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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Por unos demonios más (63 page)

BOOK: Por unos demonios más
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Habían empezado los nervios. En el vestíbulo cada vez había más ruido, con voces que se elevaban con protestas y peticiones. Según parece, todos los invitados estaban allí fuera. Miré a Jenks, que estaba sobre el lapicero de Edden. Parecía más nervioso de lo normal y había optado por quedarse conmigo en lugar de irse con Edden, cosa que solía hacer cuando estábamos en la AFI. Dejé el paquete de regalo en el suelo, me puse de pie para sacudirme el vestido y fui a mirar entre las persianas. Estaba empezando a pensar seriamente que Edden no tenía ni idea de que iba a arrestar a Trent Kalamack esa noche.

—Quizá deberíamos haber ido a la SI —dijo Jenks provocando con las alas un zumbido molesto.

—¿¡A la SI!? —dije dándome la vuelta para mirarlo con la boca abierta—. ¿Estás loco o qué?

Parecía que el señor Ray estaba a punto de explotar y, estremeciéndome, eché la mano a las persianas, pero la retiré cuando se abrió la puerta.

Edden entró pisando fuerte. El hombre musculoso y casi rechoncho se acercaba tanto a mi estatura que no importaba. Llevaba sus chinos y su camisa blanca remangada habituales, pero el conjunto había perdido su aspecto de recién planchado en algún momento entre cuando me había arrastrado hasta allí dentro y cuando fue a buscar los vasos de papel de café tapados que traía sujetos entre un brazo peludo y el pecho.

Dejé deslizar las persianas entre mis dedos con un sentimiento de culpa. El vestido de encaje me hacía sentir estúpida y me metí detrás de la oreja un mechón caprichoso que se me había escapado de la elaborada trenza. Luego me puse de pie agarrándome las manos y poniéndolas por delante del cuerpo. Me sentía tan vulnerable como si estuviese desnuda. Edden me había ayudado mucho cuando había dejado la SI, pero tenía sus propios jefes a los que tenía que complacer y no parecía contento. De todos los humanos que había conocido, solo su hijo adoptado, Glenn, y mi exnovio Nick estaban cómodos con el hecho de que yo… no fuese humana. Con su cara redonda arrugada, dejó los dos cafés sobre la mesa y se dejó caer en la silla exhalando. El capitán Edden no era alto y los signos incipientes de barriguita potenciaban su aspecto de hombre de cincuenta y muchos. Su formación militar era evidente en sus rápidos gestos y en sus decisiones lentas, y se acentuaba con el pelo negro cortado casi al cero. Entrelazó los dedos sobre el estómago y me miró molesto. Su bigote tenía más canas que la última vez que lo había visto y no pude evitar encogerme de miedo por la mirada acusadora de sus ojos castaños.

Jenks batía las alas como pidiendo disculpas. El capitán lo miró como recriminándole no haber tenido mejor criterio y luego volvió a mirarme a mí con desaprobación.

—¿Estarías más cómoda dirigiendo mi departamento desde mi silla, Rachel? —dijo, y yo me incliné hacia delante para coger un café, simplemente para poner algo en medio de ambos—. ¿Qué se te pasaba por la cabeza cuando decidiste arrestar a Kalamack en su propia boda? —añadió, y yo me senté con el foco entre los pies.

Como si aquello fuesen buenas noticias, Jenks se puso a brillar y se elevó para aterrizar más cerca del capitán de la AFI. Parecía satisfecho y aliviado. Pensé que era totalmente injusto que, aunque Jenks y yo fuésemos socios, yo fuese la única que me llevaba la bronca cuando nos metíamos en problemas. Los pixies nunca son responsables de sus actos. Pero también es cierto que tampoco se solían implicar tanto en los asuntos de la «gente importante».

—Si lo hubiese arrestado en cualquier otro sitio me habría matado —dije mirándome el dedo y tirando un poco de café al quitar la tapa. Furiosa conmigo misma, absorbí el riachuelo con mi bolso gastado antes de que me gotease en el vestido. Joder, me sentía como uno de esos chiflados que deambulan por la plaza Fountain, con mi bolso raído, mi regalo envuelto con el foco dentro y un vestido que costaba más que un semestre de matrícula.

—Si estuvieses muerta mi vida sería más fácil. —Edden tenía la cara tensa cuando se inclinó para coger su café—. ¡Escucha eso! —dijo señalando el vestíbulo oculto tras las persianas—. Mi gente no sabe cómo manejar esto. ¡Por eso existe la SI! ¿Y tú vas y los traes a todos aquí? ¡¿Me los traes a mí?!

—Pensé que sabías lo que iba a hacer —dije—. Glenn…

Edden levantó la mano y yo corté la frase. La expresión de ira desapareció dejando paso a un lastimero orgullo por su hijo adoptado.

—No —murmuró bajando la mirada a la mesa—. Traspapeló la documentación con las solicitudes para el picnic de la empresa. Y, por cierto, estás invitada.

—Gracias —dije, preguntándome si entonces seguiría viva. Deprimida, bebí un sorbo de café y me alegré de que la AFI tuviese en orden sus prioridades y comprase buen material.

Edden frunció el ceño. Su orgullo porque Glenn mejorase el sistema haciéndolo más justo se desvaneció y volvió a aparecer la ira.

—Kalamack dejó la casilla de especies en blanco en su declaración —dijo—. ¿Sabes lo que significa eso? —Yo tomé aire para responder, pero él se apresuró a hacerlo por mí—. Significa que no va a decir si es inframundano o humano y está aceptando la jurisdicción de la AFI. Yo me tengo que ocupar de esto. ¡Yo! ¿Y tú quieres que te pague por echarme encima toda esta mierda?

Yo apreté la mandíbula.

—Ha quebrantado la ley —dije acaloradamente. El humano, que rara vez se ponía en plan déspota, suspiró moviendo todo el cuerpo.

—Sí, así es.

Estuvimos un momento en silencio y luego Edden le quitó la tapa al café.

—Tengo a Piscary en mi vestíbulo —dijo con aspereza—. Dice que quieres hablar con él. ¿Cómo se supone que voy a mantenerte con vida hasta que declares si Piscary viene a mi departamento a matarte?

Miré a Jenks, que estaba empezando a despedir una leve estela de polvo brillante por los nervios.

—Piscary no ha venido aquí a matarme —dije ocultando los temblores con un sorbo de café—. Yo le pedí que viniese. Quiero conseguir su protección para mí y para Kisten.

Edden se quedó muy quieto mientras yo, con un enorme sentimiento de culpa, bebía más café y dejaba el vaso de nuevo sobre la mesa. La acidez de la bebida me llegó al estómago y me lo revolvió. Piscary era un chiflado enfermo… y también el único que podía protegerme y anular el regalo de la sangre de Kisten.

—¿Vas a comprar la protección de Piscary? —Edden sacudió la cabeza y las pocas arrugas que tenía se hicieron más profundas—. Te quiere matar. Tú lo metiste en la cárcel. No va a olvidarse de eso solo porque ahora esté fuera. Y se comenta que ha regalado la sangre de tu novio. —Dejó de mirarme a los ojos, avergonzado—. Rachel, lo siento. No puedo hacer nada con respecto a eso.

Me invadió un intenso sentimiento de traición, de pérdida de inocencia. Sabía que no se podía hacer nada para evitar que Piscary se saliese con la suya por tratar a Kisten como a una caja de bombones pero, maldita sea, se suponía que esa gente era la que tenía que protegernos de los malos. Odiaba aquello, pero lo que más odiaba era que tenía que trabajar en un sistema tan corrupto como ese para que no me matasen.
Como si tuviese más alternativas
.

—Lo siento —repitió Edden y yo lo miré con arrepentimiento para hacerle ver que comprendía su postura. Joder, si estaba justo a su lado.

Jenks agitó las alas y yo abrí la raja del vestido para enseñarle el paquete que estaba entre mis pies. Vistas desde arriba, mis botas de puntera parecían realmente viejas, pero me alegraba de llevarlas puestas.

—Tengo algo que desea más que la venganza —dije, rezando para no haber sobrestimado su valor. Aunque aquello me crispaba cada fibra de mi ser, tenía que funcionar. Tenía que funcionar.

Edden se inclinó hacia delante para mirar el paquete envuelto en papel azul y luego se recostó en la silla.

—No quiero saber lo que hay ahí dentro. De verdad que no.

Lo volví a tapar con el vestido.

—Pensé que esta era la forma más segura de ultimar un acuerdo con Piscary —dije dócilmente.

—¿En mi oficina? —me gritó.

—Bueno… —dije yéndome por la tangente—. ¿Quizá en una sala de reuniones?

Edden abrió los ojos de par en par por el descrédito y yo empecé a enfadarme un poco.

—Edden —dije con voz zalamera—, no tengo otro sitio adonde ir. Kalamack es responsable de las muertes de esos hombres lobo. Yo estoy intentando salvar mi propio culo con esto. Lo único que tengo que hacer es nadar entre la mierda y conseguirlo. Entonces, ¿me vas a lanzar un salvavidas o tendré que nadar como un perrito para conseguirlo por mí misma?

Él inclinó la cabeza para mirar el reloj de la pared que tenía detrás. Casi podía leer sus pensamientos. ¿Por qué no habría esperado unas cuantas horas hasta que estuviese más tranquilo?

—Me gustaría que me incluyeses en tus procesos mentales —dijo con sequedad.

—Mira, haz como si siguieses en el ejército —dije. Me parecía que nuestra conversación estaba llegando a su fin.

—Sí —dijo soltando una risa sarcástica mientras se ponía de pie—. Estaría más seguro en primera línea de combate que trabajando contigo. —Cogió su café y señaló la puerta—. Después de ti. Cuanto antes acabemos con esto, antes podré irme a casa.

Las alas de Jenks volvieron a cobrar vida y me puse en pie, tomándome un momento para coger el regalo, el bolso y recuperar la compostura. Las mariposas de mi estómago se habían convertido en luciérnagas y me lo oprimían. Edden abrió la puerta y, al escuchar el ruido, me quedé plantada pensando en qué medida necesitaba sentir el peligro para recordarme a mí misma que estaba viva. ¿Una yonqui de la adrenalina? Me daba vergüenza admitir que Jenks probablemente tenía razón. Explicaría muchas cosas que yo descartaba sin más solo por ser una forma de vida estúpida. No pude evitar preguntarme si habría sopesado mal el riesgo esta vez y si todo eso acabaría volviéndose contra mí. Pero parte de aquello no era culpa mía.

Jenks aterrizó sobre mi hombro y dijo:

—La idea de abrir una tienda de hechizos ya te va pareciendo una idea mejor, ¿no, Rachel?

—Cierra el pico, Jenks —murmuré, pero lo dejé estar donde estaba… lo necesitaba.

Edden se paró delante de la mesa de Rose y echó un vistazo al remolino de agentes que intentaban ocuparse de los inframundanos enfadados. Parecía que lo llevaban bien. Quizá los ensayos que Edden me había pedido que escribiese para su manual estuviesen dando sus frutos.

Piscary estaba de pie bastante cerca de mí, mirándome con sus ojos inquisidores y agarrando de forma posesiva a Ivy mientras Skimmer hablaba en calidad de abogado con una mujer nerviosa que sujetaba entre sus brazos una carpeta. Todos estaban sentados y se me encogió el corazón al ver la mirada perdida de Ivy. Era como si no estuviese allí. Podía verse a los equipos de noticias a través de las ventanas negras y las luces brillaban en la niebla mientras se apretujaban al otro lado de las puertas como aspirantes a famosos intentando entrar en un club.

—Quería decirte que llevas un vestido muy bonito —dijo el capitán sin mirarme mientras oscilaba del talón a la punta del pie con las manos detrás de la espalda—. Las botas le dan un toque especial.

Yo las miré y suspiré.

—Me duele el pie. Ayudan. —El pie, el brazo, la espalda… todo me dolía una barbaridad. Me sentía como si me hubiese peleado, no dormido en el sofá de Ivy.
Dios, espero que esté bien
. Edden se rio entre dientes por mi sarcasmo.

—Pensé que simplemente te gustaba caminar con ellas. —Se giró y le hizo un gesto a un agente que parecía menos ocupado que el resto—. Espero que puedas encontrar una solución para lo de tu novio.

Jenks agitó las alas más rápido.

—Gracias —dije apartándome con cuidado un mechón de pelo.

—¿Por qué no te buscas a un brujo majo? —dijo Edden dando un paso atrás para dejar pasar al agente—. Aprovecha esta oportunidad para poner algo de espacio entre tú y el señor Felps. Me importas, ¿sabes? y odio verte metida en política de vampiros. La gente muere cuando hace eso.

No pude evitar sonreír.

—Vaya, gracias, papá. ¿Puedo recuperar el permiso de conducir?

Le brillaron los ojos.

—Estás castigada sin salir hasta que limpies tu habitación y lo sabes.

Oí un resoplido procedente de mi hombro, pero Jenks estaba demasiado cerca y no podía verlo. ¿
Limpiar mi habitación
? Supongo que era una metáfora adecuada. La verdad es que había puesto la ciudad patas arriba.

El agente que Edden había sacado de la melé se detuvo ante nosotros expectante y Edden le dijo que se acercase.

—¿Dónde está Kalamack? La señorita Morgan necesita una sala y no quiero que esté cerca de él.

Resoplé con mal humor sintiéndome insultada y el hombre me miró como pidiendo disculpas.

—Está en la cinco, pero la tres está disponible —dijo.

—De ninguna manera —dije con sequedad—. No pienso meterme en una sala de interrogatorios pequeña con Piscary. Quiero una sala de conferencias en la que pueda meter a algunos testigos. —
Y patearles el culo a algunos vampiros si fuese necesario
.

Edden se cruzó de brazos.

—¿Testigos?

—Testigos —dije agarrando el foco con más fuerza. Esto no funcionaría a menos que todo el mundo supiese que ya no tenía el foco—. Quiero al señor Ray y a la señora Sarong. —Me giré para ver las oficinas abiertas, cada una de ellas ocupada por un inframundano beligerante y uno o dos agentes de la AFI nerviosos pero tenaces—. Quen —dije al verlo solo hablando por teléfono como si nada de aquello fuese con él—. Y Al —terminé. El demonio estaba ligando con la recepcionista, ahora radiante por llamar la atención de alguien que ella pensaba que era un soltero rico con esmoquin. El padre de Ellasbeth, tan íntegro, estaba detrás de él y parecía listo para sacar su chequera allí mismo si aquello ayudaba a que su hija pudiese casarse.

—¿Al? —dijo Edden siguiendo mi mirada hacia su recepcionista, que le estaba dando su número al hombre sonriente—. Ese es el señor Saladan. Piscary dijo que lo exorcizó y le quitó el demonio de dentro. Mi gente lo ha visto bajo el sol.

Yo sacudí la cabeza mientras sentía la mirada de Al caer sobre mí.

—Piscary miente. Sigue siendo Al.

El agente de la AFI con la carpeta se puso pálido.

—¿Eso es un demonio? —chilló.

Edden frunció el ceño. Nos puso una mano en el hombro a cada uno, nos giró para que estuviésemos de espaldas a la sala mientras echaba un vistazo a la gente que nos rodeaba para decidir si lo habían escuchado.

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