Corr.
> Sí, y buscar una mujercita apañada que le ayude a centrarse.
R. J.
> Me temo que ahora mismo no sea el momento adecuado. Tiene que estar pasándolo fatal; además de las calabazas recibidas, ha abandonado su novela. Con la ilusión que le hacía ganar ese premio...
Corr.
> Lo tenía un poco difícil, ya que hay un jurado y los milagros no existen. Por cierto, ¿cuándo acaba el plazo de recepción de originales? Ya sabes que el señor Collins no me deja acceder a la biblioteca, y las últimas noved
R. J.
> Precisamente llevo un folleto en el bolsillo de la bata; lo cogí de su papelera hace un mes, cuando los tiró todos. Te lo pongo delante de la cámara. ¿Va bien así?
Corr.
> Gracias, Ruth; ya lo he grabado. Como me temía, el plazo expira dentro de una semana.
R. J.
> Así que ya no queda tiempo... Bueno, aunque lo tuviera no creo que esté de humor para
Corr.
> Un momento... ¿Te has fijado en el apartado VIII-b?
RJ.
> A ver... Sí, pero no entiendo qué
Corr.
> Acabo de recordar una observación que hizo Mercenario sobre la novela, y a lo mejor
R. J.
> ¿Se puede saber qué estás tramando, Jonathan?
Corr.
> Luego te lo explico. Voy a ponerme a trabajar, pero necesitaría que te conectaras a la biblioteca y me facilitaras una lista con los ganadores de las ediciones anteriores del premio UPC, en todas sus modalidades. Ahora no hay tiempo, porque nuestro común amigo estará a punto de llegar, pero si puedes pasarte por aquí esta tarde a última hora te lo aclararé todo.
R. J.
> Te gusta hacerte el interesante, ¿eh? Pues hasta luego, Jonathan.
Corr.
> Nos vemos, Ruth.
8/10/10 -8:36 h.
Usuario
> D. Collins
Clave
> Burdrubrurbu
ACCESO ADMITIDO
>
Acceso
a la Red Principal Corporativa.
>
USUARIO
: RJAJL, 2007, 002, 1395, HLTH
>
CLAVE
: Hoe0er85klñeg
ACCESO ADMITIDO. INTRODUZCA ÓRDENES, POR FAVOR
R. J.
> Acceso al diario
El Eco de Hlanith.
Eco
> ¿Qué noticias desea leer, señora?
R. J.
> Entrega de premios del concurso UPC'10 en Hlanith, por favor.
Eco
> Hay un extenso relato de la ceremonia escrito por uno de los miembros del jurado, señora. ¿Le parece bien?
R. J.
> Perfecto, muchas gracias.
El momento de lo verdad ha llegado. Miro a mi alrededor: caras tensas en los candidatos, más relajadas en el numeroso público local que ha decidido sumarse al acontecimiento. Para mi sorpresa, ha acudido lo más selecto de la sociedad hlanithiana. Sus atuendos son ideales, deliciosamente provocativos, aunque no llegan a la calculada perversidad de los alfacentaurianos. Por ejemplo, los implantes de órganos suplementarios en
R. J.
> Página siguiente, por favor.
Entre las personalidades invitadas distingo al Gran Preboste de Liguria junto a un vicepresidente de la Sempai Biocorp. Probablemente discuten de asuntos que nos espantarían a los simples mortales: negocios por valor de billones de créditos
,
R. J.
> Página siguiente, por favor.
Por fin se hace el silencio. Con gesto solemne, el secretario trae ante mí los sobres sellados con los nombres de los ganadores, junto a la impresora que nos dará en el acto una copia en papel auténtico para el ganador, a modo de simpático recuerdo. La tensión se puede palpar. Me entran ganas de hacerme el interesante, pero no deseo que sufran más de lo debido los ansiosos escritores, verdaderos protagonistas de la velada. Abro el primer sobre, extraigo la tarjeta y leo en voz alta, con calculada lentitud:
—La Universidad Polifacética Centauriana otorga su premio de novela corta de este año a una obra que ha sabido reflejar, como ninguna otra, los profundos conflictos existentes entre razas y sexos. Se trata de
—pausa melodramática; cómo disfruto, je, je—
«Menudencias artificiales», firmada por «Epidermis»
,
pseudónimo
que corresponde a... ¡Celia
Català
,
de la Vieja Tierra, aunque reside y trabaja en Ulsan, Rígel-4!
Miro al público, y veo caras de decepción, de resignación o, por qué no decirlo, de mal disimulada envidia. Mientras, Celia se levanta entre aplausos para recoger el premio, sonriente. Hay algo de etéreo y místico en su pequeña figura, que
R. J.
> Página siguiente, por favor.
—Por tanto, la UPC otorga su premio de cuento breve de este año a la obra —otra malévola pausa— «El último babirusoide añojo», firmada por «Alejandro de Algol», pseudónimo que corresponde a... ¡Egil Markov, de la Vieja Tierra!
R. J.
> Página siguiente, por favor.
—En el apartado de poesía fantacientífica, la merecida ganadora de este año es una obra que, según su autor, fue concebida con la ayuda del alcohol, el hastío y el programa Auxilio del Caminante, incluido en Palabra Perfecta Plus. Se trata, cómo no, de «Cósmicos regüeldos se orean por las nebulosas», firmada por «Soy un no-ser», pseudónimo que corresponde a... ¡Dorian Doors, de la Vieja Tierra!
R. J.
> Página siguiente, por favor.
Y por fin llegamos al último premio, el auténtico bombazo de la noche. Miro al ganador, un viejo amigo mío, sentado en primera fila, ignorante de que ha sido elegido por la Diosa Fortuna. Parece como si esto no fuera con él; me maravilla su sangre fría, su capacidad de permanecer impasible.
—Damas, caballeros y andróginos, es para mí un placer, en nombre de la Universidad Polifacética Centauriana, otorgar a continuación el premio a la mejor obra en la modalidad de ensayo. No se trata de una categoría de ficción, aunque está muy relacionada con ella. En las últimas veinte ediciones había quedado desierta por la ausencia de originales, mas este año recibimos uno con el plazo casi cumplido, lo que nos llamó poderosamente la atención. Lo leímos, temiéndonos lo peor, y nos llevamos una gratísima sorpresa. Es una obra chispeante, una deliciosa parodia en la que, sin embargo, se sacan a la luz todas las miserias del mal escritor y peor persona, así como sus relaciones con cuantos no tienen más remedio que soportarlo.
—Miro a mi amigo; ya debería de saber que él es el ganador, pero sigue fingiendo hastío. ¡Qué aplomo el de este hombre!—.
Me refiero, por supuesto, a «Luces y sombras en el país del crepúsculo», firmada por «Miguel de Cervantes», pseudónimo que corresponde a... ¡Dick Collins, de aquí, de Hlanith!
El recinto estalla en aplausos y vítores. La alegría se desborda: ¡un escritor nativo ha ganado el prestigioso premio UPC! Seguro que mañana se habrá convertido en una celebridad. Echo un vistazo a mí viejo colega Dick, a ver cómo reacciona. Es curioso: se ha puesto blanco como el yeso, y me mira con los ojos muy abiertos; la tensión contenida que se desborda por fin, sin duda. Le hago señas de que suba al estrado, con el resto de ganadores, pero él sigue sentado, más tieso que un ajo, como preguntándose: «¿De veras te estás refiriendo a mí?» Tengo que bajar a por él y traerlo de la mano. Le entrego el diploma, el resguardo del ingreso del premio en su cuenta bancaria y el libro recién impreso. Me lo arrebata ansiosamente y comienza a leerlo, con expresión incrédula. Los demás lo miramos con simpatía: a pesar de la pose de duro que exhibía previamente, en el fondo es una persona modesta, de esas que se emocionan con facilidad. Los miembros del jurado nos acercamos a felicitarlo.
—Te debe de haber resultado difícil escribir tan mal exprofeso, ¿eh, viejo truhán?
—le digo mientras le doy una cariñosa palmada en la espalda.
—Una labor ciertamente complicada, que requiere sobrada maestría. Mi más sincera enhorabuena —comenta otro colega.
—Yo... uh...
—¿Y lo gracioso que era el corrector de estilo? —dice otro—. Pero ¿no crees que te has pasado un poco? La gente va a pensar que todos los profesores universitarios somos unos piratas...
Dick se queda parado y mira otra vez a su libro. Es como si de repente volviera en sí.
—¿El corrector de...? Ostras.
—Pues no digamos cuando se pone a perseguir a aquella estudiante
—le doy otra palmada—. Dick, viejo, envidio esa imaginación tuya.
—Ostras.
—También tiene su lado tierno, como lo de la pobre señora de la limpieza, esa shaddaíta
—dice el presidente del jurado, estrechándole la mano—.
¿Es una etnia de aquí, o se la ha inventado? No está nada mal un toque políticamente correcto de aproximación hacia las minorías oprimidas. Sólo puedo ponerle una pega: creo que ha exagerado sus habilidades informáticas.
—¿La señora...? Ostras, ostras, ostras...
—murmura, y vuelve a hojear su libro como un desesperado.
—Ya sé que estarás al borde del ataque de nervios, con todo este público que no ha parado de aplaudirte desde que anunciamos el veredicto
—le indico, mientras lo empujo hacia el micrófono—, pero aún te queda por pasar un mal trago. Debes dirigirles unas palabras a tus devotos admiradores —señalo a la multitud de hlanithianos que no cesa de festejar la victoria de uno de los suyos.
Dick levanta la cabeza lentamente de su manoseado libro y mira al frente. Los aplausos callan, y se hace un silencio expectante. Por un momento parece no saber qué decir, pero en su cara se dibuja una sonrisa de resignación y dice:
—Yo... Me temo que un autor no es el juez más adecuado para valorar su obra. Sólo deseo agradecer a...
El público vuelve a prorrumpir en vítores, conmovido por tan bello ejemplo de sencillez y humildad. El sigue allí, sin moverse, mirando a su alrededor con un aire de perplejidad que
R. J.
> Cerrar periódico y retorno a ppp x.x, por favor.
Corr.
> Hola, Ruth.
R. J.
> Hola, Jonathan. ¿Lo has leído ya?
Corr.
> Sí, Ruth; gracias por pasármelo.
R. J.
> ¿Cómo crees que se lo habrá tomado?
Corr.
> Confío en que deportivamente. Tuve la precaución de cambiar los nombres de los personajes, para salvar la dignidad del señor Collins y preservar nuestro anonimato.
R. J.
> De todos modos, me sabe mal. Creo que debimos consultarlo con él antes de lanzarnos a la aventura.
Corr.
> Ha sido por su bien. No puede quejarse: el importe del premio es realmente sustancioso, y de golpe y porrazo se ha convertido en un escritor respetado, alabado por su fino ingenio. Cuando regrese encontrará una lista interminable de mensajes en el correo, poniéndolo por las nubes. Incluso hay unos cuantos de Vanessa Selkurt, maravillada por su astucia y por cómo la engañó simulando que era un auténtico zote, con tal de documentarse para su obra. El futuro le sonríe.
R. J.
> A él sí, pero ¿ya nosotros? Seguramente estará indignado por nuestra intromisión en su intimidad; tú te enfrentas al borrado, mientras que yo estoy a pique de perder mi empleo.
Corr.
> Escúchame, Ruth. Con el blindaje que me facilitó Mercenario, si intenta borrarme saltará por los aires la red informática de medio Hlanith. Y en cuanto a ti, ¿qué te apuestas a que no te denuncia?
R. J.
> Me gustaría estar tan segura como tú... En cualquier caso, no me arrepiento de lo que hicimos. Ya era hora de que el señor Collins se llevara alguna alegría en la vida.
Corr.
> Dichoso él, que puede. Anda, Ruth, márchate. Yo me encargo de amansarlo, y verás que todo queda en nada.
R. J.
> Si las cosas no fueran bien, deseo que sepas que eres la mejor persona que he conocido, la
Corr.
> Yo también te quiero, Ruth. Y recuerda mis palabras: nada malo va a pasarte. Te lo prometo.
8/10/10 - 10:10 h.
Usuario
> D. Collins
Clave
> Burdrubrurbu
ACCESO ADMITIDO
> ppp
D. C.
> ¿Corrector? ¡Yu-ju...!
Corr.
> Buenos días, señor Collins. Permítame felicitarle por su éxito en el concurs
D. C.
> Déjate de rollos. Lo que habéis hecho entre Ruth Jajleel y tú no tiene nombre.
Corr.
> Por favor, señor Collins, no tome ninguna medida contra ella. Este trabajo es lo único que tiene. Si la deja en paz, le prometo que jamás abriré la boca, escriba usted lo que escriba. Me comportaré como si fuera una copia legal y usted un usuario autorizado con prioridad alfa pero, por lo que más quiera, no le haga daño. Ella sólo deseaba que usted fuera feliz, aun a riesgo de perder su
D. C.
> Conozco el resto; he leído «mi» libro, ¿sabes? Tiene gracia... Todo el mundo me ha tomado por un genio, pero tanto vosotros como yo sabemos que en realidad sólo soy un pobre imbécil. Bien que os habéis reído a costa mía, ¿verdad?
Corr.
> Hombre, tanto como eso... Y la novela tenía algún aspecto interesante, como la incógnita de si Stewart Flanaghan conseguiría por fin conocer a la princesa, en el sentido bíblico de la palabra.
D. C.
> ¿Y qué pensabais obtener vosotros a cambio?
Corr.
> La duda ofende, señor; nada en absoluto. Simplemente, se le veía a usted tan agobiado que nos pareció una buena idea echarle una mano, dentro de nuestras posibilidades. No ponga esa cara larga, señor Collins. Tiene usted mucho más dinero que hace una semana, ha ganado el aprecio de sus compañeros, y si examina el correo, verá que Vanessa y un montón de jóvenes más suspiran por usted. Vamos, que las tiene en el bote, y sin necesidad de disfrazarse. Si se queja será de vicio, desde luego.
D. C.
> Vanessa, por supuesto... Resulta curioso; leyendo el libro he aprendido unas cuantas cosas sobre dignidad, camaradería o sacrificio, pero también acerca de otros aspectos más oscuros de la condición humana. Me pregunto cómo he podido estar tan ciego, tan...
Corr.
> ¿Perdón, señor?
D. C.
> En resumen, que al final te has salido con la tuya, corrector. Tengo que ir a hablar con Ruth Jajleel, largo y tendido. Mientras, puedes ir preparando los trámites necesarios para tu legalización. Esta tarde nos vemos, ¿de acuerdo? Ah, y gracias por la lección que me habéis dado, Jonathan.