Predestinados (12 page)

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Authors: Josephine Angelini

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: Predestinados
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A la hora del almuerzo, Helena se quedó paralizada al comprobar que Ariadna y Casandra estaban sentadas en la misma mesa que sus amigos. Desde lejos ya notó que Matt tenía las mejillas sonrosadas por el esfuerzo que suponía reprimir sus hormonas. Lindsey y Zach, que jamás se habían dignado sentarse en la misma mesa que ella, también estaban allí, lamiéndoles el culo a las dos nuevas chicas populares del instituto.

Desde la puerta del comedor, Helena titubeó durante un instante, cavilando la posibilidad de escabullirse sin ser vista, pero Ariadna enseguida la vio y le hizo un gesto con la mano, invitándola a sentarse con ellos.

Durante el incómodo almuerzo, Ariadna se mostró tan amable como pudo con Helena; las sonrisas de Casandra eran quebradizas, pero le dedicó muchísimas. A pesar de aquella tentativa genuina de establecer una amistad, la insoportable presencia de las furias, que merodeaban a su alrededor, inquietaba a Helena sobremanera. Su comportamiento, algo malhumorado e irritable, escandalizó a Lindsey y preocupó a Claire. Al salir de la cafetería, su mejor amiga, se llevó a Helena aparte.

—¿Te morirías si intentaras ser simpática? —le preguntó.

—No te imaginas cuánto me estoy esforzando —respondió Helena con la boca pequeña.

—Pues esfuérzate más. Estás quedando como una esnob de primera y sé que no lo eres, así que, por favor, no te conviertas en una —explicó Claire tras la protesta de su amiga—. Deduzco que está pasando algo raro, algo que no quieres contarme. Y no me importa. Pero tienes que empezar a aparentar que te caen bien; de lo contrario, gentuza de la talla de Lindsey y Zach se asegurarán de amargarte bien la vida hasta el día de la graduación.

Helena asintió sumisamente. Era consciente de aquel buen consejo, pero su vida ya era desdichada sin tener que adular a la familia Delos. Aún así, al día siguiente hizo todo lo posible por sonreír cada vez que se cruzaba con Ariadna y Jasón en los pasillos. A decir verdad, el gesto no era natural y agradable, sino que más bien se parecía a una mueca dentuda, pero los mellizos lo recibían encantados.

Con Héctor era distinto, por lo visto, él no compartía la idea de procurar llevarse bien y tras otro angustioso día intentando esconder el estremecimiento que le recorría el cuerpo cada vez que veía a Lucas, Helena se cruzó con él de camino al entreno.

Como si unos cables tiraran de él, Héctor cambió de rumbo e intentó perseguir a Helena. La llamó en voz baja, como si tarareara una canción para sí mismo. Helena miró a su alrededor en busca de otra persona, de un testigo. Cuando avistó a un grupo de chicas que se dirigían hacia ella, Helena suspiró con tranquilidad. Todas observaron atónitas que Helena prácticamente huía de Héctor y analizaban sus movimientos como si fuera un bicho raro con cuernos. La mayoría de las alumnas se lanzarían a los brazos de Héctor si él les sonriera de aquella manera.

El jueves no logró conciliar el sueño toda la noche por los constantes gemidos de las furias, como si algún miembro del clan Delos estuviera cerca. Al día siguiente, tuvo que madrugar para llevar a Kate y Jerry al aeropuerto. Iban a tomar un vuelo a Boston para asistir a una conferencia para pequeños empresarios que duraría todo el fin de semana. Helena estaba encantada con la idea, ya que le apetecía pasar unos días sola.

Entre la falta de sueño y el hostigamiento diario, estaba para el arrastre. Solo tenía que sobrevivir un día más en el instituto y después podría tirarse en la cama y esconderse allí hasta el lunes. Quizás, al fin, podría incluso quedarse dormida.

Por desgracia, descubrió que lo que ella contemplaba como la línea de meta del viernes, se había transformado en un cable detonador. Al principio, no entendía por qué todo el instituto se tropezaba con ella continuamente, de modo que dio por supuesto que se trataba de una nueva moda de la cual no tenía constancia, hasta que Claire empezó a gritarles a todos que la dejaran en paz. Hasta entonces, Helena no había prestado atención a los comentarios que escupía la gente cada vez que chocaba con ella a propósito.

Estudiantes con las que jamás había cruzado una sola palabra le susurraban insultos tales como «zorra» o «guarra » al pasar junto a ella en el pasillo. Durante todo el día, oyó un insulto detrás de otro. En tres ocasiones distintas la joven se vio obligada a correr al baño de chicas a esconderse. A pesar de haber pasado un día entero sin ver a ningún miembro de la familia Delos, Helena Hamilton se había convertido en el centro de la diana de sus compañeros, el blanco perfecto. Horas más tarde, mientras se cambiaba en el vestuario para entrenar, tenía los nervios tan destrozados que no sabía si iba a llorar o a vomitar. Una vez en la pista, notó que las piernas le flaqueaban, pero aún así alcanzó a su mejor amiga. Menos mal que las otras chicas del equipo optaron por mantenerse alejadas mientras avanzaban corriendo por la pista.

—Pero ¿qué más les da? —exclamó Helena, hundida—. ¿Qué importa si me caen bien los Delos o no?

—Ese no es el meollo del asunto —informó Claire con tono dulce.

—¿De qué te has enterado? —preguntó, desesperada por conocer la respuesta.

—Pues me ha llegado el rumor de que Lucas y Héctor están peleándose por ti y ahora todas las chicas te odian —explicó Claire con la esperanza de que el chisme fuera ridículo, pero no estaba segura de que lo fuera.

—Estás de broma ¿verdad? Claire meneó la cabeza.

—Por lo que tengo entendido, se pelearon a puñetazo limpio ayer después de clases, durante el entrenamiento de fútbol. Por eso, hoy no han venido al colegio. Los han expulsado.

—Pero ¿qué ocurrió? —demandó Helena asombrosamente calmada.

—Lucas vio a Héctor siguiéndote hacia el vestuario de las chicas y empezó a gritarle que se alejara de ti. Imagino que dijo algo así como que eras suya —informó Claire con aire tímido. Lucas en realidad se había referido a ella como la presa a la que se disponía matar en cualquier momento, pero eso no podía explicárselo a su amiga.

—¿Todas las chicas me desprecian porque Lucas es un pirado que me acosa? ¿Cómo puede ser? Le odio —afirmó con vehemencia. Se produjeron unos instantes de silencio y, de repente, le vino otra idea a la cabeza —. Un momento. Esa historia solo justifica que las chicas me detesten. Hay algo más, ¿a que sí?

—No lo sabes bien. Lo cierto es que no solo los han expulsado —continuó Claire con el ceño fruncido—. Zach me ha contado que Héctor y Lucas empezaron a actuar como dos desequilibrados mentales delante del equipo de fútbol, de los entrenadores y, bueno, al fin y al cabo, delante de todo el mundo. Fue horroroso. Una pelea a vida o muerte. Jasón se entrometió e intentó separarlos, pero ya era demasiado tarde. Y… Bueno… Los han echado del equipo de fútbol. Por eso toda la escuela te odia, incluidos los chicos —dijo como si hubiera llegado a la conclusión de su historia —. Por lo visto, los tres Delos son unos atletas increíbles que dejarán huella en la historia del fútbol americano y todo el instituto te culpa por haber echado a perder la única oportunidad de Nantucket de ganar un campeonato.

—¿Me estás tomando el pelo? —farfulló Helena—. La familia Delos me está arruinando la vida.

En lo más profundo de su autocompasión, se dio cuenta de que ella también estaba destrozando la vida de aquella familia. Llevaban tan solo dos semanas en el pueblo y los tres chicos ya destacaban por sus problemas disciplinarios. Si seguían así, los expulsarían definitivamente de la escuela y, si eso ocurría, ¿adónde irían? Se verían obligados a viajar a tierra firme cada mañana, porque en la isla solo había un instituto. Todo aquello había sucedido después de que acordaron intentar llevarse bien: la gente del instituto que incordiaba a Helena, la pelea, la expulsión.

De pronto, se sintió horrorizada. Aunque lograra controlar la ira y el clan Delos dominara la rabia, las furias jamás les permitirían coexistir. La pelea en la que se enzarzaron Lucas y su primo demostraba que si no hostigaban a Helena, los chicos Delos empezarían a acosarse y a perseguirse entre ellos. No había una solución del tipo vive y deja vivir. Por algún motivo que Helena aún no lograba comprender, las furias exigían un baño de sangre a cualquier precio.

—¿De veras no estás saliendo con Lucas? —preguntó Claire con suma cautela. Helena se despertó de repente de su ensoñación taciturna.

—¿Que si estoy saliendo con él? Cada vez que lo miro quiero arrancarme los ojos —respondió Helena con sinceridad.

—¡Ahí! ¡Justo ahí es donde quería yo llegar! —gritó Claire—. Jamás habías odiado a nadie de esa manera, ni siquiera a Lindsey, que te ha tratado como un felpudo desde quinto curso. Tú sencillamente te alejaste de ella como si nada, y eso que erais como uña y carne, tan inseparables como nosotras. Pero ¿todo este asunto de Lucas? ¡Está consumiéndote! Desde que esa familia se trasladó a la isla, andas todo el día enfurruñada y, perdona, pero no lo entiendo. La única explicación razonable es lo que todo el mundo comenta —puntualizó Claire tras detener la carrera.

—¿Y qué es lo que se supone todo el mundo comenta? —quiso saber Helena parándose también en seco. Claire reanudó la marcha, pero su amiga en seguida la frenó, pues necesitaba una respiración de inmediato— . ¿Que comentan? —repitió.

Claire suspiró y, sin dar más rodeos terminó con la cuestión.

—Que tú y Lucas os conocisteis por casualidad en la playa antes de empezar las clases y os acostasteis juntos. Luego, te mintió diciéndote que estaba aquí de vacaciones y que por eso no te llamaría nunca. Por eso te dio un ataque cuando le viste en el pasillo, porque te utilizó a sabiendas de que tú estabas perdidamente enamorada de él.

—Guau. Menudo drama —dijo Helena mostrándose indiferente.

—Sí, pero ¿es cierto? —suplicó Claire. Helena suspiró y rodeó a su amiga con el brazo, invitándola a dar un paseo.

—Primero de todo, nunca había visto a Lucas antes del encontronazo en el pasillo. Ni hablar de lo de habernos acostado. En segundo lugar, si hubiera besado a otro chico hubiera corrido a contártelo ipso facto, sobre todo, después del desastre con Matt. Tercero, y seguramente más importante, Lindsey y yo jamás fuimos inseparables. Tú siempre has sido mi mejor amiga, Risitas —la aduló, y no dejó de abrazarla hasta que esta se rindió y esbozó una sonrisa—. Sé que he estado muy rara últimamente, y lo siento. Me están pasando cosa muy extrañas que me encantaría contarte, pero aún no he logrado entenderlas. Así que, por favor, de rodillas te pido, no te vayas de mi lado, aunque esté enfadada y amargada todo el tiempo.

—Sabes que siempre estaré a tu lado, pero ¿quieres que te sea sincera? —añadió Claire mirando a su amiga con detenimiento—. Sé que esperas que te muestre mi apoyo incondicional diciéndote que esto no es nada y que todo el instituto lo olvidará en un santiamén, pero no puedo. Lo cierto, es que no sé cómo puede mejorar tu situación y estoy muy preocupada por ti.

Después del entrenamiento de atletismo. Helena se encaminó hacia la tienda para trabajar. Se había ofrecido para sustituir a Louis esa noche, ya que, como Kate y Jerry estaban en Boston, el pobre chico pasaría un fin de semana maratoniano atendiendo mañana y tarde a los clientes. Así que Helena pensó que Louis se merecía, al menos, una noche completa de descanso.

Las noticias sobre su descontrol sexual recorrieron cada rincón de la isla, así que todo cliente que entraba en la tienda la miraba como un bicho raro. Sin embargo, tenía demasiadas cosas que hacer y asuntos que atender como para que un puñado de pueblerinos la sacara de sus casillas. Cuando al fin acabó de limpiar y ordenar el almacén, dejándolo todo listo para Louis, ya era más de medianoche.

Tras cerrar con llave la tienda, Helena fue hacia el
Cerdo
con las llaves en la mano. Durante unos momentos, se puso en guardia y buscó atentamente alguna señal que indicara peligro, pero tras arrancar el coche e iniciar el trayecto que la llevaría a casa, se relajó. Fue prudente y cautelosa, pero no sirvió para nada. Justo después de aparcar el vehículo, alguien se abalanzó sobre ella.

Lo primero que sintió fue agradecimiento. Al menos la maña Delos había esperado a que Jerry saliera de la escena antes de venir a matarla. Un brazo fuerte y enjuto la agarró por el cuello para tirar de ella mientras, al mismo tiempo, la forzaba a arrodillarse frente a la entrada de su casa. Apenas podía respirar, y no podía ver quien la estaba atacando. Se preguntaba quién habría ganado la apuesta en que ella era el premio, ¿Lucas o Héctor? La falta de oxígeno le empezaba a nublar la vista. En ese instante se imaginó a su padre llegando a casa y encontrando su cuerpo sin vida en la entrada y, de inmediato, supo que tenía que defenderse e intentar enfrentarse al atacante. No podía permitir que Jerry perdiera otra persona querida. Jamás lo superaría.

Helena dobló el brazo y atizó un codazo en el plexo solar de su atacante, dejándole así sin aire en los pulmones. Oyó que su agresor respiraba con dificultad al mismo tiempo que la arrojaba hacia el jardín. Se arañó las palmas de las manos al intentar frenar la velocidad con la que se arrastraba con el suelo. Tomó aliento antes de alzar la vista y sorprenderse al comprobar que el agresor no había saltado sobre ella para sujetarla.

Lucas la miraba fijamente. Tenía a su primo Héctor agarrado por la camiseta, impidiendo así que hiciera algo estúpido. Le pareció extraño que Héctor desviara la mirada hacia otro lado como si evitara mirarla. Apenas tuvo tiempo de asimilar esto cuando Lucas habló. Al articular la primera palabra, las furias empezaron a aullar detrás de él. Se preguntó por qué habían tardado tanto en hacer su aparición estelar, pero no tuvo tiempo de mortificarse.

—¡Jasón! ¡Ariadna! Traedla con vida —ordenó haciendo especial hincapié en las palabras «
con vida
» mientras lanzaba una miraba una mirada deliberada a Héctor.

Los gemelos salieron rápido donde miraba Héctor. Helena tardó una milésima de segundo en levantarse de un brinco y correr para salvar su vida.

Nunca antes había intentado correr a toda velocidad; siempre había sabido que si lo probaba, descubriría que cada atrocidad que pensaba sobre sí misma era verdad. Monstruo, bicho raro, animal, bruja; si se dejaba llevar y se liberaba de sus propias ataduras, toda la lista de nombres que se había susurrado cada vez que hacía algo humanamente inverosímil saldría a la superficie a borbotones. Pero cuando oyó a Héctor gruñir su nombre, no pensó en las consecuencias de correr tan rápido como sus piernas le permitían. Sencillamente, lo hizo.

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