—Estaré en la cocina doblando servilletas —dijo Kisten en voz baja pasándome y la mano por el hombro mientras se levantaba y se marchaba.
Todavía recordaba su mirada cuando Jenks le dijo que Ivy me había besado.
—Soy una cobarde —le dije en voz baja a Jenks cuando se posó en mi pendiente.
—No lo eres —empezó a decir—. Es solo que…
—Sí, lo soy —dije, interrumpiéndolo mientras me ponía de pie y me aseguraba de que no tenía gotas de té helado en el pantalón—. Elijo un lugar en el que sé que alguien me salvará el pellejo si no sé qué hacer.
David se aclaró la voz y se puso a mi lado; agradecí que no me criticase. Por la razón que fuese.
—Eso no es ser cobarde —dijo mientras se abría la puerta principal y entraba la luz—. Es ser previsora.
Yo no dije nada. Nerviosa, me esforcé por adoptar una actitud de seguridad mientras algo así como ocho personas eclipsaban la luz de la puerta. La señora Sarong iba delante y una joven justo detrás de ella. ¿Su nueva ayudante, quizá? Cinco hombres con trajes idénticos entraron detrás de ellas y formaron un semicírculo claramente protector. La señora Sarong los ignoró.
La pequeñísima mujer sonrió con los labios cerrados, se quitó los guantes y se los entregó a su ayudante. Sin dejar de mirarme, se quitó el sombrero y se lo entregó, junto con su cartera de mano de cuero blanco, a la mujer. Se acercó hacia nosotros taconeando sobre el suelo de madera. Llevaba puesto un elegante traje blanco de aire masculino pero que no escondía las curvas de su pequeño pero bien proporcionado cuerpo. Tenía los pies pequeños. Aunque tenía cincuenta y tantos, suponía yo, estaba claro que se cuidaba: era delgada y segura de sí misma. Su pelo rubio, que llevaba corto y retirado de la cara, tenía mechones grises, pero aquello no hacía más que acrecentar su profesionalidad. Alrededor del cuello llevaba un collar de perlas y en la mano un anillo de diamantes que brillaba tanto que podría iluminar una pista de baile.
—Señorita Morgan —dijo mientras se acercaba, y su séquito se desplegó como un abanico. Yo los miré con recelo—. Me alegro de volver a verla. Pero, sinceramente querida, podríamos habernos reunido en mi oficina o quizá en la torre Carew si se sentía más cómoda en un lugar neutral. —Miró rápidamente la habitación arrugando la nariz—. Aunque esto tiene un cierto encanto rústico.
No pensé que lo hubiera dicho con desprecio, así que no le di importancia. Con David a mi lado y Jenks sobre mi hombro, me acerqué para estrecharle la mano que me había ofrecido. La última vez que nos habíamos visto yo tenía el brazo en cabestrillo, así que le di la mano y me alegré al sentir su apretón firme y sincero.
—Señora Sarong —dije sintiéndome muy alta y muy incómoda con aquella ropa de cuero, ya que era casi veinte centímetros más alta que ella—. Me gustaría que conociese a David Hue, mi alfa.
Su sonrisa se agrandó.
—Un placer —dijo, inclinando la cabeza hacia David, que le devolvió el gesto—. ¿Así que ha elegido a una bruja como hembra alfa para crear una manada? —Arqueó las cejas, y sus ojos, intactos a pesar de su edad, brillaron—. Una forma maravillosa de interpretar las reglas, señor Hue. Yo ya he eliminado esa laguna en mi manual del empleado, sin embargo, es maravilloso.
—Gracias —dijo él alegremente y luego dio un paso atrás para retirarse de la conversación, aunque no de la reunión.
La señora Sarong le extendió la mano a su ayudante y la mujer la agarró, dejándose arrastrar por ella.
—Esta es mi hija, Patricia —dijo la mujer más mayor. Aquello me sorprendió—. Debido al desgraciado fallecimiento de mi ayudante, ella será mi sombra durante el próximo año, para que pueda entender mejor con quién me relaciono día a día.
Yo levanté las cejas y reprimí mi sorpresa.
¿Ayudante? La
joven que tenía ante mí no era la ayudante de la señora Sarong, sino nada menos que su heredera.
—Es un verdadero placer —dije con sinceridad mientras le daba la mano.
—Igualmente —dijo con firmeza. Sus ojos marrones delataban su inteligencia. Tenía la voz aguda pero decidida e iba vestida con tanta clase como su madre aunque, todo hay que decirlo, enseñando mucha más piel. Ahora que sabía qué relación había entre ellas, el parecido era evidente, pero mientras la señora Sarong envejecía con belleza, su hija Patricia era sencillamente hermosa. Tenía una hermosa melena negra que le enmarcaba suavemente la cara, y sus pequeñas y delicadas manos tenían una gran fuerza. En lugar de perlas ella llevaba una cadena de oro con una piedra marrón colgando. Su tatuaje de manada, una vid enredada en un alambre de espino, le rodeaba el tobillo.
Empujé a David hacia delante, que avanzó a trompicones.
—Este es David —dije, sintiéndome de repente como mi madre intentando emparejarme con el hijo de su amiga.
David dio un respingo, pero luego, con una mirada triste que lo hacía diez veces más atractivo, le dio la mano.
—Hola, señorita Sarong —dijo—. Es un placer conocerla.
—Señor Hue —dijo la joven mirándolo con unos ojos ligeramente risueños.
La señora Sarong me miró con un gesto inquisidor por mi impertinencia.
—¿Les gustaría beber algo? —pregunté, pensando en que tendría que poner a trabajar mis oxidadas habilidades como anfitriona mientras tratase con una mujer educada en el protocolo y las formas. ¿
Y qué demonios estoy haciendo presentándole a David a su hija como si él estuviese en el mercado
? Apreté los labios y Jenks resopló desde mi pendiente—. Podemos ir a una sala privada —añadí. No estaba segura si sería más fácil llevarla a donde estaba el señor Ray o traerlo a él allí fuera, pero ella me interrumpió con un movimiento de mano.
—No —dijo en voz baja, recuperando su aire de mujer de negocios—. Lo que quiero solo me llevará un momento. —Miró a su hija directamente y la joven le hizo un gesto a los hombres para que se retirasen y no oyesen la conversación. Ellos se fueron, malhumorados pero obedientes, y cuando la señora Sarong miró a David, yo miré a su hija, que estaba de pie a su lado.
—Bien —dijo, como aceptando su presencia—. Simplemente quiero contratar sus servicios.
Yo, que me esperaba aquello, asentí, pero tuve un ataque de moralidad y me oí decir:
—Ya estoy trabajando con la AFI para averiguar quién asesinó a su ayudante. —Le hice un gesto para que ocupase una de las mesitas—. No es necesario que usted me contrate también.
Ella se sentó con elegancia y yo me senté enfrente. David y Patricia se quedaron de pie.
—Espléndido —dijo la señora Sarong, haciendo claramente un esfuerzo por no tocar la mesa—. Pero quiero contratar sus otros servicios.
Confusa, la miré perpleja.
—Tu antigua profesión, querida —añadió.
Sentí en el hombro el cosquilleo de una sonrisa pixie y abrí los ojos de par en par.
—Señora Sarong… —dije tartamudeando y sintiendo como me subían los colores.
—Oh, por el amor de Cerbero —dijo la mujer, desesperada—. Quiero que mates al señor Ray por asesinar a mi ayudante. Y estoy dispuesta a pagar ingentes cantidades de dinero.
Cuando por fin lo comprendí, me quedé estupefacta.
—Yo no mato a personas —protesté, intentando mantener la voz baja, pero con un bar lleno de vampiros y de hombres lobo estaba segura de que alguien más me había escuchado—. Soy una cazarrecompensas, no una asesina. ¿
Se habría enterado de lo de Peter
?
La señora Sarong me dio una palmadita en la mano.
—Está bien, querida. Lo entiendo. ¿Setenta y cinco mil te parece bien? Haz la apuesta correcta el próximo partido y avísame. Después ya me ocupo yo.
Setenta y cinco
… Me faltaba el aire.
—No lo entiende —dije, empezando a sudar—. No puedo.
¿Y si lo averigua David? La muerte de Peter había sido un fraude al seguro
.
La mujer entrecerró los ojos y apretó los labios mientras miraba a su hija.
—¿Ya te ha contratado Simón Ray? —preguntó con voz vehemente—. Entonces, cien mil. Maldita sea, será cabrón.
Miré a David, pero él parecía tan estupefacto como yo.
—Me ha malinterpretado —dije tartamudeando—. Lo que quiero decir es que no hago ese tipo de cosas.
—Y aun así —dijo pronunciando clara y precisamente cada sílaba—, la gente que la molesta se muere.
—No es cierto —protesté reclinándome hasta que mi espalda topó con la silla.
—¿Francis Percy? —dijo, contando los nombres con los dedos—. ¿Stanley Saladan? Esa rata… ah, ¿Nicholas Sparagmos?
Cerró sus elegantes dedos, que tenía extendidos, y yo me asusté.
—Yo no maté a Francis —dije—. Él lo hizo todo solo. Y Lee fue arrastrado por un demonio al que invocó. Nick se tiró por un puente.
La señora Sarong sonrió más ampliamente y volvió a darme una palmadita en la mano.
—Hiciste muy bien con el último —dijo mirando a su hija—. Dejar que un exnovio interfiera en tus relaciones futuras es invertir en problemas.
La miré durante un momento. ¿Quería que matase a Simón Ray?
—Yo no lo maté —protesté—. En serio.
—Pero, de todas formas, han muerto. —La señora Sarong me dirigió una sonrisa perfecta, como si acabase de hacer un truco fabuloso. De repente, la amabilidad que había coronado su expresión cambió a una actitud de cuestionamiento. Se me erizó el vello del cuello y la vi tomar aire.
—¡Simón! —gritó mientras se ponía de pie.
Yo me levanté de un salto cuando su séquito se puso en movimiento dirigiéndose hacia nosotros. Lo sabía. Sabía que el señor Ray estaba allí.
—¡Rache! —chilló Jenks abandonando mi hombro mientras esparcía chispas de polvo dorado. Yo retrocedí hacia David, pero la manada de la señora Sarong no estaba preocupada por mí.
Se escuchó un grito, seguido de un golpe seco amortiguado. Kisten entró a toda velocidad procedente de la cocina y caminando con aquella rapidez vampírica. Se dirigía a la sala de atrás pero, antes de que pudiese llegar, el señor Ray salió de ella echando pestes.
Genial
, pensé cuando el resto de sus gorilas se desplegaron detrás de él blandiendo pistolas y apuntándonos con ellas.
Esto es genial
.
—¡Tú, pretenciosa! —gritó el furioso hombre lobo, con la cara roja y sus gorilas a sus espaldas—. ¿Qué estás haciendo aquí?
La señora Sarong se puso delante de los hombres que intentaban protegerla.
—Planeando tu eliminación —dijo con ojos brillantes y una voz cortante.
¿Eliminación? ¿Como si fuese un árbol demasiado grande que estuviese atascando las alcantarillas?
El hombre de negocios de pequeña estatura parecía ahogarse con su propio aliento al encolerizarse.
Boquiabierto como uno de sus peces de concurso, intentó responder.
—¿No me digas? —consiguió decir—. ¡De eso quería hablar con ella!
Entonces escuché a Jenks decir desde mi hombro:
—¡Joder, Rache! ¿Cómo te has convertido en la asesina predilecta de Cincy?
Yo miré a las dos manadas a las que solo separaban las pequeñas mesas redondas. ¿
El señor Ray quiere contratarme para cargarme a la señora Sarong
?
El clic de las pistolas al cargarse me sacó de mi ensimismamiento.
—Echa a volar, Jenks —grité mientras le daba una patada a una mesa y me ponía en su lugar. Jenks despegó dejando tras de sí un arroyo de chispas doradas. De repente noté un olorcillo y vi a David cubriéndome las espaldas. Con el rifle gigante en la mano parecía un pistolero buscando venganza. Kisten dio un salto y se puso entre las dos manadas con las manos levantadas para tranquilizarlos, pero con una expresión dura. Cambió la presión del aire y, de repente, apareció también Steve. Todo el mundo se quedó quieto. Mi pulso se disparó y sentí como se me aflojaban las rodillas. Aquella escena era demasiado parecida a cuando entré allí en busca de Piscary después de que hubiese violado a Ivy, solo que esta vez había muchas pistolas apuntándonos.
Sudando, observé a Kisten liberar la tensión visible en su rostro y en su cuerpo hasta adoptar una postura despreocupada, mostrando la seguridad de un gerente de bar.
—Me importa un carajo si os matáis los unos a los otros —dijo modulando muy bien la voz—. Pero hacedlo fuera de mi bar, en el aparcamiento, como todo el mundo.
David se pegó a mi espalda y, al sentir su calor, respiré hondo.
—Nadie va a matar a nadie —dije—. Yo los convoqué aquí y todo el mundo se va a sentar para poder arreglar esto como inframundanos, no como animales. ¿De acuerdo?
El señor Ray dio un paso adelante señalando con uno de sus pequeños dedos a la señora Sarong.
—Voy a destriparte…
De repente sentí que me invadía la cólera.
—¡He dicho que silencio! —grité—. ¿Qué le pasa? —Me pesaba el bolso en el hombro y, aunque podía sacar mi pistola de bolas, no sabía a quién apuntar. En ese momento a mí no me estaba apuntando nadie. Creo. Y si me conectaba a una línea y creaba un círculo podría provocarlos a todos. Nadie iba a disparar… partiría de ahí.
—No voy a matar a la señora Sarong —le dije al señor Ray.
La señora Sarong, que estaba a mi izquierda, se puso tensa, pero parecía molesta, no asustada.
—Y tampoco voy a matar al señor Ray, como me ha pedido —añadí.
El señor Ray se aclaró la voz y se secó la frente con un pañuelo blanco.
—No necesito tu ayuda para cazar a esa bruja llorica —dijo, y los hombres que lo rodeaban se pusieron tensos, como si fuesen a saltar sobre ella.
Aquello me cabreó. Esta era mi fiesta, maldita sea. ¿No me estaban escuchando?
—¡Eh, eh! —grité—. Disculpen, pero yo soy a quien los dos quieren contratar para matar al otro. Sugiero —dije con sarcasmo— que nos sentemos en aquella mesa grande, solo usted, usted y yo. —Miré las pistolas, todavía cargadas y apuntando—. Solos.
La señora Sarong asintió en un gesto de aceptación, pero el señor Ray sonrió con desprecio.
—Puede decir cualquier cosa delante de mi manada —dijo con tono agresivo.
—Bien. —Me alejé de David y él desarmó el rifle—. Pues hablaré con la señora Sarong.
La mujer, tranquila, le sonrió con malicia al hombre ofuscado y se giró para darle una instrucción a su hija. Estaba tan frustrada como el señor Ray, pero estaba claudicando tranquilamente en lugar de insistir en que lo hiciésemos a su manera; parecía más dueña de sí. Intrigada, tomé nota de aquello para analizarlo después.
Si es que hay un después
.