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Authors: Josephine Angelini

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Predestinados (8 page)

BOOK: Predestinados
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—No creo que pueda sobrevivir a esto —murmuró ella. Claire le puso una mano en la espalda y la empujó.

Cada vez que la mirada de alguno de sus compañeros aterrizaba en ella y la reconocían, Helena sentía que el ataque de pánico estaba cada vez más cerca. ¿Su penúltimo año de instituto iba a ser así de angustioso? Probó de mimetizarse con la sombra de su mejor amiga, pero enseguida se dio cuenta de que si lo buscaba era cobijo, tendría que encontrar amigos más corpulentos que Claire.

—¡Deja de pisarme los talones! —se quejó Claire—. ¿Por qué no te escondes en clase de Hergie mientras cojo tus cosas de la taquilla?

Agradecida, Helena se inmiscuyó en el aula de tutoría y se apoyó sobre su pupitre. El señor Hergeshimer le preguntó si se encontraba mejor y, al oír que estaba bien, la ignoró por completo. Helena le hubiera besado por ese detalle.

Matt la saludó con una mano y se sentó sin dedicarle ni una palabra. Helena adivinó, y no se equivocó, que su mejor amiga había amenazado a Matt, obligándole a actuar como si nada hubiera sucedido; pero el chico no podía reprimirse y la miraba de reojo de vez en cuando, lo cual demostraba que seguía preocupado por ella. Helena le dedicó una cariñosa sonrisa y, al parecer, su amigo se quedó más tranquilo. Zach, en cambio, decidió mirar por la ventana en cuanto se sentó, para evitar mirar a Helena.

Logró sobrevivir el resto de la mañana sin sufrir ningún incidente; hasta la hora del almuerzo. De camino a la cafetería del instituto, se percató demasiado tarde de que estaba muy cerca de la taquilla de Lucas. Estaba a punto de dar media vuelta y tomar otro camino, lo cual era absurdo además de ridículo, ya que para ello tendría que rodear el edificio, pero alguien detectó su incertidumbre.

Lindsey y Zach la vigilaban sin quitarle ojo de encima mientras Helena titubeaba de manera indecisa en la mitad del pasillo. Estaban frente a sus respectivas taquillas que, por casualidad, eran las de al lado de las de Lucas y Jasón. De repente, le vino a la memoria la imagen de Lindsey y de Zach el día anterior, estupefactos y petrificados observándola mientras ella intentaba asfixiar a Lucas. Era lógico que sus taquillas estuvieran juntas, ya que estaban ubicadas por orden alfabético, B de Brant, C de Clifford y D de Delos; sin embargo, Helena maldecía y culpaba a su mala suerte por el hecho de que los estudiantes más populares de su curso hubieran sido testigos de primera mano de su momento de máxima humillación.

No tenía elección: debía pasar por delante de todos ellos. Lindsey y Zach no dijeron ni mu y, a decir verdad, sus caras no mostraron expresión alguna cuando Helena se arrastró a toda prisa por su lado, con los hombros tan encogidos que prácticamente le rozaban las orejas. Al menos Lucas no estaba allí, pensó mientras entraba en la cafetería.

—¡Ponte derecha! ¡Vas a provocarte escoliosis! —la reprendió Claire cuando llegó a su mesa.

—Lo siento, pero es que he tenido que pasar por delante de la taquilla de él —explicó Helena en voz baja. Matt, como respuesta, dejó escapar un sonido de indignación.

—Sosiégate, Lennie —espetó su amigo con brusquedad—. Hoy no han venido al colegio.

—Supuestamente se han tomado el día libre porque la tía, el mayor de los hijos Delos y su padre al fin han aterrizado en la isla esta mañana —aclaró Claire.

—Oh, genial; justo lo que me faltaba —musitó Helena—. Otro más.

—Se llama Héctor. Es estudiante de último curso —añadió su amiga con amabilidad.

Claire no sospechaba que al pronunciar su nombre en voz alta le hacía un flaco favor a Helena, puesto que, por alguna razón inexplicable, su amiga empezó a sentirse irritada y molesta otra vez.

—No se sabe nada de él. Lo más seguro es que Zach me llame con algunas novedades este fin de semana —informó Matt encogiéndose de hombros—. Siempre sabe dónde está todo el mundo y qué está haciendo.

El resto del día pasó sin pena ni gloria, aunque tras saber que no iba a toparse con ninguno de los chicos Delos, ni con ninguna aparición espectral, se sintió aliviada. De hecho, durante el entrenamiento incluso empezó a animarse mientras corría entre la niebla y chapoteaba sobre charcos fangosos con Claire. La entrenadora Tar no hizo comentario alguno sobre la marca tan pobre de Helena, pero sabía que aquello no se alargaría mucho más. Necesitaba ganarse esa beca, y la entrenadora no iba a olvidarse con tanta facilidad.

Había conseguido escabullirse durante todo el día, esquivando miradas y comentarios. Cuando Helena llegó al trabajo por la tarde, mucho más tranquila, se percató de que la tienda estaba repleta de niños del colegio que habían entrado a comprar algún que otro caramelo o una lata de refresco.

—¿Por qué no vas a la trastienda y me echas una mano con el almacén? —le pidió Kate mientras le daba un suave codazo en el brazo—. Dejarán de venir para quedarse embobados y boquiabiertos si creen que te has marchado.

—¿Acaso no tienen nada mejor que hacer un viernes por la noche? —preguntó desesperada.

—Pero, bueno, ¿en qué isla has crecido tú? —le respondió Kate con ironía. Helena apoyó la frente en el hombro de Kate durante unos instantes y después se incorporó—. Deberías hacer también el inventario. Y tómate el tiempo que necesites —añadió Kate mientras Helena se dirigía hacia la trastienda.

Hacer inventario no solía ser la tarea predilecta de Helena, pero sin duda, esta noche se había convertido en su favorita. Estuvo tan ocupada contando cada objeto de la tienda que, antes de que se diera cuenta, ya estaban iniciando el ritual de recoger y echar el cierre.

—Así pues, ¿qué ha pasado exactamente entre tú y ese chico, Lucas? —inquirió Kate sin apartar la vista del montón de facturas que se disponía a clasificar.

—Ojalá lo supiera —suspiró Helena al mismo tiempo que se apoyaba en el mango de la escoba.

—Todo el mundo cuchichea sobre vosotros. Y no solo los niños —agregó Kate con una sonrisa picarona—. Así que dime, ¿qué pasa?

—Mira, si tuviera una explicación para ello, créeme que estaría pregonándola a los cuatro vientos por las calles. No tengo ni la menor idea de por qué le ataqué —confesó Helena—. Y, por si fuera poco, lo de ayer no es lo peor de todo.

—Oh, vas a tener que explicarme eso, jovencita —dijo Kate apartando las facturas—. Venga, dímelo. ¿Qué es lo peor de todo?

Helena sacudió la cabeza y empezó a barrer la tienda sin ton ni son.

Oía una vocecita en el interior de su cabeza que le murmuraba cosas como «bicho raro», «monstruo» o incluso «bruja». A pesar de silenciarla con destreza, en un momento u otro la voz siempre regresaba.

Descubrir que en realidad era alguna de esas cosas lo que más le aterrorizaba era lo peor de toda aquella historia.

—No es nada —respondió incapaz de alzar la vista.

—Que no hables del asunto no implica que se esfume como si nada, ya lo sabes —insistió Kate.

Helena sabía que tenía razón y que podía confiar en Kate. Además, necesitaba hablar con alguien sobre aquel tema o enloquecería por completo.

—Tengo pesadillas. En concreto, me persigue una que se repite una y otra vez. Parece real, como si me trasladara a otro lugar mientras duermo.

—¿Y adónde vas? —preguntó Kate con tono amable mientras salía de detrás del mostrador e impedía a Helena seguir barriendo la tienda.

La chica evocó aquel mundo desamparado y estéril por el que había merodeado durante las últimas noches.

—Es un lugar árido. Todo es de color blanquecino y anodino. Oigo el murmullo del agua a lo lejos, como si hubiera un riachuelo en alguna parte, pero no puedo alcanzarlo. Es como si intentara encontrar algo, o eso creo.

—¿Con que un paisaje desértico, eh? Es algo muy habitual en el imaginario de los sueños —le aseguró Kate—. Aparece en todos los libros de interpretación de sueños, y todos los países que he visitado narran pesadillas como la tuya.

Helena tragó saliva, algo frustrada, y asintió con la cabeza.

—Sí, pero cuando me levanto por la mañana mis pies…

La joven se frenó rápidamente al darse cuenta de que sonaba como una chiflada. Kate la observó con detenimiento durante un momento. —¿Eres sonámbula, cielo? ¿Es eso? —le preguntó Kate tomándola por los hombros para zarandearla, obligándola así a mirarle a los ojos.

Helena levantó las manos y sacudió la cabeza.

—No sé lo que me pasa. Pero me despierto agotada, Kate —admitió mientras unas lágrimas se deslizaban por su rostro—. Aunque consigo conciliar el sueño, me levanto con la sensación de haber estado corriendo durante horas. Creo que me estoy volviendo loca —reconoció antes de dejar escapar una risa nerviosa.

Kate la envolvió en uno de sus abrazos con aroma a bizcocho.

—No te preocupes. Ya lo resolveremos —la alentó con ternura—. ¿Ya has hablado con tu padre sobre esto?

—No. Y tampoco quiero que tú lo hagas —insistió Helena mientras retrocedía para mirar a Kate, quien la observaba con una mirada inquisitiva—. La semana que viene, si aún estoy pirada, se lo contaré, pero creo que ya hemos tenido suficiente dramatismo esta semana.

Kate asintió con la cabeza.

—Cuando decidas que estás preparada para contárselo a tu padre, estaré allí, a tu lado. Mi pequeña
crazy
—bromeó, y ambas esbozaron una sonrisa.

Helena agradecía tener a alguien como Kate, alguien que la escuchara con seriedad cuando lo necesitaba y que dejara esa prudencia a un lado en el momento apropiado.

—Creo que deberíamos marcharnos y dejar el resto como está —añadió antes de volver a estrecharla entre sus brazos—. ¿Lista para irnos? —preguntó mientras guardaba el dinero en la caja fuerte que había detrás del mostrador.

Helena guardó la escoba y se dirigió hacia la puerta trasera de la tienda. Tras apagar las luces, cerró con llave y siguió a Kate, que caminaba por el callejón hacia su coche con las llaves tintineando en la mano.

Ninguna de las dos oyó ruido alguno. De pronto, tras un débil destello de luz azul, Helena comenzó a ver borroso y a percibir un extraño olor. Aquel aroma, una mezcla de cabellos chamuscados y ozono viciado, le resultaba nauseabundo a la vez que familiar. En ese preciso instante, Kate se desplomó sobre el suelo como si de una marioneta a quien le han cortado los hilos se tratara. Siguiendo su instinto, Helena estiró los brazos para intentar evitar que su amiga se hiciera daño al toparse con el suelo, de forma que el agresor, desde atrás, aprovechó la oportunidad para cubrirle la cabeza a Helena con una bolsa oscura.

Estaba tan sobresaltada que no era capaz de gritar. En el momento en que se apoyó sobre el pecho de su atacante, supo que se trataba de una mujer.

Helena era consciente de su fortaleza: no era la de una chica, sino la de un oso. Flexionó las rodillas y apoyó con seguridad las plantas de los pies en la acera, preparada para darle a su raptora el susto de su vida. Dobló la espalda e intentó deshacerse de los brazos de su atacante, pero cuál fue su sorpresa al averiguar que la mujer desconocida era tan increíblemente fuerte como ella. Helena tenía las de perder.

Las suelas de las zapatillas de deporte se resquebrajaron bajo la presión de los pies de Helena, quien seguía intentando quitarse de encima a su raptora. Dio un paso hacia delante y después otro, avanzando descalza con dificultad mientras arrastraba a la mujer con ella. Helena oyó un grito ahogado y acto seguido la atacante la soltó sin más.

Mientras forcejeaba con la bolsa de terciopelo negro que seguía cubriéndole la cabeza, distinguió una rápida sucesión de bofetadas, golpes secos y jadeos de aturdimiento. Tras una ráfaga de aire y un sonido entrecortado, como si alguien se alejara a gran velocidad, la joven se quitó la capucha y se apartó el cabello de la cara.

Lucas Delos estaba frente a ella, con el cuerpo en tensión y escudriñando el horizonte en busca de algo que Helena, desde su posición, era incapaz de divisar.

—¿Estás herida? —le preguntó con voz temblorosa sin apartar la vista de la lejanía. Tenía el labio manchado de sangre y la camisa hecha jirones. Helena dudó durante unos instantes en decirle que se encontraba bien, pero entonces oyó los susurros de las hermanas lamentándose.

Lucas bajó la vista y en cuanto su mirada gélida se cruzó con la calidez de los ojos castaños de la chica, ella sintió un escalofrío que le recorrió las piernas. Helena se puso de pie de un salto y adoptó una postura de ataque. Los susurros aumentaron hasta transformarse en gemidos; en ese instante, pudo vislumbrar los cuerpos blanquecinos y trémulos y las cabezas inclinadas de las tres hermanas titilando en su campo de visión.

Retrocedió un paso y apretó los párpados de manera voluntaria. La ira y la rabia eran tan intensas que incluso creía que sus órganos explotarían en cualquier momento.

—Vete, por favor —rogó—. Me has ayudado y te lo agradezco. Pero todavía quiero, ansío con todas mis fuerzas, matarte.

Se produjo un silencio breve y Helena notó como Lucas recobraba el aliento.

—Esto también es difícil para mí, ¿lo sabes? —le respondió con voz entrecortada.

Con los ojos aún cerrados, la joven oyó un sonido deslizante, como si algo raspara el suelo, y sintió una ráfaga de aire. Cuando al fin se atrevió a abrirlos, Lucas había desaparecido por arte de magia y, con él, los espíritus burlones.

Helena se agachó junto a Kate para comprobar si estaba sangrando. Le revisó las manos e inspeccionó cada centímetro hasta las rodillas, pero, por increíble que pudiera parecer, no tenía magulladuras, ni rasguños, ni arañazos de ningún tipo. Respiraba con regularidad, pero aún seguía inconsciente. Helena se arriesgó a recogerla con la esperanza de estar haciendo lo correcto al mover su cuerpo. Con amabilidad y ternura, colocó a Kate en la parte trasera del coche y, mientras marcaba el teléfono móvil de su padre, se acomodó en el asiento del conductor. Al arrancar el motor, escuchó la primera señal de llamada.

—¡Papá! Tienes que venir al hospital —espetó en cuanto él descolgó el teléfono.

—¿Qué ha ocurrido? ¿Estás…? —empezó asustado.

—No es por mí, es por Kate. Estoy de camino a urgencias y estoy conduciendo, así que no puedo hablar mucho por teléfono. Ve hacia allí —ordenó. Después, pulso el botón rojo y lanzó el teléfono en el asiento del copiloto sin esperar la respuesta de su padre.

Ya podía inventarse una mentira de las buenas; y más le valía que fuera rápida, porque el hospital estaba a tan solo unos minutos.

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