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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Por unos demonios más (56 page)

BOOK: Por unos demonios más
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—Estás muy mona roncando —dijo dándole un golpecillo a su cenicero sin utilizar—. Los dos sois divertidos.

Jenks se despertó formando una ráfaga de brillos dorados.

—¡Estoy despierto! —exclamó estirándose la ropa, con unos encantadores ojos abiertos de par en par mientras se peinaba aquella mata de pelo rubio. Él, por lo menos, tenía una excusa, ya que a esa hora del día solía estar dormido.

El reloj del salpicadero decía que pasaban ligeramente de las dos. Tras marcharnos de casa de David, Glenn me había llevado primero a la AFI a hacer una declaración oficial antes de que la SI pudiese escoger el momento más inoportuno para hacerlo. De allí fuimos a recoger a Jenks a la SI y dejamos una copia impresa de mi papeleo, todo perfectamente legal. Aprovechamos también para visitar la morgue, lo cual me había dejado triste. Estaba segura de que Glenn tenía más cosas que hacer que llevarnos por ahí en coche, pero como yo no tenía ningún permiso de conducir válido, se lo agradecía.

David seguía bajo custodia. Jenks se había escondido para escuchar su interrogatorio y, al parecer, Brett se había reunido ayer con David para hablar sobre su incorporación a la manada. Se suponía que tenía que ser una sorpresa y rompí a llorar cuando lo averigüé. Por eso era el objetivo de Trent. Trent era rastrero, y me maldije a mí misma por permitir que algunas de las cosas buenas que hacía (como admitir que esa mañana había estado conmigo) empañasen el hecho de que era un asesino y un capo de la droga. Solo hacía cosas decentes si con ello podía obtener algún beneficio, como por ejemplo proporcionarse a sí mismo una coartada entre las siete y las siete y media. Ceri había dado en el clavo. El hombre era un demonio en todos los aspectos excepto en la especie.

La SI estaba reteniendo a David en base a un punto inventado de la ley, sin ninguna acusación formal. Aquello era ilegal, pero alguno de los del sótano probablemente se había dado cuenta de que el foco había aparecido, ya que un solitario estaba convirtiendo a mujeres humanas en hombres lobo. David estaba hasta el cuello. Que yo me uniese a él solo era cuestión de tiempo. Quizá si estaba bajo custodia de la SI Trent no podría matarlo. Quizá.
Lo siento, David. Nunca pensé que pudiese ocurrir esto
.

La sombra fresca de mi calle cayó sobre mí y yo apreté .el bolso contra el regazo, sintiendo el contorno duro del foco. Al entornar los ojos me di cuenta de que había un coche negro aparcado delante de la iglesia… y alguien estaba clavando una nota en mi puerta.

—Jenks, mira eso —susurré, y él siguió mi mirada.

Glenn se detuvo a varios coches de distancia y, cuando abrí la ventana, Jenks salió disparado diciendo:

—Veré de qué se trata.

El hombre del martillo nos vio y, con una rapidez preocupante, bajó corriendo las escaleras y se metió en el coche.

—¿Quieres que me quede? —preguntó Glenn mientras aparcaba el coche. Tenía un lápiz en la mano y estaba escribiendo el número de matrícula mientras la furgoneta negra se marchaba.

El polvo que desprendía Jenks mientras revoloteaba delante de la nota cambió de dorado a rojo.

—No lo sé —murmuré. Salí y subí las escaleras.

—¡Desahucio! —gritó Jenks con la cara blanca al girarse en el aire—. Rachel, Piscary nos ha desahuciado. ¡Nos ha desahuciado!

Se me revolvió el estómago y arranqué el papel del clavo.

—No puede ser —dije, leyendo por encima el documento oficial. Estaba borroso, ya que era una copia, pero estaba claro. Teníamos treinta días para desalojar.

Iban a destruir la iglesia porque no estaba consagrada, pero la fuerza motriz de todo ello era Piscary.

Glenn se asomó por la ventana.

—¿Está todo bien?

—Rache —exclamó Jenks, evidentemente aterrado—. No puedo mover a mi familia. ¡Matalina no está bien! ¡Van a arrasar el jardín!

—¡Jenks! —dije, con las manos levantadas, aunque no podía tocarlo—. Todo va a salir bien. Te lo prometo. Encontraremos una solución. ¡Matalina estará bien!

Jenks me miró fijamente con los ojos muy abiertos…

—Yo… yo —tartamudeó, y luego con un pequeño gemido alzó el vuelo y rodeó la iglesia dirigiéndose a la parte de atrás.

Dejé caer las manos a los lados. Me sentía totalmente indefensa.

—¿Rachel? —dijo Glenn desde la calle y yo me giré.

—Nos han desahuciado —dije sacudiendo el papel a modo de explicación—. Treinta días. —Sentí un arranque de ira.

Glenn entrecerró los ojos.

—No lo hagas, bruja —me advirtió mientras me miraba los puños apretados a los lados del cuerpo.

Yo miré al fondo de la calle, a nada en particular, enfadándome cada vez más.

—No voy a matarlo —dije—. Confía un poco en mí. Esto es una invitación. Si no voy a verlo, hará algo peor.

Mierda. Mi madre
.

Glenn volvió a meterse dentro del coche. Abrió la puerta y salió. Se me aceleró el pulso.

—Vuelve a meter tu culito de azúcar moreno en tu horrible Crown Victoria —dije—. Sé lo que hago.

Toqué la silueta del foco en el bolso cuando Glenn se acercó a la base de las escaleras y me miró con la pistola en la cadera y una actitud protectora.

—Dame las llaves de tu coche.

—Ni lo sueñes.

Él me miró de soslayo.

—Dámelas o te arrestaré yo mismo.

—¿En base a qué? —le pregunté con tono guerrero, mirándolo desde mi posición más elevada.

—A tus botas. Violan todas las leyes no escritas de la moda.

Enfurruñada, las miré y apoyé una de ellas en la punta para verlas mejor.

—Solo voy a hablar con él, educada y amigablemente.

Con las cejas en alto, Glenn extendió la mano.

—Ya te he visto hablar con Piscary. Las llaves.

Yo apreté los dientes.

—Pon un coche en casa de mi madre —le pedí y, cuando asintió, metí el papel del desahucio en el bolso, busqué las llaves y se las lancé—. Cabrón —murmuré mientras las cogía al vuelo.

—Esta es mi chica —dijo mientras miraba las llaves con diseño de cebra—. Las recuperarás cuando vayas a clase.

Abrí la puerta de la iglesia y me puse en jarras.

—Si vuelves a llamarme tu chica una sola vez más convertiré tus gónadas en ciruelas y haré mermelada con ellas.

Glenn se metió en el coche riéndose.

Cuando hube entrado en el vestíbulo oscuro, empujé la pesada puerta para cerrarla, haciendo temblar el montante de abanico que había encima de la puerta. Con el bolso pegado a mí, entré apresurada en el santuario y me dirigí al escritorio. Abrí y cerré cajones hasta que encontré mi otra copia del juego de llaves. Tenía las mismas que la otra y además la llave que abría la caja fuerte de Ivy y una copia de la del apartamento de Nick que nunca llegué a tirar. Dios sabrá por qué.

Sonreí con malicia y satisfacción mientras metía las llaves en el bolso y me acercaba a la ventana lateral para ver que se marchaba Glenn. El rojo de la vidriera le daba al exterior un aspecto irreal, como siempre jamás.

—¡Jenks! —chillé al ver alejarse el coche—. Si puedes oírme, ponte tu mejor traje. Tenemos que besar un culo muy importante.

30.

Esto no es lo mismo
, me dije a mí misma agarrando con fuerza y con las dos manos el volante de mi descapotable mientras sentía el viento mover unos mechones de mi trenza. Aquello no se parecía en nada a la noche en la que había intentado cazar a Piscary el año pasado. En primer lugar, esta vez Jenks estaba conmigo. Tampoco estaba furiosa… no tanto como para que me llegase a cegar. Todavía quedaban unas horas de día… aunque tampoco es que fuese tan importante. Jenks estaba conmigo. Tenía una bonita ofrenda de paz con la que comprar mi vida y, por último, Jenks estaba conmigo.

Puse el intermitente y giré rápidamente hacia la izquierda, en dirección a la ribera, al contrario del tráfico fluido. Tenía amigos en Pizza Piscary's, pero Piscary había vuelto y no me ayudarían. Jenks era mi esperanza ahora que el foco estaba de verdad en la oficina de correos, perdido en medio de la burocracia humana, tan profunda y celosamente guardado que ni siquiera la SI podría encontrarlo. Su presencia significaba para mí más que mi pistola de bolas, que llevaba cargada a rebosar dentro de mi bolso. También llevaba un amuleto contra el dolor invocado y colgado del cuello por fuera de la camisa para que no hiciese efecto hasta que lo necesitase. Y tenía la sensación de que iba a necesitarlo.

Aparte de eso, casi no llevaba ningún amuleto de magia terrenal. Sin embargo, tenía un montón de energía de líneas luminosas entretejida en la cabeza y unas tenazas para las uñas de tamaño industrial que se podrían utilizar hasta con un elefante, y que esperaba que fuesen lo suficientemente fuertes como para cortar una brida anti líneas luminosas. Pero todas mis esperanzas residían en Jenks. El marcaría la diferencia entre salir de allí con vida o pasarme una eternidad de muerte con Piscary o con Al.

Esa era mi mejor opción. Trent sabía que yo tenía el foco. Los de la SI no eran tan torpes como para no haberse dado cuenta de que todavía estaba en mis manos. Quería que Piscary me protegiese de todos ellos.
Dios mío
, ¿
cómo he llegado a esto
?

La brisa que entraba por la ventana movía las alas de Jenks. Estaba sentado en el espejo retrovisor mirando hacia atrás mientras pensaba, con la mirada distraída, en el futuro. Tenía cara de preocupación. No tenía ni una pizca de rojo, símbolo de su determinación. Si perdíamos el jardín, el estrés podría hacer caer a Matalina en una espiral descendente. Me costaría evitar que intentase matar a Piscary si la situación se ponía realmente difícil. Pero de ser así, matar a Piscary sería la única forma de sobrevivir.

No quería hacer eso. El vampiro no muerto era la única persona que conocía que podía mantener a salvo el foco hasta que pudiese ser escondido de nuevo.

Al ver la tristeza de Jenks, tomé aire para preguntarle sobre su ropa. Nunca la había visto: era una especie de combinación entre el uniforme negro de Quen y los pliegues al aire de la túnica de un jeque del desierto. Pero Jenks me miró a los ojos y me hizo callarme.

—Gracias, Rachel —dijo con las alas totalmente inmóviles—. Por todo. Quiero decírtelo por si acaso ninguno de los dos salimos de esta con vida.

—Jenks… —me dispuse a decir, pero él me interrumpió haciendo un ruido agudo con el ala.

—¡Cierra el pico, bruja! —me espetó, aunque sabía que no estaba enfadado—. Quiero darte las gracias… Este último año ha sido el mejor de mi vida. Y no solo para mí. Ese deseo de esterilidad que recibí de ti probablemente es la razón por la que Matalina consiguió superar el pasado invierno. El jardín y todo eso lo tengo por trabajar contigo. —Jenks tenía la mirada distante—. Aunque arrasen todo, quiero que sepas que ha valido la pena. Mis hijos saben que es algo que se puede conseguir si te arriesgas y si trabajas duro. Que podemos trabajar en el sistema que vosotros, los gigantones, habéis construido. En realidad, eso es lo único que un padre necesita darles a sus hijos. Eso y enseñarles a amar a alguien con toda el alma.

Esto sonaba como una última confesión y yo aparté la mirada del coche que estaba frenando delante de nosotros para mirarlo.

—Por Dios, Jenks. Todo saldrá bien. Le daré el foco a Piscary y él cancelará el desahucio. Y cuando todo el mundo sepa que él tiene esa cosa, la vida volverá a la normalidad. Matalina estará bien.

Él no dijo nada. Matalina no iba a estar bien pasase lo que pasase en las próximas veinticuatro horas. Pero, maldita sea, haría lo que pudiera para que sobreviviese al próximo invierno. Ella no iba a hibernar y arriesgarse a no despertar, eso seguro.

Jenks dejó caer las alas, cogió un trozo de tela y pulió su espada. Mejor. No me estaba gustando la conversación y la tristeza de Jenks me estaba haciendo doler el estómago. Deseé que volviese a ser más grande para poder darle un abrazo.

Entonces me di cuenta y me quedé helada. Esa incapacidad para tocar era algo con lo que Ivy tenía que vivir a diario. No podía tocar a nadie que le importase sin que se impusiese su sed de sangre.

Estamos todos bien jodídos
.

Me obligué a mí misma a dejar de mirar el parachoques del tío que tenía delante. Piscary estaba muy cerca y quería salir de la carretera antes de que la SI me encontrase. Estaban sospechosamente ausentes y me pregunté si me estarían observando desde cierta distancia para ver si había ido a buscar el foco a casa de alguien. Supongo que enviarlo por correo no había sido la idea más inteligente, pero no podía meterlo en las taquillas de un autobús, y dárselo a Ceri habría sido un error. La humanidad había mantenido con tenacidad el control del sistema de correos e incluso Piscary se pensaría dos veces molestar a un empleado sobrecargado de trabajo que pudiese volverse loco. Hay algunas cosas en las que ni un vampiro se metería.

Empezaron los temblores de miedo y las alas de Jenks se movían con rachas de furia cuando entramos en el aparcamiento de Piscary. Sí, el plan parecía bueno sobre el papel, pero puede que Piscary estuviese más cabreado de lo que yo pensaba por haberlo metido en la cárcel. Que entonces yo me estuviese limitando a hacer mi trabajo no serviría de explicación para él.

Nerviosa, examiné la zona. Había unos cuantos coches arremolinados en torno a la entrada de la cocina que, evidentemente, no eran de los jefes. No vi la bicicleta de Ivy, pero había un montón de cosas amontonadas sobre la acera. Eran los paneles que en su día cubrían las ventanas del piso de arriba y las mesas y los taburetes altos y modernos que Kisten había puesto. Todo aquello formaba ahora un muro de metro y medio entre el aparcamiento y la calle, esperando a que alguien lo recogiese. Al parecer, Piscary estaba haciendo reformas.

Abrí los ojos del todo y levanté el pie del acelerador al darme cuenta de que el juego de luces de Kisten estaba entre el montón, con el andamiaje doblado y, retorcido como si lo hubiesen arrancado del techo sin miramientos. Los focos de colores estaban aplastados y la mesa de billar estaba inclinada encima de ellos.

—Rache —dijo Jenks, asustándome—, ese montón de basura se acaba de mover.

Me invadió el miedo y el corazón me dio un vuelco. Era Kisten, sentado en el bordillo entre la montaña de escombros. Su pelo rubio brillaba bajo la luz del sol y lo vi tirar algo sobre el montón que produjo un ruido metálico. Parecía arrugado con su camisa de seda roja y sus pantalones negros de lino. Desechado.

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