La única ventana que había daba al jardín y al cementerio, que constituían una práctica mezcla de suministros para mis hechizos terrenales y la estricta organización informática de Ivy. Era mi habitación favorita de la iglesia, aunque la mayoría de las discusiones tuviesen lugar allí.
El aroma cortante a escaramujo fluía del té que había hecho Ceri antes de marcharse. Fruncí el ceño al mirar el líquido rosa pálido. Preferiría tomar café, pero Ivy no iba a hacerlo y yo me iba a ir a la cama en cuanto me quitase de encima el tufo a ámbar.
Jenks estaba de pie en el alféizar de la ventana con su postura de Peter Pan: las manos en la cadera y el aire chulesco. El sol alcanzó su pelo rubio y sus alas de libélula, por lo que envió reflejos de luz a todas partes de la habitación al moverse.
—Da igual lo que cueste —dijo, colocado de pie entre mi beta, el señor Pez, que nadaba en una copa gigante de coñac, y el depósito de artemias salinas de Jenks—. El dinero no te sirve de nada si estás muerto. —Sus pequeñas facciones angulares se afilaron—. Al menos no a nosotros, Ivy.
Ivy se puso rígida y su rostro ovalado y perfecto no mostró ninguna emoción. Al exhalar levantó su atlético metro ochenta del suelo, que había estado apoyado en la encimera, y luego se estiró los pantalones de cuero, que solía llevar mientras estaba investigando, y sacudió su envidiable pelo liso y negro como tenía por costumbre. Se lo había cortado hacía un par de meses y yo sabía que seguía olvidando lo corto que lo tenía, justo por encima de las orejas. La semana pasada le había comentado que me gustaba, y se lo había peinado con forma de púas hacia abajo, con las puntas doradas. Le quedaba genial y me preguntaba de dónde vendría su reciente preocupación por su aspecto. ¿
De Skimmer, quizá
?
Me miró con los labios fruncidos y con puntos de color por toda la piel, normalmente pálida. Sus ojos almendrados delataban su origen asiático y eso, combinado con aquellos rasgos tan definidos, la hacía muy atractiva. Tenía los ojos marrones la mayor parte del tiempo, y la pupila se le ponía negra cuando su estado de vampiro vivo se apoderaba de ella.
Le había dejado que me clavase los dientes una vez y, aunque era excitante y placentero, casi nos morimos de miedo cuando perdió el control y casi me mata. Aun así, estaba dispuesta a arriesgarme, aunque con cuidado, a establecer un equilibrio de sangre. Ivy se negaba de pleno, aunque se estaba haciendo dolorosamente evidente que entre nosotras estaban surgiendo ciertas presiones. A ella le aterrorizaba hacerme daño en un arranque de sed de sangre. Ivy se enfrentaba al miedo ignorando su existencia y evitando su origen, pero su negación, impuesta por ella misma, estaba a punto de matarla aunque le diese fuerza.
Mis compañeros de piso y socios empresariales solían decir que yo organizaba tanto mi vida diaria como mi vida sexual en torno a la búsqueda de emociones.
Jenks me llamaba yonqui de la adrenalina, pero estaba ganando dinero con esto y recordaba cuáles eran mis límites, ¿qué daño le hacía a nadie? Y en el fondo de mi alma sabía que Ivy no encajaba dentro de la categoría «buscando emociones». Sí, el arrebato había sido increíble, pero lo que me decía que no había sido un error era la autoestima que le había proporcionado, no el éxtasis de sangre que ella había infundido.
Por un momento, Ivy se había visto a sí misma como yo: fuerte, capaz, capaz de amar a alguien por completo y ser amada. Al darle mi sangre le había dicho que sí, que valía la pena sacrificarse por ella, que me gustaba por quien era y que sus necesidades no tenían nada de malo. Las necesidades eran las necesidades. Nosotros éramos los que las etiquetábamos como buenas o malas. Quería que se sintiese así todo el tiempo.
Pero, Dios mío, había sido un arrebato.
Como si me hubiese leído el pensamiento, Ivy le dio la espalda a Jenks para mirarme.
—Déjalo ya —dijo ella, y yo me puse colorada. No era capaz de leerme los pensamientos, pero como si pudiese. El sentido vampírico del olfato estaba conectado a las feromonas. Podía saber mi estado de ánimo tan fácilmente como yo oler el aroma intenso del escaramujo procedente del té que no había tocado.
Mierda, ¿de verdad Ceri espera que me beba eso
?
Las alas de Jenks se enrojecieron, evidentemente porque no le gustaba el cambio de tema, que había pasado de cómo gastábamos nuestro dinero mancomunado de la empresa a cómo nos guardábamos nuestros dientes para nosotras mismas, e Ivy hizo un gesto con su mano larga y delgada para incluirme en su discusión.
—No es que no quiera gastar el dinero —dijo ella, con un tono tranquilo pero también enérgico—. Pero ¿por qué hacerlo si un demonio se lo va a cargar otra vez?
Yo resoplé, volví a concentrarme en la guía de teléfonos y pasé una página.
—Newt no es solo un demonio. Ceri dice que es uno de los demonios más viejos y poderosos de siempre jamás. Y está totalmente pirada —murmuré yo, pasando una página para ver otro listado.
—Ceri no cree que vaya a volver.
Ivy cruzó los brazos y la postura le dio a su cuerpo un aspecto provocativo y esbelto.
—Entonces, ¿por qué molestarnos en volver a consagrar el lugar?
Jenks se rio por lo bajo.
—Sí, Rache. ¿Por qué nos preocupamos? Quiero decir que eso podría ser bueno. Ivy podría invitar a su madre para que hiciese una fiesta de inauguración. Llevamos aquí un año y la pobre mujer se muere de ganas de venir. Bueno, al menos lo haría si estuviese viva.
Preocupada, levanté la mirada de la guía. La alarma se cernió sobre Ivy. Por un momento hubo un silencio tan profundo que se podía oír el reloj que había sobre el fregadero y, entonces, Ivy hizo un movimiento brusco y su velocidad alcanzó aquella espeluznante rapidez vampírica que tanto le costaba ocultar.
—Dame el teléfono —dijo mientras me lo quitaba de las manos.
El trozo de plástico salió volando de mi regazo e Ivy cogió la pesada guía de la mesa. Volvió a su esquina de la mesa a paso rápido, se puso la guía sobre las rodillas y cogió un bloc de notas. Mientras Jenks se reía, dibujó un cuadro con varias columnas y cuyos encabezados eran: número de teléfono, disponibilidad, precio y confesión religiosa. Confiando en que estaríamos en suelo sagrado antes de que acabase la semana, contuve la ira que me produjo que me lo hubiese quitado. Jenks estaba sonriendo mientras revoloteaba desde el alféizar y lanzaba chispas doradas en mi taza de té justo antes aterrizar junto a ella.
—Gracias —dije, consciente de que Ivy me oiría aunque se lo dijese en voz baja—. No creo que vuelva a dormir hasta que volvamos a estar sobre suelo sagrado… y me gusta dormir.
Inclinando la cabeza con un movimiento exagerado, el asintió.
—¿Porqué no pones la iglesia dentro de un círculo? —preguntó—. Eso no lo puede atravesar nadie.
—No estaría segura a menos que quitásemos todas las tuberías de gas y los cables de electricidad que entran en ella —le expliqué, sin querer decirle que, al parecer, Newt era capaz de atravesar cualquier círculo—. ¿Quieres vivir sin tu MTV?
—Demonios, no —dijo él mirando a Ivy, que le estaba ofreciendo a la persona del teléfono el doble por hacer el trabajo antes de la puesta de sol de hoy. Ivy no se llevaba muy bien con su madre.
Cansada, me recosté en la silla y sentí el peso insano de la mañana caer sobre mí. La mujer de Jenks, Matalina, había sacado a los niños de la sala de estar y el ruido que hacían en el jardín entraba en el edificio con la brisa mañanera.
—Ceri dijo que si Newt no se presenta en las próximas tres semanas, probablemente ya se habrá olvidado de nosotros —dije bostezando—. Pero aun así quiero volver a consagrar la iglesia. —Me miré el esmalte de uñas desconchado con consternación—. Minias le lanzó un encantamiento de olvido, pero el demonio está como una cabra. Y aparece sin que lo invoquen.
Ivy dejó de hablar por teléfono y, tras intercambiar una mirada con Jenks, colgó sin decir adiós.
—¿Quién es Minias?
—El familiar de Newt. —Le dediqué una leve sonrisa para suavizar la brevedad de mi respuesta.
A veces Ivy era como un exnovio. Joder, se comportaba como tal la mayor parte del tiempo, ya que sus instintos vampíricos luchaban con su razón. Yo no era su sombra, es decir, su fuente de sangre, pero vivir con ella desdibujaba los límites entre lo que ella sabía y cómo le decían sus instintos que debería sentirse.
Ivy permanecía en silencio y estaba claro que sabía que no lo había contado todo. No quería hablar de ello porque todavía tenía el miedo a flor de piel, literalmente. Apestaba a siempre jamás y lo único que quería era limpiarme y meterme debajo de una manta durante los próximos tres días. Haber tenido a Newt en la cabeza me puso la piel de gallina, aunque hubiese recuperado el control casi de inmediato.
Ivy respiró profundamente para presionarme y que le contase más, pero Jenks la disuadió lanzándole una advertencia con sus alas. Contaría toda la historia, pero no ahora. Mi presión sanguínea se relajó con la demostración de apoyo de Jenks y, tras ponerme de pie, fui a la despensa a buscar el cubo y la fregona. Si íbamos a recibir a una persona sagrada en nuestra iglesia, quería borrar los círculos de sangre. De verdad…
—Llevas despierta desde ayer a mediodía. Yo me ocuparé de eso —protestó Ivy, pero la falta de sueño me había puesto de mal humor, así que dejé caer el cubo en el fregadero, batí la puerta de la alacena al sacar el desinfectante y metí de un golpe el cepillo en él.
—Tú llevas despierta tanto tiempo como yo —dije con voz fuerte, para que se me escuchase por encima del ruido del chorro de agua—. Y te estás encargando de quién va a bendecir el suelo. Cuanto antes hagan eso, mejor dormiré. —
Algo que estaba haciendo yo hasta que me interrumpiste
, pensé con sarcasmo mientras me quitaba la pulsera metálica que Kisten me había regalado y la ponía alrededor de la base de la pecera del señor Pez. El oro negro de la cadena y los amuletos mundanos brillaron y me pregunté si debería aprovechar para intentar lanzarles un hechizo de línea luminosa o dejarlos como lo que eran, un bonito complemento.
El intenso aroma a naranja me subió por la nariz y cerré el grifo. Con mi espalda protestando, puse el cubo sobre el borde de la encimera y derramé un poco de líquido. Pasé torpemente la fregona sobre las gotas y me dirigí hacia fuera, haciendo crujir el suelo con mis pasos.
—No es para tanto, Ivy —dije—. Son cinco minutos.
Me siguió el traqueteo de las alas de un pixie.
—¿El familiar de Newt no es un demonio? —me preguntó Jenks al aterrizar sobre mi hombro.
De acuerdo, quizá no había sido una demostración de apoyo, sino que simplemente quería tantear qué información darle a Ivy. Se preocupaba mucho, y lo último que quería era hacerle pensar que no podía salir a por carne enlatada sin que ella lo protegiese. Él sabía juzgar mejor su humor que yo, así que dejé el cubo junto a los círculos y susurré:
—Sí, pero es más bien un cuidador.
—Por la puta de Disney, Campanilla —dijo, haciendo una broma fácil con su tristemente célebre pariente. Yo metí la fregona unas cuantas veces en el cubo antes de sacarle el exceso de agua—. No me digas que tienes otra marca demoníaca.
Se marchó de mi hombro cuando empecé a pasar la fregona por el suelo. Al parecer aquel bamboleo le parecía demasiado.
—No pertenezco a nadie —dije con nerviosismo, y Jenks abrió la boca de par en par—. Voy a ver si me puede sacar la marca de Al a cambio. O quizá la de Newt.
Jenks revoloteó delante de mí y yo me puse recta. Estaba cansada y me apoyé en la fregona. Tenía los ojos como platos y me miraba con incredulidad. El pixie tenía esposa y demasiados hijos viviendo en un tocón en el jardín. Era un hombre de familia, pero tenía la cara y el cuerpo de alguien de dieciocho años muy sexi con alas, chispas y un pelucón de pelo rubio que necesitaba un arreglo. Su esposa, Matalina, era una pixie muy feliz y lo vestía con ropa ajustada que llamaba la atención a pesar de su diminuto tamaño. El hecho de que estuviese llegando al final de su ciclo vital era algo que nos atormentaba a Ivy y a mí. Era algo más que un socio inquebrantable hábil en detección, infiltración y seguridad… era nuestro amigo.
—¿Crees que el demonio hará eso? —dijo Jenks—. Joder, Rache, ¡eso sería genial!
Yo me encogí de hombros y dije:
—Vale la pena intentarlo, pero lo único que hice fue decirle dónde estaba Newt.
Entonces oímos la voz de Ivy procedente de la cocina, cada vez más irritada.
—Es el número 1597 de la calle Oakstaff. Sí. —Hubo una duda y luego—: ¿De verdad? No sabía que guardasen ese tipo de registros. Me habría gustado que alguien nos hubiese dicho que éramos un refugio municipal paranormal. ¿No deberíamos recibir una deducción fiscal o algo por eso? —Su voz mostraba ahora desconfianza, y me preguntaba qué estaría ocurriendo.
Jenks se posó en el borde del cubo y limpió una parte para sentarse antes de colocarse con sus alas de libélula inmóviles y parecer una telaraña. La fregona no servía, tendría que frotar. Solté un suspiro, me puse de rodillas y busqué el cepillo en el fondo del cubo.
—No, estaba consagrada —continuó Ivy, elevando la voz, que ahora se oía claramente por encima del ruido de las cerdas—. Ya no lo está. —Hizo una ligera pausa y añadió—: Hemos tenido un incidente. —Otra duda, y luego dijo—: Hemos tenido un incidente. ¿Cuánto cuesta rehacer toda la iglesia?
Se me encogió el estómago cuando añadió suavemente:
—¿Cuánto solo por los dormitorios?
Miré a Jenks y empecé a sentirme culpable. Quizá podríamos hacer que la ciudad sufragase el gasto si nos volviésemos a inscribir como refugio municipal. No podíamos pedirle al propietario que lo arreglase. Piscary era el dueño de la iglesia y, aunque Ivy había dejado de fingir que le pagaba el alquiler a su vampiro maestro, éramos responsables de los gastos de mantenimiento. Era como vivir en casa de tus padres sin pagar el alquiler cuando están en unas largas vacaciones… aunque en este caso las vacaciones eran en la cárcel, gracias a mí. Era una historia fea, pero al menos no lo había matado… para siempre.
A pesar del ruido que estaba haciendo con el cepillo, pude escuchar el suspiro de Ivy.
—¿Pueden marcharse de aquí antes de hoy por la noche? —preguntó, haciéndome sentir ligeramente mejor.
No escuché la respuesta a su pregunta, pero ya no hubo más conversación y me centré en frotar las manchas, moviendo la mano en el sentido de las agujas del reloj. Jenks observó durante un momento desde el borde del cubo y luego dijo: