Read Por unos demonios más Online

Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Por unos demonios más (70 page)

BOOK: Por unos demonios más
3.33Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—¡Cállate! —chillé. Me dolía la garganta.
Dios mío. Kisten
. Piscary mentía. Tenía que mentir. De lo contrario, tendría que decidir si estaba por encima de la venganza o no. Y no se me daba demasiado bien decirme a mí misma que no podía tener o hacer algo cuando lo deseaba.

Minias recorrió mi habitación mientras yo me sentaba en la cama en ropa interior y con una camiseta, intentando no temblar—. Tienes una forma de pensar muy interesante —dijo suavemente—. No me extraña que las brujas sean efímeras. Te vuelves loca a ti misma. Simplemente deberías hacer lo que quieras sin tanto examen de conciencia. —Con sus ojos de cabra mirándome fijamente, sentí que se me encogía el estómago—. Será más fácil a la larga, Rachel Mariana Morgan.

Se me estaba relajando el pulso y empezaba a creer que iba sobrevivir a esto.

—Con Rachel es suficiente —dije. No me gustaba que dijesen mi nombre completo.

Él levantó una sola ceja.

—Parece que estás bien. ¿Sientes necesidad de correr bajo la luna?

Me negué a retroceder más y le dejé que se acercase tanto que el aroma a ámbar quemado penetró en mi interior.

—No. ¿Dónde está el foco?

—¿Sientes la necesidad de destrozar las gargantas de la gente? —preguntó.

—Solo la tuya. ¿Quién tiene el foco? Lo cogiste tú, ¿dónde está?

Él se puso recto y me di cuenta de lo alto que era.

—Ceri se lo llevó, no yo. Y de haber existido una forma de ayudarla a hacerlo mal, lo habría hecho.

—¡Dime quién tiene el puto foco! —exclamé, y él se rio con disimulo.

—Tu alfa —dijo él, y sentí un nudo en el estómago. ¿
David
?
Hemos desandado lo andado
—. Se asentó en él como si quisiese irse —añadió el demonio, y casi se me para el corazón. David no poseía el foco. ¿Lo poseía el foco a él? ¿Igual que había estado en mi interior?

—¿Dónde está David? —dije saltando de la cama. Pero no había a donde ir.

—¿Cómo iba a saberlo yo? —Minias levantó una botella y olió la boca, echándose de repente hacia atrás—. Lo está manejando mejor que tú. Fue creado para un hombre lobo, no para una bruja. Tomarlo para ti fue una estupidez. Igual que dejar caer un trozo de sodio metálico en un cubo de agua. —La botella tocó la cómoda con un ruido metálico.

Yo me revolví en el sitio, incómoda, sin saber si creerle o no.

—¿Está bien?

—Mejor que bien —dijo Minias arrastrando las palabras sin dejar de jugar con mis perfumes—. Dar el foco a los lobos se volverá contra ti, pero consiguió lo que tú querías. —Me miró a los ojos con sus ojos de cabra y me puse tensa—. Los hombres lobo están felices y los vampiros creen que se ha destruido. ¿Correcto?

Correcto
.

—Estoy bien —dije agriamente, con mi miedo convertido ahora en descaro—. Ya te puedes ir.

—Lo hizo la elfa —dijo sacudiendo la cabeza—. Al era más motivador y talentoso para enseñar de lo que yo creía. La instruyó extremadamente bien para ser capaz de desinvocar una maldición como esa y dejarte… relativamente ilesa. No me extraña que la hubiese mantenido a su lado consigo durante mil años.

Entonces arrugó la cara, olió otra botella y la dejó donde estaba.

—Al está furioso —dijo de manera despreocupada, e incluso mi falsa valentía desapareció—. Lo atraparon segundos después de que lo devolvieses a nuestro lado de las líneas. Está en su propio infierno personal. Y le sigues debiendo un favor. —Olió un tercer perfume y me miró con el ceño fruncido—. Me pregunto cuál será.

—Estoy bien. Vete —repetí.

—¿Me das esto? —preguntó sosteniendo la botella hacia arriba.

—Si te vas, te los doy todos.

La botella desapareció de entre sus dedos.

—Una última cosa —dijo con un extraño brillo en los ojos—. ¿El foco?

Yo me puse rígida y sentí crecer el miedo en mi interior.

—¿Sí?

—No era lo que estaba buscando Newt cuando hizo añicos tu iglesia.

Empezó a desaparecer y di un paso hacia delante, asustada.

—¿Qué estaba buscando?

No tengo ni la más remota idea
, resonó en mis pensamientos.

—¡Espera! —grité—. ¿Se acuerda de mí? ¡Minias! ¿Se acuerda de mí?

Busqué sonidos en la noche y pensamientos en mi cabeza, pero se había ido. Un instante después, la luz que había hecho brillar en mi espejo también desapareció.

Mierda. ¿Qué estaría buscando si no era el foco?

El ruido de la puerta principal al cerrarse resonó en el aire brillante y miré la parte delantera de la iglesia. Arrancó un coche y la tensión me hizo erguirme cuando reconocí los suaves pasos de Ivy en el vestíbulo.

—Ivy… —dije, y luego me llevé la mano a la garganta al sentir el dolor.

Di un respingo cuando se abrió de repente la puerta de mi habitación y entró una columna de luz gris.

—Rachel —dijo Ivy con sus facciones perdidas entre las sombras.

—Lo era la última vez que lo comprobé —dije, decidiendo que mencionar a Minias no ayudaría a nadie.

—Estás bien —susurró, acercándose y agarrándome la mano—. Eres tú, ¿verdad? ¿Solo tú? —La sombra le agrandaba los ojos y no tenía ninguna venda en el cuello. Al ver mi mirada atónita, me dio un abrazo por sorpresa—. Gracias a Dios.

La tensión que me había invadido, producto de la sorpresa, se desvaneció y me relajé, con la cara junto a la suya mientras inhalaba su aroma como si fuese agua. No me importaba si eran un montón de feromonas destinadas a relajarme para hacer que le fuese más fácil morderme. No me estaba abrazando por eso. Había estado preocupada. Y estaba viva. A un vampiro muerto no le habría importado si era yo misma o no. Ivy estaba viva.
Quizá Kisten también lo esté
. Ojalá Piscary me hubiese mentido.

—Soy yo —dije al recordar a Ivy y a Edden agarrándome firmemente en la parte de atrás de un coche cuando me había perdido con la maldición—. Mmm… tengo que ir al baño.

Ivy dio un paso hacia atrás.

—Me asustaste —dijo.

—Me asusté a mí misma —dije sujetándome a la cama mientras caminaba arrastrando los pies.

—¡Jenks! —chilló Ivy cuando mis pies descalzos estaban a punto de alcanzar el pasillo—. ¡Está bien! ¡Se ha levantado!

—¿Qué es ese tufo? —dije aspirando el olor repugnantemente intenso a incienso malo.

—Han quitado la blasfemia de la iglesia —dijo siguiéndome—. El tío se acaba de marchar. Creo que lo avergonzaste, así que estuvo investigando. Lo único que tuvo que hacer fue encontrar y sustituir el retal original de paño sagrado en el que se centraba la santidad. Lo encontraron los hijos de Jenks y el resto fue pan comido.

Yo asentí pensando que aquella extraña sensación que había sentido al despertarme debía de ser la blasfemia desapareciendo. Luego me pregunté qué iba a hacer el tipo con el paño contaminado. ¿Quizá llevarlo a siempre jamás? Eso es lo que yo haría. Di tres pasos vacilantes más hacia el baño y luego me giré.

—Estás viva, ¿verdad? —pregunté al recordar a los médicos de urgencias cesar en su intento.

Ivy sonrió desde la puerta de mi cuarto. Debía de haberla asustado muchísimo. Nunca la había visto mostrar tanta emoción. Claramente feliz, sonrió.

—Estoy viva —dijo, preciosa con los ojos húmedos—. Piscary no… —Tomó aire—. Me desmayé cuando Piscary me dio suficiente saliva de vampiro para pararme el corazón, pero los chicos de la AFI me mantuvieron con vida y los médicos de urgencias me dieron una antitoxina. No llegué a morir —dijo alegremente—. Sigo conservando mi alma.

Bien
, pensé. Para variar, algo había salido bien. Me daba miedo preguntarle por Kisten.

—Tengo que ir al baño —murmuré, ya que la situación se estaba volviendo crítica.

—¡Ah! —dijo ella, de repente avergonzada—. Claro. Voy a…

Su pensamiento se vio interrumpido de repente cuando Jenks entró volando procedente de las habitaciones traseras.

—¡Rache! —chilló, despidiendo chispas doradas—. ¿Estás bien? Por el burdel de Campanilla, eres una mujer salvaje. Nunca había visto a nadie hacer las cosas que tú has hecho. ¿Quién te ha enseñado a decir tacos en latín?

Revoloteaba como un loco entre Ivy y yo, y apoyé una mano en la pared para no perder el equilibrio mientras intentaba mirarlo.

—Era la maldición, no yo —dije.

—¿Cómo tienes las rodillas? —dijo descendiendo para mirarlas, y yo levanté la cabeza de repente cuando salió disparado hacia el techo—. Les diste un golpe bastante grande cuando Ceri te derribó.

—Tampoco me acuerdo de eso —dije mientras cruzaba las piernas y rezaba—. ¿Por qué no te quitas del medio? Tengo que ir al baño.

—Joder —dijo Jenks elevándose para seguirnos a Ivy y a mí—. Pensé que ibas a matar a Edden. Fue él quien te puso el ojo morado.

Por eso siento la cara hinchada
, pensé mientras corría por el pasillo.

—¿A qué día estamos? —pregunté, sin saber cuánto tiempo llevaba sin comer.

—A lunes —Ivy me iba pisando los talones—. Espera. Ya es martes.

—Vaya, los espíritus lo hicieron todo en una noche —dije entrecerrando los ojos cuando encendí la luz del baño. Me dolían los ojos. Al girarme los vi mirándome como si hubiese dicho algo aterrador—. ¿Qué? —protesté, y Jenks se posó en el hombro de Ivy.

—¿Estás segura de que estás bien?

—Sí, pero si no entro en el baño voy a acabar haciendo un charco.

Jenks alzó el vuelo e Ivy dio tres pasos hacia atrás.

—¿Quieres comer algo? —dijo, y yo dudé en el momento de cerrar la puerta.

—Cualquier cosa menos azufre —dije, y ella se sonrojó con un sentimiento de culpa. Cerré la puerta y puse ambas manos sobre el lavabo, apoyándome en él y temblando. No era por la pérdida de sangre y no me habían pegado tan fuerte. Estaba agotada. Algo (quizá alguien) había librado una batalla en mí y yo no recordaba nada. El foco había desaparecido, así que se había perdido. Yo era la que me levantaba a mí misma en el campo de batalla y me encaminaba con dificultad hacia la siguiente pelea.

Esperaba que fuese más fácil que la última.

Me erguí y fui hacia el espejo. Metí la mano detrás de la venda del cuello y luego la bajé. Todavía no quería saber. Giré la cabeza, me eché un vistazo y decidí que no estaba tan mal. Un amuleto de complexión se ocuparía de los círculos negros que tenía debajo del ojo y el labio hinchado hacía parecer que ponía morritos. Tenía un hematoma en la espinilla y otro en la cadera, justo donde acababa la camiseta. Me dolió la espalda cuando me agaché para mirarme las rodillas, pero en un par de días todo volvería a la normalidad. Estaba casi decepcionada. Una maldición demoníaca, aunque breve, debería dejar algún tipo de marca. Un mechón de pelo blanco o unos ojos hechizantes. Quizá cuervos en el tejado o un sabueso del infierno a tus pies. Pero ¿qué obtengo yo? Solté el aliento y permanecí de pie mirando mi reflejo con los ojos entrecerrados.

Un ojo morado. Genial.

La voz de Ivy hablaba con murmullos por teléfono y, tras ocuparme de mi necesidad más urgente, decidí que la ducha podría esperar hasta que me respondiesen a algunas preguntas y me pudiesen llenar el estómago. En el cajón había unos vaqueros en vez de la ropa de Kisten, así que, con una nueva tristeza, me metí por dentro la camiseta de Takata e invoqué un hechizo de complexión; me pasé el cepillo de dientes y lo dejé ahí. Me ponía enferma el olor a café que se colaba por debajo de la puerta. ¡Tenía tanta hambre!

Salí del baño con movimientos lentos a la espera de malas noticias. La luz brillante de un nuevo día bañó el pasillo desde la cocina. Era la tercera mañana que me levantaba al amanecer en lugar de irme a la cama a esa hora, y ya estaba cansada de aquello.

—Rachel se acaba de despertar —dijo la voz de Ivy antes de que yo diese dos pasos, y me detuve. No estaba al teléfono. Había alguien en nuestra cocina—. No hablará con nadie hasta que pueda comer y recuperar el aliento y no va a hablar con tu loquero, así que ya te puedes meter en tu todoterreno y volver a la AFI, que es tu sitio.

Levanté las cejas y aceleré el paso. ¿
Qué está haciendo aquí Glenn
?

Mierda.
Kisten
, pensé con tristeza, respondiendo así a mi propia pregunta.
Está muerto
.

—Felps no estaba en el apartamento de Sparagmos —oí decir a Edden, y mi realidad dio un giro. No solo todavía no era seguro que Kisten hubiese muerto, sino que no era Glenn, sino su padre. No sabía si eso era mejor o peor.

—Tenemos que encontrarlo y puede que Rachel nos sea de ayuda —concluyó.

—¡Dale un poco de paz a la pobre mujer! —dijo Jenks—. Piscary dijo que estaba muerto. Encuéntralo tú solo. La SI no va a detenerte. A ellos no les importa.

Me puse en movimiento dispuesta a intentar hacer cualquier cosa que demostrase que Kisten seguía con vida.

—Pero si sigue vivo puede que esté herido —dije mientras entraba, y Edden se giró desde el lugar que ocupaba al fondo de la cocina. Había alguien más con él. Parecía delgado junto al cuerpo achaparrado de Edden y me paré en seco descalza. ¿
Edden ha traído al loquero de la AFI con él
?

Edden miró al joven que estaba a su lado. Ignorando la amenaza de Ivy, delante del fregadero con los brazos cruzados, Edden se acercó a mí con la frente arrugada de preocupación. Llevaba sus chinos caqui y su camisa blanca habituales y llevaba la pistola en la funda sobaquera, lo cual indicaba que estaba trabajando.

—Rachel —dijo, contento de verme—. Tienes mucho mejor aspecto.

—Gracias. —Parpadeé de sorpresa cuando me dio un abrazo. Sentí de repente el aroma a Old Spice y no pude evitar sonreír cuando retrocedió torpemente.

—No te he hecho daño, ¿verdad?

Él sonrió y se frotó el hombro.

—No te preocupes, no eras tú.

Exhalé de alivio, aunque todavía me sentía culpable; luego busqué en la cocina algo que comer. No había nada cocinándose, pero la cafetera estaba acabando de gorgotear. El pastel lo habían congelado y me senté en la encimera como un testamento triste de como se supone que deberían ser las cosas. Deprimida, me hundí en mi sitio de la mesa.

—¿Kisten no estaba en el apartamento? —pregunté. La esperanza desesperada casi me dolía al instalarse alrededor de mi corazón y miré al otro tío, que ahora se movía torpemente—. Jenks dijo que llamó para decir que se iba a esconder. Y Piscary ya ha mentido otras veces. Si existe alguna posibilidad de que esté vivo, haré lo que haga falta.

BOOK: Por unos demonios más
3.33Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Slocum 419 by Jake Logan
Galore by Michael Crummey
The Girls by Emma Cline
Small Beauties by Elvira Woodruff
Demon Can’t Help It by Kathy Love
Saturday by Ian Mcewan
When They Fade by Jeyn Roberts