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Authors: Josephine Angelini

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Predestinados (21 page)

BOOK: Predestinados
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—Voy a acelerar el ritmo —anunció Helena.

Su amiga asintió con la cabeza y, antes de que la otra saliera a toda prisa, exclamó:

—¡Demuéstrale a Lucas que esas piernas, además de hacer que a todos se nos caiga la baba, valen para mucho más! ¡Y llámame más tarde!

Cuando Helena perdió de vista la silueta de su mejor amiga, suspiró e intentó deshacerse del sentimiento de culpa que la embargaba. Si alguien hacía daño a Claire, no sabía cómo reaccionaría. La idea la distrajo durante unos instantes y se olvidó de recuperar una velocidad normal, de forma que estuvo a punto de aparecer ante la entrenadora Tar demasiado temprano. En el último momento se escondió tras unos arbustos y esperó un rato antes de fingir que hacía un esfuerzo sobrehumano para avanzar los últimos metros. Aun así, acabó la primera, por supuesto, así que tuvo que esperar una media hora a que Lucas acabara el entrenamiento. Puesto que estaba decidido a acompañarla al instituto cada mañana en coche, Helena tendría que inventarse otro plan para llegar al trabajo después de clases.

En cuanto entró a la tienda, Kate no dejó de seguirla a todos lados con una expresión de sombro e incredulidad.

—¡Vaya! —logró articular después de unos minutos en que se quedó sin habla—. Es como… ¡Vaya! podría ir a la cárcel por pensar lo que estoy pensando.

—¡Kate! —exclamó Helena, lanzándole un servilleta hecha una bola—. ¡Te consideraba una feminista!

—¿Y qué tiene que ver eso?

—¿Acaso no estás siempre predicando que no puede haber igualdad si lo sexos se menosprecian entre sí?

—Sí, ¡pero maldita sea! —gritó Kate, abanicándose con la mano—. Cuando tenía tu edad, los chicos demostraban su inconformismo compitiendo a ver a quién era más feo. ¡Incluso a mí me robaron el corazón!

—Continúa así y me veré obligada a decirle a mi padre que tiene competencia —se pitorreó Helena, aunque la broma no tuvo el efecto deseado.

A Kate no le hizo ninguna gracia y la sonrisa que hasta el momento dibujaba sus labios se desvaneció.

—No creo que le importara demasiado —declaró y, como si tal cosa, cambió de tema—. Pero no es de mí de quien estamos hablando. Estamos hablando de ti, de Lucas y de la importancia de los condones.

Tras varios asaltos y diversas interrupciones para atender a la clientela, Kate al fin aceptó el que hecho de que Helena seguía siendo pura como la nieve —¿Es gay? —preguntó Kate—. Vamos, no hay más que mirarte, Len.

—No se lo he preguntado directamente, pero estoy bastante segura de que no lo es —respondió Helena con un suspiro—. Si quieres que te sea sincera, no sé lo que ocurre.

—No debes tener prisa y, sobre todo, no permitas que nadie te haga sentir culpable por querer esperar. De todas formas, es más divertido si te lo tomas con calma —aconsejó Kate con una cálida sonrisa. Al advertir el primer gesto de Helena que denotaba incomodidad, decidió volver a cambiar de tema drásticamente.

Si bien parecía estar convencida de que, en algún momento y otro, Lucas y Helena cruzarían el límite virginal del ir cogidos de la mano, la jovencita no las tenía todas consigo. La única vez que había tratado de besar a Lucas, él le aconsejó que se fuera a dormir. A pesar de lo que todo el mundo cuchicheaba sobre ellos, lo cierto es que eran solo amigos. Lucas podía conquistar a cualquier chica y, teniendo en cuenta la reacción que provocaba en Kate, eso incluía mujeres de todas las edades.

La idea no ayudaba mucho a fortalecer la confianza de Helena. Estaba segura de que él sentía algo hacia ella, de hecho le había pillado mirándola fijamente y había oído los fuertes latidos de su corazón cuando estaban juntos, pero, por alguna razón, Lucas parecía no querer involucrarse. ¿Acaso las relaciones de pareja siempre empezaban así? ¿O, sin querer, ella estaba haciendo algo que alejaba a Lucas? Jamás había salido con un chico, así que, sinceramente, no sabía qué era «normal» en una relación.

Después del trabajo se dirigió a casa y se obligó a hacer todas las tareas y trabajos del instituto antes de irse a la cama. Cuando apagó la luz, eran más de las dos de la madrugada. Estaba agotada, pero, por algún motivo, no lograba conciliar el sueño. Tenía la sensación de que algo se le escapaba, o de que quizás había malentendido algo. Era más que evidente que a Lucas le gustaba, pues se mostraba muy protector con ella, pero eso no significaba que sintiera una fuerte atracción. Quizás Helena no era su tipo. Tal vez tenía una novia en España. Se imaginó una sirena morena, con el cabello azabache y ondulado, la piel cetrina y acento sensual, que esperaba ansiosa el regreso de Lucas a Europa.

Se dejó caer pesadamente sobre la cama y se tapó la cabeza con una almohada, prometiéndose no convertirse en una fracasada patética que persigue a un chico que jamás podrá tener. Necesitaba más información sobre Lucas. Sin embargo, como acababa de llegar al instituto, nadie conocía sus historial femenino, así que Helena decidió que intentaría sonsacarle algo de Ariadna con disimulo, sin que resultara demasiado evidente.

IX

—Si sigues levantando la barbilla así, tendré que arrancártelade un puñetazo —gritó Héctor. Llevaba una hora y media chillando a pleno pulmón.

De manera obediente, Helena bajó la barbilla y alzó los puños para protegerse el rostro. Mantenía su centro de gravedad bajo y avanzaba arrastrando los pies en forma de medialuna en caso de que hubieran obstáculos en el suelo que necesitara apartar. Giraba alrededor de Héctor, observando atentamente sus caderas por si le atestaba una patada para arrojarla sobre la esterilla. Obedecía todas las instrucciones del chico, pero este no dejaba de sonreírle mientras le pegaba puñetazos en la cara a una velocidad tan estratosférica que sus brazos se convirtieron en una neblina borrosa. Helena se cayó de bruces por décima vez y, tras un instante, alzó su mirada dolorida a Héctor.

—Otra vez tu izquierda, ¿verdad? —preguntó con gentileza.

—¿Qué demonios pasa contigo? —le contestó él con un tono de voz que le recordó al señor Hergeshimer—. Eres más rápida que yo. ¿Por qué no te apartas cuando te ataco?

Helena se encogió de hombros y se puso en pie, adoptando, una vez más, una postura defensiva. De inmediato, Héctor le asestó un puñetazo en la barriga y la joven se derrumbó sobre las rodillas.

—Es suficiente, Héctor —dijo Lucas con voz firme y severa.

La joven levantó la mano e hizo un gesto a Lucas, indicándole que estaba bien, y se puso en pie. Otra vez.

No quería que Lucas se metiera en esto. Por alguna razón, la primera sesión de combate se había convertido en algo personal para Héctor, y ella quería llegar hasta el final, para que pudiera desahogarse del todo. El castigo dolía, sin duda, pero no tanto como sus retortijones, así que podría soportarlo. En cuanto volvió a ponerse en pie, Héctor aprovechó un despiste para derribarla de un puntapié.

—¡Con cuidado! —exclamó Jasón—. Es la primera vez que lucha con alguien, ¡imbécil!

Helena alzó la vista y vio que Jasón sujetaba a Lucas por el hombro, impidiéndole así que se abalanzara sobre el cuadrilátero. 149—Estoy bien, chicos. No tenéis de qué preocuparos —dijo tan alegremente como pudo mientras volvía a levantarse. Pero a Héctor no le gustó ni una pizca su tono de voz.

—¿Por qué no te tomas esto más en serio? —le gritó.

Helena se inclinó para escupir el sabor amargo de la sangre y Héctor no dudó en beneficiarse de su descuido para sacudirle otro puñetazo en la cabeza.

—¡Para ya! —aulló Casandra desde algún rincón fuera del alcance de Helena—. No es una luchadora nata, ¿de acuerdo? ¿Cuándo vas a entenderlo, cabezota?

Helena se sentía fatal por ofender a alguien que no sentía por ella el menor aprecio. Aquello podía acabar en desastre. Cuando al fin Helena logró, con sumo esfuerzo y dificultad, apoyarse sobre sus rodillas, Casandra había desaparecido de la sala de entrenamientos donde los vástagos guardaban sus sacos de arena y el cuadrilátero para practicar artes marciales. Tragó saliva y distinguió con claridad el sabor metálico de la sangre. De inmediato, lamentó haber hecho eso, pues acababa de engullir uno de sus dientes.

—¿Me das un poco de agua, por favor? —suplicó a Ariadna, que estaba arrodillada junto a ella con una toalla húmeda.

Al otro lado del cuadrilátero estaba Jasón, entre Lucas y Héctor. Su camisa estaba desgarrada y tenía un corte en la cabeza, por donde no dejaba de verter sangre; sin embargo, no se rindió y siguió forcejeando con su hermano y su primo para que no llegaran a las manos, pues si tal cosa pasaba, se harían pedazos, como unos niños quitándoles los envoltorios a sus regalos de Navidad. Héctor no cesaba de gritarle a Lucas:

—¡Puede resistirlo todo! ¡Todo! ¡Jamás había golpeado a nadie con tanta fuerza! ¡Y ella se ha levantado enseguida! ¡Pero no es capaz de atacar! —rugió, con la voz entrecortada. Advirtió que Helena le observaba y la apuntó con el dedo, como si quisiera acusarla de algo—: ¿Crees que puedes quedarte a un lado y dejar que Lucas luche por ti? Eres más fuerte que los dos juntos, pero eres demasiado buena como para enzarzarte en una pelea, ¿no es así, princesa?

Jasón sujetaba a su hermano con los dos brazos, aunque Héctor se resistía e intentaba deshacerse de él. 150—¡No estoy pidiendo que me des una paliza! —ceceó Helena, a quien la dentadura se le estaba regenerando a una velocidad increíble.

Ariadna la abrazó y la ayudó a incorporarse mientras le lanzaba unas miradas asesinas a su hermano mayor.

—¿Cómo te atreves, Héctor? Ella no ha crecido como nosotros, que nos peleábamos constantemente. Ella no es así, y punto —le regañó.

Al parecer, el tono de su hermana fue suficiente escarmiento para Héctor, que dejó de agitarse ante la contención de Jasón. Se desplomó sobre su hermano durante unos instantes y, de pronto, le apartó de un empujón. Después, con un salto ágil, salió del cuadrilátero, rodeado por una valla de unos cuatro metros y medio en cuyo interior se extendía la estera, y aterrizó con un ruido sordo intencionado.

—Pues será mejor que cambie, porque no estoy dispuesto a que la gente que quiero muera defendiendo su culo holgazán —dijo en tono áspero.

Cuando desapareció por la puerta, Lucas corrió hacia Helena.

—Lo siento muchísimo —se disculpó mientras arrebataba a Helena de los brazos de Ariadna—. No tienes que volver a enfrentarte a él si no quieres.

—¿Por qué no? —preguntó apartándose del pecho de Lucas. Hablaba arrastrando las palabras porque todavía no se había recuperado de los golpes en la cabeza—. Puede que no sea una luchadora nata, pero tiene razón. Tengo que aprender a defenderme o alguien podría salir herido. Alguien como mi padre, o Claire, o Kate… Esas mujeres aún están a mi acecho. Pueden hacer daño a las personas que me importan.

Lucas sostuvo a Helena cuando perdió el conocimiento. Inspeccionó cada centímetro de su rostro machacado y dolorido mientras la sacaba del cuadrilátero y la llevaba en volandas hasta una zona trasera que servía como vestuario y como centro médico.

La colocó sobre una mesa de acero inoxidable y la dejó sola unos instantes para ir a buscar gasas, un cuenco con agua y, por extraño que pareciera, un zumo y un tarro lleno de miel sin refinar. Cuando volvió en sí, Lucas sin mediar palabra le hizo un gesto para que abriera la boca y Helena obedeció sin miramientos. De inmediato, empezó a verter miel sobre su lengua. En cuanto sus papilas gustativas detectaron el dulzor de la miel, lo comprendió. Aquel era el alimento perfecto para curar a los semidioses.

Sintió una necesidad salvaje de ingerir más, así que no dudó en agarrar a 151Lucas por la muñeca con ambas manos para acabarse el bote de miel; lo lamió hasta no dejar ni gota.

Cuando se lo acabó, Helena recuperó el aliento. Miró a su acompañante a los ojos y asintió ante la expresión curiosa de Lucas, haciéndole saber que estaba mucho mejor. Sin pronunciar palabra, el chico metió una pajita de plástico en el zumo, se lo entregó a Helena y enseguida se puso manos a la obra. Con una gasa húmeda fue limpiando todas las heridas y cortes de Helena.

Le costaba centrar la mirada. Todo estaba borroso, como si se deslizara de su campo de visión. Intentó captar la expresión de Lucas mientras le sanaba las heridas, pero le era casi imposible definir su silueta. A medida que el tiempo pasaba y la ingesta de miel remediaba todos los males de Helena, el rostro de Lucas volvió a ser visible y la joven pudo al fin comprobar que las arrugas de preocupación que habían hendido su frente se habían desvanecido. Limpió el resto de la sangre y suspiró.

—¿Por qué no has esquivado los embistes de Héctor, Helena? —le preguntó en voz baja, rompiendo el largo silencio—. ¿Por qué no le bloqueabas con las manos?

—Es más rápido que yo —se justificó, pero los dos sabían que aquello no era cierto y, tras la mirada de escepticismo de Lucas, Helena continuó—: Sabía que si empezaba a bloquear sus movimientos, Héctor se enfurecería aún más y, al final, no tendría más remedio que golpearle con tal fuerza que no sería capaz de levantarse del suelo.

—Ese es un poco el objetivo de una pelea, lo sabes, ¿verdad? —comentó Lucas con una sonrisilla.

—Entonces no me interesa —contestó Helena con solemnidad—. No quiero hacer daño a la gente, Lucas. ¿No puedes enseñarme algo más? —¿Algo como qué? —preguntó confuso.

—Como lo que hiciste en el pasillo del instituto la primera vez que nos vimos. ¿Cómo conseguiste inmovilizarme tan rápidamente? No recuerdo que me hicieras daño y, aun así, no podía atacarte. O lo de aquella noche en tu jardín. ¿Te acuerdas? Yo estaba encima de ti y entonces hiciste algo con tus caderas —explicó con optimismo.

Lucas asintió y desvió la mirada.

—Se llama jiu-jitsu. Es un sistema de combate a mano desnuda, y la verdad es que preferiría que no te acercaras tanto a tus oponentes. Pero te lo enseñaré, si quieres —aceptó al fin.

Cuando volvió a alzar la mirada, empezó a ver puntos negros, así que colocó las manos sobre las caderas para tener un punto de apoyo. Cuando desaparecieron, descubrió que Lucas ya no estaba tan pálido y había recuperado el rubor en las mejillas. De hecho, sentía oleadas de calor que brotaban de la piel del joven. Helena lograba percibir su aroma, que le transmitía paz y tranquilidad.

—Y a volar —añadió Helena deshaciéndose de su estado somnoliento y lánguido—. Todavía tienes que enseñarme cómo mantenerme en el aire. Así podré escaparme volando cuando los tipos malos vengan a por mí.

BOOK: Predestinados
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