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Authors: Josephine Angelini

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Predestinados (11 page)

BOOK: Predestinados
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Ella se cruzó de brazos y miró hacia su izquierda, donde no había absolutamente nada, pero estaba demasiado avergonzada como para mirar a su padre a la cara. Podía controlar el miedo de ser perseguida por espíritus vengativos del Hades, pero no estaba dispuesta a tolerar que ese terror la convirtiera en una arpía. Fuera cual fuera la decisión del clan Delos, solo esperaba que la tomaran rápido. Empezó a balbucear una disculpa, pero alguien llamó a la puerta y se libró. Jerry fue a abrir la puerta y, después de unos segundos, llamó a su hija.

—¿Quién es? —quiso saber mientras se disponía a salir de la cocina. En la puerta principal había un repartidor cargado con bolsas y más bolsas de comida.

—Aquí dice que son tuyas —informó Jerry, quien sujetaba una nota con el nombre de Helena escrito.

—Pero yo no he encargado comida —notificó Helena al repartidor.

—El encargo se realizó a nombre de la señora Noel Delos, que nos pidió que se entregara a la señorita Helena Hamilton. Está todo pagado —añadió con ganas de marcharse.

Jerry le dio algo de propina al chico, agarró las bolsas de comida y las llevó a la cocina mientras Helena leía la nota.

Señorita Hamilton:

Te ruego que disculpes a mi hijo por el vergonzoso comportamiento que ha mostrado hacia ti en el supermercado esta tarde. Si no puedes aceptar una disculpa, por favor, acepta estas pocas cosas que te he enviado. Sé lo que es intentar preparar la cena sin tener los alimentos necesarios, aunque, por lo que parece, mi Lucas no lo entiende.

NOEL DELOS

Helena se quedó mirando la nota aun después de haberla leído un par de veces. El gesto le llegó al corazón. Le daba la impresión de que Noel Delos era distinta al resto de la familia, pero no sabía qué la diferenciaba.

—¿A qué se refiere con lo de «vergonzoso comportamiento», Lennie? —preguntó Jerry, que revisaba la nota por encima de su hombro. Helena conocía a la perfección ese tono de voz, entre indignado y enfurecido—.

¿Qué te ha hecho Lucas esta vez?

—No, papá, no ha pasado nada. Noel está exagerando —mintió Helena para quitar hierro al asunto.

—No podemos aceptar el regalo. Hay más de cien dólares en esas bolsas —discutió.

—Oh, ¡por el amor de Dios, papá! —protestó mirando al techo. Inspiró profundamente y dio una explicación—. De acuerdo, tú ganas. Lucas y yo hemos vuelto a pelearnos hoy en el supermercado, pero esta vez no hemos llegado a las manos. En fin, el caso es que él empezó la discusión y no pude comprar todas las cosas que necesitaba, y lo más probable es que uno de sus hermanos o primos le haya contado a su madre que no he podido hacer la compra, y por eso me ha enviado todas estas bolsas repletas de comida. Es más que evidente que es una bellísima persona, así que no quiero le digas nada al respecto. Y ahora, ¿podemos, por favor, por favor, dejar el tema?

—¿Qué demonios os pasa? —preguntó Jerry, atónito tras unos instantes de silencio absoluto—. ¿Estáis saliendo juntos? —preguntó aterrorizado.

Helena soltó unas risotadas.

—No, no estamos saliendo. Estamos intentando no matarnos. Y lo cierto es que, de momento, no está funcionando demasiado bien —respondió Helena confiando en que la verdad sería tan inconcebible que su padre se lo tomara a broma. Y desde luego, así fue.

Parecía afligido.

—Nunca has tenido novio. ¿Quizás ha llegado el momento de tener una charla sobre lo que hacen un hombre y una mujer cuando se aman?

—En absoluto, papá —respondió Helena, convencida.

—Bien —contestó más aliviado. De repente, se produjo un silencio extraño e incómodo—. Entonces… Podemos comernos todo eso, ¿verdad?

—Desde luego.

Helena dio media vuelta y se dirigió hacia la cocina mientras su padre de apresuraba hacia el comedor para sintonizar el canal de deportes, que jamás le decepcionaba. Helena preparó unas deliciosas
bruschettas
con sabrosa mozzarella de búfala, tomate fresco, perejil y unas gotas del exquisito aceite de oliva español que la señora Delos había incluido en las bolsas. Entonces pensó en su padre, en cómo ignoraba las fuerzas que estaban destruyendo la vida de su hija. Con todo lo que estaba sucediéndoles en aquellos momentos, sabía que, probablemente, no podría disfrutar de más noches de cena casera y partido de béisbol, aunque lo cierto era que la idea no le perturbaba tanto como hacía unos días. Si la familia Delos quería a Helena, vendrían a buscarla. Estaba harta de estar enfadada todo el tiempo. Luchar y matar o luchar y morir, la verdad es que no le importaba. Siempre y cuando pudiera mantener a su padre alejado de toda esa tragedia griega absurda, se enfrentaría a todo lo que se le cruzara en su camino.

V

Asistir al instituto la semana siguiente fue una tortura. El lunes, Helena procuró mantenerse lejos de la familia Delos, pero cada esfuerzo que hacía para evitar cualquier tipo de contacto parecía conducirla directamente hacia ellos. Llegó a la escuela más pronto de lo habitual para asegurarse de entrar antes que ellos, pero al asomarse por el aparcamiento avistó a los Delos apeándose del gigantesco todoterreno oscuro que había visto en el supermercado. Se apresuró en poner el candado a su bicicleta y coger las mochilas, pero las prisas solo le sirvieron para toparse con Jasón y Héctor. La joven aminoró el paso para dejar que ellos se adelantaran y, de forma casual, se colocó junto a Lucas, que estaba ayudando a su hermana pequeña a sacar el violonchelo del maletero. Helena dio un paso hacia delante y enseguida se encaminó hacia su bicicleta, donde se quedó esperando hasta que todos ellos hubieron desaparecido por la puerta de entrada de la escuela.

Ese mismo día consiguió un permiso que le autorizaba a almorzar fuera del comedor y cuál fue su sorpresa al encontrarse con Casandra practicando en silencio con su violonchelo en el patio. Al dar media vuelta para deshacer el camino, se topó de frente con Ariadna. Tras el roce físico, Helena notó un extraño picor en todo el cuerpo, como si se tratara de una reacción alérgica y, a pesar de pretender ser agradable y esbozar una sonrisa a modo de disculpa, Ariadna apretó los puños sin dejar de sujetar el estuche en el que guardaba su violín. Helena se tropezó en un intento de alejarse de ella mientras las dos murmuraban disculpas.

—A Cass y a mí nos han dado un permiso especial para salir al patio a ensayar. Estaremos aquí fuera a la hora del almuerzo los próximos días —explicó velozmente Ariadna evitando cualquier tipo de contacto visual mientras se distanciaba de Helena.

—Gracias —replicó Helena con los dientes apretados. Después volvió al interior de la cafetería para localizar a Claire.

—¿No íbamos a almorzar en el patio? —preguntó encaminándose hacia la salida. Reconoció a Ariadna y a Casandra allí fuera y se giró hacia Helena con una expresión incrédula en el rostro—. ¿Lo dices en serio? No tenemos que sentarnos en la misma mesa que ellas.

—Lo sé. Pero no quiero estar cerca de esas chicas. —Se defendió Helena mientras jugueteaba con el cierre de su fiambrera. Claire puso los ojos en blanco.

—Eh —saludó Matt cuando las alcanzó—. Pensé que salíamos hoy al patio. Hay muchas mesas libres… —Se quedó en silencio tras ver a las chicas Delos ensayando.

El chico se contuvo para no soltar un silbido dedicado al pronunciado escote de Ariadna, el cual impresionaba bastante teniendo en cuenta que la joven Delos lucía una camiseta de tirantes y estaba agachada en ese preciso instante. Helena sabía que estaba arruinando un momento de máximo placer visual para su amigo Matt, además de privar a Claire de tomar el sol, pero no era capaz de tomar el sol, tan cerca de ellas.

—Salid vosotros, chicos. Está bien —dijo Helena mientras les dejaba plantados en la puerta y se encaminaba sola hacia la cafetería.

—¡Lennie! ¿Qué demonios? —gritó Claire, algo frustrada—. ¿Podrías dejar de pensar con el culo?

La voz de Claire dobló la esquina y llegó hasta Helena. La palabra «
culo
» retumbó en los pasillos en el mismo instante en que Helena se encontró de frente con Héctor y Jasón, en las taquillas. Estaban charlando con Lindsey y una chica de último curso que era miembro del equipo de animadoras: Amy Heart.

Las dos adolecentes estaban utilizando la artillería pesada para conquistar a los chicos Delos. Lindsey y Amy cruzaron sus miradas y después se giraron a la vez para mirar a Helena con expresión de asco. Las furias empezaron a sollozar. Helena inspiró hondamente e intentó silenciar sus lamentos.

—Hola, Helena —saludó Héctor, con su voz optimista y con una mirada vacía, lo cual resultaba inquietante.

Notó que inclinaba su cuerpo ligeramente hacia delante, como si no pudiera evitar querer llegar hasta ella para agarrarla. En broma, Jasón golpeó a su hermano en el pecho con muchísima más fuerza de la que personas normales como Amy y Lindsey pudieran imaginar.

—No seas maleducado.

—Solo estaba diciéndole hola a Helena. Hola, Helena. Helena Hamilton, hola. ¿Has estado hace poco por Sconset? —Se burló.

—No, no ha estado por allí —respondió de manera inesperada Lucas, que acababa de aparecer detrás de ella. Helena dio media vuelta y le fulminó con la mirada—. De lo contrario, yo lo sabría —añadió con un susurro tan suave que habría pasado desapercibido por cualquier mortal, pero Helena lo oyó alto y claro.

De repente, decidió que ya había tenido suficiente intimidación por un día. Acosada por las furias, dio un pequeño paso hacia Lucas, quien, en ese instante, inhaló profundamente para aguantar la respiración. Fue en ese preciso momento cuando Helena entendió que a Lucas también le había costado un esfuerzo tremendo deshacerse del perfume de ella después de sus pequeñas volteretas y retozos en el jardín de la mansión de los Delos. La idea la alegró tanto que incluso estuvo tentada a soltar una carcajada.

—Dile a Noel que el aceite de oliva que me envió es el mejor que jamás he probado —agradeció Helena con una sonrisita perversa.

Lucas abrió los ojos de par en par, dejando al descubierto su miedo y, sin saberlo, demostrando a Helena que estaba en lo cierto. Su madre era distinta al resto de la familia.

—Dile que si quiere probar mi deliciosa
bruschetta
está más que invitada.

Luca hizo un amago de aproximarse a la chica, pero, de una manera inexplicable, Jasón apareció junto a ella y la empujó con sumo cuidado hacia un lado al mismo tiempo que arrastraba por la fuerza a Lucas hacia las taquillas. Helena no dudó en aprovechar la oportunidad para escapar de allí, pero no sin antes lanzar un último disparo.

—Saluda a tu tía de mi parte —murmuró Helena imitando el tono amenazador que había utilizado Héctor.

No se paró ni para escuchar la respuesta. Mientras caminaba con tranquilidad por el pasillo, la joven Hamilton podía notar las miradas de los chicos Delos clavadas en su espalda, pero lo cierto era que aquello no la ponía ni un poquito nerviosa. Estaba tan orgullosa de sí misma que incluso olvidó caminar con los hombros caídos y sin apartar los ojos del suelo.

El martes no fue mucho mejor, pero al menos Helena dejó de alterar sus horarios para evitar a los Delos. En cambio, ellos modificaron sus agendas para esquivarla durante todo el día y, al igual que había sucedido el día anterior, no funcionó en absoluto. Daba la sensación de que cada vez que doblaba la esquina de un pasillo tenía que chocar con alguno de ellos. Para empeorar aún más las cosas, sus amigos empezaban a mostrar cierto recelo hacia ella. Claire opinaba que su mejor amiga se comportaba como una blandengue sin carácter. Matt adoptaba un semblante huraño y enfurruñado al comprobar que Helena se estremecía casa vez que miraba a Lucas.

El miércoles, el clan Delos cambió de estrategia. A primera hora de la mañana, Helena fue hacia su taquilla y se sorprendió al descubrir a Jasón apoyado en la pared como si le hubieran colocado allí para decorar el pasillo. Estaba esperándola. El cuerpo de aquel chico parecía estar hecho para holgazanear, como si fuera capaz de desperezarse y echar una cabezadita en cualquier momento del día, como si fuera un gato. Lucía una figura más esbelta que su hermano y que su primo; de hecho, cuando estaban los tres juntos, el parecía un enclenque, de la misma forma en que una pantera aparenta ser pequeña al compararse con un león o un toro. Sin embargo, ahora que no estaba rodeado de sus familiares, parecía enorme. Helena no se amedrentó y continuó su trayecto hacia las taquillas. Cuando Jasón la miro, se percató que tenía las pestañas más largas que jamás había visto en un chico.

—¿Tienes un segundo? —le preguntó un tanto rígido pero con buenos modales.

Helena advirtió que el joven Delos estaba concentrado, posiblemente para intentar silenciar con todas sus fuerzas a las furias, que no cesaban sus lamentos.

—De acuerdo —aceptó sin apartar la mirada del suelo.

Los alumnos que tenían sus taquillas cerca de la de Helena estaban tomando su tiempo para recoger el material que necesitaban. Helena deseaba con todas su fuerzas que se largaran de allí, pero ningún estudiante del instituto Nantucket dejaría pasar la oportunidad de disfrutar de una posible pelea.

—Algunos de nosotros consideramos que sería buena idea limar asperezas —explicó rápidamente, como si quisiera terminar la conversación lo antes posible. Helena meditó la respuesta durante unos instantes.

—¿Algunos de vosotros? ¿Insinúas que todavía no habéis tomado una decisión unánime? Respecto a mí, claro —apuntó Helena.

—No, lo siento —se disculpó, entendiendo de inmediato el comentario de Helena—. Pero creemos… Bueno, algunos creemos que al menos deberíamos ser más amables entre nosotros.

—Te confieso que no veo la manera de conseguirlo, ¿y tú? —quiso saber Helena, sin pretender ser hostil pero incapaz de callarse.

En ese instante se oyó chasquear la lengua a modo de desaprobación a una de las chicas que pululaba perdiendo el tiempo a su alrededor.

—Lo único que te pedimos es que seamos amigos. O, al menos, dejar de ser enemigos. Piénsalo —dijo antes de irse.

Con tanta gente a su alrededor vigilando cada uno de sus movimientos, Helena tardó una eternidad en abrir su taquilla; hasta tres veces tuvo que introducir la llave en la cerradura. Tras haber consumido toda su energía en no atacar a Jasón, mientras este se alejaba con lentitud y sosiego, ya no le quedaba ni una gota de paciencia, Quería gritar a todos aquellos que la juzgaban, pero eso jamás pasaría. ¿Qué les podía decir? «Por lo general no soy una mala pécora, pero tres espíritus con lágrimas sangrientas me acosan constantemente hasta el punto de no dejarme dormir por las noches, así que me he vuelto un poco gruñona.»

BOOK: Predestinados
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