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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Por unos demonios más (29 page)

BOOK: Por unos demonios más
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Jenks sonreía cuando levanté el auricular.

—Encantamientos Vampíricos —dije con mi voz más profesional. Le saqué la lengua a Jenks y él me enseñó el dedo corazón—. Al habla Morgan. Podemos ayudarle. De día o de noche, vivo o muerto. —¿
Dónde demonios están el maldito lápiz y el papel
?

—¿Rachel? Soy Glenn.

Dejé salir el aire y me relajé.

—Hola Glenn —dije mientras buscaba algo para sentarme. Finalmente me fui a la cocina—. ¿Qué pasa? ¿Tienes otro trabajo para mí? ¿Quizá quieres arrestar a otros de mis amigos?

—No he arrestado al señor Hue y es para el mismo trabajo.

Parecía tenso y, como no tenía muy a menudo la posibilidad de sacarle dinero a la AFI, me senté en la silla y me acerqué a la mesa. Miré a Jenks, ya que el pixie me había seguido y estaba escuchando la conversación.

—Ha habido otro asesinato de hombres lobo que parece un suicidio —dijo Glenn en medio del ruido de escáneres y teléfonos de la AFI y me pregunté si estaba allí—. Me gustaría que Jenks y tú me dieseis vuestra opinión de inframundanos antes de que muevan el cuerpo. ¿Cuánto tardaríais en venir lo más rápido posible?

Miré mis vaqueros y mi camiseta manchados de polvo y me pregunté qué creía que podría hacer yo que no pudiese hacer él. Yo no era detective. A mí me contrataba como lanzadora de hechizos o cazarrecompensas. Jenks alzó el vuelo y se apresuró a salir por el agujero para pixies que había en la puerta de mosquitera de la cocina.

—Ah —le dije—, ¿que si puedo ir a la morgue y mirar el cuerpo?

—¿Tienes algo mejor que hacer?

Pensé en la sala de estar y en que quería volver a traer las cosas antes de que volviese Ivy.

—Bueno, en realidad…

—Van a intentar quitármelo otra vez —dijo Glenn, y aquello hizo que le volviese a prestar atención—, y quiero que lo veas antes de que la SI tenga la oportunidad de adulterar el cuerpo. Rachel… —Su voz adoptó un tono grave—. Es el contable de la señora Sarong. Ya sabes… los Howlers. Ocupaba un lugar importante en la manada y nadie está contento.

Levanté las cejas. La señora Sarong era la propietaria del equipo de béisbol inframundano de Cincinnati, los Howlers. Fue su pez el que había intentado recuperar del señor Ray… el mismo señor Ray cuya secretaria ya estaba en la morgue. Había obligado a la mujer a pagarme por mi tiempo, en realidad la había conocido durante el proceso. Que hubiese habido dos supuestos suicidios en dos de las manadas más importantes en tan pocos días no era nada bueno.

Era evidente que alguien sabía que el foco estaba en Cincinnati y estaba intentando averiguar quién lo tenía. Tenía que deshacerme de él. Se produciría un caos total si una manada entera pudiese convertir a humanos. Los vampiros empezarían a matarlos. Empecé a dar golpecitos con los dedos en la mesa. ¿Quizá estaba ocurriendo ya? Piscary estaba en la cárcel, pero eso no lo detendría.

Sentí alivio al escuchar el sonido de unas alas y vi que Jenks había vuelto vestido con la ropa de trabajar, con una espada y un cinturón en una mano y un pañuelo rojo en la otra.

—El hombre lobo asesinado es el contable de la señora Sarong —le dije mientras me ponía de pie y buscaba el bolso.

—Vaya. —Jenks descendió varios centímetros con una mirada de culpabilidad—. Eso podría explicar el mensaje del contestador.

Cubrí el auricular del teléfono, incapaz de esconder mi desesperación. Jenks…

Él arrugó la cara mientras despedía chispas plateadas.

—Me olvidé, ¿vale?

—¿Rachel? —dijo la vocecita de Glenn, y volví a concentrarme en él.

—Sí… —dije llevándome una mano a la frente—. Sí. Glenn, puedo llegar en… —Dudé—. ¿Dónde estás?

Glenn se aclaró la voz.

—En Spring Grove —murmuró.

Un cementerio
. ¡
Vaya
! ¡
Estupendo
!

—De acuerdo —dije mientras me levantaba y me ataba las sandalias—. Te veo en un ratito.

—Genial. Gracias. —Parecía preocupado, como si estuviese intentando hacer dos cosas al mismo tiempo. Tomé aire para decir adiós, pero Glenn ya había colgado. Miré a Jenks, colgué el teléfono y ladeé la cadera.

—¿Tengo un mensaje? —dije secamente.

Jenks parecía incómodo mientras se colocaba el pañuelo. Parecía el miembro de una banda con su ropa negra de trabajo.

—El señor Ray quiere hablar contigo —dijo con voz suave.

Pensé en el asesinato de su secretaria y en que la SI no solo había mirado para otro lado, sino que había intentado encubrirlo.

—No me digas.

Cogí el bolso y miré dentro para asegurarme de que llevaba todos los hechizos habituales. Se me ocurrió que el señor Ray quizá fuese el que estaba matando a los hombres lobo, pero ¿por qué matar primero a su secretaria? ¿Quizá la señora Sarong había asesinado a la mujer y el segundo asesinato había sido una represalia? Me estaba empezando a doler la cabeza.

Al recordar que me habían retirado el permiso de conducir, dudé, pero ¿qué tipo de imagen daría si llegaba a la escena de un crimen en autobús? Así que saqué las llaves. Miré las estanterías que había debajo de la isla de la cocina. Me incliné y sonreí al notar el peso y la forma de mi pistola de bolas. Las partes de metal emitían reconfortantes ruiditos mientras revisaba la reserva. Si se almacenaban, los hechizos en amuletos duraban un año, pero si no se almacenaban, las pociones invocadas solo duraban una semana. Estos llevaban aquí tres semanas y ya no servían de nada, pero me sentía bien llevando la pistola y a Glenn lo ponía de mala leche, así que la metí en mi bolsa mientras Jenks terminaba de escribir una nota para Ivy.

—¿Listo? —le pregunté.

Él voló a mi hombro trayendo con él el delicado aroma del jabón con el que Matalina le lavaba la ropa.

—¿Quieres llevarle el kétchup? —preguntó.

—Ah, sí. —Entré en la despensa y salí con el tarro de cuatro litros de salsa picante de jalapeños y el gran tomate rojo que le había comprado como sorpresa. Nerviosa, me dirigí al vestíbulo con casi medio litro de salsa sobre la cadera, un tomate en la mano y un pixie en el hombro.

Sí, qué malos somos
.

15.

Aquella tarde el sol pegaba fuerte y, al cerrar la puerta del coche, le di un golpe con la cadera para bajarle el cierre. Tenía los dedos pringosos del pastelito que me había comido de camino y examiné el terreno invadido de cantos de gorriones mientras sacaba un pañuelo de papel del bolso. Me limpié las manos y me pregunté si debería haberme tomado cinco minutos para ponerme algo un poco más profesional que unos pantalones cortos y una camiseta. La profesionalidad era algo que necesitaba desesperadamente en vista de que estaba merodeando alrededor del mausoleo tras el que había aparcado el coche.

Jenks había venido delante mientras yo tomaba carreteras secundarias hasta Spring Grove. Si hubiese conducido por la interestatal, la SI me habría dado por culo. Aquello me había hecho retrasarme mucho, ya que conducía tres manzanas, aparcaba durante un rato, esperaba a que Jenks comprobase el lugar y luego seguía adelante otras tres manzanas. Pero no podía soportar la idea de tomar un taxi. Y mientras me ajustaba el bolso al hombro y me ponía a caminar por la hierba, volví a dar gracias a Dios por tener amigos.

—Gracias, Jenks —dije, y tropecé al meter el pie en un agujero que había escondido el cortacésped. Me hizo cosquillas en el cuello con las alas y añadí—: Gracias por ayudarme a esconderme de la SI.

—Eh, es mi trabajo.

Estaba un poco molesto y, sintiéndome culpable por hacerle volar el doble de trayecto que yo había conducido, dije:

—No es tu trabajo evitar que me pille la policía de tráfico —dije, y luego añadí con voz suave—: Iré a las clases de conducir esta noche. Te lo prometo.

Jenks se rio. El tintineo de su voz hizo salir a tres pixies de un grupo de árboles de hoja perenne, pero al ver el pañuelo rojo de Jenks desaparecieron. Aquel color era su primera línea de defensa contra las hadas y los pixies territoriales, una señal de buenas intenciones y una promesa de no cazar furtivamente. Nos observarían pero no empezarían a lanzar espinas con catapultas a menos que Jenks tomase muestras del escaso polen o de las fuentes de néctar. Yo prefería que nos observasen los pixies que las hadas y me gustaba la idea de que los pixies tuviesen Spring Grove. Debían de estar muy bien organizados, ya que aquel lugar era enorme.

Se decía que el extenso cementerio había sido creado originalmente para «realojar» con buen gusto a las víctimas de cólera a finales del siglo
XIX
. Era uno de los primeros cementerios jardines de Estados Unidos; a los no muertos les gustaban sus parques tanto como al que más. Por aquel entonces era difícil mantener a tus familiares recién convertidos en no muertos sin enterrar, y ser exhumado en un entorno tan pacífico debía de ser un alivio. No pude evitar preguntarme si la gran población vampírica oculta que había en Cincy en aquella época tenía que ver con que la Ciudad Reina se hubiese ganado la dudosa distinción de ser conocida por sus saqueos de tumbas. No es que proveyesen de cadáveres a los muchos hospitales clínicos que había, sino que desenterraban a sus familiares para devolverlos a donde tenían que estar. Examiné aquel lugar tranquilo y con aspecto de parque y me limpié la boca para quitarme los restos de azúcar. Al pasarme los dedos por los labios pensé en Ivy, por razones evidentes, y me acaloré. Dios, debería haber hecho algo. Pero no, claro, me había quedado allí de pie como una idiota, demasiado sorprendida como para moverme. No había reaccionado y ahora iba a tener que pensar en cómo manejar esto en lugar de dejarlo zanjado entonces.
Seré tonta del culo
.

—¿Estás bien? —preguntó Jenks, y yo bajé la mano.

—Genial —dije con acritud y luego se rio.

—Estás pensando en Ivy —dijo para pincharme y me puse aún más roja.

—Bueno, en fin —dije mientras tropezaba con una lápida que estaba al nivel del suelo—. Tu compañera de piso te besa y piensas a ver si puedes olvidarlo.

—Joder —dijo Jenks mientras se alejaba y se ponía fuera de mi alcance—. Si una de vosotras me besase no tendría que pensar. Matalina me mataría. Solo fue un beso.

Caminaba lenta y pesadamente siguiendo el sonido de las radios. Eso era justo lo que necesitaba. Como si un demonio loco que destrozaba mi iglesia no fuese suficiente, ahora tenía a un hombre de diez centímetros que me decía que me animase, que me dejase llevar, que viviese la vida… que no lo analizase.

Jenks batió las alas más despacio y se posó en mi hombro.

—No te preocupes por eso, Rache —dijo con una voz más ceremoniosa de lo normal—. Tú eres tú e Ivy es Ivy. Nada ha cambiado.

—¿Sí? —murmuré. Yo no lo veía tan claro.

—Gira a la izquierda —dijo alegremente—. Por allí abajo huele a hombre lobo muerto.

—Qué agradable —respondí mientras esquivaba una lápida y giraba ligeramente a la izquierda. Cuesta abajo y a través de los árboles vi brillar las luces color ámbar y azul de una ambulancia multiespecies.
No llego demasiado tarde
, pensé mientras movía los brazos al pasar junto a una piedra marcada con la palabra «Weil». Al otro lado de una hilera de cedros había un lago artificial, y entre él y los árboles había un grupo de gente.

—Rache —dijo Jenks ensimismado—. ¿Crees que esto tiene algo con ver con…?

—Los arbustos tienen oídos —le advertí.

—¿Con lo que cogí para Matalina en nuestras últimas vacaciones? —dijo para arreglarlo, y yo esbocé una sonrisa. Yo había lanzado una maldición demoníaca para pasar la maldición del foco a un objeto cualquiera. El hecho de que hubiese cambiado lentamente de forma hasta parecerse a la estatua original daba mucho miedo.

Mirándome los pies, murmuré.

—Mmm. Me sorprendería que no.

—¿Crees que es Trent quien lo está buscando?

—No creo que Trent sepa ni que existe —dije—. Me inclinaría más a pensar que es el señor Ray o la señora Sarong y que se están matando entre ellos mientras intentan encontrarlo.

Las alas de Jenks enviaron una brisa fresca a mi cuello.

—¿Y Piscary?

—Quizá, pero él no se molestaría tanto en encubrirlo —dije mirando hacia arriba cuando el tono del hombre cambió, lo cual indicaba que me habían visto. Caminé más despacio al oír que alguien susurraba mi nombre, pero como todo el mundo me estaba mirando no sabía quién lo había dicho. Había dos vehículos de la AFI, una furgoneta negra, un todoterreno de la SI y una ambulancia aparcados en la rotonda. Contando el tercer vehículo de la AFI que había en la entrada trasera del cementerio, la AFI tenía más presencia que la SI y me pregunté si Glenn no se estaría arriesgando demasiado. Había sido un suicidio de un hombre lobo.

El grupo de hombres rodeaba una sombra oscura que estaba al pie de los cedros y de una lápida alta, y un segundo grupo con uniformes de la AFI y trajes esperaba como hienas hambrientas. Glenn estaba con ellos y, cuando me vio, le dijo algo al hombre que tenía al lado, tocó la empuñadura de su pistola como para sentirse más seguro y vino hacia nosotros. La gente se giró y yo me relajé.

Mis pies rozaron la hierba y me encogí de miedo al darme cuenta de que estaba pisando una de las lápidas que estaban al nivel del suelo. Me puse nerviosa al ver que se incorporaba un bulto familiar que estaba junto a la lápida y la mirada de Denon se cruzó con la mía. Hoy llevaba un traje en lugar de los pantalones de vestir y el polo y me pregunté si estaría intentando ponerse a la altura de Glenn, que estaba estupendo con su traje.
No le tengo miedo a Denon
, pensé y luego sucumbí y lo miré con una expresión desdeñosa.

Denon apretó los dientes e ignoró al hombre delgado que llevaba unos vaqueros y una camisa fina que se había acercado a hablar con él. Pensé en mi coche y me preocupé.

—Eh, Jenks —dije apenas sin mover los labios—. ¿Por qué no te das una vuelta a ver qué puedes oír por ahí? Avísame si encuentran mi coche, ¿vale?

—Hecho —dijo él y se marchó dejando tras de sí una nube brillante de polvo de pixie.

Intenté fingir que estaba haciendo el reconocimiento de la zona en lugar de intentar colarme y me incliné para ver a Glenn. Parecía frustrado. Probablemente estuviesen presionando a la AFI para que abandonase la investigación. Sabía lo mal que sentaba aquello, pero no me dio mucha pena, ya que él me lo había hecho a mí la última vez.

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