Por unos demonios más (26 page)

Read Por unos demonios más Online

Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

BOOK: Por unos demonios más
3.36Mb size Format: txt, pdf, ePub

Ceri estaba pálida y yo me sentía indispuesta. Dije:

—No quiero figurar en un registro de demonios. Vete.

Minias tocó el crisol y se manchó los dedos de ceniza.

—Ya es demasiado tarde. Lo hiciste la primera vez que me llamaste. O bien actualizas tu información para que yo pueda contactar contigo o bien tendré todo el derecho a aparecer por aquí cada vez que crea que he encontrado una forma de eliminar mi marca.

Levanté la cabeza y lo miré, muerta de miedo.
Maldita sea
. ¿Acaso fue por eso por lo que aceptó llevar la marca? Los ojos de Minias brillaban ante su éxito y yo dejé caer la cabeza entre las manos.
Maldita sea multiplicado por dos
.

—¿Cómo me registro? —dije con sequedad, y él se río disimuladamente.

—Necesitas una contraseña. Conéctate a tu círculo de invocación como si fueses a contactar conmigo y, mientras estés conectada a una línea, piensa en tu nombre y luego en tu contraseña.
Quod erat demonstrandum
.

Bastante sencillo.

—Conseguir una contraseña —dije. Estaba cansada—. De acuerdo. Puedo hacerlo.

Minias me estaba mirando desde debajo de unos rizos que se le habían escapado del sombrero. Mantuvo silencio durante un momento y luego, como si en realidad no quisiera hacerlo, cruzó los brazos sobre el pecho y dijo:

—Tienes un nombre común por el que te llama todo el mundo y una contraseña que te guardas para ti. Elígela con cuidado. Así es como la gente trae a los demonios al otro lado de las líneas.

Horrorizada, miré a Jenks y luego a Ceri, que ahora tenía las manos sobre el estómago.

—¿Un nombre de invocación? —dije tartamudeando mientras pensaba—. ¿Tu contraseña es un nombre de invocación?

El demonio hizo una mueca.

—Si sale a la luz, sí, se puede utilizar para obligar a alguien a cruzar las líneas. Por eso eliges una contraseña a la que nadie pueda sacarle sentido.

Retrocedí hasta que tropecé con el círculo de Ceri.

—No quiero ninguna contraseña.

—Por mí, vale —dijo Minias con sarcasmo—. Pero si no puedo ponerme en contacto contigo vendré cuando me venga bien a mí, no a ti. Y como a mí no me molesta, va a ser antes del amanecer, cuando estés intentando dormir, haciendo la cena o follándote a tu novio. —Sus ojos inspeccionaron la cocina—. ¿O novia?

—¡Cierra el pico! —exclamé yo, preocupada y avergonzada. Pero estaba atrapada, bien atrapada.

—Algo que sea imposible de adivinar —dijo Minias—. Sílabas sin sentido.

Al darme cuenta mi boca formó un pequeño círculo.

—Por eso son tan raros los nombres de los demonios —dije, y Ceri, que estaba detrás de él, asintió. Tenía la cara blanca y parecía estar temblando tanto como yo.

—Los nombres de los demonios no son raros —dijo Minias indignado—. Sirven a un propósito.

Jenks aterrizó sobre mi hombro.

—¿Qué te parece tu nombre al revés? ¿Nagromanairamlehcar?

Retorcí la cara. Sonaba a nombre de demonio.

—Terrible —dijo Minias, y volví a retroceder cuando cogió mi pizarra y la puso sobre la encimera—. Tus nombres al revés será lo primero que intente Al y, si lo adivina, puede hacer indecibles maldades bajo tu nombre. Y ni hablar de fechas de nacimiento, aficiones, helado favorito, estrellas de cine o exnovios. Nada de números ni de caracteres raros que no se puedan pronunciar. Olvídate del tema de las palabras al revés. Es demasiado fácil buscar en el diccionario y encontrar la palabra.

—Eso llevaría siglos —dije burlándome de él, pero luego palidecí cuando Minias me miró con aquellos ojos rojos.

—Siglos es justo lo que nos sobran.

Sentí moverse algo y lo observé, preparada para actuar si él lo hacía. Pero se giró y miró el reloj de la cocina que estaba encima del fregadero.

—Tienes que marcharte —dije, oyendo a mi propia voz temblar, y Jenks batió las alas mientras se situaba entre ambos.

—Mmm —dijo Minias inclinando la cabeza—. Estoy de acuerdo. Hemos terminado, pero esta marca entre ambos está por saldar. Ya hablaremos. Tengo derecho divino a intentar liquidarla. —Se tocó el lateral del sombrero y se desvaneció formando una capa de siempre jamás en cascada.

Sostuve con más fuerza mi línea cuando sentí que él la estaba usando para cruzar a siempre jamás. Entumecida, miré el lugar donde había estado. ¿
Qué demonios acababa de hacer
?

Ceri rompió su círculo de inmediato y casi me tira al suelo cuando me dio un abrazo para asegurarse de que seguía viva.

—¡Rachel!

Mierda. ¿Qué he hecho?

—¡Rachel!

Ceri me sacudía y yo la miraba con ojos llorosos. Al ver que recuperaba la consciencia, suspiró aliviada y dejó caer sus manos de mis hombros.

—Rachel —dijo de nuevo, esta vez más suave—. Creo que no deberías volver a hacer magia nunca más.

Jenks aterrizó sobre su hombro, desde donde podía verme. Estaba asustado.

—¿Tú crees? —dije con amargura pasándome una mano por debajo del ojo. La mano se mojó, pero no estaba llorando. No realmente.

—En realidad… —Ceri dejó caer la cabeza, claramente preocupada—. Creo que tampoco deberías hacer magia de líneas luminosas.

Bajé de la encimera y miré a Ceri y luego al jardín oscuro iluminado con el parpadeo ocasional del polvo de pixies. Mi padre no habría querido que anduviese metida en magia de líneas luminosas. Quizá… quizá debería tener una charla con Trent para saber por qué.

13.

—Rachel, pásame el martillo, por favor —dijo Ivy elevando la voz para que pudiese oírla por encima de las voces de los pixies, que estaban charlando en la esquina. Hablaban tan alto que hacían que me dolieran hasta los ojos—. Se me ha roto otra uña —añadió mientras yo resoplaba para sacarme de delante de los ojos un rizo que se me había escapado de la coleta.

Volví a introducir el aislante entre los tachones de cinco por diez y me giré. El sol de la tarde entraba por las ventanas altas de la sala de estar formando vigas de polvo en las que jugaban los pixies. Acababan de despertar de su siesta de la tarde y Jenks los tenía allí para que Matalina pudiese echar una cabezadita. Últimamente no se encontraba muy bien, pero Jenks nos había asegurado que no le sucedía nada malo. Sus niños eran un auténtico incordio, pero no iba a sugerir que se marchasen. Matalina podría dormir todo lo que quisiese.

Busqué el martillo a tientas y lo cogí del alféizar. Se lo había pedido a mi madre esa mañana después de evadir sus preguntas con la excusa de que iba a construir una casita de pájaros, no para arreglar los daños provocados por un demonio loco que había destrozado nuestro salón. Que fuese julio y, por lo tanto, demasiado tarde para los nidos, fue algo que no se le pasó por la cabeza.

—Aquí está —dije poniéndole en la mano a Ivy el mango del martillo con un ruido suave y seco. Ella sonrió antes de girarse para aporrear un clavo que había atravesado los paneles que Newt había hecho añicos. Los pixies chillaron y Jenks los miró de repente mientras permanecía sentado en un alféizar alejado con el más joven de sus sextillizos, al que estaba enseñando a atarse los zapatos.

Dejó de batir las alas de inmediato y continuó con su lección. Era una parte preciosa de la vida de los pixies que no se veía todos los días, un recordatorio de que Jenks tenía toda una vida aparte de Ivy y de mí.

Ivy parecía una chica de calendario de los obreros de la construcción, con sus vaqueros de cintura baja desgastados y su camiseta negra. Llevaba el pelo cubierto con uno de esos sombreros de papel que compras en las tiendas de pintura. Golpeaba el clavo desviado en el panel moviendo su cuerpo con una gracia controlada. En cuanto se incorporó, los pixies se apresuraron a inspeccionarlo y, muy serviciales, señalaron el desgarro que había hecho en el enchapado de papel. Sin decir nada, Ivy lo pegó en su sitio y continuó.

Yo me di la vuelta sonriendo. A Ivy no le gustaba nada haberse perdido otro de mis encuentros con un demonio. Probablemente por eso hoy no se despegaba de mí; necesitaba asegurarse de que estaba bien. Y a mí me venía bien su ayuda. Después de ver el presupuesto que nos habían dado para remplazar unos cuantos paneles y la moqueta, habíamos decidido hacerlo nosotras mismas.

Hasta ahora había sido fácil. Solo arreglar los clavos que Newt había arrancado de los paneles y poner unos nuevos. Detrás de las finas hojas no había pared y el aislamiento era en rollo, no aislamiento soplado como el que habíamos puesto en el techo de la iglesia el otoño pasado. No es que quedase perfecto, pero es lo que hay cuando uno hace las cosas por sí mismo. En cuanto a la moqueta, podíamos prescindir de ella. Debajo había un suelo de roble. Lo único que necesitaba era un buen pulido.

—Gracias —dijo Ivy devolviéndome el martillo, y yo lo puse sobre la repisa.

—De nada. —Me estiré la camisa de manga corta para cubrirme la tripa, cogí un puñado de clavos finos de la caja que había junto al martillo y me los puse entre los labios.

—¿
Uedes ostenerme ejto mentas e roi on el artillo
? —le dije mientras intentaba sujetar en su sitio un trozo pesado de panel.

Ivy se inclinó, lo cogió por un borde y lo apretó contra el viejo panel. Con su fuerza vampírica parecía que estuviese sosteniendo un trozo de cartón.

Con unos cuantos golpes fuertes, puse un clavo en la esquina superior izquierda, rodeé a Ivy para clavar otro en la esquina inferior derecha y luego puse un tercero en la parte superior derecha. El intenso aroma a incienso de vampiro mezclado con el serrín y mi último perfume se mezclaban creando una agradable fragancia de satisfacción.

—Gracias —dije después de sacarme los calvos de la boca—. Ahora ya puedo yo sola.

Su suave rostro ovalado no mostraba emoción. Se echó hacia atrás frotándose las manos, como si estuviese intentando calmarse. Era la primera vez que hacíamos algo juntas desde que me había mordido, y era genial. Era como si hubiésemos vuelto a la normalidad.

—Eh, Rache —dijo Jenks en voz alta mientras los niños que tenía delante de él se levantaban y se unían a los demás, que estaban en un rayo de sol polvoriento—. Tengo un nombre para ti. ¿Qué te parece Rumpelstiltskin?

No me molesté en escribirlo en la libreta que tenía sobre la repisa polvorienta y me limité a arquear las cejas mientras él se reía de mí. Llevaba pensando en una contraseña desde que había vuelto de casa de mi madre con la caja de herramientas, pero no estaba teniendo suerte.

—Yo utilizaría un acrónimo —sugirió Ivy—. Uno que no esté en el diccionario. O tus nombres al revés. —Fijó su mirada en mí con una extraña intensidad mientras entonaba—:
Nagromanairamlehcar
.

Que tanto ella como Jenks hubiesen pensando en lo mismo demostraba que Minias tenía razón en cuanto a lo de elegir un nombre escrito al revés.

—No —dije anticipándome a Jenks—. Minias dijo que de eso nada. Dijo que era demasiado fácil mirar el diccionario hacia atrás y encontrarte. Nada de números, nada de espacios, nada de palabras reales y nada escrito al revés. —Cogí unos cuantos clavos más y me estiré para alcanzar la parte superior del panel.

Ivy se echó hacia atrás y me observó durante un momento antes de empezar a moverse en silencio para recoger las herramientas. Podía sentir su mirada mientras hacía una línea con los clavos. Era consciente de que estaba allí, pero no me incomodaba. Era mediodía, por el amor de Dios, y probablemente ya habría saciado su sed de sangre anoche con Skimmer. ¿
Y eso me molesta
?, me pregunté mientras golpeaba un clavo con más fuerza de lo normal. En absoluto. Ni lo más mínimo. Pero no podía quitarme de la cabeza el recuerdo de ella mordiéndome.

Sentí un leve cosquilleo en mi antigua cicatriz de demonio y me quedé quieta, saboreando la sensación que me calentaba desde la piel hacia dentro e intentando decidir si había sido fruto de mi imaginación y de las feromonas de Ivy… o de mi deseo de que ella fuese feliz. ¿Acaso importaba?

Jenks salió volando del alféizar y fue hacia la repisa. Sus alas limpiaron el polvo del lugar en el que se posó.

—¿Qué te parece algo en latín? —dijo mientras caminaba hacia mi lista y la miraba—. Como «Bruja cojonuda» o «Realmente jodida».

—¿
Raptus regaliter
? —dije, pensando que se parecía demasiado a Rumpelstiltskin—. Todos los demonios saben latín. Creo que eso está incluido en lo de no utilizar palabras del diccionario.

Con una expresión de malicia, Jenks miró a Ivy mientras guardaba el taladro.

—¿Y «Sube»? —dijo—. Significa «Soy una bruja estúpida»… O tengo otra. —Sonriendo, se puso de pie sobre mi lista con las manos en las caderas—: «Bncdeundi». Es un nombre genial.

Ivy sacudió la gruesa bolsa de basura industrial y tiró dentro su sombrero de papel.

—¿A qué equivale eso?

—«Bajo ninguna circunstancia debería elegir un nombre de invocación».

Fruncí los labios y golpeé un clavo.

Ivy se rio por lo bajo y le dio un sorbo a la botella de agua que tenía en el alféizar.

—Creo que deberíamos llamarla «Spam», porque va a acabar en la papelera si no se anda con cuidado.

Cabreada, me giré con el martillo en la mano.

—¿Sabéis una cosa? —dije agitándolo a modo de amenaza—. Cerrad el pico. Cerrad el pico ahora mismo.

Ivy frunció el ceño mientras cerraba la botella.

—Ni siquiera sé por qué estás haciendo esto.

—Ivy… —empecé. Estaba cansada de aquello.

—Estás buscándote problemas —dijo mientras dejaba otra vez la botella vacía sobre el alféizar.

Jenks seguía de pie sobre mi lista y la miraba con las manos en las caderas.

—Lo hace por la emoción —dijo distante.

—¡No lo hago por eso! —protesté.

Ambos me miraron con descrédito.

—Sí lo haces por eso —dijo Jenks, como si aquello no le importase—. Es típico de Rachel. Acercarse a algo letal, pero no demasiado. —Sonrió—. Y te quereeeemos por eso —canturreó.

—Cállate —murmuré mientras le daba la espalda y seguía martilleando—. Hago esto para que Minias no tenga que venir aquí a resolver lo de esa marca. —Me puse bajo el sol y cogí otro puñado de clavos—. ¿O te gustó que Minias apareciese de aquella forma? —pregunté.

Jenks miró a sus hijos, que ahora estaban reunidos en el alféizar, y se encogió de hombros.

—Estoy de acuerdo con lo que haces, pero no en la razón.

Other books

The Last Hedge by Green, Carey
Playing Well With Others by Lee Harrington, Mollena Williams
No Longer at Ease by Chinua Achebe
Rebel Without a Cause by Robert M. Lindner
Tinseltown by Taylor, Stephanie
When He Fell by Kate Hewitt
Wild Hearts (Novella) by Tina Wainscott
The Yarn Whisperer by Clara Parkes
738 Days: A Novel by Stacey Kade