—Rachel nunca me haría daño —susurró Ivy, y yo intenté hablar; se me rompía el corazón. Tomé aliento y noté como iba perdiendo la vista. Me estaba yendo. No podía detenerlo.
—No, Ivy, niña. —El rostro de Piscary se había suavizado con aire de preocupación cuando se inclinó sobre mí y tocó la cara de Ivy con falso amor dejándole sangre mía en el mentón. Podía oír a Skimmer llorando en la esquina, sumándose a la farsa—. Eso es su aliciente y su perdición. Voy a matarla por ti. Si no lo hago, solo la utilizaré para torturarte, y ya te he torturado bastante. Es mi regalo para ti, Ivy. No sentirá nada. Te lo prometo.
Ivy lo miró fijamente con un rostro aterrorizado cuando Piscary volvió a acercarse a mí haciendo un ruidito de placer cuando me lamió la sangre que me caía del cuello, regodeándose. Ella permanecía a su lado, luchando para superar toda una vida de condicionamiento. Se le llenaron los ojos de lágrimas, que acabaron por derramarse. Se me nubló la vista y ella volvió a tocarle el hombro suavemente a Piscary.
—Para —dijo antes de que me volviese a clavar los dientes, pero fue un susurro—. ¡Para! —dijo más alto, y vi una ligera esperanza. Piscary dudó y me apretó con más fuerza—. ¡He dicho que no! —gritó Ivy—. ¡No dejaré que la mates!
Retrocedió un paso y levantó el pie para dar una patada circular con la que intentaba golpear a Piscary en la cabeza.
Pero no le dio. Piscary silbó y me dejó caer al suelo entre sus pies. Yo tomé aire como pude y me llevé las manos al cuello. Estaba mareada, débil. Me había mordido. Pero ¿con qué gravedad?
—Ivy, hija —dijo el vampiro no muerto.
—No —dijo Ivy. Su voz temblorosa sonaba decidida, pero incluso yo podía oler su miedo.
—¿No? —dijo suavemente Piscary, y yo intenté apartarme, salir de entre los dos—. No eres lo suficientemente fuerte como para vencerme.
El corazón me martilleaba en el pecho y conseguí llegar a la pared, luchando con mis dedos débiles por girarme para sentarme con la espalda apoyada en ella. El cuerpo de Lee había desaparecido de debajo del espejo y vi que Trent lo había arrastrado hacia la puerta y lo había cubierto con la chaqueta del esmoquin a modo de manta. ¿
Lee está vivo
?
En el espacio situado entre la mesa y el espejo, Ivy se puso en posición de lucha.
—Entonces moriré en el intento y te mataré yo misma. Es mi amiga. No dejaré que le hagas daño.
Una sonrisa de satisfacción bañó de repente el rostro del vampiro más viejo.
—Ivy —dijo canturreando—, mi dulce Ivy. Por fin me desafías. Ven aquí, pececito. Ya es hora de que dejes a los débiles y nades como el depredador que eres.
No
, pensé horrorizada al ver que todo, el terror, el dolor, la agonía… que todo aquello había sido para manipular a Ivy y conseguir que se enfrentase a él, completando así su visión de encontrar un igual en ella.
—No te puedes ni imaginar lo que te va a doler —le advirtió Piscary con los brazos abiertos para abrazarla mientras ella retrocedía con la cara pálida—. Tu última gota de sangre me sabrá tan dulce como la miel.
Edden, que volvía a estar consciente, vino hacia mí y yo lo aparté como pude mientras intentaba echarle un vistazo a mi cuello.
—Dispárale —dije jadeando, y casi vomito cuando levanté la mano y noté que mi cuello estaba rasgado—. Va a matarla —susurré, pero a Edden no parecía importarle. Ivy había desafiado a Piscary. Iba a matarla para que ambos pudiesen vivir una existencia de no muertos juntos—. ¡Ivy, no! —dije más alto, ya que Edden no me estaba escuchando—. Tú no quieres… esto.
Piscary levantó una ceja.
—Paciencia, bruja —dijo, y luego fue hacia Ivy.
El terror superó a sus conocimientos e Ivy dio marcha atrás. Soltó un grito, alto y agudo, y el sonido me atravesó como un rayo. La tenía contra el espejo, con la boca en su cuello mientras le clavaba los dientes en profundidad para terminar rápido.
Ella no se resistió. Quería morir. Era la única forma de luchar contra él y la única esperanza de salvarme. Estaba dejando que la matase para salvarme.
—No —sollocé, intentando levantarme, pero Edden me tenía agarrada por el brazo y no me soltaba—. ¡No!
Una sombra rubia salió disparada hacia ellos. Gruñendo, Skimmer levantó el brazo en el que tenía la guillotina y, cual hacha, golpeó con él la nuca de Piscary, que al contacto con la carne produjo un ruido sordo y fuerte.
Piscary se sacudió con fuerza. Se apartó de Ivy dejando ver su cuello, destrozado y ensangrentado. Se estaba desangrando. Le había mordido con fuerza, un mordisco mortal.
Llorando de miedo y furia, Skimmer volvió a golpearlo. Se me revolvió el estómago al escuchar el ruido que se oyó cuando esta vez le dio a Piscary en la parte delantera del cuello. Él soltó a Ivy, y Skimmer volvió a atacarlo, gritando con una frustración ciega mientras se inclinaba para golpearlo de nuevo justo en el mismo sitio.
El filo atravesó la carne por tercera vez y Skimmer tropezó y cayó de rodillas sollozando mientras Piscary se desplomaba. La cuchilla ensangrentada que todavía tenía en la mano resonó al golpear el suelo.
—Madre de Dios —dijo Edden soltándome.
Ivy miraba a Piscary con incredulidad desde la pared. Su cabeza cortada la estaba mirando a ella y sus ojos parpadearon una vez antes de que las pupilas se volviesen vacías y de un color negro plateado. Estaba muerto. Skimmer lo había matado. De los restos de su cuello salía sangre formando una piscina roja que, finalmente, dejó de fluir.
—¿Piscary? —susurró Ivy como una niña olvidada, y luego se desplomó.
—¡No! —gritó Skimmer. Llorando, gateó hasta Ivy. Se le pusieron las manos rojas mientras intentaba detener la sangre que fluía del cuello de Ivy—. ¡Dios, por favor, no!
De repente la puerta se abrió. El ruido del taladro que habían utilizado para abriría puerta se desvaneció en cuanto la gente entró a toda prisa. Dos personas fueron hacia Skimmer. Ella quiso resistirse, pero sus movimientos eran ciegos y fáciles de contener. Tres más se agacharon junto a Ivy y oí el canto rítmico mientras empezaban con la reanimación cardiopulmonar. Dios mío. Estaba muerta. Ivy estaba muerta.
Repté bajo la mesa, olvidada mientras algunos pies se apresuraban a sacar a Trent de su esquina y escoltaban al señor Ray y a la señora Sarong a la salida. Cubrieron a Piscary con una sábana. Las dos partes en las que había quedado.
Ivy estaba muerta. Kisten estaba muerto. Jenks…
—No —susurré mientras caía de repente, con los ojos llenos de lágrimas.
Jenks
, pensé desesperada y sintiendo un bulto inamovible en la garganta. ¿
Dónde está Jenks
? Piscary lo había golpeado.
El dolor iba desapareciendo, pero no el de corazón. Jenks. ¿Dónde estaba Jenks? Sentía el cuello frío y no quería tocarlo. Se me escapó el aliento en un sollozo. Oh, Dios, cómo dolía. Desde debajo de la mesa vi unos brillantes zapatos de vestir y tres personas arrodilladas delante de Ivy. Tenía la mano estirada como si buscase la salvación. Como si me buscase a mí. Se estaba muriendo y nada podría evitarlo.
Pero Jenks estaba por alguna parte y alguien podría pisarle.
Gateé hasta el fondo de la habitación en su busca. El foco estaba en el suelo, olvidado, en una caja abierta entre el nudo de papel de regalo negro. Lo quité de en medio y encontré un brillo dorado junto a mi bolso.
Sentí que se me paraba el corazón. Solo sentía dolor. Eso es lo que era.
—Jenks —dije con voz ronca.
Por favor, no
, pensé, y las lágrimas me cegaron cuando me puse de cuclillas sobre él. Mis manos, pegajosas de la sangre, me temblaron al cogerle. No se movía, tenía la cara blanca y una de sus alas doblada—. Jenks —sollocé temblando mientras sostenía su ligero peso en la mano. Jenks estaba muerto. Kisten estaba muerto. Ivy se estaba muriendo. Mi posible protector había intentado matarme, pero lo habían matado a él. No tenía nada. No me quedaba absolutamente nada. No había más elecciones, más opciones, no había más formas inteligentes de salir de una situación difícil.
Y la emoción
, me di cuenta al abordarme una ola brutal de desesperación,
es un falso dios que llevo persiguiendo toda mi vida. Que me cuesta todo en la búsqueda ciega de sensaciones
. Toda mi vida se resumía en nada. Corría de una emoción a la siguiente sin preocuparme de lo que era realmente importante.
¿
Qué coño es lo que me queda a mí
?
Todos aquellos que me importaban habían desaparecido. Me había llevado demasiado tiempo encontrarlos y, en el fondo de mi alma, sabía que nunca volverían. Había llegado demasiado lejos desde mis principios y nadie más entendería quién era de verdad (o, aún más importante, quién quería ser) debajo de toda la mierda en que se había convertido mi vida. Ahora era algo en lo que nadie podría confiar, ni siquiera yo. Me asociaba libremente con demonios. Mi sangre avivaba sus maldiciones. Mi alma estaba cubierta con la peste de su magia. Cada vez que intentaba hacer el bien me hacía daño a mí misma y a aquellos que me querían.
Y a los que yo quiero
, pensé mientras las lágrimas me nublaban la vista.
Me invadió un sentimiento de profunda apatía, vado y amargo, y me temblaron los dedos mientras me secaba la cara y me apartaba el pelo de los ojos. Al otro lado de la mesa se movían pies y se elevaban voces apremiantes, pero a mí me habían olvidado. Sola y aparte, saqué el foco de su caja abierta, consciente de lo que iba a hacer pero sin importarme. Iba a doler. Probablemente me dolería. Pero en mí no quedaba nada, excepto dolor, y cualquier cosa era mejor que eso. Incluso la inconsciencia.
Miré mis manos como si perteneciesen a otra persona, dibujé un círculo que incluía casi todo el suelo que había debajo de la mesa con mi tiza metálica. Tenía el corazón muerto, inmóvil por el poder de la línea luminosa que invoqué, haciendo que una capa negra y brillante dividiese en dos la mesa que había encima de mí.
—¿Dónde está Morgan? —dijo Trent de repente con una voz que atravesó toda la excitada palabrería. Podía oír el canto de la reanimación, pero le había visto el cuello a Ivy. Iba a morir, si no lo estaba ya. Ella quería que yo salvase su alma y había fracasado. Se había ido, como si nunca hubiese existido, como si nunca hubiese sonreído ni hubiese alegrado un día.
Los zapatos de trabajo de Edden se movían con inquietud.
—Que alguien mire en el baño.
Fría a pesar del calor que emanaba de la línea luminosa que me atravesaba, apreté el foco contra mí y dibujé tres círculos, entrelazándolos para formar cuatro espacios. Estaba llorando, pero no importaba. Estaba dentro de los círculos. Estaba dentro de los círculos.
—Morgan —dijo Trent con una voz cansada, y se inclinó por la cintura, encontrándome—. Esto ha terminado. Ya puedes salir de tu burbuja.
Yo lo ignoré. Mis dedos zumbaban con fuerza y saqué del bolso las velas que había comprado para mi cumpleaños. ¿
Por qué, Dios
? ¿
Qué demonios te he hecho yo
? Trent palideció y se sentó cuando empecé a hablar en latín mientras las encendía y las colocaba. Primero la blanca, luego la negra y, por último, la amarilla, la amarilla que representaría mi aura. No había ninguna gris, así que puse una segunda vela negra en el centro confiando en que, como mi alma era del color del pecado, la magia funcionaría. Esta última la dejé apagada. Ardería cuando se invocase la maldición y mi destino fuese inmutable.
Quen intentó levantar a Trent y, al no conseguirlo, también se agachó para mirar.
—Que Dios nos asista —susurró al ver lo que estaba haciendo. El foco ya no tenía protector. Todo el mundo sabía que yo lo tenía. No podía dárselo a Piscary… el muy cabrón estaba muerto. Tenía que deshacerme de él de otra forma. Solo porque la hubiese cagado no era razón para enviar a lo que quedaba del mundo a la guerra. La negrura de mi alma no tendría significado si no había amor, comprensión, alguien con quien compartir mi vida. Quería que todo desapareciese, que parase. Y como no creía que fuese a sobrevivir a aquello, aún mejor.
Edden se agachó y soltó un taco cuando estiró la mano y averiguó que la sombra negra y brillante que había entre nosotros era real. Oí quejarse a la señora Sarong desde el pasillo, desmayándose mientras la sacaban de allí.
—¿Qué está haciendo? —dijo Edden—. Rachel, ¿qué estás haciendo?
Suicidándome
. Medio adormecida, puse el foco en su lugar y yo me puse en el otro. El tercer espacio, en el que iría mi anillo de pelo, estaba vacío. Yo estaba en el círculo; no necesitaba un símbolo de conexión. Se me hizo un nudo en el pecho e intenté reunir coraje. El cuerpo de Jenks estaba tumbado fuera de mi círculo. El de Ivy estaba debajo del espejo. Kisten estaba muerto. No tenía ninguna razón para no hacer aquello. No tenía ninguna razón. Piscary me lo había arrebatado todo en menos de veinticuatro horas desde su puesta en libertad. No estaba mal. Quizá estaba un poco más cabreado de lo que yo imaginaba.
—¡Rachel! —dijo Edden más alto que las voces de los médicos técnicos de emergencias que habían llegado para apartar a los agentes de la AFI—. ¿Qué estás haciendo?
—Se va a deshacer del foco —dijo Quen con sequedad.
—¿Y por qué no hiciste eso antes? —dijo Edden con expresión de enfado—. Rachel, sal de ahí.
La voz de Quen estaba vacía cuando dijo:
—Porque para hacerlo es necesaria una maldición demoníaca.
Edden se quedó callado durante un momento y yo salté al sentir como su puño golpeaba mi burbuja.
—¡Rachel! —exclamó y luego volvió a soltar un taco cuando su puño chocó con mi burbuja de nuevo—. ¡Sal de ahí ya!
Pero yo no podía ni quería parar. Me llevé un dedo al cuello sangrante, del que casi me había olvidado y, utilizando la sangre, dibujé una figura sobre la vela negra apagada. Todavía no sabía qué figura representaba y ahora nunca lo sabría. Sentí el dolor del silencio cuando los médicos que estaban arrodillados delante de Ivy bajaron la cabeza mientras recogían sus cosas lentamente.
Me cayeron las lágrimas y empecé a enfadarme. Toqué los círculos entrelazados deseando que la energía los llenase. Ni siquiera necesitaba utilizar mi palabra de activación… ocurría tal y como yo lo deseaba.
Edden volvió a decir palabrotas cuando las burbujas manchadas se elevaron a mi alrededor y me pregunté si sabría que los arcos de oro donde se cruzaban los círculos conformaban supuestamente el aspecto que debería de tener mi alma.