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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Por unos demonios más (64 page)

BOOK: Por unos demonios más
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—Rachel —dijo en voz baja pero firme—. No estoy preparado para ocuparme de esta situación.

Sentí el calor de su mano a través del encaje y tuve un escalofrío.

—Yo tampoco, pero aquí estoy. Puedo hacer esto, Edden. Solo necesito una sala tranquila. Tu gente no tendrá que hacer nada. Nadie va a resultar herido. —Pero tampoco podía prometerlo.

Él estaba pensando en silencio. Miró el paquete que yo tenía en las manos con gran preocupación y luego se dirigió al agente que estaba con nosotros y le dijo:

—¿Está muy desordenada Camelot?

¿
Camelot
?, pensé yo, y el hombre en cuestión se movió con nerviosismo. Pude oler su miedo, y también Piscary, que lo estaba mirando.

—Está lleno de correo —dijo el agente—. El boletín informativo de junio todavía no ha salido.

Edden frunció el ceño más todavía.

—Es la única sala donde pueden caber todos y que tiene una luna efecto espejo.

—¡Una luna efecto espejo! —le espeté—. Quiero una sala, no una audiencia con la AFI.

—No voy a dejarte entrar en una sala sola con esa gente —dijo Edden—. Tú me metiste en esto, Morgan, y lo vas a hacer a mi manera.

Jenks re rio disimuladamente y yo incliné la cadera, adoptando una actitud negativa vestida de encaje negro y con botas de puntera.

—Vale —dije, consciente de que estaba a merced de él.

Satisfecho, Edden acercó a él aún más al agente de la AFI.

—Coge a un par de tíos e id a quitar las cosas de encima de la mesa. Y que alguien vaya a buscar a las personas de la lista de la señorita Morgan.

Se me enfrió el cuello cuando Jenks despegó.

—Los iré a buscar yo —dijo, ofreciéndose, y el agente de la AFI pareció liberado. Edden iba a protestar, pero al ver a Jenks ya delante de los dos lobos, vaciló. Piscary era el siguiente, y les siguió el paso. Desde su esquina, Quen cerró el teléfono y se balanceó hacia delante antes de que Jenks lo alcanzase; le hizo un gesto de afirmación al pixie. Al se dio cuenta del éxodo masivo y se unió a ellos, besando antes la mano de la recepcionista a modo de despedida.

—Maldita sea —dijo en voz baja Edden mientras me cogía por el brazo y me conducía a la parte superior del pasillo delante de ellos—. Necesito contratar a un pixie.

No pude evitar sonreír.

—Salen caros —le advertí.

Nos adentramos en las reconfortantes paredes blancas y el ruido a nuestras espaldas se aplacó.

—Pensé que trabajaban por agua con azúcar y néctar —dijo Edden, y yo reduje el paso al darme cuenta de que estábamos pasando junto a las salas de interrogatorios.

—Me refiero en cuestión de lealtad —aclaré, haciendo que se detuviese cuando encontré la sala de Trent. Del otro lado de la puerta procedía un suave murmullo y, al ver mi expresión, el rostro de Edden se endureció. Había una persona más que quería que estuviese presente. Quen no era suficiente. Quería a Trent.

—No —dijo Edden. Era evidente que sabía por qué me había parado. Luego se puso contra una pared cuando los lobos, Al, Quen y Piscary nos adelantaron en un silencio expectante. Los tacones de la señora Sarong repicaban con elegancia y Al me miró sonriendo por encima de las gafas de sol. Quen iba en silencio, con los hombros en tensión debajo de la carísima tela de su esmoquin. Jenks iba con ellos y le hice un gesto con la cabeza mientras se iba a trabajar como si fuese mis oídos.

Skimmer e Ivy iban con Piscary y se me encogió el corazón al ver que Ivy ni se inmutó cuando intenté mirarla a los ojos. Parecía pálida y vacía, su cara perfecta seguía inexpresiva y hermosa y ella estaba preciosa con su sofisticado vestido gris. Me dolía verla así y el recuerdo de su voz resonó en mi cabeza, el sonido roto de cuando me había rogado que la apartase del sol después de que Piscary hubiese violado su cuerpo y su sangre y pensaba que estaba muerta. Me retiré y me contuve para no sacudirla con el fin de que reaccionase. Piscary sonrió con satisfacción al ver mi dolor y le puso la mano en la nuca mientras la guiaba.

Esperé hasta que giraron la esquina. ¿Cómo no iba a hacer nada? ¿Cómo podía quedarme allí y verla marcharse sin hacer nada? Era mi amiga. Joder, era más que eso. Y con ese pensamiento, sentí como se me enfriaba la cara.

Kisten e Ivy me ofrecieron la misma oportunidad de encontrar el éxtasis con la sangre. La oferta de Kisten venía envuelta de una manera con la que mi educación no tendría problemas en lidiar, y aun así le había dicho que no. Una y otra vez. Mientras tanto, corría hacia un desastre intentando luchar contra mis ideas preconcebidas de mí misma y el riesgo de muerte para encontrar lo mismo con Ivy. ¿Por qué?

Cerré los ojos para excluir al mundo mientras le daba vueltas a aquello. Quería algo duradero con Ivy. Sí, esa primavera me había enfrentado a la idea de que probablemente me había mudado a la iglesia deseando inconscientemente que me mordiese. Es verdad que la había rechazado unas cuantas veces antes por miedo, pero no podía permitirme volver a hacerlo si el incidente de la furgoneta de esta primavera era una señal. No me disculpé por querer intentar establecer un equilibrio de sangre con ella. Pero solo ahora me daba cuenta de lo que eso significaba. Estaba hablando de un compromiso de por vida. Que no implicase sexo no lo convertía en menos importante o duradero.

—De ninguna manera, Rachel —dijo Edden, y yo lo miré con pánico hasta que me di cuenta de que estaba hablando de Trent, no de la posibilidad de que Ivy y yo estuviésemos juntas. Unidas por sangre y por amistad. Pero que aquello no sustituyese necesariamente a una relación secundaria y más tradicional con un hombre (¿con Kist?) no hacía más que aumentar el factor miedo.

Edden inclinó la cabeza, confuso al ver mi cara de susto, y yo bajé la mirada. Estaba mareada. Mierda, ¿por qué siempre escogía los mejores momentos para darle vueltas a la cabeza?

—Necesito que venga Trent —dije, apretando el foco contra mi estómago—. Si no me ve darle esta cosa a Piscary no me beneficiará en nada.

Edden torció la cara haciendo que le sobresaliese el bigote.

—Quen se lo puede decir.

Entonces se abrió la puerta de la sala de interrogatorios interrumpiendo nuestra discusión. El agente de la AFI se paró, pero era demasiado tarde, Trent lo había seguido hacia la puerta acompañado por un segundo hombre de traje. Su abogado, probablemente.

Trent no parecía él, aunque no había cambiado nada significativo. Seguía vestido con sus galas nupciales y seguía caminando con gracia; pero había una cautela espeluznante que ya había visto antes. De repente, me miró con la intensidad habitual, pero había algo nuevo en su odio gélido. Inquietantemente controlado, se puso recto y ocultó la fatiga que le provocaban sus esfuerzos por mentir para librarse de sus atroces crímenes.

—Trent tiene que estar allí —espeté, intentando enredar más las cosas—. Es un miembro del consejo hasta que lo declaren culpable y tiene que estar presente. Esto tiene que ver con la seguridad de la ciudad. ¿Quieres esperar a que aparezca alguien más? Eres bastante bueno si crees que puedes poner a un señor de los vampiros en una sala con dos lobos alfa, un demonio y… lo que sea Quen —dije al recodar que tenía que mantener en secreto su herencia élfica.

—Rachel… —me advirtió Edden, pero le había dado a Trent lo que necesitaba.

—Si hay un problema de seguridad ciudadana tengo derecho a estar presente —dijo, recuperando un mínimo de su habitual presencia almidonada. Trent no sabía lo que iba a hacer pero estaba claro que intentaba incluirlo y, a pesar de que probablemente quería liquidarme por haberlo arrestado, seguiría adelante. Cada cosa a su tiempo.

El agente y el hombre del traje que lo flanqueaban hablaron entre susurros y, cuando el tío de la AFI se encogió de hombros, Edden suspiró.

—Maldita sea, Rachel —murmuró, apretándome el hombro—. Yo no hago las cosas así.

Cansada, no dije nada mientras esperaba su decisión. Me puse a pensar en Ivy y luego en Kist.

El rechoncho exmilitar se frotó la barbilla con la mano y adoptó una postura más firme.

—Estaré ahí dentro con otros dos hombres.

—Solo tú, y puedes esposarlo a una silla si quieres —repliqué.

Trent frunció el ceño aún más hasta arrugar la frente. Todos nos tuvimos que pegara la pared para dejar pasar a tres agentes de aspecto apurado que transportaban cajas con sobres y papeles azules. Al parecer la sala estaba recogida y yo empecé a ponerme nerviosa otra vez.

—De acuerdo —dijo Edden con acritud—. Señor Kalamack, ¿le importaría acompañarme? Parece que la señorita Morgan quiere tener una reunión municipal. Retomaremos su proceso en cuanto nos sea posible para que pueda reunir su fianza.

¡
Fianza
!, pensé. Ni se me había pasado por la cabeza que se la ofreciesen.

Trent vio mi expresión de sorpresa y se permitió hacer una mueca de suficiencia.

—Gracias, capitán. Se lo agradecería.

Jenks entró volando en el pasillo y se quedó suspendido junto a la puerta.

—De acuerdo, Rachel. Son todos tuyos.

Míos
, pensé mientras intentaba tranquilizarme y seguía a Edden y a Trent. Pero ¡por los zapatitos rojos de Campanilla!, ¿qué se suponía que iba a hacer con ellos ahora que los tenía a todos reunidos?

35.

Edden escoltó a Trent a la habitación por delante de mí. Yo vacilé en el vestíbulo y me enderecé el cuello de encaje del vestido, me metí detrás de la oreja un mechón de pelo, me colgué al hombro el bolso, apreté más fuerte el regalo y deseé poder ir corriendo al baño.

—Tienda de hechizos —dijo Jenks para picarme desde mi hombro, y yo hice un ruido desagradable. Los presentes mostraron una leve conmoción al ver aparecer a Trent. Aquello no se iba a poner más fácil. Consciente de que Ivy estaría allí, enderecé los hombros y entré.

Revisé la sala y vi de dónde venía el nombre de Camelot. Había una mesa redonda con su semicírculo de sillas para asistentes que ocupaba el lado derecho de la habitación grande y rectangular. Entre ella y la luna de efecto espejo, a mi izquierda, había un espacio amplio que me dio la impresión de ser un escenario. Al fondo a la derecha había una barra manchada de café con un fregadero, cubierta con cosas que cualquiera podría utilizar para hacer una presentación: pinzas para papeles estropeadas, tapas de informes rayadas, perforadoras de papel de tres agujeros y una guillotina gigante que parecía que podía cortar leña para una hoguera de campamento.

Piscary e Ivy estaban sentados al fondo, cerca de la barra, y la esbelta Skimmer estaba de pie sumisamente detrás de ellos con su traje de oficina completamente negro. Me invadió un poco de nerviosismo que luego se convirtió en desprecio por mí misma. Iba a comprar protección del mismo hombre que había abusado de Ivy y que había regalado la muerte de Kisten a alguien como obsequio de agradecimiento. Pero ¿qué otra opción tenía? Alguien poderoso tenía que guardar el foco. No importaba si me gustaba o no, si podía mantenernos a Kisten y a mí vivos y evitar una lucha de poder a nivel mundial en el inframundo.

Los dos lobos estaban sentados cerca de la mitad de la mesa, frente a la puerta. Al verme entrar, la señora Sarong tiró del señor Ray para devolverlo a su silla antes de que hiciese alguna tontería. Trent estaba sentado junto a la puerta, con Edden revoloteando sobre él. El elfo no estaba esposado. Frente a ellos estaba Quen de pie con los brazos cruzados sobre el pecho. Estaba estupendo con su esmoquin-uniforme.

Entonces me fijé en Al. Era la viva imagen de la elegancia con aquel esmoquin negro, de pie dándome la espalda ante el falso espejo. El demonio respiraba fuerte sobre el espejo para empañarlo y utilizaba un dedo enguantado para escribir símbolos de líneas luminosas incomprensibles para mí. No quería ni imaginarme el miedo que estarían sintiendo los hombres y las mujeres que estaban al otro lado del cristal.

Al se giró y me miró por encima de sus gafas de sol redondas.

—Rachel Mariana Morgan —dijo arrastrando las palabras. Su acento demostraba que, a pesar de parecerse a Lee, era Algaliarept—. Verte esposar a Trent ha sido extremadamente entretenido. ¿Cuál será tu próximo truco?

Echando fuego por los ojos junto a la señora Sarong, el señor Ray gruñó:

—¿Sacarse un conejo en llamas del culo, quizá?

Quen esbozó una sonrisa y yo me adelanté, haciendo ruido con las botas y el vestido. Jenks se fue de mi hombro a las luces del techo con un ligero zumbido. Solo Quen y Al vieron como se iba, ya que el resto no tenía ni idea de qué nivel de amenaza significaba él allí arriba. Me sentía estúpida con aquel vestido, pero todo el mundo estaba demasiado elegante. Intenté llamar la atención de Ivy al ponerme junto a la mesa a poca distancia, con Trent entre Al y yo. Pero no levantó la mirada. Miraba fijamente a la nada con un rostro pacífico e inexpresivo. Skimmer dejó ver su odio y yo ignoré a la hermosa y sofisticada vampiresa rubia.

Dejé el paquete y el bolso sobre la mesa y los junté mientras ordenaba mis ideas.

—Gracias por reunirte aquí conmigo, Piscary —dije, obligándome a soltar la mano de mi antebrazo dolorido—. Eres la cosa más repugnante que he visto en mi vida, pero espero que podamos llegar a un acuerdo. —
Dios
, ¡
qué hipócrita soy
!

Piscary sonreía mientras le acariciaba la mano a Ivy y, cuando Al tomó aire para decir algo, me di la vuelta.

—Cállate —le pedí, y él resopló, aunque sabía que pensaba que todo se trataba de una broma—. Estás aquí como testigo. Todos sois testigos. Eso es todo.

Todo el mundo se revolvió con nerviosismo en sus sillas excepto Quen y, satisfecha, puse la mano sobre las cosas que tenía en la mesa e intenté no pensar en mi vejiga llena.

—Vale —dije, y Trent sonrió mofándose de mi nerviosismo—. Como probablemente se habrán imaginado, todavía tengo el foco.

El señor Ray se puso rígido y la señora Sarong le apretó más fuerte la muñeca.

—Trent, me imagino que tú lo quieres para una maniobra de poder, ya que me ofreciste una cantidad de dinero disparatada por él. —
Y mataste a tres lobos, pero bueno
, ¿
por qué sacar a colación eso ahora
?

—Nosotros doblamos su oferta —dijo la señora Sarong secamente, y Trent se echó a reír, con amargura y mofándose de ella. Era algo nuevo para él y no le gustaba, precisamente. La mujer se puso granate y el señor Ray se encogió, con aire de estar incómodo.

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