.

—Eh, Ivy —dijo Jenks—. ¿Quieres guardar esto?

Ella se giró y se puso en movimiento y yo me di la vuelta para no perderla de vista. Jenks tenía un cupón para una pizza y yo me reí.
Vale. Como si se plantease pedir en otro sitio que no fuese Piscary's
.

—¿Qué más tiene aquí? —dijo Ivy mientras lo tiraba. Les di la espalda a sabiendas de que el desorden que había en mi escritorio volvería loca a Ivy. Probablemente aprovecharía la oportunidad para ordenarlo. Dios, nunca sería capaz de encontrar nada.

—Club Hechizo del mes… para tirar —dijo Jenks, y lo oí caer en la papelera—. Ejemplar gratis de
Semanal de la bruja
… para tirar. Comproba­ción de crédito… para tirar. Joder, Rachel, ¿tú no tiras nada?

Lo ignoré. Solo me quedaba un pequeño arco para terminar.
Pon cera, quita cera
. Ya me dolía el brazo.

—El zoo quiere saber si quieres renovar tu pase para horas de poca afluencia.

—¡Guarda eso! —dije.

Jenks soltó un silbido suave y largo y me pregunté qué habrían encontrado ahora.

—¿Una invitación para la boda de Ellasbeth Withon? —preguntó Ivy pronunciando lentamente cada palabra.

Vaya, sí. Se me había olvidado.

—¡Por las bragas de Campanilla! —exclamó Jenks, y yo me senté sobre los talones—. ¡Rachel! —gritó mientras revoloteaba sobre la invitación, que probablemente había costado más que mi última cena fuera—. ¿Cuándo recibiste una invitación de Trent? ¿Para su boda?

—No me acuerdo. —Mojé el cepillo en el cubo y volví a empezar, pero el ruido del hilo de lino al rozar el papel hizo que me volviese a levantar—. ¡ Eh! —protesté mientras me secaba las manos en la bata para deshacer el nudo—. No puedes hacer eso. Es ilegal abrir la correspondencia que no va dirigida a uno.

Jenks había aterrizado sobre el hombro de Ivy y los dos me estaban mirando fijamente por encima de la invitación que ella tenía en la mano.

—El sello estaba roto —dijo Ivy, tirando al suelo el estúpido papel de seda que había vuelto a colocar cuidadosamente en su sitio.

Trent Kalamack era el azote de mi existencia, uno de los concejales más queridos de Cincinnati y el soltero más cotizado del hemisferio norte. A nadie parecía importarle que dirigiese la mitad del inframundo de la ciudad y que se ocupase de una parte importante del tráfico de azufre de todo el mundo. Por no hablar de sus negocios penados con la muerte relacionados con la manipulación genética y medicamentos considerados ilegales. Que yo estuviese viva gracias a ellos era una de las razones por las que guardaba silencio sobre todo aquello. Como a todo el mundo, a mí no me gustaba la Antártida, y allí es donde acabaría si aquello salía a la luz. Bueno, si es que no me mataban sin más, me quemaban y enviaban mis cenizas al sol.

De repente el hecho de que un demonio destrozase mi sala de estar no me pareció tan malo.

—¡Joder! —volvió a exclamar Jenks—. ¿Ellasbeth quiere que seas su dama de honor?

Me cerré la bata de un tirón, atravesé el santuario y le quité a Ivy la invitación de la mano.

—No es una invitación, es una solicitud mal redactada para que me ocupe de la seguridad. Esa mujer me odia. Mira, ni siquiera la ha firmado. Apuesto a que ni siquiera sabe que me la han enviado.

La sacudí en el aire, la metí en un cajón y lo cerré con fuerza. La prometida de Trent era una bruja en todos los sentidos menos en el literal. Era delgada, elegante, rica y mordazmente educada. Nos habíamos llevado muy bien la noche que desayunamos juntos, solo ella, yo y Trent atrapado entre las dos. Por supuesto, parte de aquello podría ser por haberle dejado que creyese que Trent y yo habíamos sido novios en la infancia. Pero fue ella la que decidió que yo era una cortesana. Maldito anuncio de las Páginas Amarillas.

Ivy tenía una expresión desconfiada. Sabía que era mejor no presionarme cuando se trataba de Trent, pero Jenks no dejaba el tema.

—Sí, pero piénsalo, Rache. Va a ser una fiesta de la leche. Lo mejorcito de Cincinnati estará allí. Uno nunca sabe quién puede aparecer.

Levanté una planta y le pasé la mano por debajo… Era mi versión de quitarle el polvo.

—Gente que quiera matar a Trent —dije en voz baja—. Me gusta divertirme, pero no estoy loca.

Ivy movió el cubo y la fregona hasta una parte seca del suelo y echó una gruesa capa de aquel líquido sin etiqueta.

—¿Vas a hacerlo? —preguntó, como si no le hubiese dicho ya que no.

—No.

Con un solo movimiento, cogí todos los papeles del escritorio y los metí en el cajón superior. Jenks aterrizó en la superficie, detuvo sus alas cuando se apoyó en el lapicero y cruzó los tobillos y los brazos, lo que le daba un aspecto sorprendentemente seductor para ser un hombre de dos centímetros y medio.

—¿Por qué no? —dijo en tono acusador—. ¿Crees que te va a matar?

Y dale
, dije para mí.

—Porque ya le he salvado su maldito culo de elfo una vez —dije—. Si lo haces una vez es un error. Si lo haces dos ya no es un error.

Cubo y fregona en mano, Ivy se marchó riéndose por lo bajo.

—Dice que se ruega contestación mañana como muy tarde —dijo Jenks para pincharme—. El ensayo es el viernes. Estás invitada.

—Lo sé. —También era mi cumpleaños y no iba a pasarlo con Trent.

Enfadada, seguí a Ivy hasta la cocina.

Jenks me adelantó volando de espaldas y fue delante de mí por el pasillo. Ya entraban algunos rayos de sol por la ventana del salón.

—Tengo dos razones por las que deberías hacerlo —dijo—. Una, que le tocará las pelotas a Ellasbeth y, dos, que podrías cobrarle lo suficiente como para volver a consagrar la iglesia.

Caminé más despacio e intenté borrar aquella horrible mirada de mi rostro. Aquello no era justo. Junto al fregadero, Ivy frunció el ceño. Era evidente que pensaba lo mismo.

—Jenks…

—Solo estoy diciendo…

—No va a trabajar para Kalamack —dijo Ivy con tono amenazante, y esta vez Jenks cerró la boca.

Me quedé parada en la cocina, sin saber por qué estaba allí.

—Me voy a dar una ducha —dije.

—Vete —dijo Ivy, mientras lavaba meticulosa e innecesariamente el cubo con agua y jabón antes de recogerlo—. Yo esperaré al hombre que va a venir a darnos el presupuesto.

Aquello no me gustaba. Probablemente falsificaría el presupuesto a sabiendas de que sus bolsillos eran más profundos que los míos. Me había dicho que estaba sin blanca, pero estar sin blanca para el último miembro con vida de los vampiros de Tamwood no era lo mismo que para mí, ya que tenía bastante más de seis cifras en su cuenta bancaria. Si quería algo, lo conseguía. Pero yo estaba demasiado cansada como para llevarle la contraria.

—Te debo una —le dije mientras cogía el té helado que Ceri me había preparado y me marchaba.

—Dios, Jenks —estaba diciendo Ivy mientras yo evitaba la habitación con mi ropa destrozada y me dirigía directamente al baño—. Lo último que necesita es trabajar para Kalamack.

—Yo pensé… —dijo el pixie.

—No, tú no piensas —lo acusó Ivy—. Trent no es ningún pelele rico y mariquita, está hambriento de poder. Es un capo de la droga asesino al que le queda muy bien el traje. ¿No crees que podría tener alguna razón para invitarla a que se ocupe de la seguridad aparte de su bienestar?

—No pensaba dejarla ir sola —protestó él, y yo cerré la puerta. Mientras bebía a sorbos el té agrio, metí el pijama en la lavadora y encendí la ducha para no escucharlos. A veces me sentía como si pensasen que no podía escucharlos porque no era capaz de oír el eructo de un pixie al otro lado del cementerio. Sí, un día hicieron un concurso y ganó Jenks.

El calor del agua era reconfortante y, después de que el intenso aroma a jabón de pino eliminase el asfixiante olor a ámbar quemado, salí de la ducha sintiéndome fresca y casi despierta. Envuelta en una toalla morada, limpié el vaho del largo espejo y me acerqué para ver si me había salido alguna peca nueva. No, todavía no. Abrí la boca y comprobé mis hermosos y prístinos dientes. Era agradable no tener ningún empaste.

Puede que hubiese cubierto mi alma de oscuridad al lanzar una maldi­ción demoníaca para convertirme en una loba la primavera pasada, pero no iba a sentirme culpable por la piel lisa y hermosa que tenía cuando volví a convertirme. El daño acumulado de veinticinco años de existencia había desaparecido y, si no encontraba una forma de zafarme antes de morir de la mácula demoníaca resultante de lanzar la maldición, pagaría por ello ardiendo en el infierno.

Al menos no voy a sentirme demasiado culpable por ello
, pensé mientras la crema facial con factor alto de protección solar. Y, por supuesto, no iba a desperdiciarla. La familia de mi madre había venido de Irlanda mucho antes de la Revelación, y de ella había heredado el pelo rojo, los ojos verdes y la piel clara, que ahora estaba tan suave y tierna como la de un recién nacido. De mi padre heredé la altura, la constitución atlética y delgada y mi carácter. Y de ambos recibí una extraña condición genética que me habría matado antes de mi primer cumpleaños si el padre de Trent no hubiese violado la ley y lo hubiese arreglado en su laboratorio genético ilegal.

Nuestros padres habían sido amigos antes de morir con una semana de diferencia bajo circunstancias sospechosas. Al menos para mí lo eran. Y esa era la razón por la que desconfiaba de Trent, como si ser un capo de la droga, un asesino y un asqueroso experto en manipularme no fuesen motivos suficientes.

De repente, me abrumó la falta de mi padre. Revolví el armario que había detrás del espejo hasta que encontré el anillo de madera que me había regalado al cumplir trece años. Fue lo último que compartimos antes de que muriese. Lo miré mientras lo sostenía en la palma de la mano. Era pequeño y perfecto. Sin pensarlo, me lo puse. No me lo había puesto desde que se había roto el hechizo que en su día contenía para ocultar mis pecas, y no lo había necesitado desde que lancé aquel hechizo demoníaco. Pero lo echaba de menos y después de que me atacase un demonio aquella mañana, me vendría bien algo de seguridad emocional. Sonreí al verlo alrededor del meñique y me sentí mejor. El anillo había venido con una restitución del hechizo de por vida y yo tenía una cita todos los años el cuarto viernes de julio. Quizá pudiese llevar a la señora a tomar café en vez de eso. Quizá podría pedirle cambiarlo por un hechizo de bronceador con protector solar, si es que existía algo así.

La aglomeración de las voces masculina y femenina de la cocina se hizo evidente mientras me envolvía la cabeza con una toalla.

—¿Ya ha llegado? —dije refunfuñando mientras buscaba en la secadora un conjunto de ropa interior, unos vaqueros y una camiseta roja. Me los puse, me eché un poco de perfume detrás de las orejas para intentar evitar que se mezclase mi olor con el de Ivy, me peiné el pelo hacia atrás con los dedos y salí.

Pero no era un hombre de Dios lo que encontré en aquella cocina llena de niños de pixie, era Glenn.

3.

—Hola, Glenn —dije, mientras me sentaba descalza en mi silla—. ¿Quién te está dando por culo hoy?

El alto detective de la AFI, que se sentía claramente incómodo, llevaba puesto un traje que no presagiaba nada bueno. Tenía encima a todos los niños de Jenks, lo cual era muy extraño. Ivy lo estaba mirando desde su ordenador, lo cual era ligeramente preocupante. Pero teniendo en cuenta que la primera vez que lo vio casi le muerde de lo enfadada que estaba y él casi le dispara, supongo que la cosa no estaba tan mal.

Jenks batió las alas y sus hijos se dispersaron, metiéndose en medio de mi estante de suministros para hechizos y hierbas, y formando un remolino de seda y chillidos que me resonó en la cuenca de los ojos, antes de dirigirse al vestíbulo y, probablemente, salir por la chimenea del salón. No lo había visto en el alféizar hasta ahora. Estaba de pie junto a los monos de mar que tenía como mascotas. ¿
Cómo puede tener un pixie más mascotas que yo
?

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