Esbocé una sonrisa cansada desde el otro lado de la mesa, intentando compensar la actitud estelar de mi compañera de piso. Entre ambos había una bandeja de cartón con dos tazas de té humeantes, y la cálida brisa que entraba desde el jardín traía con ella el aroma celestial del café recién hecho. Me moría por tomarme uno.
Los dedos de Ivy golpeaban el teclado agresivamente mientras borraba el correo basura.
—El detective Glenn ya se iba, ¿verdad?
El hombre alto apretó la mandíbula y guardó silencio. Desde la última vez que lo había visto se había deshecho de la perilla y del bigote y los había sustituido por aros en las orejas. Me preguntaba qué pensaría su padre de aquello pero, personalmente, a mí me parecía que le daban un toque a su imagen perfecta y cuidadosamente pensada de agente de la ley joven y competente.
Su traje seguía siendo prefabricado, pero encajaba en su agraciado físico como si se lo hubiesen hecho a medida. Las puntas de sus zapatos de vestir, que sobresalían por debajo del pantalón, los hacían parecer lo suficientemente cómodos como para correr si fuese necesario. Su cuerpo esbelto parecía preparado para hacerlo, con aquel pecho ancho y su estrecha cintura. Llevaba en el cinturón una funda de la que sobresalía la culata de una pistola, lo que le daba un agradable toque peligroso.
Y no es que esté buscando un novio nuevo
, pensé. Yo tenía un novio fantástico, Kisten, y Glenn no estaba interesado en mí, aunque estoy segura de que «si probase una hechicera, ya no se iría con cualquiera». Además, como sabía que su falta de interés no radicaba en prejuicios, no me importaba.
Exhalé. Me temblaban los dedos del cansancio. Dirigí mi mirada a sus ojos marrones, inexpresivos y llenos de preocupación y molestia, y luego al café.
—¿Por casualidad alguno de esos es para mí? —pregunté y, al ver que asentía, cogí uno mientras decía—: Que la Revelación te bendiga.
Quité la tapa de plástico y bebí un sorbo. Se me cerraron los ojos y mantuve el segundo sorbo en la boca durante un momento. Era un café doble, caliente y solo, justo lo que necesitaba ahora mismo.
Ivy seguía escribiendo y, mientras Jenks se excusaba por marcharse a ayudar a su hijo pequeño, al que había dejado olvidado llorando en el cucharón en la cepa, y volvía al jardín, yo me quedé pensando en qué estaría haciendo aquí Glenn. Y tan temprano. Eran las siete de la mañana. Yo no había hecho nada para que me regañase la AFI, ¿verdad?
Glenn trabajaba para la Agencia Federal del Inframundo, la institución gestionada por humanos que operaba a nivel local y nacional. La SI, su versión inframundana, aventajaba mucho a la AFI en lo referente a hacer cumplir la ley, pero durante una investigación previa en la que yo había ayudado a Glenn, había averiguado que la AFI tenía una impresionante cantidad de información sobre nosotros, los inframundanos, lo que me hizo desear no haber redactado aquellas listas de especies para su padre el otoño pasado. Glenn era el especialista en inframundo de la AFI de Cincy, lo que significaba que había tenido agallas para intentar trabajar a ambos lados de la calle. Había sido idea de su padre y, como le debía mucho, lo ayudaba cuando me lo pedía.
Sin embargo, todo el mundo estaba callado y pensé que sería mejor decir algo antes de quedarme dormida en la mesa.
—¿Qué te trae por aquí, Glenn? —le pregunté mientras tomaba otro sorbo de café con la esperanza de que la cafeína empezase a hacerme efecto pronto.
Glenn estaba de pie y se ajustó su tarjeta identificativa al cinturón. Con aquella mandíbula cuadrada apretada, miró a Ivy con desconfianza.
—Dejé un mensaje anoche. ¿No lo recibiste?
La profundidad de su voz era tan relajante como el café que había traído. Entonces Jenks, que estaba entrando de nuevo por el agujero para pixies que había en la puerta de mosquitera, dio media vuelta.
—Creo que he oído a Matalina —dijo, y luego desapareció dejando tras de sí una estela tamizada de chispas doradas. Miré la bruma de polvo de pixie y luego a Ivy, y ella se encogió de hombros.
—No —dije yo.
Los ojos de Ivy se pusieron negros.
—¡Jenks! —gritó, pero el pixie no apareció. Yo me encogí de hombros y miré a Glenn como pidiéndole disculpas.
—¡Jenks! —chilló Ivy—. Cuando le des al botón de los mensajes es mejor que los escribas, ¡maldita sea!
Yo tomé aire para hablar pero Ivy me interrumpió.
—Glenn, Rachel todavía no se ha acostado. ¿Puedes venir a eso de las cuatro?
—A esa hora la morgue ya habrá cambiado de turnos —protestó él—. Siento que no recibieses mi mensaje, pero ¿mirarás de todas formas? Pensé que estabas despierta por eso.
El enfado me hizo tensar los hombros. Estaba cansada y malhumorada y no me gustaba que Ivy se metiese en mis asuntos. En un arranque de mala leche, me puse de pie.
Enmarcada por su nuevo corte de pelo, la cara ovalada de Ivy parecía inquisitiva.
—¿Adonde vas?
Cogí el bolso, que ya estaba cargado con gran variedad de encantamientos y hechizos, y me bebí de un trago lo que me quedaba de café.
—Al parecer, a la morgue. Ya he estado despierta hasta estas horas otras veces.
—Pero no después de una noche como la que acabas de pasar.
En silencio, cogí la pulsera que rodeaba al señor Pez y me peleé con el broche. Glenn se puso de pie lentamente. Su cuerpo adoptó una inclinación de cautela. Una vez me había preguntado por qué vivía con Ivy y con la amenaza que ella suponía para mi vida y además por voluntad propia y, aunque ahora ya sabía por qué, decírselo le haría preocuparse más, no menos.
—¡Jolín, Ivy! —dije, consciente de que él nos estaba analizando profesionalmente—. Prefiero hacerlo ahora. Considéralo mi cuento para dormir.
Me dirigí a la entrada intentando recordar dónde había dejado las sandalias.
El recibidor
.Y entonces Ivy dijo desde la cocina:
—No tienes que salir corriendo cada vez que la AFI chasquea los dedos.
—¡No! —grité yo. El cansancio me ponía estúpida—. Pero tengo que ganar algo de dinero para volver a consagrar la iglesia.
Los pasos de Glenn titubearon sobre el suelo de madera.
—¿Ya no es sagrada? —preguntó mientras salíamos al soleado santuario—. ¿Qué ha pasado?
—Tuvimos un incidente. —La oscuridad del recibidor era reconfortante y suspiré mientras me ponía las sandalias y abría la pesada puerta que daba al santuario.
Por el amor de Dios
, pensé, entrecerrando los ojos al sentir el brillo resplandeciente de aquella mañana de finales de julio. No me extrañaba que soliese dormir a esa hora. Los pájaros hacían mucho ruido y ya hacía calor. Si hubiera sabido que iba a salir me hubiese puesto pantalones cortos.
Glenn me agarró por el codo cuando tropecé en el escalón y se me habría caído el café si no lo hubiese vuelto a tapar.
—No te gustan las mañanas, ¿eh? —dijo medio en broma, y yo aparté el brazo.
—¡Jenks! —grité cuando mis sandalias pisaron la acera agrietada. Lo menos que podía hacer era venir conmigo. Al ver el todoterreno de Glenn aparcado junto a la acera, dudé.
—Vayamos en dos coches —propuse, ya que no quería que me viesen montada en un coche de la AFI cuando podía ir conduciendo mi descapotable rojo. Hacía calor. Podría bajarle la capota.
Glenn soltó una risita.
—¿Con el permiso retirado? Ni lo pienses.
Reduje el paso y lo miré con recelo, molesta por la diversión que mostraban sus ojos oscuros.
—Mierda, ¿cómo lo has averiguado?
Me abrió la puerta del acompañante.
—¿Porque trabajo para la AFI? Nuestra patrulla de carretera te ha estado cubriendo cada vez que sales a por provisiones. Si te pillan conduciendo con el permiso retirado, la SI meterá tu culo en la cárcel, y nos gusta que tu culo esté en la calle, donde puedas hacer algo bueno, señorita Morgan.
Me senté en el asiento delantero y puse el bolso sobre el regazo. No sabía que la AFI hubiese tenido noticias de ello, y mucho menos que hubiesen estado distrayendo a la SI.
—Gracias —dije en voz baja, y él cerró la puerta con un gruñido de agradecimiento.
Glenn cruzó por delante del coche mientras yo me ponía el cinturón. El aire estaba viciado e intenté bajar la ventanilla. El coche todavía no estaba arrancado, pero yo ya estaba irritada. Puse el café en el sujetavasos y seguí peleándome con la ventana hasta que Glenn se agachó, se sentó en el asiento del conductor y me miró. Arrugué la frente con frustración.
—No es justo, Glenn —me quejé—. No tenían derecho a retirarme el permiso. La tienen tomada conmigo.
—Tú ve a las clases para recuperar el permiso y acaba con ello.
—¡Pero no es justo! Me están haciendo la vida difícil a propósito.
—¿En serio? No me digas —dijo. Metió la llave en el contacto, hizo una pausa para sacar un par de gafas de sol del bolsillo y, al ponérselas, mejoró inmediatamente diez puntos. Su rostro se relajó y miró la calle silenciosa envuelta por la sombra de árboles de más de ochenta años.
—¿Qué esperabas? —dijo él—. Les diste una excusa para hacerlo y ellos la aprovecharon.
Inspiré con frustración y contuve el aliento. Me salté un semáforo en rojo. Estaba en ámbar la mayor parte del camino. Y una vez conduje un poco rápido por la interestatal. Pero supongo que dejar que mi novio chocase contra mí con un camión Mack para ayudar a un vampiro a comenzar su vida de no muerto podría ser la causa de que me retirasen algunos puntos. Solo había muerto el vampiro, pero era lo que quería.
Volvía pelearme con el botón y Glenn lo pilló. Cuando la ventanilla se bajó emitiendo un chirrido, entró un aire cálido que sustituyó el olor de mi perfume por el de la hierba cortada.
—¡Jenks! —grité mientras Glenn arrancaba el coche—. ¡Vámonos!
El ruido del enorme coche ensordeció el repiqueteo de las alas de Jenks al llegar.
—Siento lo del mensaje, Rache —murmuró mientras aterrizaba sobre el espejo retrovisor.
—No te preocupes —dije, y estiré el brazo por fuera de la ventanilla abierta. No quería machacarlo por ello. Mi hermano ya me había criticado mucho por hacer lo mismo y sabía que no lo había hecho a propósito.
Me acomodé en el asiento de cuero mientras Glenn se incorporaba a la calle vacía. Estaría vacía hasta mediodía más o menos, cuando la mayor parte de los Hollows empezaba a despertar. Tenía el pulso débil debido a la hora que era y el calor del día me daba ganas de dormir. El coche de Glenn estaba tan pulcro como él mismo: no había ni una sola taza de café usada ni ningún amasijo de papeles tirado en el suelo o en el asiento de atrás.
—Entonces… —dije mientras bostezaba—, ¿qué hay en la morgue, además de lo evidente?
Glenn me miró mientras paraba ante una señal de
stop
.
—Un suicidio, pero es un asesinato.
Claro que sí
. Asentí y saludé al todoterreno de la SI que había detrás de un gran arbusto, luego le lancé un besito y le hice el gesto de las orejas de conejo con los dedos al pequeño hombre lobo con uniforme de faena que dormitaba en un banco al sol observándolos. Era Brett. El hombre lobo militante había sido expulsado de su manada por no conseguir secuestrarme hacía unos meses y, por supuesto, ahora quería entrar a formar parte de la mía. En cierto modo tenía sentido, aunque era un poco retorcido. Yo era la que había vencido a su alfa. Por lo tanto, era más fuerte.
David, mi alfa, no se iba a meter en todo aquello, ya que ni siquiera había querido una manada desde un principio. Esa fue la razón por la que se había rebelado contra el sistema y había formado una con una bruja para conservar su trabajo. Y así, Brett quedó reducido a acechar en las afueras de mi vida, buscando una manera de entrar. Era realmente halagador, pero deprimente. Tendría que hablar con David. Tener a un hombre lobo militante unido a mi caótica vida no era mala idea, pero Brett quería de verdad alguien a quien acudir. Así era como se juntaban la mayoría de los hombres lobo. Aquello que decía David de que Brett estaba intentando quedar bien con su alfa original espiándome para ver si tenía el artefacto que había instigado el intento de secuestro era una tontería. Todo el mundo creía que había caído por el puente Mackinac, aunque en realidad estaba escondido en la caja del gato de David.
Jenks se aclaró la voz y, cuando lo miré, se frotó el pulgar con el índice, haciendo el gesto universal del dinero. Entonces le seguí la mirada hacia Glenn.
—Eh —le dije, girándome en el asiento—, esto es remunerado, ¿verdad? —Glenn sonrió y yo, irritada, puse una voz más aguda—. Es remunerado, ¿verdad?
Riéndose entre dientes, el detective de la AFI miró por el retrovisor a Brett y asintió.
—¿Por qué…? —empezó a decir, pero yo lo interrumpí.
—Quiere entrar en mi manada y David le está poniendo trabas —dije—. ¿Qué tiene de importante este cuerpo para querer que yo lo vea? Soy una detective pésima. No me dedico a eso.
El rostro cuadrado de Glenn estaba cargado de preocupación mientras me miraba a mí y luego de nuevo al hombre lobo que dejamos atrás.
—Es una mujer lobo. La SI dice que es un suicidio, pero yo creo que es un asesinato y que lo están encubriendo.
Dejé que la presión del aire me levantase y me bajase la mano y disfruté de la brisa en mi pelo recién lavado y del tacto de mi pulsera deslizándose por mi piel. ¿
La SI está encubriendo un asesinato
?
Vaya sorpresa
. Jenks parecía feliz y guardaba silencio ahora que estábamos trabajando y había sacado el tema del dinero, aunque no estaba zanjado.
—Tarifa estándar de asesoría —dije yo.
—Quinientos al día más gastos —dijo Glenn, y yo me reí.
—Prueba con el doble, chico del kétchup. Tengo que pagar un seguro. —
Y consagrar una iglesia y reparar una sala de estar
.
Glenn se distrajo un poco de la carretera.
—¿Por dos horas de tu tiempo? ¿Cuánto sería eso? ¿Doscientos cincuenta?
Mierda. Quiere pagar por horas
. Yo fruncí el ceño y las alas de Jenks se fueron moviendo más lentamente, hasta detenerse. Con eso quizá podríamos pagar los paneles y a los tíos que los colocaban. Quizá.
—De acuerdo —dije, mientras revolvía en mi bolso para encontrar la agenda que Ivy me había regalado el año pasado. Ya estaba obsoleta, pero las páginas estaban en blanco y necesitaba un lugar en el que hacer un seguimiento de mi tiempo.