Read Proyecto Amanda: invisible Online
Authors: Melissa Kantor
Al contrario que el puma, este animal sí que lo identifiqué a la primera.
―El coyote ―dijo Hal.
―El tótem de Amanda ―añadió Nia.
✿✿✿
―¿El mío? Yo soy el coyote. El embaucador ―apretó el puño y después lo abrió, mostrándome su palma vacía―. Ahora me ves, y al momento ya no me ves. Supuestamente, debía estar poniendo al día a Amanda con las ecuaciones de segundo grado; pero en realidad era ella la que me estaba enseñando cosas sobre los tótems, concretamente sobre el suyo y el mío. Cuando comenté que todo eso, que la superstición y las creencias ancestrales eran lo más opuesto del mundo a la trigonometría, Amanda me hizo un gesto con su estilográfica.
―Au contraire ―dijo―. Todos los sistemas de creencias son iguales.
―¡Venga ya! ―exclamé―. Las matemáticas no son un sistema de creencias, son la explicación de cómo funcionan las cosas.
―Exacto ―dijo Amanda―. En otras palabras, son un sistema de creencias.
Llevaba algo que hacía parecer su pelo mucho más largo, como si le hubiera crecido hasta la cintura durante la noche. Iba vestida con un traje con mangas hinchadas y bordes de encaje, que parecía sacado de otra época. Tenía intención de preguntarle por su aspecto ―el pelo, la estilográfica de pluma de ave, el vestido―, pero, como de costumbre, Amanda cambió rápidamente de tema. Con ella, siempre pasaba lo mismo; nunca sabía cómo habíamos llegado al tema del que estábamos hablando ni cómo nos habíamos apartado del tema que supuestamente estábamos tratando anteriormente.
―Un momento, ¿me estás diciendo que no crees en las matemáticas?
Durante las últimas dos semanas, había descubierto que Amanda era, probablemente, la mejor matemática que conocía, aparte de mi madre. Era un genio de los números. ¿Cómo era posible que cuestionara su verdad fundamental?
―Creo en las matemáticas ―dijo―. No son como el Ratoncito Pérez o Santa Claus. Creo que existen. Pero no creo que expliquen las cosas mejor que muchos otros sistemas de creencias solo porque estén de moda en este lugar concreto y en este preciso momento de la historia.
―¿Te refieres a…Dios?
Sin duda, aquella era la conversación más rara que había tenido nunca con alguien. Traté de imaginarme hablando de Dios con Heidi, Traci o Kelli.
―La religión es otro sistema de creencias ―dijo―. Lo que ocurre es que no es el mío.
―¿Y cuál es entonces? ―no quise sonar como si me hubiera puesto a la defensiva, pero a veces hablar con Amanda me hacía sentir como si estuviera un paso crucial por detrás de ella.
―Mi sistema de creencias… ―apoyó la cabeza contra la pared y cerró los ojos un instante. Después, sin abrirlos todavía, dijo―: Hay más cosas entre el cielo y la tierra, Horacio, que las que sospecha tu filosofía.
Negué con la cabeza.
―Puede que haya un montón de cosas entre el cielo y la tierra, pero la cuestión es que se pueden contar todas.
Abrió los ojos y me miró fijamente.
―Eso es lo que intento decirte, Callie ―dijo―. En realidad, no se puede.
✿✿✿
Sonó el clic de la cámara de Nia y, sin prestar verdadera atención a lo que estaba fotografiando, apunté mi móvil en dirección al coyote e hice una foto. Todos permanecimos callados durante un rato.
―Bueno ―dijo Hal finalmente―. Amanda necesita que hagamos algo por ella.
Un coche que estaba atravesando la rotonda que había frente al instituto tocó el claxon. Al mirar me fijé en que era el BMW SUV de la madre de Heidi. Heidi iba en el asiento del copiloto y Traci en la parte de atrás. Me gritó algo que parecía un ¡Llámame! en cuanto el coche giró por Ridgeway Drive.
Tener esas dos relaciones a la vez me hizo sentir un poco rara. Una de ellas, lo más mundana y perceptible, y la otra, única y misteriosa.
Era como existir en dos universos paralelos al mismo tiempo.
Pero no pude ignorar la fuerza gravitacional de lo que había dicho Hal. Me di la vuelta hacía él y dije:
―Pero ¿qué querrá de nosotros? ¿Y por qué no se limito a pedírnoslo?
―Hal no lee las mentes, ¿sabes? ―dijo Nia. La suavidad que había antes en su voz había desaparecido por completo.
Vale, ya empezaba a estar harta de todo eso.
―¿Tienes algún problema conmigo o qué? ―le pregunté―. ¿Acaso he hecho algo para ofenderte en los últimos cinco minutos?
―A ver, a ver ―dijo Nia. Inclinó la cabeza hacia un lado y se presionó la sien con el dedo índice, tratando de imitar la expresión de alguien que está meditando profundamente. Después levantó la cabeza y me miró con una sonrisa sarcástica―. No, yo diría que has conseguido no decir nada ofensivo en los últimos cinco minutos.
―¿Hasta cuándo vais a seguir las dos…? ―interrumpió Hal, pero esta vez no me importaba lo que tuviera que decir.
―Nia, nunca te he hecho nada, jamás, y ahora estás actuando como si…
―¿Qué nunca me has hecho nada? ―Nia se levantó y avanzó un paso hacia mí. Bajo la voz hasta que se convirtió en un susurro―. ¿Qué nunca me has hecho nada? Esta sí que es buena, Callie. Veamos, ¿el nombre de Keith Harmon significa algo para ti?
Retrocedí un paso, pero no fue solo para alejarme de la inquietante voz de Nia. Lo cierto es que Keith Harmon sí significa algo para mí.
―No fui yo.
―Sí, claro ―dijo Nia dándome la espalda.
Estiré la mano para agarrarla del brazo.
―En serio, Nia no fui yo.
Ella apartó de golpe el brazo, como si le repugnara mi tacto, lo cual me recordó el que Traci había intentado hacerme durante la comida.
―Bueno, como dice mi madre: Quien con perro se acuesta, con pulgas se levanta.
Al principio no me di cuenta de lo que estaba diciendo, pero cuando lo hice exclamé:
―¡Mis amigas no son perros!
―Puede que por fuera no ―dijo Nia, y siguió tomando fotos de los dibujos del coche.
El corazón me palpitaba con fuerza. Si yo hacía todo lo posible para evitar confrontaciones, Nia parecía querer lo contrario. No me extraña que no tuviera amigos.
Pero aunque pensara así, no pude evitar sentirme un poco avergonzada al recordar lo que Heidi le había hecho a Nia cuando estábamos en primero.
Aquel año, Heidi y Nia coincidían tanto en clase de matemáticas, como en inglés. Un día, más o menos una semana después de que se chivara de que Heidi y Traci habían copiado, Nia se dejó olvidado en clase su cuaderno de inglés. Heidi lo cogió porque, como nos contó durante el almuerzo, quería ser una buena ciudadana y tenía pensado devolvérselo. Pero, en realidad, lo que hizo fue tirarlo al suelo. La casualidad quiso que se abriera por una página en la que había unos cuantos apuntes sobre objetos directos y adjetivos calificativos, y también un corazón dibujado en el margen, con las iniciales NR y KH escritas dentro.
La verdad es que no sé qué pasó exactamente ni de quién fue la idea, porque mi padre y yo nos fuimos a Washington D.C. ese fin de semana para reunirnos con mi madre, que había asistido esos días a una conferencia de la NASA. Pero, por lo visto, Heidi, Traci o Kelli, o las tres juntas, crearon una cuenta de correo que era algo así como [email protected] y le mandaron un mensaje a Nia. Ella respondió al falso Keith, que volvió a escribirle, y así sucesivamente. El lunes por la mañana, Heidi tenía un montón de e-mails para enseñarnos a mí y al resto de la clase, en los que Nia admitía que Keith siempre le había gustado y que le apetecía salir con él alguna vez. Por aquel entonces, Nia era una simple empollona con unas trenzas ridículas y gafas de culo de vaso, pero no era una apestada. Y ya entonces Cisco Rivera era Cisco Rivera, así que si no hubiera cabreado a Heidi, habría podido pasar como neutral en el instituto. Pero no.
La cosa fue realmente mal. Durante mucho tiempo, Nia no pudo pasar junto a nadie sin que le dijeran cosas como: «¿Vas a ver a tu novio, Nia?». Cada vez que pasaba frente a la taquilla de Nia, podía ver algo pegado en ella: un trozo de papel con iniciales NR Y KH, una flor muerta o simplemente las palabras «¡¡¡Ya te gustaría!!!». En mi opinión, ella se lo había buscado (o ¿es que creía que Heidi y Traci le dejarían vivir en paz después de que las delatara?), pero aun así terminé sintiéndome mal por ella.
Una parte de mí sabía que debía decirles algo, pero aún no tenía la confianza suficiente con las Chicas I. Todavía pienso que por entonces estaba… No sé, fue como si estuviera en un periodo de prueba. Si ahora hicieran algo parecido, no dudaría en decirles que parasen. De todas formas, no creo que vuelvan a hacer algo así. Durante Primaria, la gente hace muchas cosas que jamás harían al llegar al instituto. No se puede juzgar a alguien por un único error.
En ese preciso momento, como si alguien la hubiera enviado, Bea Rossiter salió por la puerta principal. La vi entrar en el coche en que la esperaba su madre y se marcharon.
Cerré los ojos. Lo que había ocurrido con Bea era diferente.
Pero una vocecilla dentro de mi cabeza me preguntó:
«¿Estás segura?»
Afortunadamente, la voz de Hal interrumpió mis pensamientos.
—No podremos ayudar a Amanda si no trabajamos juntos.
Nia se dio la vuelta rápidamente para encararle.
—¿Sabes qué, Hal? Estoy cansada de oírte ¿Tienes la seguridad de que Amanda necesita nuestra ayuda? No tienes ni idea de por qué ha hecho esto. Así que ¿por qué no dejas a un lado todo ese rollo de adivino que lee el futuro en posos de café y te callas de una vez? Porque estás empezando a ponerme de los nervios.
Le eché una mirada a Hal en plan «¿qué hacemos con esta loca?» Pero él no pareció alterarse por su actitud, lo cual me molesto un poco.
—Nia —dijo con tranquilidad. Al ver que seguía sin mirarle a los ojos, insistió—: Eh, Nia —no pude evitar sentirme celosa por la dulzura de su tono. Era como si, a pesar de que le gritara, Hal se preocupase de verdad por ella.
Nia se cubrió el rostro con las manos durante un instante e inspiro profundamente.
—No lo entiendo. Esto no tiene ningún sentido. Pensando que yo era… Da igual. He perdido la cabeza.
Hal avanzo un paso y le colocó una mano en el hombro.
—¿Qué pensabas que eras?
—Nada —dijo Nia, y negó con la cabeza, como si fuera una puerta cerrándose— en cualquier caso, ¿por qué no nos devuelve las llamadas?
—No lo sé —dijo Hal. Se tocó brevemente el bolsillo del vaquero, en el que se percibía el bulto que formaba su móvil.
—No es propio de ella —dijo Nia, pero su afirmación era más bien una pregunta, como si las cosas se hubieran puesto tan patas arriba que necesitara que Hal le confirmara algo que ella ya sabía.
—No es propio de ella en absoluto —coincidió Hal.
Me sentí rara al estar plantada sin nadie con quien hablar, mientras todos tenían su pequeño momento de intimidad. No podía recordar cuando había sido la última vez que me había sentido tan fuera de lugar. Eso es lo que pasa cuando eres una Chica I: nunca estas fuera de lugar. En ninguna parte. Me puse otra vez a hacer fotos del coche, pero no podía concentrarme, y sabía que ninguna de mis fotos seria de utilidad cuando intentáramos descifrar el mensaje. Cuando se llenó la memoria del teléfono, me quede quieta. Nia y Hal estaban hablando tranquilamente, sentados en el suelo al otro lado del coche. Por hacer algo me acerque a una de las ventanas pero había mirado tantas veces el dibujo que tenia (un arco iris con una enorme nube hinchada en cada extremo), que no sabía qué sentido tenía volver a hacerlo.
¿Cómo sería el coche del señor Thornhill por dentro? Estaba convencida de que era un obseso de la limpieza, y apoye la nariz contra la ventana para comprobar si estaba en lo cierto, pero era imposible ver nada a través de las líneas del arco iris.
—Bueno, creo que deberíamos empezar a limpiar —dijo Hal, que se había levantado y me estaba hablando por encima del techo del coche.
No pude evitar sentirme molesta. Ahora que habían terminado su chaqueta, ¿ya podíamos seguir con el trabajo? ¿Es que tenían que decirlo todo?
Sin decir nada, me acerque a mi cubo, cogí el spray y empecé a disparar liquido limpiador sobre el coche. En cuando el líquido alcanzo el dibujo, la tiza empezó a disolverse. Apenas tuve que frotar la superficie para que desapareciera por completo. Por un instante, pensé que era muy considerado por parte de Amanda no hacernos trabajar demasiado, pero entonces me enfade conmigo misma. No sabía que intenciones tenía Amanda, pero era evidente que no estaba intentando demostrar lo mucho que se preocupaba por nosotros. Puede que simplemente pensara que sería divertido gastarnos una broma, o quizá solo quisiera que supiéramos que éramos unos idiotas. Pero la idea de que quería hacernos un favor de algún tipo no tenía ninguna lógica.
Nos quedamos en silencio mientras limpiábamos la capa de colores brillantes que cubría el coche, revelando el azul oscuro de la pintura había debajo. Cuando finalmente pude ver el interior del vehículo, me sorprendió descubrir que estaba hecho un desastre. En el asiento de atrás había vasos de plástico vacios sobre un montón de carpetas, y una pila de periódicos en el asiento del copiloto, debajo de él había al menos una docena de cedés esparcidos por el suelo. Apoye la nariz contra e cristal para tratar de leer los títulos. En uno pide reconocer el nombre de Mozart, pero lo demás estaban boca abajo o con el titulo tapado, probé abrir la puerta del coche —nunca se sabe, oye—, pero estaba cerrada, daba igual, tampoco es que me muriera por saber qué clase de música escuchaba Thornhill.
Me dio la impresión de que habíamos tardado una eternidad en limpiar el coche, pero cuando mire el reloj vi que solo eran las cinco pasadas. Sin decir nada, nos alejaos unos pasos del vehículo para evaluar nuestro trabajo. De repente sonó un teléfono. Amanda. ¡Tenia que ser Amanda! Con un respingo, todos echamos mano se nuestros respectivos móviles.
Era el de Nia
—Hola, mama —dijo, y nos miro compungida, como si fuera culpa suya que nuestras esperanzas se hubieran ido al traste—. No, no pasa nada.
Volví a mirar el coche, sorprendida de lo vulgar que parecía ahora que habíamos borrado los dibujos. De repente contuvo una horrible intuición sobre mi vida, como si yo fuera el coche y Amanda los dibujos; y ahora que se había ido… Pero no quise pensar más en ello. Thornhill había actuado con excesiva teatralidad. Todo el mundo sabía que Amanda se saltaba las clases continuamente. Mañana estaría de vuelta y nos explicaría todo aquello.