Kisten entrecerró los ojos para mirarlo. La ira hervía a fuego lento en su interior y Sam sonreía con socarronería.
—No pensaba que fueses tan duro —dijo mientras le daba un puñetazo en el estómago.
Yo avancé hacia delante al ver caer a Kisten, que casi se lleva consigo a los vampiros que lo sostenían.
—¡No eres nada! —gritó Sam, furioso—. ¡Nunca lo has sido! ¡Piscary lo era todo!
—¡Ya basta! —grité, aunque me ignoraban. Las alas de Jenks zumbaban.
El vampiro, enojado, se limpió la sangre de la nariz y le manchó el pelo a Kisten al agarrárselo para levantarle de nuevo la cabeza. Kisten tenía los ojos cerrados y podía ver que su aliento movía la sangre que le cubría el labio y su pecho se levantaba al respirar.
—Nunca has sido nada, Felps. Recuerda eso cuando mueras. No eras nada en vida y serás aún menos cuando estés muerto.
—¡He dicho que ya es suficiente! —grité, y entonces escuché el sonido de sirenas a lo lejos.
Sam me miró y sonrió enseñándome los dientes.
—Ven a verme cuando necesites algo, bruja insolente. Te lo daré encantado.
Tomé aire para decirle que se podía meter su invitación por el culo, pero los dos vampiros soltaron a Kisten y él cayó deslizándose contra el lateral de mi coche.
Haciendo equilibrios para no apoyar la pierna sobre el tobillo roto, Sam se inclinó hacia Kisten. Kisten se sacudió de golpe y contemplé horrorizada como Sam se erguía de nuevo con el pendiente de diamantes que Kisten llevaba en la oreja.
—Piscary dice que cuando salga el sol habrás muerto dos veces —dijo Sam con la cabeza ladeada mientras se ponía el pendiente en su propia oreja—. No cree que tengas las pelotas para presenciarlo y redimirte. Dice que te has vuelto blando. ¿Y yo? Yo creo que nunca tuviste lo que hay que tener para ser un no muerto.
Los otros dos vampiros empezaron a alejarse renqueando y, después de darle la última patada a Kisten, Sam los siguió dejando al último de ellos mirando fijamente al sol.
Kisten apenas se movía y estaba hecho un ovillo. Con el pulso a mil, fui hacia él. Aquello había sido una estupidez. ¡Dios! ¿Hasta dónde llega la estupidez de los hombres? Darse una paliza había sido fantástico, lo había arreglado todo, desde luego.
—Kisten —dije arrodillándome a su lado. Miré a mis espaldas, a la carretera, y me pregunté por qué nadie habría parado. Kisten estaba hecho un trapo: tenía la cabeza colgada hacia delante y sangraba por todos los arañazos y contusiones que había sufrido. Sus pantalones caros estaban rozados y la camisa de seda desgarrada. Con dedos temblorosos, me quité el amuleto contra el dolor del cuello y se lo puse a él y lo escuché respirar limpiamente cuando se lo metí debajo de la camisa y se conectó con la piel.
—Todo irá bien —dije, deseando poder ver el restaurante, pero mi coche estaba en medio—. Vamos, Kisten. Ayúdame a ponerte de pie. —Así al menos no tendría que arrastrarlo hasta el coche.
Él me apartó, luego se inclinó hacia atrás e hizo fuerza con las piernas para apoyarse contra el coche y levantarse.
—Estoy bien —dijo, mirando de reojo mi cara de preocupación, y luego escupió sangre en la gravilla.
—Dame… dame mi… mi palo de la suerte.
Estaba mirando el taco roto y yo apreté los labios.
—Métete en el puto coche —dije—. Tenemos que largarnos de aquí. Parece que viene la SI —dije agarrando la puerta. Jenks estaba en medio intentando ayudar, quitándole el polvo a los cortes de Kisten.
—Quiero mi palo —repitió Kisten mientras se dejaba caer en el asiento del acompañante y manchaba la ventana con el cabello ensangrentado—. Voy a… voy a metérselo por el culo a Piscary.
Sí, seguro que sí
. Pero después de meterle los dos pies en el coche y di incorporarlo, recogí el taco roto y lo puse a su lado. Cerré la puerta y solo) entonces miré al restaurante. Sentí miedo y me rodeé con los brazos sintiendo como el viento me movía el pelo. Ivy estaba allí dentro, perdida en la locura que era Piscary. Y yo iba a tener que negociar con él por Kisten y también por mí. Luego miré a Kisten, tirado en el asiento del acompañante. Tenía que sacar di allí a Ivy. Eso era una locura. Cosas así no deberían ocurrir.
Sentí el aullido de las sirenas y, mientras los coches pasaban a más de setenta kilómetros por hora, me dirigí a mi asiento.
—Rachel —dijo Jenks poniéndose en mi camino—, esto no es seguro.
—¡No me digas! —dije con amargura mientras intentaba agarrar la manilla de la puerta, pero se me volvió a poner delante.
—No —dijo él, revoloteando tan cerca de mí que casi me deja bizca—. Quiero decir que no creo que estés segura. Con Kisten.
Miré a Kisten, que estaba recostado sobre la ventana manchada de sangre, y luego abrí mi puerta.
—No es momento para paranoias de pixie —dije con firmeza.
Él despidió un polvo cobrizo que me cubrió la mano y me hizo cosquillas y se negó a moverse.
—Creo que Piscary le ha dicho que te mate —dijo en voz baja para que Kisten no lo oyese—. Y cuando Kisten se negó, lo echó a la calle. Ya oíste lo que dijo Kisten: Ivy dijo que no y recibió halagos y a él lo echaron de una patada.
Yo me quedé quieta con la mano sobre la puerta abierta. Sentí frío. Jenks se posó sobre la ventanilla delante de mí sin dejar de mover las alas.
—Piensa, Rachel —dijo gesticulando—. Lleva dependiendo de Piscary toda su vida. Ivy no es la única a la que Piscary ha estado jodiendo, pero Kisten siempre ha sido dócil, para que no se note. Quizá matarte es la única forma en que podría volver con Piscary. Rache, no es seguro. No te creas esto.
Jenks tenía el rostro arrugado de miedo. El sonido de las sirenas era cada vez más cercano. Recordé lo que había dicho Keasley sobre que los vampiros siempre necesitan a alguien más fuerte que ellos para protegerlos de los no muertos, y entonces sentí como mi determinación se reforzaba. No podía marcharme sin más.
—Cúbreme las espaldas, ¿vale?
Al decirle eso, Jenks asintió como si fuese la respuesta que esperaba.
—Como si fueses el último brote de mi jardín —dijo él, y luego se metió en el coche. Miré por última vez el restaurante y me sentí más decidida. Entré en el coche con un sentimiento de ligereza e irrealidad. Junto a mí, Kisten gruñó:
—¿Dónde está mi taco? —dijo, respirando con dificultad, y yo me asusté cuando el contacto hizo un ruido al intentar encender el motor ya en funcionamiento.
—Está a tus pies ——murmuré, frustrada. Metí primera y arranqué. Llegué a la salida^ antes de recordar ponerme el cinturón de seguridad y me detuve derrapando para ponérmelo. Allí sentada, viendo pasar el tráfico, sentí que se me hacía un nudo en el pecho. No tenía ningún sitio adonde ir. En una decisión repentina, salí en sentido contrario a la iglesia.
—¿Adonde vamos? —preguntó Jenks, aterrizando en mi hombro mientras el coche tomaba la nueva dirección.
Yo miré el llavero, que tenía la llave del apartamento de Nick. Nick había dicho que había pagado el alquiler hasta agosto, y apostaba a que el apartamento estaba vacío.
—A casa de Nick. No puedo llevarle a casa —dije apenas sin mover los labios—. Todo el mundo sabe que lo llevaría allí.
Miré de soslayo a Kisten, que tenía el ojo hinchado y cerrado mientras murmuraba:
—No debería haber puesto el juego de luces. Debería haber dejado como estaba el menú de la cocina.
Jenks permanecía en silencio. Luego, con una vocecita impregnada de pánico, dijo:
—Tengo que ir a casa.
Yo contuve el aliento y luego lo expulsé al comprenderlo. Matalina estaba sola. Si alguien aparecía en la iglesia buscando a Kisten la familia de Jenks podría correr peligro.
—Vete —dije.
—No puedo dejarte sola.
Me giré y cogí el bolso del asiento de atrás y busqué en él hasta que saqué la pistola de bolas y la puse en el regazo. Mirando la expresión de Jenks, dividida por la indecisión, paré en el arcén y pisé el freno. Kisten se abrazó a sí mismo débilmente mientras se movía hacia delante y hacia atrás. Oí bocinas, pero las ignoré.
—Saca tu culito de pixie del coche y vete a casa —dije con una voz constante y plana mientras bajaba la ventanilla—. Vete a cuidar de tu familia.
—Pero tú también eres mi familia —dijo él.
Se me hizo un nudo en la garganta. Cada vez que la cagaba bien, Jenks desaparecía.
—Estaré bien.
—Rache…
—¡Estaré bien! —grité, frustrada, y Kisten nos miró con los ojos entrecerrados y respirando con dificultad—. ¡Soy una bruja, maldita sea! No estoy indefensa. Puedo ocuparme de esto. ¡Márchate!
Jenks se elevó en el aire.
—Llámame si me necesitas. Llevo encima el teléfono.
Yo hice un esfuerzo por sonreír.
—Hecho.
Y luego se marchó.
Tal y como me esperaba, encontré vacía la casa de Nick. No creía que nadie me hubiese visto ayudar a Kisten a entrar y a subir las escaleras hasta el apartamento de una habitación. Kisten se había despejado un poco durante el camino y se había metido en una bañera de agua caliente sin mi ayuda. No había cortina de ducha y pensé que, de todas formas, un baño le sentaría mejor. Seguía dentro y, si no oía vaciarse la bañera pronto, iba a tener que echarle un ojo.
El ruido de la calle que entraba por las ventanas abiertas era agradable. Olía a cerrado cuando había abierto la puerta dubitativamente y me había encontrado con las paredes vacías y la alfombra ajada. Estaba claro que Nick había embalado todo en el solsticio y que había dejado muy poco por lo que regresar si tenía que volver a Cincy. No sabía ni me importaba dónde tenía ahora todas sus cosas. ¿Quizá en casa de su madre?
No podía evitar sentirme traicionada una y otra vez, aunque aquí no había nada que pudiese hacerme revivir recuerdos, solo una alfombra desgastada y estanterías vacías. Intenté no sentir amargura mientras bebía el café que Nick había dejado, junto con un saco de dormir, tres latas de estofado y la sartén para calentarlo. Había un plato, un bol y un juego de cubiertos de plata, nada que pudiese echar de menos si no regresaba jamás, pero que estaban allí por si se encontraba de paso y necesitaba un lugar en el que esconderse durante un par de noches.
—Cabrón —murmuré sin demasiada emoción. Si solo hubiese sido un ladrón, quizá habría podido pasárselo, debido a mi nueva y mejorada perspectiva de la vida, pero había estado comprando favores de demonio a Al a cambio de cosas mías. Cosas inocentes, había dicho él, sin valor. Pero si no tenían valor, ¿por qué había accedido Al?
Así que me senté a la mesa de metal y fórmica que ya venía con el apartamento mientras bebía café rancio y miraba las manchas de la alfombra apelmazada. Los ruidos del tráfico eran tranquilizadores y raros al mismo tiempo. El apartamento de Nick no estaba en una zona residencial, sino en lo que se consideraba el centro de los Hollows. No había ni rastro del olor de Nick en el aire, aunque casi podía oler el viejo aroma a magia.
Miré el linóleo raspado del suelo y vi el círculo que Nick había dicho que estaba allí, dibujado con un rotulador reactivo a la luz negra. Entonces recordé cuando estuve metida en el armario de Nick para invocar a Al. Dios, debería haber huido ya entonces, aunque invocar a Al para pedirle información había sido idea mía. Pero nunca habría pensado que alguien que decía amarme pudiese traicionarme a propósito como él lo hizo.
Oí derramarse agua en el baño y, al sentir el agua salir por las cañerías, me puse en pie. Con un sentimiento de amargura y de estupidez, aparté la silla hacia atrás y fui a calentar una lata de estofado. El abrelatas era uno de esos baratos y endebles y todavía estaba peleándome con él cuando me giré al oír unos pasos dubitativos y una respiración suave.
Sonreí al ver a Kisten vestido con una toalla y el pelo húmedo. Llevaba en la mano la ropa rota y rasgada, como si no quisiese volver a ponérsela. El agua caliente había realzado las horribles heridas que salpicaban su torso y tenía el ojo mucho más hinchado que antes. En los brazos y en la cara tenía arañazos enrojecidos. Se había lavado el pelo y, a pesar de la paliza, todavía estaba guapo, allí de pie en la cocina envuelto en una toalla, con aquellos músculos bien definidos, húmedos y brillantes…
—Rachel —dijo él con aire aliviado mientras dejaba el montón de ropa en una silla vacía—, sigues aquí. No te tomes esto a mal, pero ¿dónde estamos?
—En el antiguo apartamento de Nick. —Por fin conseguí abrir la lata. Sentí ansiedad por la advertencia de Jenks, pero tenía que confiar en Kisten. De lo contrario, ¿de qué valía amarlo?
Kisten abrió de par en par sus ojos azules y yo me chupé un poco de salsa que tenía en el pulgar.
—¿En casa de tu ex? —dijo mientras miraba la sala de estar vacía en la que solo se movían las cortinas con la suave brisa—. Era un poco espartano con la decoración, ¿no?
Yo resoplé, vacié la lata en la sartén y encendí la cocina.
—Supongo que no ha vuelto desde el solsticio, pero lo tiene pagado hasta agosto y yo tenía una llave, así que aquí estamos. Solo lo sabe Jenks. Estás a salvo —dije vacilante.
De momento
.
Exhalando, Kisten se sentó y puso un codo sobre la mesa.
—Gracias —dijo con firmeza—. Tengo que salir de Cincinnati.
Yo estaba de espaldas mientras revolvía el guiso y sentí un escalofrío.
—Quizá no tengas que hacerlo. —El frufrú de la toalla de algodón cuando se irguió me hizo darme la vuelta y, al ver su sorpresa, dije—: Voy a darle a Piscary el foco para que lo esconda, siempre que me deje en paz y evite que alguien acabe conmigo o contigo.
Kisten separó los labios y yo deseé que se le bajase un poco más la toalla. ¡Dios! ¿Qué coño me estaba pasando? ¿Los dos estábamos al filo de la muerte y yo le estaba mirando las piernas?
—¿Quieres comprarle a Piscary protección? —dijo Kisten con descrédito—. ¿Después de lo que me ha hecho? ¡Le dio mi última sangre a alguien de fuera de la camarilla! ¿Sabes lo que significa eso? ¡Me está abandonando, Rachel! Lo que más me preocupa no es la muerte, sino el rechazo. Nadie se arriesgará a sufrir su ira para convertirme en no muerto ahora, excepto quizá Ivy y, si ella es su sucesora, eso no ocurrirá.
Tenía miedo. No me gustaba verlo así. Tomé aire con tristeza, me apoyé en la cocina y crucé los brazos.
—Todo saldrá bien. Nadie te va a matar, así que no te va a pasar nada. Además, ya he estado recibiendo protección suya a través de Ivy —dije, pensando que sería toda una hipócrita si eso significaba que ambos sobreviviríamos—. Esto simplemente lo hace más oficial. Voy a pedirle que te deje en paz a ti también. Que te vuelva a aceptar. Todo irá bien.