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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Por unos demonios más (54 page)

BOOK: Por unos demonios más
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Robbie y yo nos habíamos inventado la increíble historia de que el perro del vecino había intentado entrar por la puerta. Ahora, al mirar atrás, sabía que mamá y papá sabían que el labrador negro no había tenido nada que ver con la rotura de la mosquitera, pero no habían dicho nada, probablemente orgullosos de que hubiésemos arreglado nuestras diferencias. Me froté el pulgar contra la piel lisa del dedo, y me dio pena que la cicatriz hubiese desaparecido.

El viento levantado por las alas de Jenks me rozó la mano.

—¿Por qué estás sonriendo?

Yo miré el teléfono y me pregunté si Robbie me devolvería la llamada si le dejaba un mensaje. Yo ya no trabajaba para la SI.

—Estaba pensando en mi hermano.

—Qué raro —dijo Jenks—. Un hermano. Yo tenía veinticuatro cuando me marché de casa.

Con la vista empañada, apreté la tapa del esmalte de uñas pensando que cuando se había ido de casa fue como si ellos hubiesen muerto. Él sabía que era un viaje de solo ida a Cincy. Era más fuerte que yo.

—Ay —chillé cuando alguien me tiró demasiado fuerte del pelo. Me llevé la mano a la cabeza y me giré, y los pixies se marcharon formando un remolino de seda y polvo. La pintura de uñas todavía no estaba seca, así que me quedé quieta.

—De acuerdo, ¡largaos! —dijo Jenks con tono de autoridad—. Todos. Ahora id a jugar. Venga. Jeremy, ve a ver cómo está tu madre. Yo me ocuparé del pelo de la señorita Morgan. ¡Vamos!

Los tres echaron a volar entre quejas y Jenks hizo un gesto con el dedo. Todavía protestando, volaron de espaldas hacia la mosquitera, hablando todos a la vez, pidiendo perdón y rogando, apretando las manos y haciendo gestos tristes con sus hermosas caritas que me hicieron pedazos el corazón.

—¡Fuera! —ordenó Jenks, y fueron saliendo uno a uno al jardín. Alguien se rio y luego se marcharon.

—Lo siendo, Rache —dijo Jenks poniéndose detrás de mí—. Estate quieta.

—Jenks, no pasa nada. Me lo voy a quitar.

—Aparta las manos del pelo —murmuró—. El esmalte todavía no está seco y no vas a salir con una trenza hecha a medias. ¿Crees que no sé hacer trenzas? Por los zapatitos rojos de Campanilla, si podría ser tu padre.

No era cierto, pero puse las manos sobre la mesa y me recosté, sintiendo pequeños tirones mientras terminaba lo que sus hijos habían empezado. Solté un gran suspiro y Jenks me preguntó:

—Y ahora, ¿qué? —dijo con un tono inusualmente brusco para ocultar la vergüenza que le daba estar peinándome. El sonido de sus alas era agradable y olía a hojas de roble y a sauco.

Miré el lugar vacío de Ivy y el sonido de sus alas descendió en entonación.

—¿Vas a ayudarla a escapar? —preguntó con voz suave.

Había llegado a las puntas de mi melena y yo me incliné lentamente hacia delante y apoyé la cabeza en los brazos doblados.

—Estoy preocupada, Jenks.

Jenks carraspeó en señal de desaprobación.

—Por lo menos no se ha ido porque mordieras a Kisten.

—Supongo —dije, recibiendo de vuelta el calor de mi propio aliento rebotado en la vieja madera.

Hubo un tirón final y Jenks alzó el vuelo y luego se posó en la mesa delante de mí. Yo me erguí y sentí el peso de mi trenza. Él hizo una mueca.

—Puede que no quiera dejar a Piscary.

Levanté la mano y la dejé caer en señal de frustración.

—Entonces, ¿se supone que he de dejarla allí?

Jenks se sentó con las piernas cruzadas y aire cansado junto a mi abandonada taza de café.

—A mí tampoco me gusta la idea, pero es un señor de los vampiros quien la protege.

—Y quien le anda jodiendo la cabeza. —Molesta, me froté una uña y alisé una muesca antes de que el esmalte acabase de secarse.

—¿Crees que eres lo suficientemente fuerte como para protegerla? ¿Contra un señor de los vampiros no muerto? —preguntó Jenks.

Recordé la conversación que había tenido con Keasley en el jardín.

—No —susurré mirando el reloj. ¿
Dónde demonios está Glenn
?

Jenks agitó las alas y se elevó unos centímetros, todavía con las piernas cruzadas.

—Entonces deja que se vaya por sí misma. Estará bien.

—¡Maldita sea, Jenks! —Él empezó a reírse, cosa que me cabreó—. Esto no tiene nada de gracioso —dije y, sonriendo, Jenks se posó en la mesa.

—Tuve esta misma conversación con Ivy sobre ti en Mackinaw. Estará bien.

Yo miré el reloj.

—Si no es así, lo mataré.

—No, no lo harás —dijo Jenks, y yo lo miré. No, no lo haría. Piscary mantenía a Ivy a salvo de los depredadores. Cuando viniese a casa, le haría una taza de cacao, la escucharía llorar y esta vez sí la abrazaría y le diría que todo iba a salir bien.
La cultura vampírica es un asco
.

Se me vinieron lágrimas a los ojos y salté cuando sonó el timbre de la puerta principal.

—Ahí está —dije. Rocé el suelo con la silla al levantarme y tiré hacia arriba de los vaqueros para ponerlos en su sitio.

Las alas de Jenks eran un zumbido atenuado y yo cogí el teléfono y lo metí en el bolso. Entonces pensé en Piscary y metí también la pistola de bolas. Luego pensé en Trent y metí dentro también el foco. Comprobé que no me había estropeado las uñas, cogí el frasco y finamente el tomate.

—¿Listo, Jenks? —dije con una alegría forzada.

—Sí —dijo él, y luego chilló—: ¡Jahn!

El formal pixie entró tan rápido que estaba segura de que había estado escuchando tras la ventana.

—Cuida de tu madre —dijo Jenks—. ¿Sabes utilizar mi teléfono?

—Sí, papá —dijo el pixie de ocho años, y Jenks le puso una mano en el hombro.

—Llama a la señorita Morgan si necesitas hablar conmigo. No me busques, utiliza el teléfono. ¿Entendido?

—Sí, papáaaa. —Esta vez lo dijo con desesperación y yo sonreí, aunque por dentro me estaba muriendo. Jahn estaba asumiendo más responsabilidades para ocupar el lugar de su padre en los próximos años.
La vida de los pixies es un asco
.

—Jenks —dije mientras apoyaba el tarro de salsa en la cadera—> es mediodía. Si prefieres no venir esta vez no pasa nada. Sé que duermes la siesta a estas horas del día.

—Estoy bien, Rachel —dijo enigmáticamente—. Vámonos.

Insistir solo conseguiría cabrearlo más, así que nos fuimos. Mis botas de vampiresa resonaban en el suelo de madera del santuario y, tras dejar el frasco sobre la mesa que había junto a la puerta, rebusqué en el bolso las gafas de sol. Me las puse con una sola mano y abrí la puerta.

—He conseguido esa salsa que querías, Glenn —dije, y luego levanté la mirada. Ya me estaba cansando de encontrarme a personas que no esperaba en mi pórtico. Quizá debería pasarme una tarde taladro en mano y poner una de esas mirillas. ¿Cuánto podrían costar?

—Eh, David. ¿Qué pasa? —le dije, y lo hice pasar. No llevaba su traje habitual, sino una camisa de antelina de color gris claro metida por dentro de un par de vaqueros. Tenía la cara totalmente afeitada y un leve rasguño en la mejilla y en el cuello. Detrás de él, en el bordillo, estaba su coche deportivo gris en punto muerto.

—Rachel. —Su mirada rápida se deslizó hacia Jenks—. Jenks —añadió. El hombre lobo normalmente tranquilo dio un paso atrás, tomó aire y echó la mano para estirarse la chaqueta que no llevaba. Tenía el puño cerrado como si estuviese agarrando el asa de su maletín. Mi preocupación se intensificó.

—¿Qué? —dije, esperándome lo peor.

David miró hacia atrás, hacia su coche.

—Necesito tu ayuda. Serena, mi novia, necesita un analgésico fuerte. —Mis ojos estaban entrecerrados cuando se encontraron con los suyos—. Te habría llamado por teléfono pero creo que la AFI me ha pinchado el teléfono. Se ha convertido en mujer lobo, Rachel. Dios mío, se ha convertido.

—Madre mía —dijo Jenks.

Tensa de repente, me quité las gafas de sol y dejé el tomate junto a la salsa.

—No habrá luna llena hasta el lunes, que es cuando las otras se convirtieron.

David sacudía la cabeza arriba y abajo y se movía con nerviosismo.

—Le conté lo de las mujeres de la morgue. Le dije que lo sentía y que probablemente no podría evitar convertirse en mujer lobo el próximo lunes a menos que aprendiese a controlarlo antes de ese día. —Con sus ojos marrones rogando perdón, añadió—: Así que la ayudé, o lo intenté. No está hecha para esto —dijo con la voz quebrada—. Los hombres lobo procedían de los humanos, pero hemos evolucionado por nuestro lado desde hace mucho tiempo. Se supone que no debería dolerle tanto. Tiene demasiado dolor. ¿Tienes algún hechizo? ¿Una poción? ¿Algo?

Últimamente había empezado a llevar amuletos contra el dolor en el bolso igual que alguna gente lleva caramelos de menta para el aliento.

—Llevo tres encima ahora mismo —dije estirando la mano hacia atrás para cerrar la puerta—. Vamos.

David bajó los escalones de dos en dos. Jenks batía las alas a toda velocidad y yo iba detrás de él. Me subí al asiento del acompañante mientras David cerraba la puerta. Pensé que una maldición que convertía a los humanos en hombres lobo pero con dolor era una estupidez, pero el foco permitía a los alfas unirse en manada para eliminar el dolor de la transformación, así que quizá tuviese algún sentido.

—Eh —protesté cuando el coche empezó a moverse antes de que yo cerrase la puerta. David me ignoró y salió a la carretera mientras yo me ponía el cinturón de seguridad. Tuve que buscar donde agarrarme cuando giró en una esquina demasiado rápido. Los hombres lobo tenían unos reflejos excelentes, pero eso era forzar las cosas.

—David, levanta el pie del acelerador.

—La he drogado con acónito. No puedo permitir que se despierte y no me encuentre allí. El dolor la está matando. No creo que vaya a parar hasta que se convierta. Esto ha sido un error. Dios, ¿qué he hecho?

Toqué con los dedos la silueta del foco en su bolsa con borde de plomo. No creía que el artefacto fuese a ayudar. La mitigación del dolor tenía lugar cuando las manadas de hombres lobo se combinaban formando un círculo. El foco solo les permitía hacerlo de manera más eficiente.

—¡David, ve más despacio! —repetí cuando salió a una carretera de un solo sentido conduciendo como si estuviese en las quinientas millas de Indianápolis. Jenks iba agarrado al pie del espejo retrovisor. Parecía un poco mareado—. La SI me está vigilando —añadí—. Normalmente tienen un todoterreno aparcado a la derecha de la iglesia.

David redujo la velocidad con la mano temblorosa sobre el volante. La carretera estaba vacía y cogió de nuevo velocidad.

—¿Qué quieres decir con que la AFI te ha pinchado la línea? —pregunté mientras nos internábamos en la interestatal para cruzar el río desde los Hollows a Cincinnati—. No pueden hacer eso.

—Pues lo han hecho —dijo David malhumorado—. El oficial Glenn cree que soy el responsable de las muertes de los hombres lobo. No solo de los suicidios, sino de todas. Cree que soy una especie de mezcla entre Jack el Destripador y míster Hyde.

Solté una risa burlona y luego me puse tensa cuando se cruzó delante de un camión articulado.

—Es Trent —dije envuelta en una nube de adrenalina—. Me lo ha confesado. Y mira lo que estás haciendo. ¡Dios! ¡Conduces aún peor que Ivy!

David me lanzó una mirada rápida.

—¿Trent Kalamack? ¿Para qué?

Las alas de Jenks tenían un extraño color verde.

—Está buscando el foco —dijo el pixie enfermo—. Esta mañana ha averiguado que Rachel lo tiene.

—¡Me cago hasta en la leche! —dijo David en voz baja—. ¿Lo tienes? ¿Está a salvo?

Yo asentí con la cabeza.

—Voy a dárselo a Piscary para que lo vuelva a esconder.

—¡Rachel! —exclamó David, y yo señalé el camión parado en el semáforo en rojo justo al borde del puente.

—No puedo guardarlo de forma segura —dije mientras pisaba los frenos—. ¿Qué se supone que tengo que hacer con él? Cuando alguien se entere de que lo tengo, mi magia no bastará para conservarlo. Por lo menos Piscary tiene suficiente autoridad como para evitar que lo droguen y decirles dónde está.

Los ojos de David mostraban preocupación.

—Pero les pertenece a los hombres lobo.

El semáforo cambió de color y yo contuve el aliento hasta que estuve segura de que David no iba a adelantar como una flecha al camión que teníamos delante, pero el hombre lobo que por lo general se preocupaba tanto por la seguridad, simplemente se mostró molesto porque el camión tardase tanto en arrancar.

—Créeme —dije suavemente—, si hubiese una manera de poder dárselo a los hombres lobo lo haría, pero está hecho por demonios y lo único que va a hacer es causar problemas. Es necesario un cambio, pero lentamente, no rápido. De lo contrario… —dije pensando en el dolor de su novia.

—Entonces debería ocultarlo un hombre lobo —añadió.

—¿Quién, David? —le pregunté frustrada, y Jenks agitó las alas con nerviosismo—. ¿Tú? Ya lo intentamos. ¿El señor Ray? ¿La señora Sarong? ¿Y qué tal Vincent? Él tenía a tres manadas ligadas a él y eran salvajes. Todos ellos transmiten el poder de un alfa, pero les falta el control que implica la posición de alfa.

Él apretó la mandíbula en silencio y yo continué.

—Uno no se convierte en alfa, sino que nace alfa. Ellos no sabrían manejarlo. El cambio tiene que ocurrir lentamente. Es como tu novia, que intenta convertirse en hombre lobo sin el colchón físico y mental que a ti te dieron mil años de evolución.

David relajó un poco la mano en el volante y yo también me relajé.

—¿Quizá todavía no ha llegado el momento? —dije suavemente. Me abracé a mí misma y él giró rápidamente a la derecha para entrar en su complejo de apartamentos.

—Esto no tiene buena pinta —dijo Jenks, y la cara de David se quedó vacía de toda emoción. Yo seguí sus miradas al aparcamiento y se me encogió el estómago. Había dos todoterrenos de la SI, tres de la AFI y una ambulancia multiespecies.

—No pasa nada —dije llevando la mano al cinturón de seguridad—. No creo que estén en tu apartamento.

Sin decir nada, David se acercó todo lo que pudo e intentó desabrocharse el cinturón mientras soltaba tacos hasta que lo consiguió.

—Es mi apartamento. Yo tenía las cortinas cerradas y ahora están abiertas. Y Serena no podría estar despierta todavía. —Dejando las llaves en el contacto, salió a toda velocidad del coche con pasos crispados y decididos mientras se dirigía a su puerta.

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