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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Por unos demonios más (9 page)

BOOK: Por unos demonios más
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Las ligeras arrugas que tenía Glenn alrededor de los ojos se hicieron más profundas con la ira que lo invadió. No tuvo que decir que el que corría era humano.

Jenks estaba callado y yo intentaba examinarla con imparcialidad. Era alta para ser una mujer lobo, pero no demasiado. Tenía el pecho grande y llevaba el pelo a la altura del hombro. Se le rizaba ligeramente donde no lo tenía enmarañado. Era guapa. Ningún tatuaje que yo viese. ¿Treinta y tantos? A juzgar por su aspecto se cuidaba. Me preguntaba qué le habría pasado para llegar a pensar que la respuesta era terminar con su vida.

Al ver que ya estaba satisfecha, Glenn abrió un tercer cajón.

—A esta la atropello un coche —dijo mientras abría la cremallera de la resistente bolsa—. El oficial la reconoció como una mujer lobo y la envió al hospital. En realidad tuvieron que convertirla en humana para tratarla, pero murió. —Le salieron arrugas en la frente mientras miraba su cuerpo estropeado—. Se le paró el corazón. Justo en la mesa de operaciones.

Me obligué a mirar hacia abajo y me estremecí al ver los moratones y la piel reventada por el accidente. Todavía tenía las vías intravenosas, una muestra de los esfuerzos que habían hecho por salvarle la vida. Era la mujer lobo desconocida número dos y también tenía el pelo castaño, pero más largo, aunque se le rizaba de la misma forma. Parecía tener la misma edad y la misma barbilla estrecha. Aparte de un rasguño en la mejilla, su cara estaba intacta y parecía profesional y tranquila.

Lanzarse delante de un coche no era nada raro, el equivalente para los hombres lobo a un saltador humano. La mayoría de las veces no lo conseguían y acababan en la consulta de un médico, donde deberían haber ido antes de nada.

Seguí a Glenn hasta un cuarto cajón y averigüé por qué Jenks estaba tan callado cuando le entraron náuseas y se fue volando a la papelera.

—Tren —dijo Glenn sin más, con una voz suave como un lamento. El café y la falta de sueño se estaban enfrentando en mi interior, pero había visto una masacre de demonios y esto era como morir durmiendo comparado con aquello. Creo que estaba ganando puntos con Glenn mientras la examinaba intentando no respirar el olor a descomposición que ni el frío de la sala podía paliar. Parecía que la mujer lobo desconocida número tres era tan alta como la primera mujer y que tenía la misma constitución atlética. El pelo castaño hasta los hombros. No sabría decir si era hermosa o no. Al verme asentir, Glenn cerró la bolsa y luego el cajón y fue cerrando el resto mientras regresaba hacia Vanessa. Yo lo seguí, aunque todavía no estaba segura de por qué quería que viese aquello.

Al regresar, Jenks no hizo ruido con las alas y yo lo miré con compasión.

—No le digas a Ivy que he potado —me dijo, y yo asentí—. Todas huelen igual —dijo, y yo sentí que se me agarraba a la oreja para mantener el equilibrio y se acercaba lo máximo posible a mi cuello perfumado.

—Por Dios, Jenks, a mí todas me parecen iguales —dije, pero no creo que apreciase mi intento de hacer una broma.

Glenn se detuvo y miramos a la secretaria del señor Ray.

—Estas tres mujeres eran suicidas —dijo—. La primera murió por automutilación, como parece haber muerto la secretaria del señor Ray. Yo creo que la asesinaron y que luego lo amañaron para que pareciese un suicidio.

Yo lo miré y me pregunté si no le estaría buscando tres pies al gato. Al verme dudar, se pasó la mano por su pelo corto y rizado.

—Fíjate en esto —dijo mientras se inclinaba sobre Vanessa y le cogía una de sus manos inertes—. ¿Lo ves? —dijo, envolviendo su fina muñeca con sus dedos oscuros, que formaban un gran contraste con su pálida piel—. Parece una contusión causada por ataduras. No muy fuertes, pero ataduras. La mujer que llegó al hospital no las tiene y sé que tuvieron que atarla.

Vale. Ahora si me interesaba. ¿Quizá Vanessa estuvo practicando jueguecitos sexuales y llegó demasiado lejos?

Me incliné hacia delante y estuve de acuerdo en que el círculo ligeramente rojo podría haber sido el resultado de una atadura, pero lo que me llamó la atención fueron sus uñas. Le habían hecho la manicura profesional pero tenía las puntas partidas e irregulares. Una mujer que estuviese pensando en suicidarse no pagaría demasiado para que le hiciesen las uñas y luego las destrozaría antes de acabar con su vida.

—¿Dónde la encontraron? —pregunté en voz baja.

Al notar interés en mi voz, Glenn me profirió una sonrisa que luego desapareció rápidamente.

—Debajo de un muelle en los Hollows. Un grupo de turistas la encontró cuando aún estaba caliente.

Jenks, que no quería que lo excluyésemos, despegó de mi hombro y la sobrevoló.

—Huele a mujer lobo —proclamó—. Y a pescado. Y a alcohol de fricción.

Glenn dio un tirón a la sábana con la que la habían cubierto durante todo el rato, en lugar de una bolsa.

—También tiene marcas de presión en los tobillos.

Yo fruncí el ceño.

—¿Así que alguien la sujetó contra su voluntad y luego la mató?

Jenks aleteó y dijo:

—Tiene un hilo de esparadrapo entre los dientes.

Glenn dejó salir el aire que había tomado para responder.

—Estás de broma.

Con un pequeño subidón de adrenalina y un poco grogui, me acerqué para verlo.

—No estoy entrenada para esto —dije cuando Glenn sacó una pequeña linterna del bolsillo y me hizo un gesto para que le abriese la boca. A regañadientes, le agarré la mandíbula—. No pienso coger un cuchillo y revolver con él.

—Bien. —Dirigió la luz hacia sus dientes—. Porque no tengo autorización para eso.

El chirrido de las puertas dobles al abrirse me hizo levantar la cabeza. Jenks dijo un taco cuando solté la mandíbula de Vanessa y casi lo aplasto al girar la mano. La tensión se convirtió en miedo por un instante cuando vi a Denon, mi antiguo jefe de la SI, de pie en medio de la sala cual rey de los muertos.

—Esto es un asunto de la SI. Ni siquiera tienen permiso para mirarla —dijo con su dulce voz, que me recorrió la columna como hace el agua sobre las rocas.

Maldita sea, que se vaya al infierno
, pensé, superando mi miedo. Ya no era mi jefe. No era nada. Pero estábamos bajo tierra, demasiado abajo para invocar una línea, y no me gustaba.

El vampiro viviente de clase baja sonrió para mostrar sus dientes humanos, de un blanco prístino comparados con su hermosa piel caoba. Iceman estaba detrás de él junto con un segundo vampiro vivo, esta vez de clase alta, a juzgar por sus caninos pequeños pero afilados. Con ellos había entrado un olor a hamburguesas y patatas fritas y parecía que los cincuenta dólares de Glenn hubiesen comprado menos tiempo del que él esperaba.

Jenks se elevó produciendo un zumbido con las alas.

—Mira lo que ha traído el gato —soltó—. Huele a algo familiar, pero no sé decir qué es. ¿A rata, quizá?

Denon lo ignoró, como ignoraba a todos aquellos que estaban por debajo de él, pero le vi un ticen el ojo mientras seguía sonriendo e intentaba impresionarme con su mera presencia.

Glenn apagó la linterna y la guardó, apretando los dientes, pero sin remordimientos. No tenía motivos para temer a Denon. Al menos no hasta ahora y, sobre todo, no ahora. Probablemente él era la razón por la que yo había perdido el permiso y aquello me cabreaba.

Con una chulería practicada, el hombre grande y musculoso avanzó hacia nosotros como un gato. Técnicamente era un gul, un término grosero para referirse a un humano al que le había mordido un no muerto y al que había infectado intencionadamente con suficiente virus vampírico como para convertirlo parcialmente. Y, mientras que los vampiros de clase alta como Ivy nacían con su estatus y eran envidiados por tener parte de las fuerzas de los no muertos pero sin los inconvenientes, un vampiro de clase baja era poco más que una fuente de sangre cuando intentaban ganarse el favor de aquel que les había prometido la inmortalidad.

Estaba claro que Denon trabajaba duro para conseguir la fuerza humana y, aunque sus bíceps le apretaban el polo y sus muslos estaban forjados gracias al levantamiento de pesas, todavía no alcanzaba a sus hermanos y no lo haría hasta que muriese y se convirtiese en un no muerto de verdad. Y aquello dependía de que su patrocinador recordase o se molestase en acabar el trabajo. Tras haberse llevado la culpa de que Ivy hubiese abandonado la SI conmigo, aquello era poco probable. Su señor había hecho la vista gorda y Denon lo sabía. Aquello lo hacía impredecible y peligroso, ya que estaba intentando congraciarse de nuevo con su señor. El hecho de que estuviese trabajando en el turno de mañana decía mucho.

Aunque seguía siendo guapo, había perdido el aspecto intemporal de aquellos que se alimentan de los no muertos. Sin embargo, era probable que siguiesen alimentándose de él. Una vez había supervisado a una planta completa de cazarrecompensas, pero esta era la segunda vez que lo había visto trabajando en la calle desde que me había marchado.

—¿Cómo está tu coche, Morgan? —dijo su hermosa voz con tono burlón, y aquello me cabreó.

—Bien. —La cólera superaba al cansancio y me hacía actuar de forma estúpida. Los dos técnicos salieron en silencio y oí una conversación en voz baja y luego el tintineo de una camilla con ruedas mientras la colocaban.

Denon levantó sus ojos de pupilas negras del cadáver de la secretaria.

—¿Has venido a ver tus trabajos manuales? —dijo con tono burlón, y Jenks nos iluminó con un chorro de luz.

—Apártate del cadáver, Jenks —murmuré mientras salía de detrás del cajón para tener espacio y moverme—. Lo estás cubriendo de polvo.

Denon sonrió satisfecho y ocultó sus dientes de tamaño humano como la broma que eran. Yo coloqué las manos en las caderas y me atusé el pelo.

—¿Estás diciendo que esto no es un suicidio? —insinué, viendo en ello una oportunidad para cabrearlo—. Porque si estás diciendo que yo soy la responsable de su asesinato demandaré a tu culo de caramelito hasta la próxima Revelación.

Con un movimiento suave, Glenn cubrió a Vanessa con la sábana. Todavía no había dicho nada, lo que me parecía notable, ya que solo hacía un año que pensaba que no les debía ningún respeto a los vampiros. Deja el acoso verbal a aquellos que puedan sobrevivir a él.

—La prueba habla por sí misma. —Denon se acercó para obligar a Glenn y a Jenks a echarse hacia atrás—. La voy a llevar junto con su familia para que la incineren. Apartad.

Maldita sea, en pocas horas todo desaparecería, incluso los archivos informáticos y en papel. Por eso estaba haciendo esto a estas horas. Cuando todo el mundo estuviese trabajando ya sería demasiado tarde. Entrecerré los ojos y me reí forzadamente. Era amarga y no me gustó cómo sonó.

—¿Eso es a lo que te dedicas ahora? ¿Te han degradado a empleado?

Los ojos de Denon intentaron ponerse negros. Era estúpido presionarlo así, pero estaba notando la falta de sueño y tenía a Glenn a mi lado. ¿Qué iba a hacer Denon?

Nos interrumpió el ruido de la camilla y Denon avanzó con aire chulesco intentando apartar a Glenn con su presencia. Pero Glenn no se movió.

—No puede llevársela —dijo el detective de la AFI mientras colocaba una mano posesiva sobre la parte superior de la puerta—. Esto se ha convertido en una investigación de asesinato.

Denon se río, pero los dos tíos de la camilla dudaron y se cruzaron las miradas.

—Decretaron suicidio. No tiene jurisdicción. El cuerpo es mío.

Mierda
. Todavía no teníamos nada y, si no lo encontrábamos, quedaríamos como tontos.

—Hasta que establezcan que no la asesinó un humano, tengo toda la jurisdicción que necesito —dijo Glenn—. Tiene marcas de presión en las muñecas. La sujetaron contra su voluntad.

—Eso es circunstancial. —Los dedos oscuros de Denon se dirigieron al asa del cajón. Glenn no se apartó y la tensión creció hasta que las alas de Jenks empezaron a emitir un chirrido fuerte.

Rebusqué en el bolso y saqué el teléfono móvil, aunque no creía que pudiese tener cobertura allí abajo.

—Podemos conseguir una orden en cuatro horas y su entusiasmo por destruir las pruebas quedará patente en ella. ¿Sigue queriendo llevársela?

Jenks aterrizó sobre mi hombro.

—No puedes conseguir una orden en tan poco tiempo —me susurró, y empecé a sudar.

Sí, sabía que llevaría un día, si es que la conseguía, pero no podía dejar salir de allí a Denon con el cuerpo.

Denon tenía la mandíbula apretada.

—Unas marcas de presión no significan una mierda.

Jenks alzó el vuelo y sobrevoló a Vanessa.

—¿Y qué hay de las marcas de aguja? —dijo.

—¿Dónde? —dije yo mientras atravesaba la habitación para mirar—. No las veo.

El pequeño pixie estaba orgulloso de sí mismo.

—Porque son pequeñas. Son agujas tamaño pixie. Como cables de fibra óptica. Se puede ver la marca en la piel desgarrada. Quienquiera que la drogase intentó ocultarlo cortándole el brazo como si se tratase de un suicidio. Pero están ahí. Necesitaréis un microscopio para verlas.

Los labios de Glenn formaron una sonrisa hosca y nos giramos a la vez hacia Denon. La palabra de un pixie no significaba nada ante un tribunal, pero sí destruir una prueba intencionadamente. El vampiro parecía cabreado. Bien. Odiaba pensar que yo era la única que estaba teniendo una mañana horrible.

—Haga que le miren el brazo —dijo bruscamente, con los músculos tensos—. Quiero ver el informe antes de que se seque la tinta.

Oh, Dios
, pensé, poniendo los ojos en blanco. ¿
Podría haber elegido una analogía más trillada
?

Glenn cerró el cajón y echó la llave antes de pasársela a Iceman. Jenks estaba flotando a mi lado y yo no dije nada, pero sonreía porque sabía que teníamos razón, que Denon no la tenía y que la SI iba a acabar quedando como una idiota otra vez.

Pero Denon soltó una risa que me sorprendió.

—Sigues tocándole las pelotas a la gente, Morgan, y dentro de poco los únicos que querrán contratarte serán esos troles sin hogar que viven debajo de un puente y los corruptos metidos en magia negra. La culpa de que muriese es tuya, de nadie más.

Me quedé pálida y Jenks batió sus alas con agresividad. Denon no solo sabía que había sido asesinada y estaba intentando encubrirlo, sino que me estaba echando la culpa a mí.

—¡Serás hijo de puta! —dijo Jenks enfurecido, y yo moví los dedos para decirle que no se metiese. Yo no era capaz de atrapar a un pixie, pero un vampiro cabreado quizá sí pudiese hacerlo.

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