Proyecto Amanda: invisible (6 page)

Read Proyecto Amanda: invisible Online

Authors: Melissa Kantor

BOOK: Proyecto Amanda: invisible
6.23Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Bueno —empecé a decir—, vamos con el seno y con el coseno.

Abrí el libro por la página por la que estábamos y después retrocedí hasta el comienzo de la lección .

—Esto… A propósito de eso… —dijo Amanda.

De repente, parecía un poco cortada. Aquello me sorprendió, habida cuenta de lo serena que había estado cuando la señora Krim la presentó a la clase, pidiéndole que se pusiera de pie delante de todos como si fuera un animal a punto de ser vendido en la feria del condado.

Dejé el libro abierto por la página 138 y la miré. En el dedo índice llevaba un enorme anillo de plata con la forma de un racimo de uvas, y empezó a juguetear con él.

—¿A propósito de qué?

—La verdad es que ya me sé lo de los senos y cosenos. Mi padre me lo enseñó. Supongo que te parecerá un poco raro —añadió rápidamente.

—Para nada —le dije con sinceridad—, mi madre sabe muchísimo de matemáticas. Siempre está enseñándome cosas.

Era increíble. Todos mis amigos pensaban que era rarísimo que mi madre y yo habláramos tanto de matemáticas. Cuando empezamos a salir juntas, Heidi me preguntó un día que había hecho la noche anterior. Yo le contesté que mi madre y yo habíamos cogido su telescopio para buscar M31 en la galaxia de Andrómeda, y que, con toda la intención, usamos un plano de estrellas desactualizado porque así tendríamos que realizar los cómputos nosotras mismas, si queríamos saber hacia dónde mirar en el cielo. Cuando terminé, Heidi me miró como si acabara de confesarle que era una víctima de la violencia doméstica.

—Qué alivio —dijo Amanda—. Estaba dudando entre fingir que no sabía de qué me estabas hablando, o decir que lo había aprendido en el instituto. No quería que pensaras que soy rara.

Esta vez fui yo la que solté una buena carcajada.

—Tranquila, soy la última persona del mundo que pensaría que eres rara por aprender mates en casa con uno de tus padres. Y te habrías arrepentido si hubieras fingido no saber qué son el seno y el coseno. Soy una profesora horrible.

—¡Yo también! —amanda levantó la voz más de la cuenta, y se tapó la boca con la mano—. Yo también —repitió, esta vez con un susurro—. No soy capaz de explicar cómo llego a las soluciones en los exámenes. Simplemente… las veo. Los profesores siempre me acusan de copiar —estaba radiante de alegría.

—¡Eso también me pasa a mí! —dije, con una voz casi tan alta como la que usó ella antes.

Entonces empezamos las dos a reírnos, como si el hecho de ser acusadas de copiar en un examen de mates fuera la cosa más graciosa del mundo.

Amanda fue la primera en dejar de reírse, y entonces se quedó mirándome fijamente durante un buen rato, tanto que empecé a sentirme un poco rara.

—¿Qué? —pregunté rascándome la nariz con timidez. ¿Tendría algo extraño en la cara?

—¿Has tenido alguna vez una intuición sobre el futuro? —preguntó. Sus ojos eran enormes, de un color gris oscuro, como el de las nubes de tormenta, un tono que más tarde descubriría que cambiaba según la luz.

—¿Te refieres a algo como la percepción extrasensorial? —dejé de frotarme la nariz.

—No exactamente —respondió mientras se daba unos suaves golpecitos con el boli en el labio superior—. Es más bien tener la sensación de que algo está predestinado a ocurrir.

—Eh… —vaya, cuánta solemnidad. Un segundo antes estábamos bromeando sobre los exámenes de mates, ¿y ahora de repente pasábamos a hablar del destino?

A Amanda no pareció importarle que no le respondiera. Se inclinó hacia delante y me tocó el hombro suavemente con su boli.

—Eres tú —dijo.

—¿Qué? —dije, sin saber muy bien cómo hacerle ver que estaba empezando a rayarme.

Sin prestar atención a mi respuesta monosilábica y poco entusiasta, y con una firme sonrisa en los labios, suspiró, apoyó la espalda en la pared y cerró los ojos.

—Tú vas a ser mi guía —dijo con serenidad.

Aunque no tenía ni idea de lo que me estaba contando, sentí que mi corazón se aceleraba.

—¿Tu guía? —pregunté en voz muy baja.

Amanda abrió los ojos y me miró fijamente.

—Sabía que te encontraría —dijo.

Como no se me ocurrió qué responderle, me quedé callada.

De vez en cuando se produce un fenómeno geológico tan dramático que es capaz incluso de desplazar el eje de la Tierra: un tsunami, un terremoto… Si pudieras subir al espacio y grabar la imagen del planeta en el momento exacto en que ocurre este suceso, verías literalmente cómo se mueve el mundo. En ese momento no me di cuenta, pero eso mismo es lo que supondría para mí conocer a Amanda Valentino.

Capítulo 8

Nia se rió entre dientes cuando el señor Thornhill nos dio la oportunidad de salir limpios de esta en el momento en que cogíamos a cada uno con un cubo lleno de harapos, rollos de papel absorbente y productos de limpieza, que estaban apilados junto a la puerta. Me llevó un rato pillar lo de «limpios», pero no estoy segura de si fue porque sencillamente Nia es más lista que yo, o porque todos los pensamientos que se arremolinaban en mi cabeza me tenían tan confusa que no me quedaba sesera suficiente para juegos de palabras.

Al ver que nadie decía nada, Thornhill nos indicó con un gesto que saliéramos por la puerta, así que lo hicimos en fila. Hal iba primero; Nia, y por último yo.

―Con esto va a ser imposible que limpiemos el coche ―afirmé mientras bamboleaba el cubo―. La pintura de espray no se quita frotando.

Los dos permanecieron callados, como si durante el almuerzo hubieran hecho un pacto para hacerme el vacío. Bueno, si querían seguir con su jueguecito, por mi perfecto, así que no dije nada más. Junto a la puerta de entrada del aparcamiento del profesorado había una muchedumbre reunida que, con asombro, contemplaba el coche del señor Thornhill. Algunos incluso tenían preparados sus móviles para sacar una foto. Al principio, el guardia de seguridad que los estaba conteniendo tampoco nos dejó pasar a nosotros. Hal tuvo que explicarle unas cincuenta veces que nos habían ordenado a limpiar el coche, y aun así el tipo no parecía muy convencido cuando por fin nos dejó pasar. Entre la muchedumbre asomaba el pelo oscuro y rizado de Lee. También distinguí a Traci, Heidi y Jake, que estaban a su lado. Lee fue el primero en verme, tal vez porque era el más alto; levantó los puños por encima de la cabeza y gritó «¡Vamos, Callie!», acompañado por los aplausos de Traci, Heidi, y por los silbidos de Jake. Esperé que Hal y Nia los oyeran. Así se darían cuenta de a quién estaban ignorando.

El viejo Honda Civic del subdirector estaba aparcado lo suficientemente lejos del gentío como para que el barullo que montaban los mirones sonara muy apagado. O puede que no fuera más que el efecto de una sobrecarga sensorial, producida por mirar algo tan refulgente que impedía percibir cualquier otra cosa. El cielo se había nublado desde que nos habíamos asomado por la ventana del despacho de Thornhill, pero incluso bajo la luz grisácea de aquella tarde de marzo, el coche vibraba de color y energía.

―Guau ―exclamó Hal.

La impresión fue unánime. Desde lejos solo habíamos podido ver las formas más grandes, pero cuando te acercabas podías advertir la cantidad de detalles que había: pájaros diminutos portando intrincados ramos de olivo, largas cadenas de margaritas entrelazándose de arcos iris meticulosamente dibujados… No solo era brillante y colorido sino que era una verdadera obra de arte.

De repente se me ocurrió algo. A pesar de mi determinación interior de no hablar con Hal y Nia, me di la vuelta hacia él, que estaba a mi lado, admirando el paisaje lunar que cubría el lado del parabrisas del conductor.

―¿Lo has dibujado tú?

No sé si Hal se había propuesto seriamente ignorarme, o si no escuchó lo que le dije. Alargó el dedo índice y siguió el contorno de la luna.

―Eh, esto… ―empezó a decir, pero antes de que pudiera terminar, lo agarré del brazo.

―¿Lo has hecho tú?

―¿Qué? ―se giró para mirarme, pero era evidente que seguía absorto admirando la obra maestra en que se había convertido el coche de Thornhill. Me di cuenta de que, después de tocar la luna, su dedo había quedado cubierto por una fina capa de color blanco azulado.

―Te he preguntado que sí has hecho tu esto.

Hal era el mejor artista del Endeavor, y no había duda de que la persona que había pintado el coche era alguien con mucho talento.

―Ojalá ―respondió y se dio la vuelta para seguir admirando el coche―. Puede que hubiera conseguido hacerlo, pero solo con la ayuda de Amanda.

No estaba muy segura de lo que había querido decir, pero no pude negar que el tono de Hal era amigable. Me pregunté si no me habría vuelto paranoica al pensar que Nia y él me estaban haciendo el vacío.

―¿Cómo la conseguiste? ―aunque no era mi intención, lo cierto era que mi pregunta pareció un poco ofensiva.

Hal no respondió, pero Nia sí.

―Vaya, ¿ahora resulta que eres la titular del registro social del instituto?

Ninguna de las otras Chicas I habría tolerado que Nia se pusiera tan borde, pero es que las tres tienen mucha más experiencia que yo en discusiones. Durante unos instantes traté de pensar en una réplica ingeniosa, pero no se me ocurrió nada, terminé diciendo:

―Lo único que pasa es que no me di cuenta de que erais amigos.

Después me encogí de hombros, como si no hubiera ningún recelo en mi declaración.

Pensé que Nia desistiría, pero no fue así.

―Pues vale. Tus amigas y tú podéis…

―¡Mirad! ―exclamó Hal. Había rodeado el coche y ahora estaba en el maletero.

Contenta de tener una excusa para no pelearme con Nia y quedar como una debilucha, me acerqué al lugar donde estaba Hal y observé lo que estaba señalando. Esparcidos por el maletero se podían ver media docena de osos, pájaros y gatos que eran idénticos a los que habíamos encontrado en nuestras taquillas. También había otro animal, una especie de lagarto. Junto a ellos flotaban una serie de lunas y estrellas, y un puñado de signos de la paz.

―Eso es un lagarto ―dije pensando en voz alta―. Y eso es un gato…

―Es un puma ―me corrigió Hal, y se frotó la muñeca sin darse cuenta durante unos instantes.

No me di cuenta de que Nia estaba detrás de mí hasta que me espetó:

―¿Pensabas que era un gato? Pero si no se parece en nada.

Esta vez, le solté una réplica sin darme tiempo si quiera a pensarla.

―Tampoco sabía que fueras una maldita experta en la naturaleza, Nia ―le dije con brusquedad―. Pero tranquila, que la próxima vez que salga en el Discovery Channel hablando de la fauna autóctona de Orion, me aseguraré de verlo.

―Como si me importara.

―¿Podrías tranquilizaros de una vez? ―pidió Hal con serenidad.

Pero Nia estaba lanzada.

―¿Y quién eres tú para cuestionar nuestra amistad con Amanda? ¿Qué hay de la tuya? Yo tampoco la he visto nunca contigo ni con tus estúpidas Chicas I. Seguro que intentaste hacerte su amiga, pero como no te dejó que la llamaras Mandi, decidiste mandarla a paseo.

Sentí que la cara se me estaba empezando a poner roja. Me puso tan furiosa que levanté el brazo para señalarla, sin recordar que todavía estaba sujetando el cubo.

―Nia tantos celos resultan patéticos. No creo que Amanda hubiera salido, ni en un millón de años, con alguien tan… ―el cubo se balanceó vertiginosamente en mi mano y uno de los botes de limpiador se cayó en el suelo.

―¡Basta! ― está vez la voz de Hal sonó contundente. Nunca le había oído gritar, así que me callé.

―Escuchad―prosiguió con su tono normal―. No pretendo entender a Amanda, ni sus motivaciones. Pero lo que sí sé es que nunca hace las cosas porque sí. Y ahora mismo tengo un presentimiento muy fuerte. Esto ―señalo el coche y nos miró―es un mensaje.

Creo poder afirmar que soy la persona menos supersticiosa del mundo, pero en cuanto Hal dijo eso sentí un escalofrío. ¿Sería posible? ¿Estaría Amanda intentando decirnos algo?

Hal siguió hablando:

―Esto es lo que puedo decir sobre lo que ha dibujado. Mi tótem es el puma: fuerte y solitario ―volví a ruborizarme cuando se describió de esa manera, pero a él no parecía darle ningún corte.

Las palabras de Hal amanzanaron a Nia como por arte de magia, y entonces ella señalo el pájaro.

―Esa soy yo―susurró con voz suave y casi soñadora―. La lechuza. Sabia. Independiente.

Estuve a punto de reírme cuando dijo lo de independiente. ¿Así es como se le llamaba a la gente con dificultades para relacionarse en sociedad?

Hal me dio un suave empujón en el hombro, y me di cuenta de que era mi turno.

―Los osos son fuertes―dije lentamente. No añadí el otro detalle importante que me había acortado Amanda: los osos hibernan.

Nia se apoyó en el coche mientras Hal y yo hablábamos, y cuando se levantó, se sacudió instintivamente el polvo de la cadera. Me acordé del dedo de Hal.

―¡Es tiza! ― dije casi gritando.

Hal se dio una palmada en la frente.

―¡Claro! Eso es lo que iba a deciros antes. No es pintura.

―¿Qué? ―Nia nos miró.

―El dibujo está hecho con tiza. Mira―rocé una brillante manzana con el dedo y lo arrastré sobre la superficie metálica del coche. Cuando retiré la mano, sobre mi piel habían quedado unos rastros rojos.

Hal se agachó hasta poner la cabeza a un centímetro escaso de la superficie del coche.

―Ahora que lo veo mejor, creo que es una mezcla de tiza y pastel ―dijo―. No debería ser difícil quitarlo del coche.

―No me gusta nada la idea de borrarlo―declaró Nia.

La entendí perfectamente. Incluso aunque no fuera un mensaje de Amanda (un mensaje en clave, eso sí) era algo suyo. Y era precioso. Me moría de ganas de hablar de ello con Amanda. Este deseo me hizo recordar que seguía desaparecida.

―¿Sabéis algo de ella, chicos? La he llamado y le mandé un mensaje, pero no me ha contestado.

Hal y Nia negaron con la cabeza.

―Nada ―dijo Nia. Por su forma de responder, supe que también ellos se habían pasado el día intentando localizarla.

―Voy a hacer unas fotos ―dijo Hal al tiempo que sacaba su móvil―. ¿Me ayudáis?

Ninguna de las dos le respondimos, simplemente sacamos nuestros teléfonos y empezamos a dar vueltas alrededor del coche.

―¡Mirad! ―Nia estaba sentada en el suelo, junto a la puerta del conductor. Estaba señalando el borde del guardabarros, justo detrás de la rueda.

Other books

Blizzard of the Blue Moon by Mary Pope Osborne
Sh*t My Dad Says by Justin Halpern
Freedom's Forge by Arthur Herman
Out of Whack by Jeff Strand
A Treacherous Paradise by Henning Mankell
Sugar Cookie Murder by Fluke, Joanne