El círculo de Ceri estaba sujeto solo por su voluntad, no había sido dibujado, y provenía totalmente de su imaginación. No detendría a un demonio, pero lo único que yo quería era algo para mantener a raya las influencias nebulosas mientras mi aura no protegía a mi alma. ¿Por qué buscarse problemas? Y, con eso en mente, me gané una rabieta de indignación cuando cogí el teléfono y le saqué las pilas. Si alguien llamaba podría abrirse un camino oportunista.
—No vas a perder toda tu aura —dijo ella mientras apartaba los platos a un lado.
Sí, vale, me sentía mejor y, aunque Ceri me caía muy bien y respetaba sus conocimientos, iba a recurrir a la advertencia de mi padre de no practicar nunca magia de clase alta sin un círculo de protección a mi alrededor. Las maldiciones demoníacas probablemente entraban en esa categoría.
Entonces, con mucha más seguridad, cogí el improvisado estilo de tejo de la mesa y conecté con una línea a través del círculo de Ceri. Sentí como llegaba la energía: era cálida, reconfortante y un poco demasiado rápida para mi gusto. Incliné la cabeza y giré el cuello para ocultar que me sentía incómoda. Mi chi parecía zumbar y sentí un leve calambre en los dedos con los que sujetaba el tejo. Los flexioné y sentí un hormigueo desde mi centro a las puntas de los dedos. Nunca había sentido nada parecido cuando estaba haciendo un hechizo pero, claro, estaba lanzando una maldición.
—¿Estás bien? —me preguntó Jenks y yo parpadeé, me aparté el pelo de delante de la cara y asentí.
—Esta noche parece que la línea está caliente —dije, y la cara de Ceri perdió toda expresión.
—¿Caliente? —preguntó, y yo me encogí de hombros. Su mirada se volvió distante mientras pensaba durante un momento y luego me hizo un gesto señalando el espejo marcado con tiza. Mis ojos se centraron en las líneas de tiza y, sin dudar, dirigí la mano hacia el pentáculo.
El trozo de tejo tocaba el cristal que estaba sobre mi regazo y, con un escalofrío repentino, mi aura salió de mí como si fuese agua helada. Contuve el aliento por la sensación que aquello me provocó y, al levantar súbitamente la cabeza, me encontré con la de Ceri.
—¡Ceri! —gritó Jenks—. ¡La está perdiendo! ¡Esa maldita cosa acaba de abandonarla!
La elfa contuvo el gesto de preocupación rápido, pero no tanto para que yo no lo viese.
—Rachel está bien —dijo ella mientras se ponía de pie y buscaba a tientas la tiza sobre la mesa—. Rachel, estás bien. Tú solo siéntate recta y no te muevas.
Asustada, hice exactamente lo que me dijo, escuchando el latido de mi corazón mientras ella dibujaba un círculo dentro del que había dibujado antes e invocaba una barrera más segura de inmediato. Mi aura, dañada por el tizne, había coloreado mi reflejo y yo intenté no mirarlo. La tiza hizo un ruido fuerte al contacto con la mesa. Ceri se sentó sobre los talones, frente a mí, y con la espalda recta.
—Continúa —dijo, pero yo dudé.
—Eso no era lo que se suponía que tenía que ocurrir —dije yo, y al cruzarse nuestras miradas vi un deje de bochorno en ellos.
—Estás bien —dijo, mientras apartaba la mirada—. Cuando hice esto para poder filtrar las llamadas de Al no se trataba de una conexión tan profunda. Me equivoqué en no hacer un círculo de seguridad. Lo siento.
A la orgullosa elfa le costaba pedir perdón y, consciente de ello, acepté sus disculpas sin demostrar el sentimiento de «Te lo dije». Yo no tenía ni idea de qué estaba haciendo, así que tampoco podía esperar que todo saliese bien. Pero me alegraba de haber insistido en hacer un círculo. Me alegraba mucho.
Volví a mirar el espejo intentando enfocarlo de manera superficial para no mirar mi reflejo. Sin mi aura me sentía mareada, irreal, y se me estaba haciendo un nudo en el estómago. Empezó a oler a ámbar quemado y sentí un cosquilleo en la nariz mientras dibujaba las líneas de contención. Entorné los ojos al ver la ligera nube de humo que se había formado en ambas partes del cristal donde el tejo estaba quemando el espejo.
—Supuestamente tiene que hacer eso, ¿no? —pregunté, y Ceri murmuró algo que sonó a afirmación.
La cortina roja que formaba mi melena me bloqueaba la visión, pero la oí susurrarle algo a Jenks, y el pixie voló hacia ella. Sentí un escalofrío; me sentía desnuda sin mi aura. Seguía intentando no mirar al espejo mientras escribía, ya que la nube de mi aura parecía una especie de niebla o de brillo alrededor de mi reflejo, que era una sombra oscura. El color puro, alegre y dorado que en su día tenía mi aura se había teñido con una capa negra de mácula demoníaca.
En realidad
, pensé mientras terminaba el pentáculo y empezaba a hacer el primero de los símbolos,
el negro le da más profundidad, casi como una pátina antigua
. Sí, claro.
Al terminar el último símbolo sentí un cosquilleo en la mano que se convirtió en un calambre. Exhalé y me dispuse a dibujar el círculo interior siguiendo las puntas del pentáculo. La nube que formaba el cristal al arder era cada vez más densa y me distorsionaba la visión, pero supe exactamente cuando el inicio y el final de la línea se tocaron.
Mis hombros se retorcieron al sentir una vibración que me atravesó el cuerpo, primero en mi aura extendida en el espejo y luego en mí. El círculo interior ya estaba hecho y parecía haber sido grabado sobre mi aura al marcar el cristal.
Con el pulso acelerado, me dispuse a hacer el segundo círculo. Este también resonó al terminarlo y me estremecí cuando mi aura empezó a abandonar el espejo adivinatorio, introduciendo la figura completa en mí y llevando consigo la maldición.
—Échale sal, Rachel. Antes de que te queme —dijo Ceri con urgencia, y de repente apareció en mi campo de visión la bolsa blanca de cordones que contenía sal marina.
Mis dedos buscaron con torpeza los cordones y, por fin, cerré los ojos para progresar mejor. Me sentía desconectada. Mi aura estaba regresando lenta y dolorosamente y parecía arrastrarse por mi piel y penetrar capa por capa quemándome. Tenía la sensación de que, si no terminaba esto antes de recuperar mi aura por completo, iba a dolerme de verdad.
La sal hizo un ligero sonido sibilante al contacto con el cristal y yo me estremecí con la sensación de una arena fría e invisible raspándome la piel. Sin molestarme en seguir los patrones, la vacié toda. El corazón me latía con fuerza cuando su peso golpeó el espejo y me hizo sentir el pecho más pesado.
El cubo apareció a mis pies y el vino junto a mis rodillas… en silencio, discretamente. Con las manos temblando, busqué a tientas mi fantástico cuchillo simbólico, me pinché el dedo gordo y dejé caer tres gotas de sangre en el vino mientras escuchaba lejana la voz de Ceri que me decía qué hacer, susurrando, orientándome, diciéndome cómo mover las manos y cómo terminar con aquello antes de desmayarme debido a las sensaciones que estaba teniendo.
El vino cayó en cascada sobre el espejo y a mí se me escapó un gemido de alivio. Era como si pudiese sentir la sal disolviéndose en el cristal, adhiriéndose a él, sellando el poder de la maldición y silenciándola. Sentí un zumbido por todo el cuerpo; la sal que tenía en la sangre resonaba con el poder, asentándose en nuevos canales y volviéndose somnolienta.
Tenía los dedos y el alma fríos a causa del vino y los sacudí, sintiendo que se deshacía lo que quedaba de sal arenosa.
—
Ita prorsus
—dije, repitiendo las palabras de invocación que Ceri me iba diciendo, pero en realidad la invocación no se produjo hasta que toqué con la lengua el dedo mojado de vino.
Mi obra despidió la oleada de mácula demoníaca. Dios, podía ver su parecido con una niebla negra. Incliné la cabeza y la tomé (no la combatí, la tomé) y la acepté con un sentimiento de inevitabilidad. Era como si una parte de mí hubiese muerto, aceptando que no podía ser quien yo quería, por lo que tuve que crear a alguien con quien pudiese vivir. Se me aceleró el pulso y luego se me calmó.
La presión del aire cambió y sentí que descendían las burbujas de Ceri. Oímos el leve repicar de las campanas en el campanario por encima de nuestras cabezas. Las vibraciones invisibles ejercieron presión sobre mi piel y fue como si pudiese sentir la maldición imprimiéndose en mí en olas más pequeñas y suaves, impulsadas por ondas sonoras tan bajas que solo se podían sentir. Y cuando hubo acabado, la sensación desapareció.
Tomé aire y me centré en el espejo manchado de vino que tenía en las manos. De él colgaba una brillante gota de sangre, que luego cayó creando eco en el vino salado que estaba dentro del cubo. El espejo ahora reflejaba el mundo con una tonalidad oscura y rojiza, pero que palidecía al acercarse a la estrella de cinco puntas rodeada por dos pentáculos de dos círculos que tenía ante mí, grabados con una perfección impactante y cristalina. Era algo bellísimo y captaba y reflejaba la luz formando matices carmesíes y plateados, todos tornasolados y resplandecientes.
—¿He hecho yo esto? —dije, sorprendida, y levanté la vista.
De repente palidecí. Ceri estaba mirándome con las manos sobre el regazo y Jenks sobre su hombro. No es que pareciese asustada, sino simplemente preocupada, muy preocupada. Moví los hombros y sentí una ligera conexión entre mi mente y mi aura que antes no estaba allí. O quizá ahora yo fuese más sensible.
—¿Mejora? —dije, preocupada ante la falta de respuesta de Ceri.
—¿Cómo? —preguntó ella, y Jenks batió las alas haciendo volar un mechón del pelo de ella.
Miré el cubo de vino con sangre que tenía al lado (apenas recordaba haberlo vertido sobre el espejo) y luego puse el cristal sobre la mesa. Mis manos se separaron de él, pero era como si todavía lo pudiese sentir.
—¿El sentimiento de conexión? —dije yo, incómoda.
—¿Lo sientes? —dijo Jenks con voz aguda, y Ceri lo mandó callar frunciendo el ceño.
—¿No debería? —pregunté, mientras me secaba las manos con una servilleta, y Ceri miró para otro lado.
—No lo sé —dijo en voz baja. Estaba claro que estaba pensando en otra cosa—. Al nunca lo dijo.
Estaba empezando a sentirme más yo misma. Jenks se acercó y yo seguí secándome las manos, quitándome la húmeda.
—¿Estás bien? —preguntó, y yo asentí mientras tiraba la servilleta y levantaba las piernas para sentarme con ellas cruzadas. Cogí el espejo y lo coloqué sobre mi regazo. Aquello me hacía sentir como si estuviese en el instituto jugando con una tabla de güija en el sótano de alguien.
—Estoy bien —dije intentando ignorar el hecho de que pensaba que el diseño blanco cristalino que había hecho sobre el cristal era totalmente hermoso—. Hagámoslo ya. Quiero poder dormir esta noche.
Ceri se revolvió, lo cual atrajo mi atención hacia ella. Su rostro angular estaba demacrado y parecía asustada por un pensamiento repentino.
—Ah, Rachel —dijo tartamudeando y poniéndose de pie—. ¿Te importaría esperar? ¿Solo hasta mañana?
Oh Dios, he hecho algo mal
.
—¿Qué he hecho? —dije ruborizándome de repente.
—Nada —se apresuró a decir ella y extendió la mano, pero sin tocarme—. Estás bien. Pero acabas de reajustar tu aura y probablemente deberías pasar por un ciclo solar completo para reponerte antes de utilizarlo. El círculo de invocación, me refiero.
Miré el espejo y luego a ella. La expresión de Ceri era totalmente ilegible. Estaba ocultando sus emociones y lo estaba haciendo muy, pero que muy bien. Había hecho algo mal y estaba enfadada conmigo. No esperaba que se saliese toda mi aura, pero había pasado.
—¡Mierda! —dije, disgustada—. Lo he hecho mal, ¿verdad?
Ella negó con la cabeza, pero estaba recogiendo sus cosas para marcharse.
—Lo has hecho bien. Tengo que marcharme. Tengo que comprobar una cosa.
Yo me apresuré a ponerme de pie, tropecé con la mesa y estuve a punto de tirar mi copa de vino blanco cuando dejé el espejo.
—Ceri, lo haré mejor la próxima vez. De verdad, estoy mejorando. Tú ya me has ayudado muchísimo —dije, pero ella se alejó de mí fingiendo que se giraba para coger sus zapatillas. Me quedé de piedra, asustada. No quería que la tocase.
¿
Qué he hecho
?
Ella se detuvo poco a poco, todavía sin mirarme. Jenks revoloteaba entre ambas. Fuera pude oír a los vecinos gritando despedidas afectuosas y también bocinas. Entonces me miró a los ojos, aunque con reticencia.
—Nada —dijo ella—. Estoy segura de que la razón por la que ha salido toda tu aura es porque tu sangre la invocó a ella y no a la de otro demonio, como me ocurrió a mí cuando estaba ligada a la cuenta de Al para interceptarle las llamadas. Tienes que dejar que tu aura se asiente bien antes de utilizar la maldición, eso es todo. Un día por lo menos. Mañana por la noche.
Capté la preocupación en Jenks. Él también había notado que estaba mintiendo. O bien estaba inventándose la razón por la que había salido mi aura o bien estaba mintiendo sobre la necesidad de esperar para invocar a Minias. Una me acojonaba y la otra era simplemente desconcertante. ¿
No quiere tocarme
?
Ella se giró para marcharse y yo miré el círculo de invocación, tan hermoso e inocente sobre mi mesita del café y que reflejaba el mundo con un matiz rojo vino.
—Espera, Ceri. ¿Y si él nos llama esta noche?
Ceri se detuvo. Volvió sobre sus pasos con la cabeza inclinada, puso la mano sobre la figura del medio ron los dedos extendidos y murmuró una palabra en latín.
—Ya está —dijo, mirándome con indecisión—. He puesto una nota pidiendo que no molesten. Expirará al salir el sol. —Respiró profundamente. Parecía haber tomado una decisión—. Esto era necesario —dijo ella, como si intentase convencerse a sí misma, pero cuando yo asentí para mostrarle que estaba de acuerdo, sus rasgos adoptaron una expresión que a mí me pareció miedo.
—Gracias, Ceri —le dije, desconcertada, y ella salió por la puerta principal y la cerró sin hacer ningún ruido. Oí sus pies correr sobre la acera mojada y luego nada más. Me giré hacia Jenks, que seguía revoloteando.
—¿De qué iba todo eso? —le pregunté con un fuerte sentimiento de inseguridad.
—Quizá no pueda admitir que no sabe por qué ha salido toda tu aura —dijo mientras se acercaba para sentarse sobre mi rodilla cuando volví al sofá y apoyé la planta del pie contra el borde de la mesa—. O quizá está enfadada consigo misma por haber estado a punto de exponerte sin tu aura. —Dudó, y luego dijo—: No te ha dado un abrazo de despedida.