—De nada.
Traducción: Así se te atragante, so puta.
Llamaron al timbre por tercera vez y yo corrí por el vestíbulo, de nuevo de buen humor.
—¡Ya voy! —grité mientras me atusaba el pelo. Tenía buen aspecto. Solo eran un puñado de adolescentes.
Saqué la cazadora de aviador de Jenks del poste del recibidor y me la puse por pura estética. La cazadora era un vestigio de la época en la que tuvo tamaño de persona. Yo me había quedado con la cazadora, Ivy con su bata de seda y habíamos tirado sus dos docenas de cepillos de dientes. Abrí la puerta y me encontré a Kisten esperando y su Corvette junto a la acera. No trabajaba mucho hasta después de la puesta de sol y había sustituido su habitual traje moderno por unos vaqueros y una camiseta negra metida por dentro para resaltar su cintura. Sonriendo con la boca cerrada para ocultar sus afilados caninos, se balanceaba de los talones a las puntas de los pies con los dedos metidos en los bolsillos delanteros para quitarse su pelo rubio teñido de delante de aquellos ojos azules con un movimiento practicado que indicaba que, con toda seguridad, era «lo más». Lo que hacía que funcionase era que en realidad sí lo era.
—Tienes buen aspecto —dije metiendo la mano que tenía libre entre su marcada cintura y su brazo para mantener el equilibrio mientras me estiraba para darle un beso de primera hora de la tarde en el umbral de la puerta.
Cerré los ojos y respiré profundamente cuando sus labios tocaron los míos, inhalando intencionadamente el olor a cuero e incienso que tenían los vampiros como si se tratase de una segunda piel. Kisten era como una droga que desprendía feromonas para relajar y tranquilizar a potenciales fuentes de sangre. No compartíamos sangre, pero ¿quién era yo para no aprovechar mil años de evolución?
—Estás sucia —dijo cuando se separaron nuestros labios. Yo me apoyé de nuevo en los talones y esbocé una sonrisa que se encontró con la suya cuando añadió—: Me gusta la suciedad. Has estado en el jardín. —Levantó las cejas y me volvió a atraer hacia él mientras nos arrastraba hacia el vestíbulo a oscuras—. ¿ Llego demasiado temprano? —dijo, y la profundidad de su voz en mi oído me envió un escalofrío por todo el cuerpo.
—Sí, gracias a Dios —respondí disfrutando de aquel ligero subidón. Me gustaba besar vampiros en la oscuridad. Lo único mejor que aquello era estar en un ascensor descendiendo a una muerte segura.
Yo bloqueaba su acceso al santuario y cuando se dio cuenta de que no iba a invitarle a entrar, vaciló al agarrarme por la parte superior del brazo.
—Tu clase no empieza hasta la una y media. Te da tiempo a darte una ducha —dijo. Era evidente que quería saber por qué había salido a toda prisa por la puerta.
Quizá si me ayudas
, pensé con malicia, incapaz de contener una sonrisa. Me miró a los ojos y, cuando vio que los atravesaba una chispa de excitación, sus fosas nasales se expandieron para oler mi estado de ánimo. No podía leerme los pensamientos, pero sí controlar el pulso, la temperatura y, teniendo en cuenta la excitación de la que yo misma era consciente, no era difícil imaginarse lo que estaba pensando.
Me apretó los brazos con más fuerza y entonces oí desde el fondo del pasillo la voz de Ivy:
—Hola, Kist.
Sin dejar de mirarme, Kisten respondió:
—Buenos días, cielo. —No se molestó en disimular el calor que había entre ambos.
Ella resopló y luego se oyó el leve ruido de la puerta de su baño al cerrarse, una clara indicación de lo que le parecía que Kisten y yo estuviésemos juntos, a pesar de la antigua relación de novios que había habido entre ellos. Si él me tocaba la sangre, las cosas se pondrían feas. Esa era la razón por la que Kisten se ponía fundas en los dientes cuando dormíamos juntos. Pero si iba a compartir mi cuerpo con otra persona que no fuese Ivy, ella prefería que fuese con Kisten. Y así… así estaban las cosas.
La relación entre Ivy y Kisten era más platónica en la actualidad, con un poco de sangre derramada por en medio para mantener la cercanía. Nuestra situación se había convertido en un acto de equilibrio, ya que ella había probado mi sangre y había jurado que no la volvería a tocar, pero tampoco quería que Kisten la tocase, incapaz de ceder a la esperanza de que pudiésemos encontrar una forma de que lo nuestro funcionase, aunque ella misma negaba que fuese posible. Desafiando su habitual papel de sumiso, Kisten le había dicho a Ivy que él se arriesgaría a que yo sucumbiese a la tentación y le dejase clavar sus dientes en mi piel. Pero hasta entonces todos podríamos fingir que todo era normal. O lo que pasase por normal en estos tiempos.
—Entonces, ¿nos vamos? —dije mientras se me enfriaba la pasión al recordar que aquella maldita situación se reforzaría mientras no cambiase el statu quo.
Él se rió entre dientes y me dejó empujarlo hacia la puerta, pero el carraspeo evidente de Skimmer hizo que pasase de ser maleable a una roca inamovible y yo me rendí, derrotada, cuando su voz sensual resonó en el santuario.
—Buenos días, Kisten.
La sonrisa de Kisten se agrandó al mirarnos a una y luego a la otra, ya que estaba claro que sentía mi desesperación.
—¿Podemos marcharnos? —susurré.
Con las cejas en alto, me giró hacia la puerta.
—Hola Dorothy. Hoy estás muy guapa.
—No me llames eso, hijo de… —dijo ella con un tono agrio a mis espaldas mientras yo salía delante de Kisten. Al parecer Skimmer sentía por Kisten lo mismo que por mí. No me sorprendía. Ambos éramos una amenaza para su reclamo sumiso de Ivy. Ninguno de nosotros era un verdadero obstáculo: yo porque me lo impedía Ivy y Kist por su pasado. Pero a ver quién se lo hacía entender. Tener varios compañeros de sangre y de cama era algo común para los vampiros, pero también lo eran los celos.
Respiré hondo cuando la puerta se cerró detrás de nosotros. El sol me hizo entrecerrar los ojos y sentí como se me relajaban los hombros. Todo eso duró tres segundos, hasta que Kisten preguntó:
—¿Skimmer se ha quedado a dormir?
—No quiero hablar de eso —le dije medio gruñendo.
—¿Tan malo es? —añadió él caminando a mi lado.
Yo miré con anhelo mi descapotable y luego su Corvette.
—Ya no es agradable conmigo —me quejé, y Kisten apuró el paso para abrirme la puerta galantemente antes de que yo cogiese la manilla. Le prodigué una sonrisa de agradecimiento y entré, acomodándome en los confines familiares de su coche con aroma a cuero e incienso. Dios, qué bien olía. Cerré los ojos y me recosté mientras Kisten iba hasta su lado. Los mantuve cerrados incluso mientras se ponía el cinturón y arrancaba el coche. Quería relajarme.
—Cuéntame —dijo cuando se puso en marcha y ver que yo seguía en silencio.
Se me pasaron por la cabeza mil cosas, pero lo que me salió por la boca fue:
—Skimmer… —Entonces dudé—. Ha averiguado que es Ivy la que no permite un equilibrio de sangre entre nosotras, no yo.
Su leve suspiro llamó mi atención. El sol hacía brillar su barba de tres días y de repente sentí la necesidad de tocarla. Observé que miraba por el retrovisor la iglesia que quedaba a nuestras espaldas. Abatida, bajé mi ventanilla y dejé que la brisa matinal me moviese el pelo.
—¿Y? —dijo de repente, mientras aceleraba adelantando la estela de humo de un Buick azul.
Yo entorné los ojos y me aparté el pelo de la cara.
—Se ha vuelto desagradable. Intenta alejarme. Le dije que Ivy solo está asustada y que estoy esperando a que deje de estarlo, así que Skimmer ha pasado de «Quiero ser tu amiga porque Ivy es tu amiga» a «Hazle un favor al mundo y muérete».
Kisten apretó con más fuerza el volante y pisó el freno con demasiada fuerza al llegar al semáforo.
Al darme cuenta de lo que acababa de decir, se me subieron los colores. Sabía que él prefería que me muriese de ganas por que él me diese un mordisco. Pero si dejaba a Ivy morderme le daría algo.
—Lo siento, Kisten —susurré.
Él no decía nada. Solo miraba la luz roja.
Entonces le toqué la mano.
—Te quiero —susurré—. Pero si te dejo que me muerdas se estropearía todo. Ivy no lo soportaría. —Jenks hubiera dicho que yo tenía más miedo a la posibilidad de que al morderme la atracción fuese mayor entre ambos que a la propia mordedura en sí. En fin. Pero si Kisten conseguía una relación más próxima conmigo que Ivy, eso le haría daño a ella y él también la quería, con la lealtad fanática que el abuso compartido a menudo engendra: Piscary los había extorsionado a ambos.
Entonces me sonó el móvil en el bolso, pero lo dejé sonar. Esto era más importante. El semáforo cambió y Kisten arrancó, ahora con las manos más relajadas. Ivy siempre había sido la dominante en su relación, pero él estaba dispuesto a luchar por mí si en algún momento me sentía tentada a darle mi sangre. El problema era que decir no nunca había sido mi punto fuerte. Me exponía al desastre cada vez que dormía con él, pero eso también hacía que el sexo fuese fantástico. Y nunca he dicho que yo sea inteligente. En realidad hacer aquello era una estupidez. Pero ya habíamos pasado por eso antes.
Alicaída, descolgué el brazo por la ventana. Dejé de ver los grupos de casas de los Hollows y empecé a ver tiendas. El sol se reflejaba débilmente en mi pulsera y en su distintivo dibujo de eslabones. Ivy tenía una tobillera con el mismo dibujo. Había visto algunas otras por Cincy y la gente se encogía de hombros y me sonreía cuando intentaba esconder la mía. Sabía que probablemente era la forma que tenía Kisten de mostrar al mundo sus conquistas, pero yo seguía llevándola de todas formas. E Ivy también.
—Skimmer no te hará daño —dijo Kisten con voz suave, y yo me giré hacia él.
—No físicamente —asentí yo, aliviada porque estuviese llevando tan bien todo aquello—. Pero puedes estar seguro de que se va a esforzar mucho más en liberar a Piscary.
Ante aquello se puso serio y el silencio se apoderó del coche cuando pensamos en lo que podría ocurrir si lo conseguía. Ambos iríamos nadando contracorriente en un río de mierda. Kisten era el sucesor de Piscary y había traicionado al señor de los vampiros la noche que yo lo había sometido a base de golpes. Ahora mismo Piscary estaba ignorando todo aquello, pero si salía estaba segura de que tendría un par de cosas que decirle a su ex sucesor, aunque Kisten fuese quien había mantenido intactas las empresas de Piscary, ya que Ivy no lo hacía aun siendo también su sucesora.
Me volvió a sonar el teléfono. Lo saqué y miré para ver si era un número desconocido antes de ponerlo en modo de vibración. Estaba con Kisten y contestar sería de mala educación.
—¿No estás enfadado? —le pregunté dubitativa, observando como la expresión de su rostro pasaba de preocupación por su estado físico a preocupación por su estado emocional.
—¿Enfadado porque te atraiga Ivy? —dijo. El sol brillaba sobre él mientras cruzábamos el puente. Sentí calor en la cara y él me soltó la mano para poder conducir mejor ahora que el tráfico era más denso—. No —dijo mientras se le dilataban un poco los ojos—. Yo te quiero, pero Ivy… Nunca ha estado tan feliz y tan estable como desde que dejó la SI y se fue a vivir contigo. Además —dijo colocándose en una postura sugerente—, si esto continúa quizá tenga por fin la oportunidad de hacer un trío.
Se me abrió la boca de par en par y le di un tortazo.
—¡De ninguna manera!
—Eh —dijo riéndose, aunque no separaba la vista de la carretera—. No lo descartes hasta que no lo hayas probado.
Me crucé de brazos y miré por la ventana.
—Eso no va a ocurrir, Kisten. —Pero cuando nuestros ojos se encontraron me di cuenta de que solo me lo había dicho para picarme.
Creo
.
—No hagas planes este viernes —dijo mientras nos parábamos en otro semáforo.
Reprimí una gran sonrisa, aunque por dentro estaba cantando. ¡
Se ha acordado
!
—¿Por qué? —pregunté, fingiendo no saberlo.
Él sonrió y yo perdí la batalla de no emocionarme.
—Te voy a invitar a salir por tu cumpleaños —dijo—. Tengo una reserva para el restaurante de la torre Carew.
—¡Pero qué dices! —exclamé mientras mis ojos se dirigían de repente a lo alto del edificio en cuestión—. ¡Nunca he comido allí arriba! —Empecé a revolverme y mi mirada se volvió distante mientras empezaba a hacer planes—. No sé qué ponerme.
—¿Algo que sea fácil de quitar? —sugirió él.
Alguien hizo sonar una bocina detrás de nosotros y, sin mirar, Kisten aceleró.
—Lo único que tengo son cosas con muchos broches y hebillas —dije, en broma.
Kisten iba a decir algo, pero lo llamaron por teléfono. Fruncí el ceño al ver que se disponía a cogerlo. Yo nunca contesto al teléfono cuando estamos juntos. A ver, no es que yo recibiese tantas llamadas, pero tampoco estaba intentando gestionar el inframundo de Cincy en lugar de mi jefe.
—¿Broches y hebillas? —dijo mientras abría el teléfono—. Eso también podría valer. —De repente se le borró la sonrisa y dijo al teléfono—: Soy Felps.
Yo me recosté. Me sentía bien solo de pensarlo.
—Eh, Ivy. ¿Qué pasa? —dijo Kisten, y yo me puse recta. Entonces me acordé de mi teléfono, lo saqué del bolso y lo miré. Mierda, tenía cuatro llamadas perdidas. Pero no reconocí el número.
»Justo a mi lado —dijo Kisten mirándome y adoptando luego un tono de preocupación—. Claro —añadió, y me dio el teléfono.
Oh Dios, ¿y ahora qué
? Entonces tuve un presentimiento y dije:
—¿Es Jenks?
—No —dijo Ivy con voz airada, y entonces me relajé—. Es tu hombre lobo.
—¿David? —dije tartamudeando, y Kisten metió el coche en el aparcamiento de la autoescuela.
—Ha estado intentando ponerse en contacto contigo —dijo Ivy con tono de preocupación y de enfado—. Dice… ¿estás lista para escuchar esto? Dice que está matando mujeres y no lo recuerda. Mira, ¿lo vas a llamar? En los últimos tres minutos ha llamado dos veces.
Quería reírme pero no podía. El asesino de hombres lobo que la SI estaba encubriendo. El demonio que había destrozado mi sala de estar por el foco.
Mierda
.
—De acuerdo —dije con voz suave—. Gracias. Adiós.
—¿Rachel?
Su voz había cambiado. Yo estaba molesta y ella lo sabía. Respiré hondo mientras intentaba encontrar un atisbo de calma.
—¿Sí?
Por su vacilación al hablar sabía que era consciente de todo, pero ella sabía que fuese lo que fuese, no iba a salir corriendo del susto. Todavía.