Por unos demonios más (25 page)

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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

BOOK: Por unos demonios más
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—No quiero ningún deseo —susurré. Me sentí una cobarde.

—¿No? —Claramente sorprendido, el demonio cambió de posición las piernas y las dejó caer de la isla tapando mi libro de hechizos—. ¿Quieres una maldición? —De pronto sus facciones pulcramente afeitadas se endurecieron—. Nunca he enseñado a una bruja, pero probablemente podría conseguir que entrase algo en esa cabeza tan dura.

Interesante.

—No quiero aprender a lanzar una maldición —dije—. No de ti, vamos.

Minias apartó la vista de los esquejes de tejo que había puesto a secar en la esquina. Inclinó la cabeza y me miró como si solo entonces hubiese conseguido captar su atención.

—¿No? —repitió haciendo un gesto de interrogación con una mano—. Y entonces ¿qué quieres?

Nerviosa, bajé de la barra. No quería hacer nada sin Ceri, pero decir que no parecía bastante inofensivo.

—No quiero nada.

Minias sonrió con condescendencia.

—Y yo me lo creeré cuando las ranas críen pelo.

—Bueno, sí, quiero cosas —dije con amargura. No me gustaba la idea de que me ofreciesen todo cuando al obtenerlo pudiese causar más problemas que si no lo tuviese—. Quiero que mi compañero viva más de veinte míseros años. Quiero que mi amiga encuentre paz en su vida y en sus elecciones. Quiero que mi apestosa iglesia… —dije dando una palmada sobre la encimera que me hizo doler la mano— vuelva a estar consagrada para no tener que preocuparme de los no muertos mientras duermo. Y quiero librarme de esa cosa que tengo en el frigorífico antes de que, a, inicie una lucha de poder en el inframundo; o b, haga que Newt llame a mi puerta otra vez para pedirme una tacita de azúcar. Pero tú… —dije señalándolo— me darías lo que quiero de una forma que acabaría con toda la alegría que me produjese, ¡así que olvídalo!

Enfadada y preguntándome si había cometido un error, crucé los brazos y me enfurruñé.

Minias cerró el libro con un golpe seco. Yo salté y él, mirándome fija e intensamente con aquellos ojos rojos, se bajó de la isla y avanzó dos pasos.

—¿Sabes a qué vino? ¿Lo tienes?

Se me aceleró el pulso y me puse recta, preocupada.

—Creo que sí.

Minias se quedó totalmente quieto. Solo se le movía el dobladillo de la túnica.

—Dámelo. Me aseguraré de que Newt no te vuelva a molestar nunca.

Se me secó la boca. Al ver que lo deseaba tanto me di cuenta de que dárselo sería un grandísimo error. Él ni siquiera sabía lo que era.

—Ya —dije yo—, ¿como cuando tuviste que seguirla la otra noche? No eres capaz de controlarla y lo sabes.

Él tomó aire para protestar y yo levanté las cejas. Inclinó la cabeza como si estuviese pensando y dio un paso atrás.

—No tienes nada que pueda desear, demonio —dije—. Tendrás que deberme una.

—¿Crees que voy a llevar tu marca? —dijo él, y el corazón me empezó a latir fuerte ante la incredulidad que mostraba su tono de voz—. No pienso llevar tu marca. —Tenía las mejillas pálidas, pero sus ojos mostraban una ira profunda.

—¿Por qué no? —dije. Me gustaba la idea solo por el hecho de que a él no le gustaba. Recordé que Trent me había dicho que yo tomaba decisiones en base a lo mucho que podían irritar a la gente, y fruncí el ceño. Minias, sin embargo, no lo vio, ya que había resoplado y me había dado la espalda.

Tenía unos hombros muy anchos y con la túnica y el sombrero tenía un aspecto majestuoso y elegante comparado conmigo, que iba en sandalias, vaqueros y una camisola. Yo seguía conectada a la línea y sentía que se me estaba empezando a enmarañar el pelo. Me pasé una mano por los rizos y me sentí estúpida del todo al preocuparme por mi pelo cuando tenía un demonio en la cocina.

Minias levantó la cabeza y yo oí cerrarse la puerta principal.

Ceri. Por fin.

Oí los suaves pasos de Ceri en el pasillo y su agradable voz tenía cierto tono de preocupación cuando pronunció mi nombre. Se detuvo en el rellano y miró atónita, primero a Minias, dentro de mi círculo, y después a mí. Todavía llevaba puesto aquel vestido de lino veraniego y fino que llevaba el otro día y tenía los pies mojados, lo cual indicaba que había atravesado descalza la hierba cubierta de rocío. Jenks estaba sentado en su hombro y no me sorprendió ver a Rex, la gata de Jenks, entre sus brazos. La gatita naranja estaba ronroneando y tenía los ojos cerrados y las patas también mojadas.

—Que Dios nos proteja —dijo aliviada. Jenks echó a volar convirtiéndose en una chispa dorada y Ceri dejó la gata en el suelo—. ¿Estás bien? —preguntó mientras se acercaba, pero no me agarró la mano, como solía hacer.

—Hasta ahora sí —dije, preguntándome si seguiría enfadada por lo de la otra noche a pesar de haberme asegurado de que no. Había invocado correctamente el círculo… solo que no sabía que estaba sonando. Ceri era una profesora exigente, pero no iba a estar enfadada de por vida porque yo fuese dura de mollera. ¿O sí?

Rex estaba en el medio de la cocina moviendo la cola, molesta al verse sobre el linóleo. A mí no me dejaba tocarla, pero tener a un demonio a un metro de ella parecía no importarle.
Estúpida gata
.

—Buenas noches, Ceri —dijo Minias educadamente, pero ella lo ignoró. La única señal que indicaba que lo había oído fue un pequeño pliegue en sus labios y el hecho de llevarse la mano al crucifijo.

—¿Habéis llegado a un acuerdo? —me preguntó. La preocupación era evidente en su rostro cansado.

Jenks entró como una flecha por la ventana, desde donde había estado vigilando a sus hijos.

—Estábamos esperándote a ti.

Se me agarrotó el pecho. «
Estábamos

Ha dicho
«
estábamos
». Era una nimiedad, pero saber que no me había dado la espalda por tratar con demonios significaba mucho para mí. ¡
Maldita sea
!
Yo no pedí esto
.

—Bien. —Ceri relajó los hombros. Solo entonces se giró para colocarse a mi lado y tener enfrente a Minias—. Os ayudaré a hacer un contrato que sea imposible de deshacer.

La risotada de Minias me pilló desprevenida y fruncí el ceño cuando se puso la mano detrás de la espalda como si fuese incapaz de moverse.

—No —dijo sin más—. He oído lo que le hiciste a Al. Yo negocio con ella. —Entrecerró aquellos ojos de cabra y su mirada reptó por mi piel—. Yo no hago negocios contigo ni tampoco te permitiré que actúes de enlace.

Ceri se puso rígida y le salieron puntos rojos en las mejillas.

—No puedes estipularlo todo, ¡
leviter
inexperto!

Yo no sabía lo que era un
leviter
, pero Minias frunció el ceño.

Jenks se posó en mi hombro.

—Acaba de decirle que es un novato negociando —susurró, y yo solté un «Mmm» al comprenderlo y luego me pregunté cómo lo había entendido él.

Minias parecía molesto y no me gustaba la forma en que daba golpecitos con las zapatillas contra la parte inferior del círculo como buscando una salida.

—¡Dejadlo ya los dos! —dije para reclamar su atención—. No importa, Ceri. No quiero nada de él, así que va a tener que llevar mi marca.

Aquello no le sentó nada bien a Minias y le dio un puñetazo a la barrera dejando escapar un gruñido de dolor. El olor a ámbar quemado se hizo evidente y yo arrugué la nariz. El demonio me dio la espalda y se miró el puño mientras su túnica formaba un remolino. Rex se marchó caminando despacio. Oí el chirrido de la gatera y se oyó una gran aclamación procedente del jardín. Rex volvió a entrar resbalando con las uñas en el suelo del vestíbulo mientras corría, probablemente a esconderse debajo de la mesa de Ivy.

Jenks revoloteó hacia mí y se me acercó tanto que casi me pongo bizca.

—¿Puedes hacerlo?

—Parece que él cree que sí. —Le hice un gesto para que se marchase y vi a Ceri mirándome con preocupación.

—¡No pienso hacer esto! —dijo Minias. Lo miré a él y luego al reloj. Mierda, Ivy llegaría pronto a casa y no era una buena idea que se encontrasen.

—Lo harás —dije yo poniéndome en jarras mientras me acercaba—. No me puedes dar nada ni me puedes enseñar nada. O bien me quitas la marca de Al o de Newt a cambio de la tuya o te llevas mi marca y te largas de mi cocina.

—Tranquila —dijo Ceri con precaución, y yo pegué un brinco cuando me tocó el brazo.

Sentí un hormigueo y una oleada de fuerza que entraba de la línea y perdí el control mientras me invadía la ira. Respiré hondo y estreché el flujo entrante antes de que se me desbordase el chi y tuviese que entretejerlo.

—Estoy bien, estoy bien… —dije apartándole la mano. Me sentía rara e incluso su suave tacto era demasiado.

Ella se retiró con aire incómodo y Jenks se posó en su hombro. Les di la espalda a ambos y a su preocupación. ¡Maldita sea, estaba bien!

Lista para insistir en el tema, rodeé a Minias, pero el demonio había vuelto al centro de la encimera. Su rostro pálido estaba plácido y tenía un nuevo brillo en sus ojos de cabra mientras me miraba haciendo cábalas. Sentí miedo y mi cólera se esfumó.

Al notarlo, Minias sonrió.

—Llevaré tu marca, bruja —dijo—, e incluso te enseñaré cómo hacer una. Gratis —añadió mientras yo soltaba el aire.

—Rache —dijo Jenks con su voz aguda—. Esto es una mala idea.

Pero Minias se había puesto en movimiento y la bastilla de su túnica se detuvo cuando se paró a pocos centímetros de la barrera del círculo. Sonrió y yo sentí un escalofrío. Tenía unos dientes totalmente perfectos y una piel inmaculada. Como la mía.

De repente Ceri me agarró por el codo.

—No me gusta esto.

—Oh, a Ceridwen Merriam Dulcíate no le gusta esto —dijo Minias arqueando las cejas y sonriendo—. Ocurrirá. Algún día deseará algo. Lo deseará con todas sus fuerzas y recurrirá a mí. —Se volvió a poner su sombrero redondo—. Me muero de ganas.

Estaba segura de que había demonios más peligrosos que Minias, pero el hecho de que me debiese un favor me parecía una forma de meterme en problemas más que una salida. Volví a mirar el reloj.

—Bien. Hagámoslo.

Ceri hizo un ruidito y Jenks agitó las alas. Ambos parecían solos y descontentos. Sin embargo, Minias parecía encantado. Di un paso atrás desde el borde del círculo e hizo un gesto de invitación.

—No podemos hacer esto a través de un círculo —dijo inclinando la cabeza.

Yo me encogí y me pregunté si no debería pedir un deseo estúpido sin más, como una caja de galletas o algo así. Entonces pensé en Al y en cómo me había puesto las marcas y luego en Newt.

—Newt no me tocó —dije, sintiendo el peso de la marca que tenía en la planta del pie.

—¿Cómo sabes eso? —dijo, haciéndome sentir aún mejor.

Oh, Dios
. Se me encogía el estómago al pensar en liberar a Minias. Ceri era capaz mantener un círculo más grande que mi círculo de la cocina. Podría hacer una especie de esclusa.

—¿Ceri?

—Puedo soportarlo, pero ¿confiar en su palabra de que no te hará daño? Esto no… no me gusta.

Había sido apenas un susurro y aparté la mirada del rostro satisfecho de Minias. Los ojos de Ceri mostraban preocupación y parecía asustada.

—Es lo único que puedo hacer —dije—. Y no me hará daño. —Me giré hacia él y mis sandalias hicieron un ruido al rozarse contra el suelo—. ¿Verdad?

Él inclinó la cabeza con una expresión más relajada.

—Prometo que no te haré daño. Hasta que me marche, claro.

—Prométeme que te marcharás en el momento en que se haga la marca —repliqué—. Te irás solo y me dejarás intacta.

Él se puso recto y se tocó el sombrero para asegurarse de que estaba en el lugar correcto.

—Lo que tú digas.

Sí, claro
. Miré a Ceri, que asintió, aunque todavía no había recuperado el color. Con un movimiento reticente y contenido, sacó un trozo de tiza magnética del cinturón y dibujó un círculo a treinta centímetros por fuera del mío con una línea continua. Las alas de Jenks zumbaban de nervios y, después de tranquilizarme, me metí dentro. El demonio lo observaba todo aburrido y satisfecho. ¿
Por qué estoy haciendo esto otra vez
?

—Voy contigo —dijo Jenks. Sus alas me refrescaron el cuello cuando vino volando hasta mi lado.

—No, no vienes. —No tenía tiempo para eso.

—Como si pudieses impedírmelo.

—Jenks… —Pero era demasiado tarde y miré a Ceri muy seria cuando el círculo se elevó atrapándolo dentro conmigo.

—Necesitas que alguien cuide de ti —dijo. Su voz no mostraba arrepentimiento.

Joder
… pensé mirándola a través de la capa de siempre jamás que había entre nosotras. Cuando inclinaba asilos ojos no servía de nada discutir. Jenks se posó en mi hombro y carraspeó con suficiencia. Olí el aceite que utilizaba para limpiar su espada de jardín y no me sorprendió que hubiese desenfundado la hoja letal.

—Venga, dale caña —dijo, intentando animarse.

¿Dale caña
? ¿
Y qué si le damos caña a la bruja
?
Al parecer necesita que le inculquen un poco de sentido común
. Me giré hacia Minias.

De él fluyó sangre de apariencia normal y Jenks, agitado, hizo zumbar las alas. Minias se quedó rígido.

—¡Invoca la maldición, idiota! —espetó.

Ceri permanecía impotente fuera de su círculo y, antes de perder las fuerzas, dije las palabras. Me recorrió una sensación curiosa, como cuando llamé a Minias por primera vez. Estaba invocando un hechizo público y eso me ponía los pelos de punta. Separé los labios y Jenks soltó una palabrota cuando el corte se curó delante de mis narices y apareció una cicatriz cuando desapareció la mancha de siempre jamás.

—¡Hay que joderse! —soltó Jenks, y Minias se apartó repentinamente. Se separó tres pasos de mí, se tocó detrás de la oreja y frunció el ceño. Al recordar que tenía el cuchillo en la mano, lo solté y este provocó un ruido fuerte al caer sobre la encimera.

—Prometiste que te irías —le recordé—. Vete.

Me miró fijamente con aquellos ojos de cabra y, aunque sabía que era imposible, sentí como si estuviese viendo mi pasado, o quizá mi futuro. Minias se acercó con un rostro imposible de interpretar. El olor empalagoso a ámbar quemado se mezcló con el aroma seco de su túnica de seda y yo me negué a retroceder.

—Puedo cambiar los ojos si me esfuerzo —murmuró, y yo me aparté hacia atrás—. Puede que no oyeses mi voz porque eres un usuario no registrado —añadió, como si no hubiese dicho las palabras anteriores—. Eso tiene que cambiar.

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