Read Proyecto Amanda: invisible Online
Authors: Melissa Kantor
—Aquí está pasando algo muy, muy raro—dijo al fin.
Volvió a sentarse y empezó a escarbar en el barro con un palo.
—Y que lo digas. Por cierto, hay algo más que deberías saber.
Me acuclillé a su lado y le conté lo del dinero. Esperé que no me preguntara por qué me lo había dado. No me agradaba tener que mentir a Hal, pero no me veía preparada para compartir los trapos sucios de mi familia con él. Cuando le dije cuánto dinero era, Hal soltó un silbido suave pero persistente.
—Guau.
—Dímelo a mí —dije.
Se quedó pensativo unos instantes.
—¿Crees que Amanda…—tragó saliva, como si no fuera capaz de decir las palabras— lo robó? —terminó en voz baja.
Negué con la cabeza.
—No lo sé. Pero es que Amanda es…
¿Cómo podría describirla en poca palabras?
—¿Poco convencional?— propuso Hal.
Por el memento, eso me bastaba.
—Sí —dije—. Pero no creo que sea… una criminal, ni nada por el estilo.
—Sin embargo, es un montón de pasta. Nunca tuve la impresión de que Amanda fuese rica.
Nos quedamos un rato callados, asimilando la información. Hal fue el primero en romper el silencio.
—No conozco a su madre. Hablaba muchísimo de ella, pero lo cierto es que nunca me la presentó. ¿No te parece un poco raro?
¿Quién era yo para decir si era raro o no?
—¿Qué quieres decir? —pregunté.
—Bueno, es que…. Casi he empezado a pensar… —Hal parecía avergonzado, como si estuviera a punto de decir algo escandaloso—. Casi he empezado a pensar que en realidad no tiene madre. Que está sola. ¿Es una locura?
Recordé mi impresión de que Amanda era demasiado guay como para tener unos padres normales, pero vivir con sus abuelos no era lo mismo que vivir sola. Era una idea que daba miedo. Supongo que, en cierto modo, yo también estaba sola, con esto de que mi madre estuviera desaparecida y mi padre abandonado en sí mismo.
Pero sabía que si alguna vez me ocurría algo gordo y lo necesitara, estaría allí para ayudarme.
¿Verdad?
Imaginarme lo que significa estar completamente solo me puso los pelos de punta.
—Seguro que tienen su expediente —dijo Hal lentamente.
Por la forma en que lo dijo, me di cuenta de que estaba pensando en voz alta, más que hablando conmigo. Aun así, no pude evitar preguntar:
—¿Quién? ¿Quién debe tener un expediente?
—Los del instituto. Tienen que saber dónde vive. Cuando te matriculas, tienes que demostrar que vives en el distrito.
Empezaba a sentir un gran cansancio en las piernas, así que decidí sentarme en el suelo, aunque sabía que estaría húmedo y frio.
—¿Cómo lo sabes? —como había previsto, el culo se me empapó.
—Cuando nos mudamos aquí, tuvimos que esperar a tener una factura dirigida a mis padres para poder matricularme. Mi madre se enfadó mucho, decía que el sistema era demasiado suspicaz y paranoico —se dio un golpe en la pierna con el puño—. Ojalá pudiéramos conseguir su expediente.
—No es que quiera parecer suspicaz y paranoica —dije—, pero ¿no podría ser que Amanda hubiera falsificado la documentación para engañar al instituto? Visto lo visto, parece algo propio de ella, y tampoco me extrañaría que en el Endeavor se lo tragaran. No es que sean de Langley precisamente.
—¿Langley?—preguntó Hal—. ¿Qué es eso de Langley?
—Perdona, es que mi padre trabaja en cosas de seguridad. Bueno, trabajaba. Langley, Virginia, es el lugar donde se encuentra el cuartel general de la CIA.
—Entiendo—dijo Hal. Después inclinó la cabeza hacia un lado y me miró, aunque lo que en realidad estaba haciendo era meditar sobre su propia idea—. Hablando de seguridad, ¿cómo supo Thornhill que había sido Amanda la que le había pintado el coche?
—¿Qué quieres decir?— pregunté. Me di cuenta de que nunca antes me había parado a pensarlo—. Me imagino que la vería.
Hal negó con la cabeza.
—Si la hubiera visto, le habría dicho que parase.
—Sí, claro, es lo lógico —dije.
—¿Y cuándo lo hizo? —preguntó Hal, y se puso a reflexionar durante unos instantes—. Tuvo que ser por la tarde, antes de que Thornhill saliera del instituto. Debió de encontrárselo cuando salió del edificio.
Negué con la cabeza, y no solo porque hubiera estado toda la tarde del miércoles con Amanda.
—Imposible. ¿No te acuerdas de que el miércoles estuvo lloviendo durante todo el día y toda la noche?
Si lo hubiera hecho en algún momento de ese día, se habría borrado con la lluvia.
—Excelente deducción, Sherlock—dijo Hal felicitándome.
Hice como si me llevara una pipa invisible a la boca y añadí:
—Elemental, querido Watson.
De repente, me acordé del sobre morado. ¿Pudo ser esa la razón por la que Thornhill se enteró? Pero, por la manera en que estaba colocado entre los papeles del asiento delantero, no parecía que nadie lo hubiera tocado desde que Amanda lo había puesto allí ( si es que lo había hecho, o si realmente estaba allí).¿Debía contarle a Hal lo del sobre? Pero entonces tendría que explicarle por qué no se lo había contado antes. Volvió a saltarme la misma duda: ¿valía la pena seguir guardando secretos?
Sin venir a cuento, Hal dijo:
—Ella fue la razón por la que fui a Nueva York.
No supe a qué se refería. ¿Tendría algo que ver con el coche de Thorhill?
—¿A Nueva York?—repetí.
—¿Recuerdas que fui a Nueva York para ese concurso de dibujo?
Hal pareció un poco cortado por sacar el tema del concurso, que finalmente había ganado, así que empezó a juguetear con los cordones de su zapatilla; después volvió a atárselos, aunque estaba segura de que ya estaban bien antes de que los tocara.
—Claro—dije—. Ese concurso nacional que ganaste. Fue muy guay.
Cuando Hal levantó la cabeza, tenía las mejillas coloradas por el rubor, pero aun así me miró a los ojos.
—Si participé, fue gracias a ella. Fue la que me pidió que hiciera la caricatura de Thornhill para el periódico. Después se la dio al señor Harper junto con otros dibujos míos que… digamos que tomó prestados de mi portafolio.
El señor Harper era el jefe del departamento de arte, pero no daba clase a los estudiantes de primer año.
—Vaya —dije. No me costó imaginarme a Amanda presentándose en el despacho del señor Harper con un ejemplar de The Spirit en una mano y una pila de dibujos que le había quitado a Hal en la otra, pidiéndole que le dejara representar al Endeavor en el concurso.
Hal estaba con la mirada perdida, como si ya no estuviera hablando conmigo, sino pensando en voz alta.
—Nadie se había tomado nunca mis dibujos tan en serio…
De repente, giró la cabeza para mirarme y chasqueó los dedos.
—¡Cámaras de seguridad!—exclamó—. Thornhill debió de verla en una de las cintas de vigilancia.
Perdí el hilo durante un instante, pero después me di cuenta de que habíamos vuelto al tema del coche de Thornhill. Me había olvidado por completo de que el Endeavor tiene cámaras de seguridad en todas las puertas y en los aparcamientos. El subdirector las había mandado colocar el otoño anterior, después de que se colaran varios alumnos, aunque finalmente no se habían llevado nada.
—No me importaría echarle un vistazo a esa cinta —comenté.
Lo dije sin segundas intenciones. No es que quisiera decir: «Ojalá hubiera alguna forma de que pudiéramos ver a Amanda decorando el coche de Thornhill». Lo dije como podría haber dicho: «Ojalá descubriera dónde está ese teléfono móvil que perdí en verano», o «Me encantaría preguntarle a George Washington cuáles fueron sus movimientos para cruzar el Delaware en lugar de tener que averiguarlas por mi misma para ese estúpido trabajo de historia». Lo que quería decir era: «Ojalá viviéramos en un universo paralelo, uno en el que pudiéramos ver la cinta de Amanda pintando el coche. Lástima que eso sea imposible».
Pero, al parecer, lo que dije y lo que Hal escuchó fueron dos cosas muy, muy diferentes.
—Eso es lo que haremos —dijo.
—¿El qué? ¿Qué vamos a hacer?
—Tenemos que ver esa cinta. Y descubrir la dirección de Amanda que tiene el instituto, los detalles sobre su familia, todo… Cualquier detalle concreto sobre ella. Tenemos que conseguir ese expediente.
—¿Y cómo se supone que vamos hacerlo? —pregunté.
—No puede ser tan difícil —dijo Hal—. Tanto el expediente como la cinta tienen que estar en el despacho de Thornhill, ¿no crees?
Me imaginé el enorme archivador que había contra la pared.
—Pues sí —admití.
Hal se pasó los dedos por el pelo.
—Podríamos crear una distracción. Sacar a todo el mundo del edificio.
—Y esa distracción es…
—¿Pulsar la alarma de incendios? —Sugirió Hal.
Negué con la cabeza.
—¿Recuerdas lo que les pasó a Seth y Wyatt Hall?
Hal esbozó una mueca de dolor.
—Cierto. Tienes razón.
Seth y Wyatt Hall eran dos gemelos que están en el último curso en el Endeavor. Mejor dicho, estuvieron en él hasta el pasado semestre, cuando los expulsaron por accionar una alarma de incendios durante los exámenes finales del primer semestre.
—¿Y una amenaza de bomba? —dijo Hal.
—Creo que eso podría considerarse como un delito federal.
Hal se levantó y empezó a dar vueltas en pequeños círculos.
—Está bien, está bien. No puede ser tan difícil. No es que queramos hacer una cirugía a corazón abierto. Lo único que necesitamos son diez minutos a solas en el despacho de Thornhill.
—Pero, Hal, eso es como decir que lo único que necesitamos es un millón de dólares.
—Vale, vale —de repente, Hal se paró en seco—. ¡Qué tontos somos! Mañana estaremos en el instituto, cumpliendo el castigo. Es sábado por la mañana, así que el lugar estará desierto. Es la oportunidad perfecta.
—Estar en el instituto y entrar en el despacho de Thornhill son dos cosas diferentes —respondí, aunque era tan obvio que no hacía falta decirlo—. Aun suponiendo que consigamos llegar hasta el despacho de Thornhill desde dondequiera que nos tengan castigados, y sin que nos vea nadie, todavía tendremos que hallar la manera de entrar.
—Podríamos forzar la cerradura. En las pelis lo hacen continuamente. Creo que basta con tener una tarjeta de crédito y uno de esos… ya sabes —se señaló la cabeza—, uno de esos chismes para el pelo.
—¿Unas horquillas? Pero ¿has intentado alguna vez forzar una cerradura? —pregunté.
—No exactamente.
—Pues digamos que no es tan fácil como parece en las películas.
Hace años, cuando mis padres estaban reformando la cocina, uno de los trabajadores no se dio cuenta de que siempre dejamos abierta la puerta principal, y la dejó cerrada por dentro antes de terminar su jornada. Yo tuve la misma idea brillante que ahora tenía Hal de forzar la cerradura, pero después de horas intentándolo, tuve que aceptar que no puedes creerte todo lo que sale en la tele, y desistí; trepé por el manzano que crecía junto a la ventana de mi habitación y entré a través de ella.
—Ah —dijo Hal, volvió a dejarse caer sobre la roca.
Me sentí mal por chafar todos sus planes sin ofrecer ninguna alternativa. Pero yo no era precisamente una experta en asaltar viviendas. Traté de pensar en cualquier cosa que me hubiera contado mi padre de su trabajo en seguridad.
—¿Y si le robamos las llaves? Mañana, mientras estemos castigados, tú podrías distraerlo mientras yo se las quito.
Cómo lo haría exactamente, era algo que no tenía muy claro, pero Hal parecía contento con la idea, así que seguí adelante. En realidad, el simple hecho de preparar un plan, aunque supiera que sería imposible de ejecutar, era bastante emocionante. Me levanté y seguí hablando.
—¿Y no hacen copias de llaves en esa ferretería que hay al lado de la pizzería de Sal?
Cerré los ojos y me imaginé las tres tiendas que formaban una pequeña zona comercial a poco más de un kilometro del Endeavor. ¿Podría uno de nosotros llegar hasta allí y volver lo suficientemente rápido como para que Thornhill creyera que solo había ido al baño o a coger algo de su taquilla?
—Podríamos robarle las llaves —proseguí—, llevárselas al cerrajero, hacer una copia…
Ahora era Hal el que negaba con la cabeza.
—Lo de copiar las llaves es una buena idea. Pero no podemos copiar las llaves del instituto.
Puede que hubiera empezado pensado que mi plan era imposible, pero ahora que lo veía más probable, la negativa del Hal me resultó molesta. Me puse las manos en las caderas y dije:
—¿Qué quieres decir con que no se puede copiar una llave del Endeavor?¿Es que son de una clase especial?
La llave de la camioneta nueva de mi padre tenía una punta tan gruesa que si la perdías, la única manera de conseguir una nueva era pedírsela al fabricante. Pero nunca había visto nada especial en las llaves del instituto.
—¿Alguna vez has visto una de cerca? —preguntó Hal.
—¿Una llave del instituto?—traté de hacer memoria—. Solo las que llevan los conserjes.
—Una vez me dejé la chaqueta en la clase —dijo Hal—, y el conserje me prestó sus llaves para poder entrar a buscarla. Cada llave tiene un número, y en todas pone «no duplicar». Así que, a no ser que podamos sobornar a un cerrajero, no creo que quiera…
Pero ya no le estaba escuchando. Sentía que mi corazón había dejado de latir durante un segundo, para después ponerse a funcionar a mil revoluciones por minuto. Recordé esa tarde invernal. La peluca rubia de Amanda. La llave. Pensé en la persona que había metido un cuervo en el despacho de Thornhill durante las vacaciones de febrero.
Me puse en cunclillas y le agarré del brazo.
—¿Has dicho «no duplicar»?
—Sí, eso quiere decir que…
Me senté. La cabeza me daba vueltas. ¿Sería posible que Amanda…?
Hal había dejado de hablar y me estaba mirando.
—¿Estás bien?
¿Lo estaba? No lo sabría decir. Los fuertes latidos de mi corazón me impedían concentrarme.
Al ver que no respondía, Hal se inclinó para mirarme a la cara.
—En serio, Callie, ¿qué es lo que pasa?
Finalmente, le miré a los ojos.
—Creo que sé cómo vamos a entrar en el despacho de Thornhill.
Me había sentido muy segura de mí misma cuando le dije a Hal que usaríamos la llave que me había dado Amanda para colarnos en el despacho de Thornhill, pero al estar sentada en la biblioteca bajo la atenta mirada del subdirector, no pude evitar sentir que el simple hecho de pensar en quebrantar una norma del instituto era una idea nefasta. Tampoco me ayudó demasiado pensar que cuando Jason Phipps y Todd Markham acudieron a cumplir con su castigo, el señor Thornhill los llamó a su mesa y les dijo algo en voz muy baja, algo que estoy segura de que incluía la palabra «expulsados». Jason y Todd están en Primaria, y suelen salir con un grupo de macarras que siempre se meten en problemas por montar fiestas salvajes cada vez que los Enders ganan un partido (algo que, por otra parte, ocurre muy pocas veces). Me pregunté por qué estarían castigados aquel día, teniendo en cuenta que la temporada de fútbol ya había terminado. Fuera lo que fuese lo que hubieran hecho, ¿podría ser peor que colarse en el despacho del subdirector y hurgar entre sus cosas para buscar el expediente confidencial de un alumno y una grabación de vigilancia?