Seguía llevando el mismo sombrero: redondo, con los laterales rectos y la parte superior plana, fabricado con un exquisito tejido rojo y decorado con unas trenzas doradas. Su corte de pelo, anodino, le llegaba justo hasta debajo de la oreja y no aportaba información sobre su género. Cuando le pregunté de qué sexo era, Newt respondió que si eso importaba. Y mientras observaba a Newt esforzándose por pensar, tuve la sensación de que, en realidad, no es que el demonio creyese que aquello no era importante, sino que él o ella no recordaba cómo había nacido. Quizá Minias si, fuese quien fuese.
—Newt —dije, con la esperanza de que no se me notase demasiado que me temblaba la voz—, te pido que te vayas. Vete directamente a siempre jamás desde aquí y no vuelvas a molestarme.
Era un buen destierro, excepto que no lo puse primero en un círculo, y Newt levantó una ceja, sin mostrar desconcierto, con una facilidad que demostraba mucha práctica.
—Ese no es el nombre para invocarme.
El demonio echó a andar. Yo me encogí hacia atrás para invocar un círculo, aunque fuese cutre y no estuviese dibujado ni trazado, pero Newt entró en la sala de estar y lo último que vi pasar por el marco de la puerta fue el dobladillo de su túnica. Desde un lugar que no veía, me llegó el sonido de unas uñas arañando la madera. Se escuchó el crujido agudo de la madera a1 astillarse y Newt se puso a maldecir profusamente en latín.
La gata de Jenks, Rex, pasó por mi lado; la curiosidad estaba haciendo todo lo posible por cumplir el refrán. Me lancé a por aquel estúpido animal, pero no le caía bien, así que dio un brinco y me esquivó. La gatita de color caramelo se detuvo en el umbral de la puerta con las orejas de punta. Moviendo la cola, se sentó y observó.
Newt no estaba intentando arrastrarme a siempre jamás, ni tampoco intentaba matarme. Estaba buscando algo y creo que la única razón por la que me había poseído era para poder buscar en la iglesia consagrada. Y eso era una señal de que el suelo seguía siendo sagrado. Pero aquella maldita cosa estaba loca. A saber cuánto tiempo seguiría ignorándome. Hasta que se decidiese, quizá podría conseguir decirle dónde estaba lo que buscaba, fuese lo que fuese.
Un golpetazo procedente de la sala de estar me hizo dar un brinco y Rex entré con la cola erizada.
Alguien llamando a la puerta principal de la iglesia me hizo girar en el otro sentido, hacia el santuario vacío, pero antes de que pudiese gritar para avisar a quienquiera que fuese, la gran puerta de roble se abrió, ya que había quitado el pestillo a la espera de que regresase Ivy.
Genial, ¿y ahora qué
?
—¿Rachel? —dijo una voz preocupada, y vi entrar a Ceri dando grandes zancadas y vestida con unos vaqueros descoloridos con las rodillas manchadas de tierra, lo que indicaba que había estado en el jardín a pesar de que estaba a punto de salir el sol. A juzgar por sus ojos desorbitados, parecía preocupada y su largo y hermoso cabello ondeaba mientras recorría rápidamente el santuario yermo, dejando huellas de barro con sus zapatillas profusamente bordadas y poco apropiadas para el jardín. Era un elfo encubierto y yo sabía que su horario era como el de un pixie: despiertos día y noche a excepción de unas cuatro horas cada medianoche y cada mediodía.
Desesperada, agité las manos, alternando mi atención entre el vestíbulo vacío y ella.
—¡Vete! —dije, haciendo de todo menos gritar—. Ceri, ¡márchate!
—He oído la campana de la iglesia —dijo, con las mejillas pálidas de preocupación mientras venía a cogerme las manos. Olía de maravilla, con el típico aroma élfico de vino y canela mezclado con el olor honrado de la tierra, y el crucifijo que Ivy le había regalado relucía en la leve claridad—. ¿Estás bien?
Si, claro
, pensé mientras recordaba haber oído la campana repicar en el campanario cuando expulsé a Newt de mis pensamientos. La expresión «sonar la campana» no era solo una figura retórica y me preguntaba cuánta energía habría canalizado para hacer que sonase la campana de la torre.
Oímos un ruido desagradable procedente de la sala de estar, como si alguien estuviese arrancando los paneles de la pared. Las cejas rubias de Ceri se elevaron. Mierda, estaba tranquila y seria y a mí me temblaba hasta la ropa interior.
—Es un demonio —susurré, preguntándome al mismo tiempo si se marcharía o intentaría llegar al círculo que yo había hecho en el sudo de la cocina. El santuario seguía siendo suelo sagrado, pero para protegerme de un demonio yo no confiaba en nada más que en un círculo bien dibujado. Sobre todo de ese demonio.
La mirada inquisidora en el delicado rostro en formo de corazón de Ceri se endureció con la cólera. Se había pasado mil años atrapada como familiar de un demonio y los trataba como si fuesen serpientes. Era cautelosa, sí, pero hacía mucho tiempo que había perdido el miedo.
—¿Por qué invocas demonios? —dijo en tono acusador—. Y encima, en pijama —dijo, enderezando sus estrechos hombros—. Te dije que te ayudaría con tu magia. Muchas gracias, señorita Rachel Mariana Morgan, por hacerme sentir inútil.
La agarré por el codo y empecé a empujarla hacia atrás.
—Ceri —le rogué, sin creerme que su delicado temperamento se hubiese tomado aquello erróneamente—. Yo no lo invoqué. Apareció él solo. —
Como si ahora yo me dedicase a la magia demoníaca
. Mi alma ya tenía tanto hollín demoniaco que podría pintar con él un gimnasio.
Al oírme. Ceri hizo que me detuviese a pocos pasos del santuario abierto.
—Los demonios no pueden aparecerse sin más —dijo, y la preocupación volvió a apoderarse de ella cuando se llevó las manos a su crucifijo—. Alguien debió de invocarlo y luego lo dejó marchar inapropiadamente.
De repente, oí el ruido de unos pies descalzos arrastrándose al otro extremo del pasillo. Se me acelero el pulso y me di lo vuelta. Ceri me siguió un instante después.
—¿No pueden hacerlo… o no lo hacen? —dijo Newt. Tenía la gata en brazos y le estaba acariciando las patas.
A Ceri le fallaron las rodillas e hice ademán de agarrarla.
—¡No me toques! —chilló. De repente, me vi peleándome con ella mientras se giraba a ciegas, se zafaba de mí y salía corriendo hacia el santuario.
Mierda, creo que tenemos un problema
.
Fui tras ella dando bandazos, pero me empujó hacia atrás cuando llegamos al centro de la sala vacía.
—Siéntate —dijo con manos temblorosas, mientras intentaba hacer que me sentase.
Vale, entonces no nos vamos
.
—Ceri… —empecé a decir, y luego me quedé con la boca abierta cuando la vi sacar una navaja cubierta de tierra del bolsillo de atrás—. ¡Ceri! —exclamé mientras se cortaba con ella el pulgar. Empezó a brotar sangre y, mientras yo la observaba, dibujó un gran círculo murmurando en latín al mismo tiempo. Su pelo, casi traslúcido, que le llegaba a la cintura, le cubría las facciones, pero estaba temblando. Dios mio, estaba aterrorizada.
—Ceri, ¡el santuario es sagrado! —protesté, pero se conectó a una línea e invocó su círculo. De repente, nos rodeó un campo de siempre jamás manchado de negro y yo me estremecí al sentir el hollín de su antigua magia demoníaca reptar sobre mí. El círculo tenía más de metro y medio de diámetro, bastante grande para poder mantenerlo una persona sola, pero Ceri probablemente era la mejor practicante de líneas luminosas de Cincinnati. Se hizo un corte en el dedo corazón y yo le agarré el brazo.
—¡Ceri, para! Ya estamos a salvo.
Con los ojos abiertos de par en par por el pánico, me apartó de ella, caí en el interior de su campo y me golpeé con él como si se tratase de una pared.
—¡Quítate de en medio! —me ordenó, mientras empezaba a dibujar otro circulo dentro del primero.
Estupefacta, me arrastré hacia el centro y ella extendió su sangre por detrás de mí.
—¡Ceri…! —dije, intentándolo de nuevo, pero me detuve cuando la vi entrelazar la línea con la primera y ejecutarla. Nunca había visto aquello. Empezó a decir oscuras y amenazadoras palabras en latín. Sentí unos pinchazos de energía por la piel y 1a miré fijamente mientras se cortaba el meñique y empezaba a dibujar un tercer círculo. Mientras lo terminaba lo invocaba en silencio, las lágrimas le empapaban el rostro. Un tercer manto negro se erigió sobre nosotras, pesado y opresivo. Se pasó la navaja de jardín mugrienta a la mano que tenía ensangrentada y, temblando, se preparó para hacerse un corte en el pulgar izquierdo.
—¡Basta!… —protesté. Asustada, la agarre por la muñeca, que estaba pegajosa a causa de su propia sangre.
Ella levantó la cabeza, y sus ojos, aterrorizados se encontraron con los míos. Tenía la cara tan blanca como la luna.
—No pasa nada —dije, preguntándome qué había hecho Newt para poner a esa mujer tan segura de si misma e imperturbable en este estado—. Estamos en la iglesia. Esta consagrada. Has creado un círculo fantástico. —Lo miré con preocupación mientras zumbaba por encima de nuestras cabezas. El círculo triple era negro por los mil años de maldiciones que Algaliarept, el demonio del que yo la había salvado, le había hecho pagar. Nunca había sentido una barrera tan fuerte.
La hermosa cabeza de Ceri se movía hacia delante y hacia atrás y tenía los labios separados mostrando sus pequeños dientes.
—Tienes que llamar a Minias. Que Dios nos ayude. ¡Tienes que llamarlo!
—¿Minias? —pregunté—. ¿Quién demonios es Minias?
—El familiar de Newt —dijo Ceri tartamudeando, Sus ojos azules transmitían su miedo.
¿Se le había ido la pinza? El familiar de Newt era otro demonio.
—Dame esa navaja —dije, quitándosela a la fuerza. Le estaba sangrando el pulgar y busqué algo con que envolvérselo. Estábamos a salvo. Por mí, Newt podía hacer lo que le diese la gana. Faltaba poco para que amaneciese y yo ya me había sentado a esperar el sol en un círculo otras veces. Me pasaron fugazmente por la cabeza recuerdos de mi exnovio, Nick.
—Tienes que llamarlo —dijo agobiada Ceri, y entonces la vi caer de rodillas y empezar a dibujar un círculo del tamaño de un plato con su sangre mientras sus lágrimas mojaban la vieja madera de roble a1 tiempo que trabajaba.
—Ceri, no pasa nada —dije, poniéndome de pie, confundida.
Pero ella levantó la vista y perdí toda mi confianza.
—Sí que pasa —dijo en voz baja. El elegante acento que revelaba su origen en la realeza ahora transportaba el sonido de la derrota.
De repente, sentimos una oleada de algo que dobló la burbuja de fuerza que nos refugiaba. Yo miré la media esfera de siempre jamás que nos rodeaba y entonces oí el tañido de la campana de la iglesia al resonar. El manto negro que nos protegía tembló y se encendió adoptando el color puro del aura azul de Ceri durante un instante antes de volver al negro de la mácula demoníaca.
Entonces oímos la delicada voz de Newt procedente de la bóveda situada en la parte posterior de la iglesia.
—No llores, Ceri. No dolerá tanto la segunda vez.
Ceri dio un respingo y yo le agarré el brazo para evitar que saliese hacia la puerta abierta y rompiese su círculo. Ella agitó la mano y me dio en la cara y, a1 oírme gritar, se desplomó a mis pies.
—Newt ha roto la santidad —dijo Ceri entre sollozos—. La ha roto. No puedo volver allí. Al perdió una apuesta y yo le lancé maldiciones por diez años. ¡No puedo volver allí, Rachel!
Asustada, le puse la mano en el hombro, pero después dudé.
Newt era una hembra. Entonces mi rostro se ensombreció. Newt estaba en el pasillo… en la parte consagrada.
Volví a pensar en aquella ola de energía. Ceri había dicho una vez que un demonio podía desconsagrar la iglesia, pero que era algo poco probable, yo que costaba demasiado. Y Newt lo había hecho casi sin pestañear.
Mierda
.
Tragué saliva y vi a Newt de nuevo en medio del vestíbulo, dentro de lo que había sido suelo sagrado. Rex seguía en los brazos del demonio blandiendo una estúpido sonrisa de gato. El felino naranja no me dejaba tocarlo, pero ronroneaba mientras un demonio loco lo acariciaba. Claro, era lo más lógico.
Con el báculo negro metido en el hueco del codo y envuelta en su túnica de corte elegante, Newt casi parecía una figura bíblica. Su feminidad fue evidente una vez establecido su género. Sus ojos negros, que no parpadeaban, asimilaban plácidamente el círculo de Ceri en medio del santuario casi vacío.
Crucé los brazos para ocultar mi casi desnudez, aunque no es que hubiese mucho que ocultar. El corazón me latía a toda velocidad y se me aceleró la respiración. La marca de demonio que tenía en la planta del pie, una prueba de que le debía a Newt un favor por devolverme de siempre jamás a la realidad durante el último solsticio, palpitaba con fuerza, como si fuese consciente de que su creadora estaba presente.
Desde el otro lado de las altas vidrieras y la puerta principal abierta entró el zumbido de un coche al pasar y el gorjeo de los pájaros madrugadores. Recé para que los pixies se quedasen en el jardín, El cuchillo estaba rojo y pegajoso por la sangre de Ceri. Sentí ganas de vomitar.
—Es demasiado tarde para huir —dijo, cogiéndome otra vez el cuchillo—. Llama a Minias.
Newt se puso tensa. Rex saltó de sus brazos y aterrizó sobre mi escritorio. En un ataque de pánico, la gata saltó al suelo, tirando papeles al suelo mientras salía corriendo a toda velocidad hacia el vestíbulo. Newt dio un paso hacia el círculo de Ceri y lo golpeó con su báculo giratorio mientras su túnica ondeaba con sus movimientos.
—¡Este no es el lugar de Minias! —gritó—. Dámelo a mí. ¡Es mío! ¡Quiero que me lo devuelvas!
La adrenalina hacía que me doliera la cabeza. Vi que el círculo temblaba y luego aguantaba.
—Tenemos muy poco tiempo has la que la cosa se ponga seria —susurró Ceri, con la cara blanca pero más calmada—. ¿Puedes distraerla?
Yo asentí y Ceri empezó a preparar su hechizo. Noté la tensión en los hombros y recé para que mis dotes de conversación fuesen mejores que para la magia.
—¿Qué es lo que quieres? Dímelo y le lo daré. —dije con voz temblorosa. Newt empezó a rodear el círculo como un tigre enjaulado mientras su túnica de color rojo intenso siseaba contra el suelo.
—No me acuerdo. —La confusión endurecía su rostro—. No lo llames —advirtió el demonio con los ojos negros y brillantes—. Siempre que lo hago me hace olvidar. Quiero recuperarlo y tú lo tienes.
Vaya, esto se pone cada vez mejor
. Newt posó su mirada sobre Ceri y yo me puse en medio. Tuve medio segundo de advertencia antes de que el demonio golpease de nuevo el círculo con el báculo.