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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Por unos demonios más (53 page)

BOOK: Por unos demonios más
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—Ahora que te conozco, veo que Rachel tenía razón —dijo Ceri mientras se colocaba con elegancia en el centro de la sala mientras su vestido ondeaba suavemente—. Eres un demonio.

—¿Perdona? —La hermosa voz de Trent transmitía más enfado que confusión.

No tenía ni idea de cómo iba a terminar todo esto, pero me alegraba de estar fuera de la línea de fuego. Ceri se dio cuenta de que Quen se había movido para igualarse a mi posición y se puso tensa, y su pelo claro se movió cuando inclinó la cabeza regiamente—. ¿Te ha contado Rachel que antes de que me rescatase yo era familiar de un demonio? —le dijo a Trent. Al ver que asentía, continuó—: Conozco muy bien a los demonios. Y eso es lo que hacen: te ofrecen algo que parece fuera de tu alcance a cambio de algo que quieren y que está fuera del suyo. Aquí les llaman hombres de negocios. Y tú eres muy bueno.

Él se puso colorado y dijo:

—No quería conocerte de esta manera.

—Apuesto a que no —dijo Ceri. La expresión moderna y el sarcasmo con que la había dicho, me impactaron. Orgulloso y calmado con su traje hecho a medida, Trent señaló con el dedo su regalo y se acercó, escondiendo su tensión bajo una calma practicada que había aprendido en la sala de juntas. No pude evitar sentirme impresionada por verlo tan decidido a intentar sacar algo de todo esto.

—Te he traído un regalo —dijo, extendiendo la caja envuelta—. Una muestra de mi gratitud por tu muestra celular.

Jenks aterrizó sobre mi hombro.

—Este tío tiene las pelotas cuadradas —murmuró, y los bordes de las orejas de Ceri se pusieron rojos. Ella no lo aceptó y, finalmente, Trent lo dejó sobre el piano.

Ignorándolo, Ceri se giró hacia Quen.

—Al principio dudaste en atacar a Rache. ¿Por qué?

Quen parpadeó. Era evidente que no se esperaba aquello.

—Las habilidades defensivas más fuertes de Rachel están en su capacidad física, no en su magia —dijo. Su voz grave se mezcló hermosamente con los tonos suaves y perfectos de Ceri—. Yo soy hábil en ambas y no sería honroso vencerla utilizando algo contra lo que no se puede defender cuando puedo afirmar mi superioridad con algo en lo que tenga alguna posibilidad de estar a mi altura.

Oí desde mi hombro el comentario en voz alta de Jenks:

—Me cago hasta en mis margaritas. Sabía que había algo que me gustaba de aquel cretino.

—¿Eso es importante para ti? —preguntó Ceri con aire regio, ignorando el comentario de Jenks.

Quen bajó la cabeza, pero sus ojos no mostraron arrepentimiento bajo su oscuro flequillo. Trent cambió de posición los pies. Yo sabía que era una treta para llamar la atención de Ceri, pero ella le sonrió a Quen.

—Quedamos muy pocos —dijo ella, y luego tomó aire como si se estuviese preparando para una tarea difícil.

En el exterior, los pixies estaban pegados al cristal y me puse nerviosa cuando Ceri volvió a fijar su atención en Trent. Al verlos juntos me impresionó lo mucho que se parecían. Tenían el pelo igual de fino, rubio casi transparente, y ambos tenían los mismos rasgos delicados, aunque firmes al mismo tiempo. Delgados pero fuertes. Fuertes, pero sin sacrificar la belleza.

—Te llevo observando un rato —dijo Ceri suavemente—. Eres muy confuso. Estás muy confuso. No has olvidado nada, pero no sabes cómo utilizarlo.

La expresión de Trent casi ocultó su ira. Casi.


Mal Sa'han

El aliento de Ceri produjo un siseo y retrocedió un paso, haciendo que su vestido se moviese y mostrase sus pies descalzos.

—No lo hagas —dijo ella con su rostro delicado como una rosa—. De ti no.

Quen se crispó al verla llevarse la mano a la cintura y ella lo congeló con la mirada mientras se sacaba de la cinturilla un bastoncillo metido en un paquete de plástico abierto. Lo reconocí, pues era uno de los míos—. He venido a darte esto —dijo, ofreciéndoselo a Trent—. Pero ya que tengo tu atención…

Las alas de Jenks lanzaban chorros de aire frío a mi cuello y la tensión aumentaba. Ceri invocó una línea y su pelo se movió con una brisa que solo la tocaba a ella. Me pareció sentir un regustillo metálico en la lengua. Con la cara helada, miré el santuario como si esperase que se apareciese un demonio, pero luego miré de nuevo a Ceri y palidecí.

—Ay, la leche… —dijo Jenks dejando las alas totalmente inmóviles.

Ceri se había quedado letalmente quieta y estaba reuniendo empeño y poder a su alrededor como para complementar su aura dañada. Su innegable belleza era como la de un hada: salvaje, pálida, con el rostro vacío, duro e inquebrantable. Quen no se movió cuando ella se acercó a Trent lo suficiente como para que sus cabellos se mezclasen. Tanto que ella podría inspirar su aura al respirar.

—Estoy negra —dijo ella, y de repente sentí un escalofrío—. Estoy sucia de mil años de maldiciones demoníacas. No me cabrees o acabaré contigo y te derribaré. Rachel es lo único limpio que tengo y no la mancillarás más con tus grandes ideas. ¿Entendido?

Trent parecía conmocionado, pero luego adoptó una expresión dura que me recordó quién era y de qué era capaz.

—No eres quien yo creía —dijo él, y Ceri esbozó una cruel sonrisa desde la comisura de los labios.

—Soy tu peor pesadilla a este lado de las líneas. Soy un elfo, Trent, algo de lo que te has olvidado y como lo que no sabes actuar ya. Te da miedo la magia negra. Puedo ver el miedo brillando bajo tu aura como si fuese sudor. Yo respiro y vivo de magia negra. Estoy tan manchada con ella que la usaré sin pensar, sin sentirme culpable y sin dudarlo.

Dio un paso hacia él y Trent retrocedió.

—Deja en paz a Rachel —dijo, dejando caer suavemente sus palabras como la lluvia y con tanta autoridad como un dios.

Ceri estiró el brazo para tocarlo y, con un movimiento rápido y cegador, Quen salió disparado hacia delante.

Yo cogí aire para advertirla, pero Ceri se giró y arrojó una bola negra de siempre jamás.

—¡
Finiré
!

—¡Ceri! —exclamé, y luego me encogí de miedo cuando la bola chocó contra el círculo que Quen había creado y explotaba despidiendo chispas negras.

Claramente enfadada, Ceri caminó hacia Quen derramando latín por la boca como si fuese humo negro.

—¿
Quis custodiot ipsos custodes
? —dijo airadamente y luego introdujo uno de sus minúsculos y blancos puños en su círculo. Quen observó conmocionado cómo caía su círculo.


Finiré
—dijo Ceri con firmeza intentando agarrarlo y, cuando Quen la agarró por la muñeca para intentar algo, se quedó helado y luego se desplomó sobre el suelo de madera sin conocimiento.

—¡Madre mía! —dijo Jenks desde las vigas, y Ceri apartó la mirada de Quen. La ira convertía su belleza pálida en algo terrible.

—Ceri —dije intentando convencerla, pero luego me callé cuando se giró hacia mí.

—¡Cállate! —dijo con el pelo flotando en el aire—. También estoy enfadada contigo. Nadie me había empujado en toda mi vida.

Entonces miré a Trent con la boca abierta. El estupefacto millonario se estaba retirando hacia la puerta.

—Perdona —dijo él—. Esto ha sido un error. Si liberas a Quen me marcharé.

Ceri se giró hacia él:

—Mis disculpas por retrasar tu siguiente cita. Eres un hombre muy, pero que muy ocupado —dijo Ceri con acritud y luego miró a Quen, tirado en el suelo—. ¿Es buena persona? —preguntó bruscamente.

Trent hizo una pausa y el hedor metálico que me hacía cosquillas en la nariz se hizo más intenso.

—Sí.

—Deberías escucharlo más a menudo —dijo ella, agachándose delante de él; su vestido caía como agua convertida en seda—. Por eso tenemos a otras personas a nuestro alrededor.

Jenks descendió hasta donde estaba yo y me pregunté si Ceri pensaba en mí de esa manera. Como una especie de sirviente con quien poder hablar las cosas.

Trent arrugó los ojos con preocupación mientras Ceri hablaba en latín y un brillo negro de siempre jamás cubría a Quen. Este resopló y el manto negro se disipó formando hilos plateados cuando abrió los ojos. Se puso de pie con dificultad mientras Ceri hacía lo mismo pero con más garbo. Por su expresión de disgusto era evidente que estaba sorprendido y humillado. No pude evitar sentirme mal por el hombre. Ceri era difícil de controlar hasta cuando no nos mangoneaba.

—¿Has visto lo que he hecho? —le preguntó muy seria, y Quen asintió sin separar la vista de ella, como si estuviese presenciando su salvación—. ¿Sabes hacerlo? —le preguntó a continuación.

Mirando a Trent, él asintió.

—Ahora que te he visto hacerlo, sí —dijo con aire de culpa.

Pero Ceri sonrió con regocijo.

—Él no sabía que practicabas las artes oscuras, ¿verdad?

Quen miró al suelo y luego parpadeó cuando se dio cuenta de que ella estaba descalza.

—No, Mal Sa'han —dijo suavemente, y Trent se revolvió, incómodo.

Ceri se rio y el maravilloso sonido de su risa cayó sobre mí como una cascada de agua fresca.

—Quizá todavía estemos vivos —dijo tocándole el dorso de la mano como si fuesen viejos amigos—. Protégelo si puedes. Es un idiota.

Trent carraspeó, pero ellos estaban ensimismados el uno con el otro.

—Es en lo que lo han convertido, Mal Sa'han —dijo Quen besándole la mano con un gesto lleno de gracia—. No tuvo elección.

Ceri resopló por la nariz cuando retiró la mano.

—Bueno, ahora la tiene —dijo con descaro—. A ver si puedes recordarle quién y qué es.

Tras hacer un gesto de respeto, Quen se giró hacia mí. A mí también me hizo el mismo gesto con la cabeza, pero el mío iba acompañado de una sonrisita que no pude descifrar. Jenks suspiró desde mi hombro y me di cuenta de que estaba balanceándome sobre los talones. Parecía que aquello había terminado.

—Un momento —dije—. No os vayáis todavía. Ceri, no dejes que se vayan.

Los dos hombres se quedaron quietos cuando Ceri les sonrió y yo fui corriendo a mi cuarto. Cogí las dos fundas de los vestidos y volví a toda prisa. Estaba viva: comprobado. Todavía tenía el foco: comprobado. Había presentado a Trent y a Ceri: comprobado.
Tengo un poco de hambre. Me pregunto qué tendré en la nevera
. Abrí los ojos de par en par al darme cuenta de dónde provenía el olor metálico. Maldita sea, había dejado la tetera en el fuego y se había quedado sin agua.

—Aquí tienes —dije lanzándole a Trent los dos vestidos—. No pienso trabajar en tu asquerosa boda. Te devolvería el dinero, pero no me has pagado nada.

El rostro de Trent transmitía una furia peligrosa y los dejó caer al suelo. Se giró sobre un pie y, muy recto, salió por la puerta dejándola abierta. Oí sus pasos en la acera, el sonido de la puerta de un coche abriéndose y cerrándose y luego nada más.

Quen le hizo una elegante reverencia a Ceri, que levantó un poco el vestido y se la devolvió, dejándome de piedra. Un poco dubitativo, Quen se inclinó ante mí y yo le hice un gesto de despedida. Como si yo pudiese hacer reverencias. Con su rostro oscuro sonriente, Quen siguió a Trent afuera y cerró la puerta sin hacer ruido. Yo exhalé ruidosamente.

—Joder —dijo Jenks, alzando el vuelo desde mi hombro y formando círculos alrededor de Ceri—. ¡Ha sido lo más increíble que he visto jamás!

Como si aquello fuese una señal, el santuario se llenó de repente de pixies. Me empezó a doler la cabeza y, aunque evidentemente estaba feliz de que aquello hubiese acabado, también estaba preocupada. Tenía que deshacerme del foco lo antes posible.

—Ceri —dije mientras apartaba a niños pixies de mi camino, lanzaba los vestidos rechazados sobre el respaldo del sofá y me iba volando a la cocina a apagar el fuego—. Entonces, ¿qué soy yo para ti?

Ella me había seguido y me sorprendió ver el regalo de Trent en su mano cuando miré por encima del hombro.

—Mi amiga —dijo sin más.

La cocina apestaba y abrí un poco más la ventana. ¿Ves? Por eso me gustaba el café. No podías fastidiarla haciendo café. Incluso el malo sabía bien.

Con una manopla, llevé la tetera negra al fregadero, que chisporroteó cuando la tetera tocó la porcelana húmeda y me pegó un susto.

—¿Quieres un poco de café? —dije, confundida y sin saber qué hacer. Sabía que ella prefería el té, pero no si lo hacía en algo tan sucio por fuera.

—Me gusta —dijo con melancolía, y yo me di la vuelta perpleja por su tono tímido.

—¿Quen? —tartamudeé, recordando el beso en la mano.

Ella estaba en el umbral de la puerta de la cocina con una mirada soñadora en su rostro, donde hacía un rato se había instalado la ira.

—No —dijo, como si le desconcertase mi confusión—. Trent. Es deliciosamente inocente. Y tiene tanto poder.

La miré mientras abría la tapa del regalo que él le había dejado y sacaba un ópalo del tamaño de un huevo de gallina. Lo levantó hacia el sol y suspiró:

—Trenton Aloysius Kalamack…

28.

El sol iluminaba ahora la pared que estaba al otro extremo de la cocina y me senté a la mesa con una de las camisas de cuando Jenks era humano por encima de una camisola negra. Me la había puesto por comodidad; no tenía ningunas ganas de volver a la morgue. A mi izquierda tenía aquel frasco de salsa de jalapeños y un tomate para Glenn. A mi derecha, una taza de café ya frío al lado de mi móvil y del teléfono fijo. Ninguno de los dos sonaba. Ya pasaban quince minutos del mediodía y Glenn llegaba tarde. Odiaba esperar.

Me acerqué más a la mesa y me eché otra capa de esmalte transparente en la uña del dedo índice. El olor a acetona se mezcló con el de las hierbas que colgaban sobre la isla de la cocina y el sonido de los niños de Jenks era como un bálsamo mientras jugaban al escondite en el jardín. Otros tres pixies estaban haciéndome trenzas en el pelo y Jenks actuaba de supervisor para evitar que se repitiese el incidente de la maraña.

—Así no, Jeremy —dijo Jenks, y yo me puse rígida—. Tienes que pasar por debajo de Jocelynn y luego por encima de Janice antes de volver sobre tus pasos. Ahí está, ¿lo veis? ¿Lo habéis entendido?

El cansado coro de voces diciendo «Sí, papá» me hizo sonreír e intenté no moverme mientras me pintaba el pulgar. Apenas sentía tirones en el pelo mientras trabajaban. Cuando acabé, tapé el frasco y levanté la mano para revisarla. Un rojo intenso, casi granate.

Acerqué la mano más y me di cuenta de que la pequeña cicatriz que tenía en los nudillos había desaparecido, sin duda borrada junto con mis pecas después de utilizar aquella maldición demoníaca la pasada primavera. Me había hecho la cicatriz al caer por la puerta de mosquitera cuando tenía diez años. Robbie me había empujado y, tras secarme las lágrimas, me había puesto una tirita y yo le había dado un puñetazo en toda la tripa. Aquello me hizo preguntarme si Ceri me daría un puñetazo cuando menos me lo esperase.

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