Por unos demonios más (62 page)

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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

BOOK: Por unos demonios más
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Por último, reuní valor y miré a Ivy. Sentí un miedo horrible. Estaba paralizada, inexpresiva y vacía. Ya la había visto así antes, pero nunca con tanta profundidad. Se había encerrado en sí misma. Preciosa con su elegante vestido gris y un sombrero de ala ancha, se parecía muchísimo a su madre, que estaba en el banco de atrás. Estaba sentada rígida entre Skimmer y Piscary. La rubia vampiresa viva me miró con celos; estaba claro que ahora formaba parte de la camarilla de Piscary a pesar del pequeño detalle de que la ciudad había dejado libre a Piscary gracias a Al, no por su pericia ante los tribunales. Tendría que creerme que Ivy estaría bien. No podía rescatarla. Tenía que salvarse ella misma.

Al ver mi dolor por el estado de Ivy, Piscary me sonrió, con socarronería y confianza en sí mismo. Me quedé sin aliento cuando mi cicatriz de vampiro me envió un cosquilleo por todo el cuerpo. Maldita sea, no había contado con eso. Cabreada, le dije moviendo los labios:

—Quiero hablar contigo.

Piscary inclinó la cabeza. Tenía un aspecto fabuloso con aquel traje auténtico de Egipto. Al parecer pensaba que quería hablar sobre Ivy, así que le tomó una mano y se la besó.

Yo me puse rígida al darme cuenta de que Trent me estaba mirando por el rabillo del ojo. En realidad toda la iglesia nos estaba prestando más atención a Piscary y a mí que a la pareja del altar. La mandíbula apretada de Ellasbeth indicaba que estaba cabreada.

—De Ivy no —le dije sin hablar—. Quiero tu protección. Para mí y para Kisten. Ya verás como vale la pena.

Piscary parecía confuso ante mi petición, pero asintió, inmerso en sus pensamientos. La sonrisa de diversión de Al se volvió agria y, detrás de Takata, el señor Ray y la señora Sarong empezaron a hablar con voces apagadas que probablemente cualquier inframundano podría captar. La satisfacción de Skim­mer se convirtió en odio y Ellasbeth… Ellasbeth le estaba apretando tanto el brazo a Trent que probablemente le estaba cortando la circulación.

El tintineo de un teléfono estropeó el tono solemne de la perorata del sacerdote y yo abrí los ojos como platos. Venía de… ¿de mí?

¡
Oh, Dios mío
!, pensé, muerta de vergüenza mientras metía los dedos por el escote y rebuscaba. Era mi teléfono. ¡
Maldita sea, Jenks
!, pensé mirando al techo mientras sonaba
Nice Day for a White Wedding
. Lo había puesto en vibración. Joder, ¡lo había puesto para que vibrase!

Con la cara como un tomate, por fin conseguí apagar aquella cosa. Jenks se estaba riendo desde las ventanas superiores y Takata tenía la cara cubierta con las manos, evidentemente intentando no reírse. Se oyeron unas risitas disimuladas en toda la iglesia y, al ver el número que llamaba, sentí la adrenalina correr por mis venas.

—Disculpen —dije, realmente emocionada—. Lo siento muchísimo. Lo tenía para que vibrase. De verdad.

Takata se rio abiertamente y yo me puse colorada al recordar de dónde había sacado el teléfono.

—Ah, tengo que cogerlo —dije. Ellasbeth estaba furiosa y, cuando el sacerdote me hizo un gesto con amargura para que me fuese, lo abrí y le di la espalda a todo el mundo—. Hola —dije en voz baja, y mi voz hizo eco—. Estoy en la boda de Kalamack. Todo el mundo está escuchando. ¿Qué tienes? —
Mierda
, ¿
podría volverse aún más rara la situación
?

Un ruido estático me decía que Glenn todavía estaba en la carretera, y dijo:

—¿Estás en su boda? Rachel, estás como una cabra.

Me di media vuelta y me encogí de hombros mirando al sacerdote.

—Lo siento —dije vocalizando pero sin hablar, pero por dentro estaba alborotadísima. Al menos Glenn había captado la indirecta de que había gente que podía oírlo y pronunciaría sus respuestas con cuidado.

—Tengo el papeleo —dijo Glenn, y sentí un subidón de tensión—. Puedes ponerte a trabajar.

Me apoyé sobre la otra pierna y sentí la silueta reconfortante de mi pistola de bolas, pero esperaba no necesitarla.

—Eh, Jenks no me dijo cuánto me ibas a pagar por esto.

—Por el amor de dios, Rachel, estoy en la autopista. ¿Podemos hablar de eso más tarde?

—Más tarde no significa nada para mí —dije, y los allí congregados empezaron a revolverse en sus asientos.

Trent se aclaró la voz, impregnada con la ira de mil amaneceres del desierto, y yo lo miré. Detrás de él estaba Quen, que empezaba a sospechar. No iban a pagarme después de esta escenita y quería algo más que la satisfacción de arrestar a Trent.

—Quiero que tu departamento consagre de nuevo mi iglesia —dije, y la gente murmuró sorprendida. No había nada como airear tus trapos sucios ante la
jet set
de Cincinnati. Piscary, sobre todo, parecía interesado. Sería mejor que esto funcionase o mañana estaría muerta.

—Rachel… —empezó a decir Glenn.

—Nah, no te preocupes —dije con maldad—. Haré esto por el bien público, como siempre ocurre con la AFI. —¿Acaso quedaba alguien por saber con quién estaba hablando? Estaba de espaldas a los bancos, pero Jenks me estaba observando.

—Llamaré para enviar refuerzos —dijo Glenn, y yo me puse una mano en la frente.

—Bien —dije, dándome la vuelta y exhalando—, porque no quiero llevarme al detenido en el autobús. —Oí a Glenn tomar aire para decir algo y, al ver a Trent moverse por el rabillo del ojo, le espeté:

—Gracias, Glenn. Eh, si esto no sale bien…

—Quieres rosas rojas en tu tumba, ¿no?

No era eso, pero él tenía que colgar. Colgué el teléfono y, tras dudar, lo volví a dejar donde estaba mientras me daba la vuelta.

Trent no estaba nada contento.

—Ha sido una inmersión fascinante en su vida, señorita Morgan. ¿También hace fiestas para niños?

Me entró el nerviosismo, al que siguió rápidamente un subidón de adrenalina que se encendió en mi interior. Era casi tan buena como el sexo. Se me vino a la cabeza Ivy diciéndome que vivía mi vida tomando decisiones que me ponían en situaciones peligrosas solo por sentir el subidón. Era una yonqui de la adrenalina, pero al menos con ello ganaba dinero. Normalmente.

Ivy. Me estaba mirando. Un destello de miedo manchaba su profunda inexpresividad.

—¿Jenks? —dije en voz alta y, cuando se puso a aletear, Quen se puso tenso.

Los invitados se quedaron sin aliento cuando me incliné para apartarme el vestido y se vieron las botas que me llegaban hasta la pantorrilla. Rebusqué entre la seda y saqué las esposas.

—Trent Kalamack, he sido autorizada bajo jurisdicción temporal de la AFI a arrestarlo como sospechoso del asesinato de Brett Markson.

Se escuchó un grito ahogado aún mayor del público.

—¡Ya es suficiente! —gritó Ellasbeth, y el sacerdote cerró el libro de repente y dio un paso hacia atrás—. Trenton, he soportado ver a esa bruja en mi bañera. He soportado tu insistencia para que estuviese en mi boda. ¡Pero que te arreste para evitar que nos casemos es intolerable!

Estaba hecha una furia, y yo aparté a un dócil Trent de sus padrinos de boda. Quen se movió, pero luego dio un salto hacia atrás, y unas alas de libélula pasaron entre nosotros como un rayo. Al se estaba riendo a grandes y resonantes carcajadas, pero a mí no me parecía gracioso. Excepto quizá aquel comentario sobre una bruja en una bañera.

—Rachel… —dijo Trent, pero sus palabras se cortaron y su hermosa cara se empañó de indignación al oír el clic de las esposas de metal en sus muñecas. Quen intentó aventajar a Jenks y su rostro cicatrizado reflejó furia cuando Jenks lo detuvo apuntándole a un ojo con una flecha.

—Ponme a prueba, Quen —dijo el pixie, y la congregación se quedó en silencio.

Trent se puso de pie con las manos esposadas por delante.

—Eh, eh —dije con tono burlón mientras cogía el bolso y me disponía a salir de allí a toda leche—. Trent, recuérdale a Quen qué pasa cuando se pone en mi camino. Tengo una orden. —¡

! Me giré hacia Trent y le dije—: Tiene derecho a guardar silencio, aunque dudo que lo haga. Tiene derecho a un abogado, al que supongo que Quen llamará en breve. Si no se puede permitir uno, el infierno se ha congelado y yo soy la princesa de Oz pero, en ese caso, se le asignará uno de oficio. ¿Entiende los derechos que lo mejorcito de Cincy me ha escuchado recitarle?

Mirándome con aquellos ojos verdes furiosos, asintió. Satisfecha, lo agarré por el hombro y lo llevé hacia los escalones. La mezcla de ira, conmoción y descrédito de Trent dejaron paso simplemente a la ira.

—Llama al abogado correspondiente —le dijo a Quen mientras yo lo arrastraba—. Ellasbeth, esto no durará mucho.

—Sí, llama a tu abogado —repetí mientras recogía el foco.

La risa de Al resonaba en las vigas. Vacilé, esperando a que las ventanas se rompiesen o algo. Reflejaba un deleite malvado y pareció sacar a la gente sentada de su conmoción. Estalló un torbellino de conversaciones que me sobresaltó. El rostro de Ivy permanecía impávido. A su lado, Piscary también estaba perplejo intentando comprender todo aquello. Takata estaba preocupado y el señor Ray y la señora Sarong estaban discutiendo vehementemente.

—¡Jenks! —grité. No quería recorrer el pasillo sola.

Y de repente estaba a mi lado.

—Yo te cubro, Rache —dijo agitando las alas con nerviosismo y volando de espaldas sin dejar de apuntar a Quen—. Vámonos.

Con el bolso al hombro y el foco debajo de un brazo, guie a Trent hasta bajar las escaleras, agarrándolo por el codo para que no tropezase y me denunciase por dureza innecesaria.
Tan tan ta-raaao. Ya tengo al cabrón
, resonaba en mi cabeza mientras tarareaba mentalmente mi versión de la marcha nupcial. Alguien sacó una foto con el teléfono y yo sonreí, imaginándome los titulares de esa noche. Oí sirenas de fondo y esperé que fuese la AFI que venía a abrirme paso en la calle, y no la SI para arrestarme. En realidad no tenía la orden, pero mi contacto sí.

Olvidada junto al altar, Ellasbeth hizo un ruido de ira frustrada.

—¡Trent! —gritó, y casi sentí pena por la mujer—. Esto es indignante. ¿Cómo puedes dejar que te haga esto? ¡Pensé que eras el dueño de esta ciudad!

Trent dio media vuelta y yo lo estabilicé en los escalones poniéndole una mano en el hombro.

—Pero no de la señorita Morgan, querida. Necesito unas horas para solucionar esto. Me reuniré contigo en la recepción.

Dios, esperaba que no.

Al pasar junto a Piscary reduje el paso.

—¿Podrías reunirte conmigo en la AFI? —dije, casi sin aliento y con el pulso disparado—. Tengo algo para ti.

El vampiro no muerto besó el reverso de la muñeca de Ivy, haciendo que se estremeciese.

—Eres completamente inhumana, Rachel. Casi tan fría como osadamente despreciable. Es una parte tuya que es… deliciosamente inesperada. Me interesa mucho lo que tienes que decirme.

Sin saber cómo tomarme aquello, asentí y empujé a Trent para que volviese a caminar. Al parecer, estaba indignado al pensar que le iba a dar el foco al vampiro. Joder, Piscary «aseguraba» cuatro quintas partes de la ciudad y la empresa de David se ocupaba del resto. No era difícil pensar que yo quería entrar a formar parte de la lista. Al ver que Trent lo había comprendido, sonreí.
Cabrón
.

—¡Trent! —chilló Ellasbeth—. Si sales de esta iglesia, me voy. ¡Me subo al avión y me voy a casa! Acepté casarme contigo, no este… este circo que tú llamas vida.

—No tengo mucha elección… querida —dijo él por encima del hombro—. ¿Por qué no dejas de hacerte la histérica y atiendes a nuestros invitados? Esto es un fallo técnico menor.

—¿¡Un fallo técnico menor!? —Yo iba caminando de lado y casi me pierdo cuando le tiró el ramo al sacerdote gritando—. ¡Quen! ¡Haz algo! ¡Para eso te pagan!

Yo levanté las cejas. Casi había llegado a la puerta y nadie había intentado detenerme. La conmoción era una herramienta maravillosa si se usaba correctamente.

Quen levantó la mirada de su teléfono.

—Ya lo hago, señorita Withon. Ya he confirmado que Morgan está actuando bajo el amparo de la ley y estoy llamando al abogado litigante de Trenton.

Al se estaba riendo y le caían las lágrimas por la cara. Tenía una mano apoyada en el altar para mantener el equilibrio y las flores que había en él se estaban volviendo negras. Al estar en el cuerpo de Lee podía tocarlo con total impunidad, pero seguía siendo un demonio y estaba claro que su presencia se hacía notar.

Cuando llegamos al camino de entrada, Trent se dio cuenta de que lo estaba arrestando de verdad.

—Esto es ridículo, Rachel —dijo mientras yo abría la puerta de una patada. La luz de la luna se filtraba a través de la niebla iluminando los escalones de cemento—. Es el día de mi boda. Te has pasado tres pueblos.

—Arrestarte es hacer justicia —dije entrecerrando los ojos a causa de los
flashes
de las luces de la AFI—. Matar a Brett sí que fue pasarse tres pueblos. Él no sabía nada. Lo único que quería era alguien a quien poder recurrir.

Empujé a Trent por la puerta antes de que la pesada madera se cerrase y luego inspiré profundamente el aire fresco y húmedo de la noche que olía a basura y a humo, y me sentí aliviada al ver los todoterrenos de la AFI. Había agentes por todas partes asegurando el área para que nadie me pudiese seguir al exterior.

—¡Eh! ¡Hola! —grité mientras agitaba la mano. Quería estar segura de que sabían que yo era la buena—. Ya lo tengo. ¡Es todo vuestro! Tan solo decidme dónde tengo que meterlo.

Me dirigí al todoterreno más cercano empujando a Trent delante de mí.

—Créeme, Trent —dije cuando pisamos el asfalto—. Algún día me darás las gracias por esto.

—No creía que te importase mi felicidad, señorita Morgan —dijo mientras un emocionado agente se tocaba la gorra a modo de saludo y le abría la puerta.

—No me importa —dije brevemente—. Cuídate. —Le puse una mano en la nuca y sentí un fogonazo de siempre jamás que intentaba fluir hacia él, pero lo controlé justo a tiempo. Agitada por mi falta de control, lo metí en el coche y cerré la puerta. Había mucho ruido y parpadeé al darme cuenta de que el autobús seguía allí. Saludé con la mano y todos me devolvieron el saludo y el conductor hizo sonar la bocina. Satisfecha, me estiré un poco más y me quité el pelo de delante de la cara.

Joder, era muy buena haciéndome la mala.

34.

El dobladillo de mi vestido de encaje de dama de honor susurraba al rozarse contra la baldosa gris de la oficina de Edden. Sentada medio encogida en la silla que había delante de su escritorio, movía el pie con nerviosismo. El capitán de la AFI se había apoderado de mi brazo desde el momento en que había pisado el sello de la Agencia Federal del Inframundo que había incrustado en el suelo del vestíbulo. Me había arrastrado hasta su oficina, le había dicho a su guía, Rose, que no me dejase salir de allí, y luego se había marchado con paso decidido en busca de café, de su hijo y de una primera impresión que no procediese de mí. Eso había sido hacía diez minutos. A menos que estuviese moliendo los granos él mismo o esperando a que Glenn volviese de Detroit, imaginé que entraría sabiendo más de lo que yo sabía.

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