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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Por unos demonios más (36 page)

BOOK: Por unos demonios más
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—¿Estás bien? —le susurré a David.

Podía oler el almizcle que desprendía, denso y embriagador, por su tensión. La tristeza había desaparecido y ahora era un hombre con aire competente y con un rifle que podría atravesar a un elefante. Era un asesino de vampiros. También funcionaría con los hombres lobo.

—Todo bien, Rachel —dijo, mirando con sus ojos marrones a todas partes excepto a mí—. Los mantendré donde están.

—Gracias —dije tocándole el antebrazo. Él me miró y luego retrocedió un paso. Su abrigo rozó la parte superior de sus botas al moverse.

Yo solté un suspiro largo. Ya más relajada, me dirigí hacia la mesa que había a los pies de la escalera, pasando entre las dos facciones de hombres lobo y sus pistolas. Kisten seguía en medio de la sala y se me acercó cuando pasé junto a él. Se me puso de punta el vello de la nuca, pero era por los hombres lobo, no por él.

—Tengo esto controlado —dije en voz baja, apenas sin mover los labios—. ¿Por qué no te vas a seguir doblando servilletas?

—Ya lo veo —dijo, sonriendo a pesar de la tensión que albergaba su suave voz. Jenks bajó del techo y se unió a nosotros y, bajo su atenta mirada, me froté la frente con las puntas de los dedos. Mierda, me estaba empezando a doler la cabeza. No era eso lo que había planeado, pero ¿cómo iba yo a saber que ambos querían contratarme para que matase al otro?

—Creo que lo estás haciendo genial —dijo Jenks—. Hay dieciocho armas aquí dentro y todavía no han disparado ninguna. Diecinueve si cuentas la que tiene Patricia en la funda del muslo.

Agotada, miré atrás, adonde estaba la delgada mujer lobo. Sí, con esa falda tan corta una cartuchera de muslo iría muy bien.

Kisten me tocó el hombro.

—No pienso salir de esta habitación —dijo con sus ojos azules casi totalmente dilatados—. Pero es tu misión. ¿Dónde quieres que nos pongamos Steve y yo?

Yo aminoré el paso, contenta de ver que el señor Ray se había sentado frente a la señora Sarong. Eso sí, con metro y medio de separación entre ambos.

—¿En la puerta? —propuse—. Uno de ellos probablemente haya pedido refuerzos y no quiero que esto se convierta en un concurso de a ver quién trae a más gente.

—Hecho —dijo, y se marchó con una ligera sonrisa. Habló con Steve y el enorme vampiro salió al aparcamiento con un teléfono móvil en su inmensa mano, marcando un número.

Satisfecha, me dirigí a la mesa. ¿
Diecinueve armas
?, pensé, y se me hizo un nudo en el estómago. Qué bien. Quizá debería meterme en una burbuja, decir «Adelante» y declarar vencedor a quien siguiese de pie después de cinco minutos.

—Jenks —dije mientras me aproximaba a la mesa—, mantente alejado, ¿de acuerdo? ¿Entendido? Se supone que solo tenemos que ser yo y ellos. Nadie más.

Todavía revoloteando, se puso una mano en la cadera. Sus facciones angulosas parecían arrugadas y lo hacían parecer más mayor de lo que era.

—¡Nadie considera personas a los pixies! —protestó. Yo lo miré a los ojos fijamente—. Yo sí, y no sería justo.

Sus alas brillaron de vergüenza y satisfacción a la vez y desprendieron polvo. Asintió y se marchó a toda velocidad haciendo resonar sus alas de libélula.

Ya sola, cogí la silla que estaba de espaldas a la puerta de la cocina, segura de que nadie entraría por allí con Steve fuera. Podía sentir el aroma de la masa de pizza fermentando y el intenso olor de los tomates. Esa noche me apetecía pizza.

Me quité aquello de la cabeza, me centré, me puse el bolso en el regazo y lo abrí. Era agradable sentir el peso de mi pistola e intenté no pensar en las armas que el señor Ray y la señora Sarong probablemente llevaban encima.

—Primero —dije, temblando por dentro a causa de la adrenalina—, me gustaría darles el pésame a ambos por la pérdida de sus miembros de la manada.

El señor Ray, que estaba a mi derecha, señaló con grosería a la señora Sarong.

—No toleraré que acoses a mi manada —dijo con las mejillas temblorosas—. La muerte de mi secretaria fue una declaración absoluta de guerra. Algo para lo que estoy preparado.

La señora Sarong sorbió por la nariz y lo miró con desprecio.

—Asesinar a mi ayudante es algo intolerable. No voy a fingir que no has sido tú.

¡
Dios
!¡Ya estaban otra vez!

—¡¿Quieren dejarlo?! —exclamé.

Ignorándome, el señor Ray se apoyó en la mesa y se dirigió a la señora Sarong.

—No tienes pelotas para quitarme lo que es mío por derecho. Encontraremos la estatua y te arrastrarás a mis pies como la puta que eres.

¡
Vaya
!, pensé, y de repente lo entendí. Todo esto tenía que ver con el foco, no con que quisiesen matarse entre ellos. Miré a David, que tenía los labios apretados. Caso resuelto. Se estaban matando los unos a los otros.

Pero la señora Sarong se estaba llevando poco a poco la mano a la cintura y a la pistola de una sola bala que probablemente guardaba allí.

—Yo no maté a tu secretaria —dijo, intentando que Ray concentrase su atención en su cara y no en sus manos—. Pero me gustaría darle las gracias a quien lo ha hecho. Matar a mi ayudante para fingir que no tienes el foco te convierte en un cobarde. Si no puedes guardarlo con tu propia fuerza y tienes que recurrir al disimulo, no mereces tenerlo. De todas formas yo tengo más control sobre Cincinnati que tú.

—¡Yo! —gritó el indignado hombre lobo y, al oírlo, Steve entró para echar un vistazo rápido—. Yo no lo tengo, pero por mis muertos que lo conseguiré. Ni siquiera he empezado aún a ocuparme de tu manada infestada de perros, pero acabaré con cada uno de sus miembros si continúas con esta farsa.

Por el rabillo del ojo vi a David agarrar su pistola matavampiros con gesto amenazante. Las dos facciones se estaban poniendo nerviosas.

—Ya basta —dije, sintiéndome como la monitora del patio—. ¡Cierren los dos el pico!

El señor Ray se giró hacia mí.

—Tú, bruja, ¡eres una ramera ladrona y llorica! —exclamó el hombre lobo regordete, intentando afianzar su supremacía.

David levantó su rifle y los hombres lobo que habían traído como refuerzo empezaron a revolverse. Al otro lado de la mesa, la señora Sarong sonrió como el mismísimo demonio y cruzó las piernas, diciendo lo mismo que el señor Ray pero sin pronunciar una sola palabra. Aquello se me estaba yendo de las manos. Tenía que hacer algo.

Cabreada, me erguí e invoqué una línea. De inmediato mi cabello empezó a flotar y oí un murmullo de preocupación procedente del centro de la habitación. Me concentré en ellos dos, incapaz de romper el contacto visual.

—Creo que quería decir hechicera en lugar de ramera —dije con voz suave mientras movía los dedos fingiendo lanzar un hechizo de líneas luminosas. No era cierto, pero ellos no lo sabían—. Le sugiero que se relaje. Y lo de ese pez fue un rescate, no un robo. —Añadí, sintiendo que se me calentaba la cara. De acuerdo, quizá todavía tenía cargo de conciencia—. Son los dos unos idiotas —añadí mirando al señor Ray—. Matarse los unos a los otros por una mierda de estatua cuando ninguno la tiene es patético.

La señora Sarong carraspeó.

—¿Cómo sabes que él no tiene el foco? —dijo, alargando las palabras.

Se me pasaron por la cabeza un montón de respuestas, pero la única que creerían sería la que parecía más imposible.

—Porque lo tengo yo —dije, rezando para que aquella fuese la repuesta que me permitiese seguir respirando otro día más.

Mi declaración tuvo el silencio por repuesta. Luego el señor Ray se echó a reír. Yo di un respingo cuando dio una palmada en la mesa, pero la mirada de la señora Sarong estaba clavada en los hombres lobo que estaban a mis espaldas y se estaba poniendo pálida.

—¡Tú! —dijo el hombre lobo entre risotadas—. Si tú tienes el foco me comeré mis calzoncillos.

Yo fruncí los labios, pero la señora Sarong fue la siguiente en hablar.

—¿Te gusta la seda con kétchup, Simón? —dijo con acritud—. Porque creo que sí lo tiene.

El señor Ray dejó de reírse. Observó la palidez de la cara de la señora Sarong y luego me miró a mí.

—¿Ella? —dijo con descrédito.

Se me aceleró el pulso y me pregunté si habría cometido un error y si se aliarían para quitármelo antes de volver a enfrentarse de nuevo entre ellos.

—Mira su alfa —dijo la delgada mujer señalando con sus ojos a David.

Y todos lo miramos. David estaba medio sentado en una mesa con un pie apoyado en el suelo y el otro colgando. Tenía el abrigo abierto, mostrando su cuerpo escultural, y tenía el rifle en las manos. Sí, era una pistola grande pero, como había dicho Jenks, allí había otras diecinueve armas. Y aun así estaba consiguiendo mantener a dos manadas agresivas quietas y en silencio.

David siempre había sido un tipo impresionante, con la planta de un alfa y el misticismo de un solitario. Pero incluso yo podía notar el cambio en su actitud: no es que fuese capaz de dominar a otros hombres lobo, sino que esperaba que se subyugaran a él sin rechistar. Era la magia del foco corriendo por su interior. Había ganado el poder de la creación y, aunque había producido las muertes de inocentes, no reducía la magnitud de lo que aquello significaba.

—Dios mío —dijo el señor Ray mirándome con los ojos como platos—. Lo tienes tú. —Tragó saliva—. ¿De verdad lo tienes?

La señora Sarong había apartado las manos de su pistola y las había colocado sobre la mesa. Fue un movimiento de sumisión y me invadió un escalofrío. ¿
Qué he hecho
? ¿
Sobreviviré a esto
?

—Tú estabas allí, en el puente, ¿verdad? Cuando los hombres lobo de Mackinaw lo encontraron —dijo con frialdad.

Yo me incliné hacia atrás para poner distancia entre nosotros, pero lo que quería era salir corriendo.

—En realidad ya lo tenía antes —admití—. Yo había ido a rescatar a mi novio. —La miré fijamente a los ojos preguntándome si estarían un tanto desilusionados—. Al que ustedes creen que maté —añadí.

Me latió con fuerza el corazón cuando bajó la mirada por un instante y luego volvió a mirarme.
Que Dios me ayude
. ¿
En qué me he convertido
?

El señor Ray no estaba convencido.

—Dámelo —me pidió—. No puedes quedártelo. Eres una bruja.

Uno listo, ahora falta el otro
, pensé asustada, pero si daba marcha atrás ahora, conseguiría que mi vida terminase más rápido que si afirmaba públicamente tener aquella estúpida cosa.

—Soy su alfa —dije, haciendo un gesto con la cabeza para señalar a David—. Y eso significa que sí que puedo.

El hombre entrecerró los ojos. Puso una cara como si hubiese abierto un huevo podrido, y dijo:

—Te haré parte de mi manada. Esa es mi mejor oferta. Tómala.

—¿O la tomo o qué? —dije, permitiéndome un toque de sarcasmo en la voz—. Ya tengo manada, gracias. ¿Y por qué todo el mundo no para de decirme que no puedo hacer cosas? Lo tengo y ustedes no. No se lo pienso a dar. Fin de la historia. Así que ya pueden dejar de matarse los unos a los otros para intentar averiguar dónde está.

—Simón —dijo la señora Sarong con mordacidad—, cierra el pico. Lo tiene ella. Asúmelo.

Me hubiera gustado haber visto un cumplido en sus palabras, pero supuse que su apoyo solo duraría hasta que encontrase una forma de matarme.

El señor Ray la miró a los ojos y algo que no pude entender pasó entre ambos; David lo sintió. También todos los hombres lobo que estaban allí. Fue como una ola, y todos se relajaron. Me sentí mal cuando ambas manadas se movieron y guardaron todas las pistolas. Mi preocupación se acentuó.
Maldita sea. No me puedo permitir confiar en esto
.

—Yo no maté a tu ayudante —dijo el señor Ray, colocando sus gruesos brazos sobre la mesa.

—Yo no toqué a tu secretaria —dijo la mujer, mientras sacaba un espejo de bolsillo y se comprobaba el maquillaje. Cuando lo cerró de golpe, me miró fijamente—. Ni tampoco nadie de mi manada.

Estupendo
. Estaban hablando, pero no estaba segura de tener la situación bajo control todavía.

—Bien —dije—. Nadie va a matar a nadie, pero todavía tenemos dos hombres lobo asesinados. —Ambos me dedicaron plena atención y sentí un nudo en el estómago—. Miren —dije, muy incómoda—, alguien además de nosotros sabe que el foco está en Cincinnati y lo está buscando. Puede que sean los hombres lobo de la isla. ¿Alguno de ustedes ha tenido noticias sobre una nueva manada en la ciudad?

Mientras yo pensaba en Brett, ambos dijeron que no con la cabeza.

Vale. Fenomenal. Estamos igual que al principio
. Quería que se marchasen, así que me incliné hacia atrás como dándoles permiso. Había visto a Trent hacerlo un par de veces y al parecer a él le funcionaba.

—Entonces, seguiré buscando al asesino —dije mirando a sus matones—. ¿Podrán dejar de tirarse los trastos a la cabeza hasta que averigüe quién está haciendo esto?

El señor Ray resopló con fuerza.

—Lo haré si ella también lo hace.

La sonrisa de la señora Sarong era forzada y claramente falsa.

—Yo puedo hacer lo mismo. Tengo que hacer unas cuantas llamadas. Antes de la puesta de sol.

Miró a su hija. La joven se excusó y, teléfono móvil en mano, salió afuera. El señor Ray hizo un gesto y uno de sus hombres la siguió.

Me preguntaba qué habría planeado la señora Sarong para el atardecer. No me gustaba que se peleasen entre ellos, pero que colaborasen me gustaba todavía menos. Quizá había llegado el momento de cubrirme las espaldas.

—El foco está escondido —dije.
Más o menos
—. Está en siempre jamás —continué, y ambos me miraron. El señor Ray movía con nerviosismo los dedos.
Mentirosa
, pensé, sin sentir ni pizca de culpa—. Ninguno de ustedes puede encontrarlo, y mucho menos hacerse con él. —
Mentiiiiraaaa
—. Si me pasa algo, ninguno lo conseguirá. Si a alguno de mis amigos o familiares les ocurre algo, lo destruiré.

Siempre dispuesto a desafiar los límites de la manera más burda posible, el señor Ray gruñó:

—¿Y debería de tomarte en serio porque…?

Yo me puse de pie. Quería que se marchasen.

—Porque estaba dispuesto a contratarme para hacer algo que usted no podía hacer. Matar a la señora Sarong.

Ella le sonrió y se encogió de hombros.

Solo un poco más
, pensé,
y quizá pueda dormir esta noche
.

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