Predestinados (46 page)

Read Predestinados Online

Authors: Josephine Angelini

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: Predestinados
8.34Mb size Format: txt, pdf, ePub

Sabía perfectamente que no la encontraría. Casandra le había dicho que Helena estaría de pie tras la ventana de un hotel al día siguiente, pero por alguna razón no podía parar de buscarla. Si milagrosamente la encontraba, conseguía sacarla de ese hotel y regresaba a casa con ella de la mano, podía demostrarle a Casandra que estaba equivocada. Lo único que necesitaba era vencer al destino una vez para demostrar que él era su propio dueño; su vida no era una historia ya escrita que volvía a releerse de vez en cuando para divertir al cosmos, sino una pizarra en blanco sobre la que solo él podía escribir su futuro. Si pudiera encontrar a Helena esa noche y llevarla de vuelta a casa, sabría que algún día podría vencer al destino y estar juntos.

Caminó toda la noche.

Un terrible dolor de cabeza aporreaba las sienes de Helena, que, de repente, sintió un sabor amargo y calcáreo sobre la lengua, como si hubiera masticado una aspirina sin haber ingerido una gota de agua. Notaba los ojos hinchados y la tez húmeda y calurosa, pero no se sentía deshidratada, lo cual era habitual durante sus visitas al páramo. Esta vez era distinto. De repente recordó que una mujer la había drogado. Una mujer que era exactamente igual a ella, pero un poco mayor.

—Bebe un poco —dijo una voz al mismo tiempo que Helena notaba el tacto de una pajita entre sus labios. Parpadeó varias veces y, al abrir los ojos, vio a la extraña mujer, inclinada hacia ella y con un vaso de agua en la mano.

—¿Quién eres? —preguntó Helena con la voz entrecortada.

Alejó la boca del sospechoso vaso de agua y se percató de que tenía los brazos inmovilizados. La desconocida la había atado a la cama. Todavía muy débil por la droga que había tomado, sabía que tardaría unos minutos en recuperar la fuerza para liberarse de las cuerdas que la mantenían sujeta al cabezal. Miró a su alrededor, desesperada. Estaba en la habitación de un hotel iluminada solo por velas. Todavía era de noche y podía oír las ráfagas de viento y lluvia golpeando el cristal de la ventana, tapado por la cortina.

—¡Mírame, Helena! ¿Quién crees que soy? —le preguntó la desconocida con energía—. Aquí tienes. Sé que necesitas pruebas, así que toma.

La mujer sacó un sobre repleto de fotografías. Eran fotografías de su juventud, de cuando no era más que una adolescente. En una instantánea la mujer acunaba a un bebé. En otra estaba sentada charlando con una joven señora Auki mientras dos crías, una rubia y otra morena, jugueteaban sobre la alfombra. En otra besaba a Jerry, que estaba tumbado sobre su tripa embarazada.

—Beth —susurró Helena observando las fotografías que había buscado durante toda su infancia.

—Mi verdadero nombre es Dafne. Dafne Atreo. Supongo que sería mucho pedir que me llamaras «mamá», ¿verdad? —dijo con una sonrisa irónica.

Helena señaló sus muñecas.

—Supones bien —replicó enfadada—. ¿Quieres decirme por qué me has dejado inconsciente y me has atado a la cama?

—Porque no tenemos mucho tiempo y, si fuera tú, me odiaría tanto que ni siquiera me daría un segundo para explicarme —respondió Dafne con una expresión cariñosa—. A menos que me hubieran dejado inconsciente y me hubieran atado a la cama primero.

Helena la fulminó con la mirada, furiosa y aún atontada por la droga que le había inyectado.

—¿Qué quieres de mí?

De pronto, el cuerpo y el rostro de Dafne empezaron a deformarse, cambiando por completo su forma y silueta. Helena estaba observando una imagen de sí misma con varios años más y, de repente, esa imagen se distorsionó y Dafne se convirtió en una mujer que rondaba los setenta, con el cabello canoso. Antes de que la joven pudiera apreciar con todo detalle el cambio, la mujer sin elegancia ni estilo desapareció para ser sustituida por una morena cuarentona. De pronto, esa mujer se desvaneció y Helena reconoció a su madre otra vez. Dafne alzó el colgante en forma de corazón que llevaba puesto y acarició el collar idéntico de Helena con la otra.

—Hay muchas cosas que debo contarte sobre quién eres y de dónde vienes. Algunas van a herirte —dijo Dafne en un tono directo, casi brutal— , pero no tengo elección. Creonte está en la isla en estos momentos y viene a por ti.

XVI

Alrededor de las ocho de la mañana, Lucas al fin aceptó que se había quedado sin tiempo. Había amanecido. Era el día siguiente y, probablemente, Helena ya estaba de pie detrás de una ventana de algún hotel de la isla, cumpliendo así la profecía de Casandra. Sabía que lo mejor sería dejarlo correr, irse a casa y esperar a que su hermana pequeña vaticinara algo más, pero le mataba admitirlo. No había vencido al destino. Una vez más.

Lucas advirtió que el
Cerdo
seguía aparcado delante de su casa y entró a hurtadillas. Al parecer, Jerry, Kate y Claire se habían visto obligados a pasar la noche en el hogar de los Delos hasta que amainara el temporal, y eso significaba que Jerry y Kate todavía no sabían que Helena había desaparecido. Según tenían entendido, Helena estaba a salvo en casa, al otro lado de la isla, acompañada por los tres jóvenes Delos. Lucas era consciente de que la mentira no podía alargarse mucho más, pero decidió que fuera otra persona la encargada de inventar una nueva historia para Jerry. Lucas no podía controlar sus emociones cuando se trataba de Helena, así que no lograría convencer a nadie de que estaba a salvo, y menos todavía a su padre.

Voló hasta su ventana y se pasó una hora entera dando vueltas por la habitación. Ni siquiera cayó en la cuenta de que lo más sensato sería comer algo, o descansar, o ingerir algún líquido, pues lo único en que podía pensar era en Helena. Si estuviera herida, Casandra lo intuiría, ¿o no?

Los huéspedes se despertaron y bajaron a la cocina. Lucas escuchó vibrar el teléfono móvil de Claire con cada mensaje que recibía, lo cual significaba que la línea telefónica estaba restablecida. Desde su habitación escuchó a Jerry y a Kate llamar por teléfono a Helena. Al ver que no contestaba ni al móvil ni al fijo, empezaron a inquietarse y decidieron irse a casa para comprobar si estaba allí. Las calles de la isla estaban destrozadas, lo cual dificultaba la conducción, pero Lucas sabía que solo le quedaban unas horas para encontrar a Helena antes de que su padre se percatara de que la chica había desaparecido y llamara a la Policía. En cuanto Jerry y Kate se fueron de casa, Lucas se reunió con sus primos, Héctor y Jasón, en las escaleras. Los tres salieron de sus habitaciones, donde habían permanecido ocultos hasta el momento, al mismo tiempo.

—Tío, ¡ponte al menos una camiseta limpia! —le reprendió Héctor en cuanto vio a Lucas.

—Déjalo —farfulló Lucas, sacudiendo la cabeza y tratando de pasar entre sus primos, pero Jasón le bloqueó el paso.

—¿No crees que tu madre ya está lo bastante preocupada? Date una ducha y cámbiate de ropa antes de bajar a la cocina —aconsejó Jasón sin alterar la voz.

Era un chantaje emocional, ni más ni menos, pero Jasón tenía razón. Lucas asintió con la cabeza y se quitó la camiseta de camino al baño. Se duchó, se vistió y se reunió con el resto de la familia en la cocina. Aun así, todos se quedaron mirándole, perplejos, cuando cruzó el umbral, como si hubieran visto un fantasma. Lucas se fijó en su silueta y se dio cuenta de que estaba borrándose. Su madre siempre se entristecía cuando él hacía eso, porque eso significaba que su hijo estaba desconsolado. Hizo un esfuerzo consciente para dejar que la luz le iluminara con claridad y se sentó en un rincón, clavando la mirada en su hermana pequeña, Casandra. El familiar sonido de una discusión le hizo darse cuenta de que Claire seguía allí.

—¿Qué estás haciendo todavía aquí? —refunfuñó Jasón con voz consternada—. ¿Por qué no has vuelto con ellos?

—No pienso irme a ningún sitio hasta que encontremos a Lennie —resopló la chica.

—¿Encontremos? —espetó Jasón, pero Claire alzó una mano imperiosa y sacó su teléfono móvil del bolsillo trasero de sus pantalones, que no dejaba de vibrar.

—¿Chicos? —musitó Claire al comprobar el número de teléfono que la llamaba—. Es Helena.

—Déjame hablar con ella —exigió Lucas al mismo tiempo que se levantaba de un brinco de la silla y extendía la mano para que le entregaran el aparato.

—Me ha llamado a mí, no a ti —respondió Claire con tono amable.

En cuanto pulsó el botón verde, Claire arrojó multitud de preguntas seguidas a su mejor amiga, sin darle tiempo a contestar. Entonces se calmó y puso el altavoz para que todos pudieran escuchar la conversación.

—De acuerdo, Len, todos te estamos oyendo. ¿Qué sucede? —preguntó mirando a su alrededor, buscando la complicidad de toda la familia, pero evitando cualquier tipo de contacto visual con Lucas.

—Estoy con mi madre Dafne, mi única y verdadera madre. Ningún individuo, familia o casta nos ha coaccionado —anunció Helena con voz monótona, como si fuera una grabación—. Mi madre y yo nos estamos preparando para abandonar la isla juntas y os pedimos que no os entrometáis, que dejéis que nos vayamos en paz. No corro peligro. Todos sabéis que esto es verdad, porque vuestro descubrementiras lo percibe en mi voz. Adiós. Os echaré de menos.

La línea telefónica se cortó. Lucas tenía la mirada clavada en el teléfono cuando Claire pulsó el botón para desactivar el altavoz. La joven se llevó el aparato al oído y repitió el nombre de Helena varias veces.

—No era ella —insistió Lucas, meneando la cabeza. Sentía que algo no encajaba, como si hubiera un engaño merodeando en algún lugar. Helena no le abandonaría así. Nunca—. Ella jamás me llamaría «descubrementiras» así.

—Lucas era ella —rebatió Claire a los ojos con expresión triste y desolada—. Sé que su voz sonaba extraña, pero era Helena. Y lo sabes.

—¿Estaba mintiendo? —preguntó Cástor.

—No —respondió Lucas de inmediato, aunque no quería aceptarlo del todo—. No nos ha engañado.

—Entonces Dafne está viva —suspiró Palas, atónito ante tal noticia.

—Todavía no sabemos si «Dafne» es Dafne Atreo —tranquilizó Cástor, impidiendo que su hermano saliera de la cocina.

—Basta ya, Cástor. Déjalo de una vez —dijo Palas con desánimo—. ¡Cuando vi a Helena por primera vez la confundí con la zorra de Atreo!

—¡Y Héctor es el vivo retrato de Creonte, y Lucas se parece a uno de los hijos de Poseidón, de la casa de Atenas! —vociferó Cástor, que había perdido la paciencia—. Mucho más a menudo de lo que pensamos nuestra apariencia no está relacionada con nuestra familia más cercana. ¡Y tú lo sabes mejor que nadie! La madre de Helena podría ser cualquiera de las cinco Dafne que, según los rumores que nos llegaron, fueron asesinadas en la masacre, hace dieciocho años.

—Harías cualquier cosa por mantener la paz, ¿verdad? Incluso dejar escapar a esa arpía —amenazó Palas, que empujó a Cástor para salir de la cocina y apartó con desprecio la mano de su hijo.

De manera casi automática, Lucas dios un paso hacia delante para alcanzar a su primo. Héctor podía llegar a controlar a su padre con cierta facilidad si la situación lo exigía, pero Lucas no quería que se peleara. Una discusión solo serviría para retrasar aún más la búsqueda de Helena, y tenía que verla, aunque fuera por última vez. No estaba desinteresado a vivir separados y Lucas no podía deshacerse de la sensación de que algo iba muy mal.

—¿Adónde vas, papá? —preguntó Héctor con todo cansado.

—A encontrar a la mujer que asesinó a mi hermano —respondió Palas con los dientes apretados mientras se dirigía hacía la puerta dando zancadas.

—No irás —dijo Casandra.

Al escuchar el sonido de su voz, todos se quedaron paralizados. Resonaban varias voces, como si personas distintas hablaran al mismo tiempo. Las voces eran ancianas, jóvenes adultas y todas hablaban en armonía. Lucas se fijó en Claire, que instintivamente retrocedió unos pasos, acercándose a Jasón, aterrorizada. La boca de Casandra brillaba y sus cabellos se arremolinaban en el aire, como si los mechones fueran serpientes que se arrastraran por la atmósfera.

—Lucas, hijo del sol, es el único que puede ver el rostro que busca —predijo—. Encontrarás a las hijas de Zeus, las amadas por Afrodita, y les ofrecerá refugio en la casta real de Tebas. ¡Oh! ¡Cuidado! ¡Traición! —finalizó con incertidumbre.

El resplandor se desvaneció y la niña empezó a temblar. Parecía asustada, pero ni siquiera Lucas se atrevió a acercarse a ella.

—¿Estás bien? —tanteó en voz baja desde el otro extremo de la cocina, rompiendo así el extraño silencio.

Ella dijo que sí con la cabeza y se frotó los hombros con las manos. De repente, pareció más niñas de lo habitual. —Tendrás que llevarte a Héctor y a los gemelos contigo —informó—. Creo que se va a haber pelea.

—Yo también iré —anunció Cástor, pero Casandra meneó la cabeza en forma negativa.

—Si Dafne os ve a ti o a Palas, huirá —afirmó Casandra, que se encogió de hombros, como si quisiera disculparse.

—Entonces, ¿nuestros hijos tienen que enfrentarse a ella solos? De ningún modo. Dafne es demasiado peligrosa. No podemos permitirles que ni siquiera se acerquen a ella —objetó Palas, cuyo enfado se había transformado ahora en miedo—. ¡Sedujo a Áyax y le asesinó!

—¡Eso no lo sabemos! —gritó Cástor con frustración.

Durante un breve instante, todos creyeron que Cástor iba a golpear a su hermano, pero Héctor se entrometió entre ambos. Lucas soltó un grito desesperado, preguntándose cómo era posible que los vástagos hubieran sobrevivido tantos años. Estaban continuamente a la defensiva, esperando la mínima amenaza para atacar al otro y, para colmo, toda esta discusión no ayudaba en absoluto a encontrar a Helena.

—¡Calmaos todos! Tío. Padre —dijo Héctor, mirándolos con confianza—. Podemos ocuparnos de esto.

De repente se produjo un sollozo ahogado, un sonido amargo que captó la atención de todos los presentes. Cuando Lucas se giró descubrió a Pandora tapándose la boca con una mano y con los ojos vidriosos por las lágrimas. Miraba con ternura a su sobrino, y no dudó en hablar con él sin apartarse la mano de la boca.

—Eres idéntico a él, ¿lo sabías? —murmuró con una extraña sonrisa—.

Igual que Áyax. Es como si estuviera empezando otro ciclo.

—No hay ningún ciclo esperándome, tía Pandora. Estaré bien —aseguró Héctor con una expresión chulesca—. Volveremos a casa dentro de un par de horas, con Helena y Dafne, todos sanos y salvos.

—¿Dónde está? —preguntó Lucas a su hermana, aliviado de poder hacer algo al respecto una vez.

Other books

Vikings by Oliver, Neil
Moving Is Murder by Sara Rosett
Reagan's Revolution by Craig Shirley
Section 8 by Robert Doherty