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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Por unos demonios más (4 page)

BOOK: Por unos demonios más
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—¿Que yo no quiero que recuerdes? —le preguntó él con dureza mientras la soltaba para extender la mano en un gesto de exigencia—. Dámelos. Ya.

Yo miré a uno y después al otro. Había pasado de amante a carcelero en un segundo.

—Me falta mi alijo de tejo —dijo é1—. Yo no te he hecho olvidar. Dámelos. Newt frunció los labios y puntos de color aparecieron en sus mejillas. Aquello estaba empezando a cobrar sentido. El tejo era altamente tóxico y se utilizaba casi exclusivamente para comunicarse con los muertos y para hacer olvidar encantamientos. Yo había encontrado uno en la parte de atrás del cementerio junto a un mausoleo abandonado y, aunque yo no me comunicaba con los muertos, lo había dejado con la esperanza de que la negación plausible me hiciese mantener el trasero fuera de los tribunales si alguien lo encontraba allí. El cultivo de tejo no era ilegal, pero cultivarlo en un cementerio, donde su fuerza era mucho mayor, sí lo era.

—Los he hecho —espetó Newt—. ¡Son míos! ¡Los he hecho yo!

Ella se dio la vuelta para marcharse, pero Minias agarró el báculo y la hizo girarse de nuevo. Entonces pude verle la cara. Tenía una mandíbula fuerte que apretaba por la tensión. Sus ojos rojos de demonio eran tan oscuros que casi escondían su característico aspecto similar al de las cabras y tenía una nariz aguileña muy marcada. Estaba encolerizado, con lo que conseguía equilibrar a la perfección el temperamento de Newt.

Las emociones los invadieron o ambos como un torrente liquido y rápido. Fue como si una discusión de cinco minutos hubiese tenido lugar en tres segundos. La cara de ella cambiaba y la de él le respondía provocando cambios de humor en ella que se reflejaban en su lenguaje corporal. Él la manipulaba con sumo cuidado, a ese demonio que había profanado la iglesia casi sin parpadear, que le había dado la vuelta a un triple círculo de sangre a su antojo… algo que siempre me habían dicho que era imposible, pero de lo que Ceri sabía que Newt era capaz. No sabía a quién tenerle más miedo: a Newt, que podría asolar el mundo, o a Minias, que era quien la controlaba.

—Por favor —le pidió él cuando la cara de ella mostró disgusto y miró hacia abajo. Newt dudó un poco y luego metió la mano en el bolsillo de su enorme manga y saco de él un puñado de frascos.

—¿Cuántos invocaste cuando recordaste? —le preguntó él mientras los frascos tintineaban.

Newt miré al suelo, abatida, aunque su comportamiento me decía que no lo sentía.

—No me acuerdo.

Él sacudió los frascos en la mano ames de metérselos en el bolsillo al ver claramente su acritud impenitente.

—Faltan cuatro.

Ella lo miró y empezó a derramar lágrimas de verdad.

—Duele —dijo ella, y casi me muero de miedo. ¿
Newt se había autoinflingido la pérdida de memoria
? ¿
Qué fue lo que recordó que no quería recordar
?

Ceri estaba de píe a mi lado, casi olvidada, y a1 verla desplomarse comprendí que aquello casi habla terminado. Me pregunte cuántas veces habría presenciado aquello.

Ya más tranquilo, Minias se acercó a Newt y su túnica púrpura la rodeó. Newt se rodeó con los brazos a sí misma y dejó que él la agarrase, con los ojos cerrados, y metió la cabeza bajo la barbilla de él. Transmitían una imagen elegante y serena, allí de pie con sus túnicas de vivos colores y su digna actitud. Me pregunté cómo podía haber dudado del sexo de Newt. Ahora estaba muy claro, y me acordé de que quizá ella había cambiado sutilmente su aspecto. Al verlos juntos sentí un escalofrío. Minias era el único que podía sacar de la locura a Newt. No me parecía que fuese simplemente un familiar de ella. No creía que fuese alguien sin importancia.

—No deberías llevártelos —susurró él, acariciándole la frente con su aliento. Tenía una voz cautivadora que se elevaba y descendía como sí de música se tratase.

—Duele —dijo ella, con voz apagada.

—Lo sé. —Sus ojos demoníacos se cruzaron con los míos y sentí un escalofrío—. Por eso no me gusta que salgas sin mí —le dijo él, mirándome a mí pero hablándole a ella—. No los necesitas. —Minias rompió el contacto visual que mantenía conmigo, le giró la cara para tenerla de frente y le agarró la cara entre sus manos.

Me abracé a mí misma y me pregunté cuánto tiempo llevarían juntos. ¿Lo suficiente como para que una carga obligada se hubiese convertido en un peso llevado voluntariamente?

—No quiero recordar —dijo Newt—. Las cosas que he hecho…

¿
Un demonio con conciencia
? ¿
Por qué no
?
Tienen alma
.

—No —dijo Minias, interrumpiéndola, y luego la agarró con más dulzu­ra—. Prométeme que la próxima vez que recuerdes algo me lo dirás en lugar de salir a buscar las respuestas.

Newt asintió y luego se tensó entre sus brazos.

—Eso es lo que estaba haciendo —susurró ella, y se me hizo un nudo en el estómago al ver que se había dado cuenta. Minias se quedó inmóvil y Ceri, que estaba a mi lado, palideció—. ¡Estaba en tus diarios! —exclamó Newt mientras le daba un empujón—. Has escrito todo lo que recuerdo. ¿Cuántos recuerdos tienes en tus libros, Minias? ¿ Cuánto sabes de lo que yo quería olvidar?

—Newt… —dijo e1 con tono de advertencia mientras rebuscaba en los bolsillos.

—¡Los he encontrado! —gritó Newt—. ¡Tú sabes porqué estoy aquí! ¡Dime por qué estoy aquí!

Di un respingo cuando Ceri me agarró la mano. Gritando de cólera, Newt agitó su báculo en dirección a Minias. Los dedos de él iniciaron una danza en el aire, como si estuviese hablando en lengua de signos, y creó un hechizo de línea luminosa. Sentí un bajón enorme, como si alguien estuviese tirando de la línea hacia fuera y, con un grito sorprendente, Minias termino su hechizo sacándole la tapa a un frasco de los que le había dado Newt y agitándolo hacia ella.

Newt gritaba consternada mientras las chispas revoloteaban por el aire y su ira, su frustración y dolor llegaban a su máxima profundidad. Y entonces la alcanzó la poción y su rostro perdió toda expresión.

Se quedó quieta, parpadeó, miró el santuario vacío como sin reconocerlo y luego nos miró a Ceri y a mí. Vio a Minias y luego tiró el báculo al suelo como si fuese una serpiente. El báculo cayó al suelo produciendo un ruido seco y rebotó. En el exterior, al otro lado de las vidrieras, los petirrojos estaban cantando con la bruma del amanecer, pero allí dentro era corno si el aire estuviese muerto.

—¿Minias? —dijo ella con un tono confuso y consternado.

—Ya está —dijo él con una voz suave. Se acercó a ella, recogió el báculo y se lo devolvió.

—¿Te he hecho daño? —Su voz mostraba preocupación y, cuando Minias dijo que no con la cabeza, ello se sintió aliviada, aunque luego volvió a invadirla una profunda tristeza. Sentí ganas de vomitar.

—Llévame a casa —dijo el demonio mientras me miraba—. Me duele la cabeza.

—Espérame. —Minias me miró a mí y luego a ella—. Iremos todos juntos, Ceri contuvo 1a respiración mientras el demonio se acercaba a nosotras con la cara mirando hacia abajo y sus anchos hombros encorvados. Se me pasó por la cabeza volver a restablecer el círculo, pero no lo hice. Minias se detuvo ante mí, tan cerca que me hizo sentir incómoda. Sus ojos cansados recorrieron lentamente mi ropa de dormir, la sangre de Ceri que manchaba mis manos y los tres círculos que casi no habían podido detener a Newt. Levantó la mirada y observé el interior del santuario, donde estaba mi escritorio, el piano de Ivy y el vacío absoluto entre ambos.

—¿Fuiste tú quien robó a Ceri de su demonio? —me preguntó, cosa que me sorprendió.

Quería explicarle que había sido un rescate, no un robo, pero me limité a asentir.

Él levantó y bajó la cabeza una vez, haciéndome burla, y entonces me fijé en sus ojos. El rojo era tan oscuro que parecía marrón y su característica pupila horizontal demoníaca me hizo pararme y pensar.

—Tu sangre avivó lo maldición —dijo, y sus ojos rojos de cabra se dirigieron al círculo de sangre que había a mi lado—. Me dijo que te empujó a través de las líneas el invierno pasado. —Me miró de arriba abajo, evaluándome.— No me extraña que Al esté interesado en ti. ¿Tienes algo que pueda haberla atraído?

—¿Además del favor que le debo? —dije con voz temblorosa—. No lo creo.

Miró el elaborado círculo que Ceri había dibujado para que yo pudiese contactar con él.

—Si se te ocurre algo, llámame. Me haré cargo del desequilibrio. No quiero que vuelva aquí.

Ceri me apretó el brazo,
Si, yo tampoco
, pensé.

—Quédate aquí —dijo mientras se daba la vuelta—. Volveré para arreglar cuentas.

Alarmada, le tire de la mano a Ceri.

—Eh, espera, demonio. Yo no te debo nada.

Cuando se giró pude ver que tenía las cejas levantadas con un gesto de burla.

—Te lo debo yo, idiota. Casi ha amanecido. Tengo que salir de aquí. Volveré cuando pueda.

Ceri tenía los ojos como platos. No se me ocurrió que fuese algo bueno que un demonio me debiese un favor.

—Eh —dije mientras daba un paso hacía adelante—. No quiero que aparezcas sin más. Es de mala educación.
Y además acojona
.

Minias parecía impaciente por marcharse mientras se colocaba la túnica.

—Sí, lo sé ¿Por qué crees que los demonios intentan matar a quienes los invocan? Estás verde, eres poco inteligente y utilizas arpías maleducadas y torpes que nos piden que crucemos las líneas y que nos hagamos responsables de las consecuencias.

Me calenté, pero antes de que pudiese decirle que se pirase, él dijo:

—Te llamaré yo primero, Tú te llevas el desequilibrio por eso, ya que lo has pedido.

Miré a Ceri para pedirle consejo, y ella asintió. La garantía de que no aparecería mientras me estuviese duchando ya valía la pena.

—Trato hecho —dije yo escondiendo la mano para que no me la agarrase. Newt estaba detrás de él y me miró con la frente arrugada. Minias caminó con pasos silenciosos hacia ella para agarrarla por el codo de manera posesiva y sus ojos preocupados se dirigieron a los míos. Levanté la cabeza para mirar detrás de Ceri y de mí y abrir la puerta; entonces escuché el ruido de una moto entrando en la marquesina del aparcamiento. Desaparecieron en un abrir y cerrar de ojos.

Me desplomé aliviada, Ceri se apoyó en el piano y al hacerlo lo manchó de sangre con los antebrazos. Empezaron a temblarle los hombros y yo le puse una mano sobre uno de ellos, aunque solo me apetecía hacer lo mismo. Escuchamos fuera e1 silencio repentino de la moto de Ivy al apagarse. Y luego sus característicos pasos sobre el caminito de cemento.

—Entonces el de la tienda le dice al pixie: «¿Qué número tiene usted de pie?» —dijo Jenks, batiendo las alas—. Y el pixie le responde: «El mismo que sentado». —Jenks se rio. El tintineo de su risa era como el de las campanillas de viento—. ¿Lo pillas, Ivy? ¿«De pie»? ¿«Sentado»?

—Sí, lo pillo —murmuró ella, acelerando el paso mientras subía los escalones de cemento—. Muy bueno, Jenks. Oye, la puerta está abierta.

Al entrar eclipsaron la luz que entraba en 1a iglesia y Ceri se levantó y se limpió la cara, manchándola de sangre, lágrimas y de tierra del jardín. Tanto yo como la iglesia apestábamos a ámbar quemado y me pregunté si alguna vez me volverla a sentirme limpia. Nos pusimos de pie juntas, entumecidas, mientras Ivy se detenía justo en el vestíbulo. Jenks planeó durante tres segundos y luego, mientras soltaba tantos tacos como chispas, salió disparado en busca de su mujer y de sus hijos.

Ivy se llevó una mano a la cadera ladeada e intentó asimilar la escena: los tres…, no los cuatro círculos dibujados con sangre, yo en pijama y Ceri llorando en silencio y agarrando su crucifijo con la mano manchada de sangre pegajosa y medio seca.

—Por el amor de Dios, ¿qué habéis hecho ahora?

Mientras me preguntaba si volvería a dormir alguna vez, miré a Ceri y dije:

—No tengo ni idea.

2.

No me encontraba bien. Se me revolvió el estómago cuando me senté en mi silla de respaldo recto de la cocina, a la pesada y enorme mesa antigua de Ivy, que estaba junto a una pared interior. El sol era como una fina lámina de oro que brillaba en el frigorífico de acero inoxidable. No lo veía tan a menudo. No estaba acostumbrada a estar despierta tan temprano y mi cuerpo estaba empezando a hacérmelo saber. No creía que fuese por el problema de la mañana.
Sí. Ya
.

Cerré la bata de rizo y busqué en la guía telefónica mientras Jenks e Ivy discutían junto al fregadero. Tenía el teléfono en el regazo, así que Ivy no se apoderaría de él mientras buscaba a alguien que volviese a consagrar la iglesia. Ya había llamado a los tipos que habían arreglado el tejado para que nos diesen presupuesto para el salón. Eran humanos y a Ivy y a mí nos gustaba utilizarlos, ya que normalmente solían llegar antes de mediodía. Newt había arrancado la moqueta y también varios trozos de paneles de las paredes.

Los hijos de Jenks estaban allí ahora mismo, aunque se suponía que ni siquiera deberían estar en la iglesia y, por los gritos y el repicar de sus risas, estaban destrozando el aislamiento que había quedado expuesto.

Al girar otra de las finas páginas de la guía me pregunté si Ivy y yo podríamos aprovechar la oportunidad para hacer algunas reformas. Debajo de la moqueta había un bonito suelo de madera e Ivy tenía muy buen ojo para la decoración. Había reformado la cocina antes de mudarme yo y me encantaba como había quedado.

La gran cocina de tamaño industrial nunca había sido consagrada, ya que se había añadido a la iglesia para celebrar comidas de domingo y recepciones de boda. Tenía dos cocinas, una eléctrica y otra de gas, así que no tenía que preparar la cena y los hechizos sobre la misma superficie. Tampoco es que utilizase la cocina demasiado a menudo para cocinar. Yo era más bien de microondas, o de cocinar algo en la fantástica parrilla de Ivy en la parte de atrás de la casa, en el ordenado jardín de bruja que había entre la iglesia y el cementerio.

En realidad, yo hacía la mayoría de mis hechizos en la isla de la cocina que estaba entre el fregadero y la mesa de comedor rústica. Había una especie de estante en lo alto donde colgaba las hierbas con las que estaba trabajando y mi equipo de hechizos, que no cabía debajo de la isla y, con el gran círculo grabado en el linóleo, era un lugar seguro para invocar un círculo mágico. No había tuberías ni cables que cruzasen por encima al ático ni por abajo al semisótano que pudiese romper. Lo sabía. Lo había comprobado.

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