El amigo de Edden se disponía a hablar, pero cambió de opinión cuando Ivy se separó del fregadero y se sentó en su silla delante del ordenador, su lugar de seguridad. Jenks permanecía en la ventana, de pie en el alféizar para poder echarles un vistazo a sus niños. No me había dado cuenta del ruido que hacían al amanecer.
—Edden cree que la psicología humana te puede hacer recuperar la memoria —dijo Ivy frunciendo el ceño—. La ciencia humana no puede vencer al encantamiento de una bruja. Eso solo te destrozará, Rachel.
Ignorándola, Edden se giró hacia el hombre y él se acercó con una confianza dubitativa.
—Doctor Miller, esta es Rachel Morgan. Rachel, quiero que conozcas al doctor Miller, nuestro psiquiatra.
Me incliné hacia delante en la silla y le di la mano. La esperanza de que Kisten pudiese estar vivo era desesperada y dolorosa y el color del amuleto que llevaba el doctor Miller cambió de un profundo violeta a blanco.
—Encantada de conocerlo —dije, haciéndole un gesto para que se sentase, y él y Edden ocuparon las dos sillas que había a mi derecha.
El joven tenía un buen apretón de manos, lo cual no era sorprendente si era el loquero de la AF1. Lo que me sorprendió fue la ligera elevación de siempre jamás que había intentado transmitirme cuando nos tocamos. Era humano (no sentí que desprendiese olor a secuoya y trabajaba para la AFI), pero sabía utilizar magia de líneas luminosas. Y su amuleto era metálico, evidentemente uno de líneas luminosas.
Era más alto que yo y sus zapatos marrones contrastaban con sus pantalones grises y su camisa blanca de rayas diplomáticas grises. Llevaba el pelo cortado con un estilo fácil. Era delgado y llevaba unas gafas de montura metálica que cubrían sus ojos castaños.
¿
Gafas
?, pensé.
Nadie lleva gafas a menos que
…
Mis sospechas se confirmaron cuando el doctor Miller se las quitó haciendo una mueca. Mierda, eran para ver auras sin invocar la percepción extrasensorial de alguien, cosa que normalmente los humanos no podrían hacer sin ayuda y con mucha práctica. Genial. No hay nada como una primera buena impresión.
El amuleto que llevaba cambió a un color gris rojizo y el psiquiatra de la AFI me miró como pidiéndome disculpas y acercó su silla.
—Es un placer conocerla, señorita Morgan —dijo situado entre Edden y yo—. Llámeme Ford.
Jenks agitó las alas y vino volando hasta la mesa, donde se posó con las manos en las caderas para que se viese bien la empuñadura de su espada de jardín.
—Esa cosa lee las emociones, ¿verdad? —dijo con aire guerrero—. ¿Hace así su trabajo? ¿Utiliza eso para saber si la gente dice la verdad o no? Rachel no miente. Si dice que no se acuerda, es que no se acuerda. Querría encontrar a Kisten si pudiese.
Ford volvió a mirar el amuleto y, quitándoselo del cuello, lo puso sobre la mesa.
—El amuleto no reacciona con ella, está reaccionando conmigo. Más o menos. Y no he venido aquí para averiguar si la señorita Morgan está mintiendo. Estoy aquí para ayudarle a reconstruir lo que pueda de su memoria enmudecida artificialmente con el objetivo de encontrar al señor Felps.
Sentí una puñalada de culpabilidad y su amuleto de líneas luminosas brilló con una luz gris azulada una vez más.
—Si ella me lo permite —añadió, tocando el disco metálico—. Cuanto más esperemos, menos recordará. Tenemos un tiempo limitado, sobre todo si el señor Felps está en peligro.
Ivy cerró los ojos e intentó esconder sus emociones.
—Rachel, está muerto —susurró—. No está bien que la AFI juegue con tus emociones para encontrarlo más rápido.
—Tú no sabes si está muerto —protestó Edden, y sentí un escalofrío al verla abrir los ojos. Los tenía negros del dolor.
—No voy a quedarme a escuchar esto —dijo.
Me puse rígida al ver que se levantaba y se marchaba. Jenks revoloteó inseguro y luego salió zumbando tras ella. Me llegó el olor a café y fui a servirme una taza. También llené dos más para Ford y Edden. El primer trago me sentó como un bálsamo, aliviándome tanto como la suave brisa que entraba por la ventana. Quizá eso de levantarse al amanecer no estuviese tan mal.
—¿Qué hago? —dije mientras ponía el café delante de los hombres y me sentaba.
La sonrisa de Ford fue breve pero sincera.
—¿Te pondrías esto?
Puso el amuleto en mi mano y sentí que lo recorría el zumbido de siempre jamás, tirando de mí como si intentase sacarlo de las puntas de mis dedos.
—¿Qué hace esto?
Él todavía no había soltado el amuleto, y al sentir el roce de sus dedos contra los míos, levanté la mirada casi sorprendida. Él esbozó una sonrisa torcida cuando el amuleto que tenía en la mano pasó a un malva suave. Estaba empezando a ver un patrón.
—Tu amigo tenía razón. Es una muestra visual de tus emociones —dijo, y yo me encogí de miedo. Podía adivinar lo que significaba el malva y obligué a mis pensamientos a permanecer puros mientras los movía en círculos en la cabeza. A diferencia de los amuletos terrenales, este tenía que estar dentro de mi aura para funcionar, no tocarme la piel.
—Pero usted dijo que estaba respondiendo a usted, no a mí.
Un ligero aire de dolor invadió su rostro.
—Y así es.
Yo abrí los ojos de par en par.
—¿Quiere decir que usted puede sentir las emociones e la gente? ¿De forma natural? Nunca había oído nada igual. ¿Qué es? No huele como un brujo.
Riéndose entre dientes, Edden cogió el café y se retiró a la esquina de la cocina fingiendo observar a los hijos de Jenks, pero en realidad lo que quería era darnos algo de intimidad.
Ford se encogió de hombros.
—Humano, supongo. Mi madre era igual. Murió por ello. Nunca he conocido a nadie como yo. Estoy buscando un modo de que funcione a mi favor, en lugar de en mi contra. El amuleto es para ti, no para mí, para que sepas exactamente lo que estoy sintiendo por tu parte. La intensidad de la emoción se muestra mediante el brillo y el tipo de emoción por el color.
Estaba empezando a encontrarme mal.
—Pero ¿puede sentir mis emociones si llevo el amuleto o no? —pregunté, y al verlo asentir, añadí—: Entonces, ¿por qué he de ponérmelo?
Edden se revolvió con nerviosismo junto a la ventana. Sabía que quería que continuásemos con aquello.
—Para que cuando hayamos acabado y te lo quites, tengas la sensación de que ya no te estoy escuchando.
Jenks entró en ese mismo instante. Cambió de opinión en el último momento y, en lugar de aterrizar sobre mi hombro, se posó en el de Edden al verme la cara. Tenía sentido, aunque fuese una mentira.
—Eso tiene que ser un infierno —dije—. Alguien debería inventar un silenciador para usted.
Ford me miró con un rostro inexpresivo.
—¿Cree que puede hacerlo?
Yo me encogí de hombros y dije:
—No lo sé.
Sus ojos castaños estaban distantes y el amuleto que ahora llevaba al cuello se puso de color gris perla. Tomó aire y dejó de prestarme atención.
No pude evitar maravillarme por la miseria que suponía sentir las emociones de todo el mundo, todo el rato.
Pobre tío
, pensé, y el amuleto brilló con un intenso azul. Separando los labios, Ford me miró y parpadeó. Estaba claro que había sentido mi pena por él. El amuleto cambió a rojo y mi cara se puso del mismo color. Avergonzada, hice ademán de quitarme el amuleto.
—Esto no va a funcionar —dije.
Ford me envolvió la mano con las suyas, deteniéndome.
—Por favor, señorita Morgan —dijo con sinceridad, y juro que pude sentir que el amuleto se calentaba entre nuestras manos—. Esto no es una herramienta. La realidad es que la gente es mucho más experta en leer las expresiones faciales de lo que indica este amuleto. No es más que una manera de hacer cuantificable algo tan nebuloso como las emociones.
Yo suspiré y relajé todo el cuerpo. El amuleto que asomaba entre nuestros dedos pasó a un gris neutral.
—Llámeme Rachel.
Él sonrió.
—Rachel. —Me soltó la mano para mostrarme que el disco tenía un morado argentado. No era el morado de la ira, como cuando pensaba en la SI, sino malva. Le caía bien a Ford y cuando sonreí, él se puso colorado de vergüenza.
Jenks se rio por lo bajo y Edden se aclaró la voz.
—¿Podemos continuar? —dijo quejándose el capitán de la AF1.
Dejé caer el amuleto donde pudiese verlo y me puse recta, de repente nerviosa.
—¿De verdad crees que Kisten sigue vivo?
Frunciendo el ceño, Edden se cruzó de brazos y se echó hacia atrás.
—No lo sé, pero cuanto antes le encontremos mejor.
Yo asentí, me acomodé en la silla y miré a Ford en busca de instrucciones. Había ido a terapia familiar con mi madre tras la muerte de mi padre, pero esto era diferente.
Ford movió la silla para que sus piernas estuviesen perpendiculares a la mesa, en lugar de debajo de ella.
—Dime qué recuerdas —dijo sencillamente, con una mano sobre la otra.
Las alas de Jenks sonaron más agudas, pero luego se apagaron. Yo bebí un sorbo de café y cerré los ojos mientras me bajaba por la garganta. Era más fácil si no miraba el amuleto. Ni los ojos de Ford. No me gustaba la idea de no poder ocultarle mis emociones.
—Lo dejé en el apartamento de Nick para lavarle la ropa —dije sintiendo una punzada de dolor—. Todavía faltaban algunas horas para que se pusiese el sol y tuve que mover el coche para que no lo reconociesen. Iba a volver.
Abrí los ojos. Si Piscary tenía razón, sí volví.
—¿Y no recuerdas nada después de eso?
Sacudí la cabeza.
—No hasta que me desperté en el sillón de Ivy. Estaba dolorida. Me dolía el pie. —
Tenía el labio cortado por dentro
.
Ford miró la mano con la que me estaba sujetando el antebrazo y yo la bajé. Hasta yo me estaba empezando a dar cuenta de que era mi subconsciente intentando decirme algo.
—Entonces no intentes recordar —dijo él, y me relajé un poco—. Piensa en tu pie. Te hiciste daño y eso es difícil de olvidar por completo. ¿A quién golpeaste?
Yo solté el aliento lentamente. Cerré los ojos y sentí que el pie me palpitaba.
No a quién, sino el qué
, pensé de repente. Tenía el pelo en la boca y me bloqueaba la visión, haciéndome chocar contra la arcada de la puerta en lugar de la manilla. La maldita puerta era tan estrecha… y no había sido culpa mía. Se había movido el suelo y me había hecho perder el equilibrio.
Sentí que mi rostro se quedaba sin expresión y abrí los ojos. Ford se había inclinado hacia delante, consciente de que había recordado algo, y sus ojos parecían pedir una respuesta. El amuleto que estaba entre ambos brilló con una mezcla de morado, negro y gris… ira y miedo. No recordaba lo que había ocurrido esa noche, pero solo había un lugar al que podría ir Kisten que tuviese puertas estrechas y donde se moviese el suelo.
—El barco de Kisten —dije poniéndome de pie—. Edden, conduces tú.
Avanzamos por el suelo adoquinado, chocando con los baches provocados por las quitanieves y quitahielos del año pasado. Las carreteras secundarias del exterior de los Hollows no recibían mucha atención a medida que las ciudades crecían cada vez más y el campo se volvía más salvaje. Edden había llamado para pedir ayuda y pronto averiguamos que el barco de Kisten no estaba en Piscary's, pero un agente de la AFI recordaba ver un barco que coincidía con la descripción río abajo en un viejo muelle de almacenes.
Allí nos dirigimos, con las luces y las sirenas apagadas, atravesando a toda velocidad las afueras de los Hollows y más allá hasta llegar a los límites de los lugares a los que yo nunca iría después de anochecer. No es que el barrio fuese malo, sino que no había ningún barrio. No después de cuarenta años de abandono. Barrios enteros habían quedado sepultados y dejados al barbecho cuando los supervivientes de la Revelación huyeron a las ciudades. Y Cincy no había sido una excepción.
Los árboles formaban arcos por encima de nuestras cabezas y sabía que el río estaba cerca por la carretera tortuosa y los brillos plateados ocasionales del agua. Yo iba delante con Edden e Ivy iba en el asiento de atrás con Ford. Me sorprendió que quisiese venir, hasta que me di cuenta de que las palabras que había dicho antes eran para dar al traste con sus propias esperanzas de que Kisten siguiese con vida. O no muerto. O algo.
Jenks estaba con ella, afanándose en mantenerla distraída y tranquila. Pero no estaba funcionando, a juzgar por sus ojos negros y el creciente nerviosismo de Ford. Puede que no fuese una buena idea ponerlos juntos, pero yo tampoco quería sentarme junto a él.
—¡Ahí! —exclamé, señalando el perfil de un edificio de ladrillos abandonado que sobresalía detrás de unos árboles enormes y viejísimos. Ese tenía que ser el sitio. No habíamos visto nada aparte de terrenos vacíos rodeados por grandes árboles durante ochocientos metros. Intenté reprimir mi nerviosismo incluso mientras buscaba en mi interior si había estado allí antes. Nada se me hacía familiar. El cálido sol de la mañana brillaba sobre las hojas y el río a medida que fuimos reduciendo la velocidad y finalmente nos paramos en el camino atestado de maleza. El corazón me dio un vuelco al ver el barco de Kisten.
—Es ese —dije buscando a tientas la manilla de la puerta incluso antes de que se detuviese el coche—. Es el
Solaris
. —Jenks se alejó de Ivy y vino hacia mí mientras me quitaba el cinturón.
—Rachel, espera. —Era Edden. Lo miré con el ceño fruncido cuando golpeó el botón y activó el seguro. El Crown Victoria se detuvo y él lo aparcó. Ivy intentó abrir la puerta, pero era un coche de la poli y no se abriría desde dentro aunque Edden no hubiese puesto el seguro—. Hablo en serio —dijo, y un silencio cargado llenó el coche, silencio que rompió el zumbido agitado de las alas de Jenks—. Te vas a quedar en el coche hasta que lleguen los refuerzos. Podría haber alguien en ese edificio.
Jenks se rio por lo bajo y se metió por debajo del salpicadero, saliendo al otro lado del parabrisas y enseñándole el dedo corazón. Yo miré la radio bidireccional y las palabras que emitía. Parecía que la persona que estaba más cerca tardaría cinco minutos.
—Si lo que te preocupan son los vampiros no muertos, no van a salir a tomar el sol —dije mientras desbloqueaba manualmente la puerta y salía—. Y si hay alguien más, les patearé el culo.