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Authors: Margaret Weis

Tags: #Fantástico, Juvenil e Infantil

Raistlin, crisol de magia (14 page)

BOOK: Raistlin, crisol de magia
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—¡Ah, Burrfoot! Encantado de conocerte. Soy Eider Vilano.

—¿Milano?

—Vilano, o borrilla de cardo, no el ave de presa. Y éste es Recio Gorgorito.

—Encantado de conocerte, Tal es el Furor.

—Tasslehoff Burrfoot —corrigió Tas—. Es un honor conocerte, Necio Gorgojillo.

Y así continuaron las presentaciones.

Una vez que los kenders se hubieron presentado correcta

mente y todos conocieron el nombre de los demás, se inició la segunda fase del ritual con la que se determinaba si había relaciones familiares entre ellos. Es un hecho conocido en esta raza que cualquier kender puede rastrear su árbol genealógico ya sea directamente, dando un rodeo o pasando por encima, hasta llegar al famoso tío Saltatrampas. Los parentescos son, en consecuencia, fáciles de establecer.

—Tío Saltatrampas era primo tercero de una tía de mi madre, por parte de la rama de su marido, el tío de mi madre —dijo Eider Vilano.

—¡Es sorprendente! —gritó Tasslehoff—. Tío Saltatrampas era primo segundo de la mujer del tío de mi padre.

—¡Hermano! —gritó Eider Vilano a la par que extendía los brazos.

—¡Hermano! —Tasslehoff se lanzó a ellos.

Esto siguió también con todo el grupo de kenders y acabó con la conclusión de que Tas era familiar cercano de todos y cada uno de los quince, a ninguno de los cuales había visto en su vida.

Después llegó la tercera fase. Tasslehoff preguntó cortésmente si alguno de sus «parientes» había encontrado objetos interesantes o inusitados en sus viajes. Los otros kenders insistieron con igual cortesía que era Tasslehoff quien debería mostrar sus adquisiciones primero, con el resultado de que todos ellos se sentaron en mitad de la calzada, vaciaron bolsas y saquillos y empezaron a revolver entre las pertenencias de los demás interrumpiendo la circulación de carretas y viajeros.

—¡Sigue adelante, Tanis! —instó Flint en un ronco susurro—.

¡Deprisa! Con suerte lo perderemos.

Sabiendo muy bien que Tas podría estar entretenido con este asunto divertido durante un día al menos, el semielfo hizo lo que le recomendaba su socio, aunque no con la esperanza de perder al kender por muy deprisa que viajaran.

Esa noche, mientras instalaban el campamento, apareció Tasslehoff cansado, hambriento y con otras ropas que no eran las que llevaba antes, pero totalmente feliz.

—¿Me echaste de menos, Flint? —preguntó, sentándose al lado del enano.

Pasando por alto el contundente «¡No!» del enano, Tas procedió a enseñar a sus compañeros sus recién hallados tesoros.

—Fíjate, Flint. Tengo todo un lote nuevo de mapas.

Unos mapas realmente fabulosos. Nunca he visto otros tan buenos como éstos. Mi primo dice que proceden de Istar, nada menos, una ciudad que ni siquiera existe ya, porque quedó aplastada en el Cataclismo. Estos mapas tienen dibujadas pequeñas montañas, pequeñas calzadas y aquí hay un lago minúsculo. Y todo lleva nombres escritos. Nunca había oído hablar de estos sitios y no sé dónde están; pero, si alguna vez quiero ir allí, dispongo de estos mapas que me mostrarán lo que hay cuando llegue a uno u otro sitio.

—Si ignoras dónde está un lugar, ¿de qué te sirve el mapa, cabeza de chorlito?

Tas reflexionó un momento y después señaló el fallo en el razonamiento del enano.

—Bueno, pues menos podría llegar allí sin ellos, ¿no?

—¡Pero si acabas de decir que no sabes dónde está, lo que significa que no puedes llegar allí con mapa o sin él! —replicó Flint, echando chispas.

—Ah, pero, si alguna vez llego a ese sitio, ¡sabré dónde me encuentro! —apuntó triunfalmente Tas.

Llegados a este punto, Tanis se apresuró a cambiar de tema antes de que al enano, que tenía la cara congestionada, le estallara alguna arteria.

Al día siguiente, alrededor de mediodía, llegaron a las puertas de la capital de la región, la urbe de Haven.

Los residentes de la ciudad eran quienes denominaban a Haven, ostentosamente, urbe. A su juicio, Haven rivalizaba con la legendaria metrópolis norteña de Palanthas. Claro que ninguno de los habitantes de Haven había viajado a la capital de Solamnia, lo que podía explicar tal designación inadecuada. En realidad, Haven no era más que una extensa

comunidad agrícola localizada en una tierra extremadamente fértil debido a los nutrientes aportados por las crecidas semestrales del río de la Rabia Blanca.

En esos tiempos de relativa paz entre las diversas razas que poblaban Abanasinia, las cosechas de Haven contribuían a alimentar tanto a los enanos de Thorbardin como a los humanos de Pax Tharkas. Los elfos de Qualinesti no se fiaban de los productos alimenticios humanos, pero habían descubierto que los viñedos de las soleadas laderas de las montañas Kharolis producían uvas extraordinariamente dulces.

Estas uvas eran importadas por Qualinesti para hacer el vino que gozaba de tan gran fama en Ansalon. El cáñamo de Haven era muy apreciado por los Hombres de las Llanuras, que lo retorcían para conseguir fuertes cuerdas muy resistentes.

Los habitantes de Solace utilizaban la madera de Haven para construir sus casas y negocios.

El Festival de la Cosecha era, en consecuencia, no sólo una celebración de otro excelente año en los campos, sino también un tributo a la propia ciudad por su prosperidad agraria.

Alrededor de la población se alzaba una empalizada de madera destinada a detener, más que a un ejército, a manadas de lobos merodeadores. Haven no había sido atacada nunca ni esperaba serlo. Después de todo, ésta era la Era de la Paz. Los portones hechos con troncos se cerraban sólo de noche y estaban abiertos de par en par durante el día. Los hombres apostados a la puerta actuaban más como representantes de la ciudad que daban la bienvenida a los viajeros que como guardias; intercambiaban amistosos saludos con los visitantes que conocían de años anteriores y daban un cálido recibimiento a los que llegaban por primera vez.

Flint y Tanis eran muy conocidos y muy apreciados. El sargento de guardia se acercó personalmente para estrechar las manos del enano y del semielfo y contempló con admiración a Kitiara. El sargento dijo que habían echado de menos la acostumbrada visita de Flint y preguntó dónde habían estado todo el verano. Escuchó con profunda conmiseración la triste historia de Flint y le aseguró al enano que su puesto habitual en el recinto de la feria lo estaba aguardando.

Al parecer, también Tasslehoff era muy conocido. El sargento frunció el entrecejo al ver al kender y sugirió que Tas podía ir directamente a meterse en el calabozo, ahorrando así un montón de tiempo y de problemas a los demás.

Tas contestó que consideraba muy amable por parte del sargento hacer semejante oferta, pero que se veía obligado a rechazarla.

—Flint depende de mí, ¿sabes? —argumentó el kender, aunque, por fortuna para él, sin que el enano lo oyera.

El sargento dio la bienvenida a los otros jóvenes y, cuando supo que era su primera visita a Haven, comentó que esperaba que no dedicaran todo el tiempo a trabajar y tuvieran ocasión de visitar algunos lugares de interés. Volvió a estrechar la mano del enano, advirtió a Tanis en voz baja que lo hacía responsable del kender, inclinó la cabeza ante Kitiara y luego se marchó para recibir a la siguiente carreta que cruzaba entre los portones abiertos.

Una vez dentro de la empalizada, fueron abordados por un hombre joven vestido con una túnica de color azul cielo y que hizo una señal para que detuvieran la carreta.

—¿Quién es éste? —preguntó Tanis.

—Uno de los clérigos de Belzor —aclaró Flint, cuyo gesto se ensombreció.

—¿Tiene alguna serpiente? ¡Quiero verla! —Tasslehoff estaba dispuesto a bajarse de un salto del vehículo.

—Ahora no, Tas —dijo Tanis con un tono que, cuando lo empleaba, el kender obedecía a veces. Sólo para asegurarse, Caramon agarró firmemente a Tas por la parte posterior del cuello de su nuevo chaleco a rayas verdes y púrpuras.

»¿En qué podemos ayudaros, señor? —gritó Tanis para hacerse oír sobre el traqueteo de carros, los relinchos de caballos y las voces de la apiñada multitud.

—Querría hablar con el joven que viste una túnica de color blanco —respondió el clérigo, que tenía puesta su atención en Raistlin—. ¿Eres un mago, hermano?

—Sólo iniciado, señor —respondió el joven humildemente—.

Todavía no me he sometido a la Prueba.

El clérigo se acercó al costado de la carreta, cerca de donde Raistlin estaba sentado, y lo observó intensa y seriamente.

—Eres muy joven, hermano. ¿Eres consciente del maligno fango en el que estás chapoteando... seguramente sin saberlo?

—¿Maligno? —Raistlin se inclinó por el borde de la carreta—.

No, señor. No es mi intención hacer nada malo. ¿A qué os referís?

El clérigo cerró sus manos sobre las del joven.

—Ven a oírnos en el exterior del templo de Belzor, hermano.

Todo quedará explicado. Una vez que comprendas que estás adorando dioses falsos, renunciarás a ellos y a sus artes perversas. Te despojarás de esa repugnante túnica y volverás a caminar por la senda de la luz. ¿Vendrás, hermano?

—¡Con gusto! —exclamó Raistlin—. Lo que me decís me aterra, señor.

—¿Eh? Pero, Raist... —empezó a protestar Caramon.

—¡Chitón, pedazo de zoquete! —Kitiara hincó las uñas en el brazo del mocetón.

El clérigo dio instrucciones a Raistlin para llegar al templo, que, según él, era el edificio más grande de Haven, y estaba localizado en el mismo centro de la ciudad.

—Decidme, señor —pidió Raistlin tras tomar nota de las señas—. ¿Hay una persona relacionada con el templo cuyo nombre es Judith?

—¡Oh, pues claro que sí, hermano! Es nuestra más sagrada sacerdotisa. Ella es quien nos participa la voluntad de Belzor. ¿La conoces?

—Sólo por su reputación —contestó respetuosamente Raistlin.

—Lástima que seas un practicante de la magia profeso, hermano. En caso contrario, podría invitarte al interior del templo para que presenciaras la ceremonia del Milagro. La sacerdotisa Judith invocará a Belzor para que aparezca ante nosotros esta misma noche, y hablará con los Benditos de Belzor que ya han expirado.

—Me gustaría verlo —dijo Raistlin.

—¡Ay, hermano! A los magos no les está permitido ver el Milagro. Perdona que te diga esto, hermano, pero vuestras malas artes resultan ofensivas a Belzor.

—Yo no soy mago —intervino Kit a la par que dedicaba una sonrisa encantadora al joven clérigo—. ¿Puedo ir al templo?

—¡Desde luego! Todos vosotros seréis bienvenidos. Presenciaréis milagros maravillosos que os dejarán estupefactos, borrarán vuestras dudas y os harán creer en Belzor con todo vuestro corazón y toda vuestra alma.

—Gracias. Allí estaré —prometió Kit.

El clérigo les echó la bendición de Belzor a todos con aire solemne y después se marchó para interrogar a los ocupantes de otra carreta que llegaba.

Flint resopló con desdén y se sacudió la bendición de la ropa como quien se sacude el polvo.

—-No me hace falta la aprobación de un dios que tiene buena opinión de las serpientes. En cuanto a ti, muchacho, admito que la magia no goza de mi aprecio, como todo enano de pro, pero creo que te conviene más ser un hechicero que un seguidor de Belzor.

—Oh, estoy totalmente de acuerdo contigo, Flint —afirmó seriamente Raistlin. No era éste el momento de recordarle al enano sus innumerables arengas contra la magia en todas sus formas y variedades—. Pero no me perjudicará hablar con este clérigo y saber qué supone abrazar la fe de Belzor. Quizás éste sea uno de los dioses verdaderos que todos hemos estado buscando. Me gustaría mucho ver esos milagros de los que hablan.

—Sí, también yo estoy interesada en Belzor —dijo Kitiara—.

Creo que iré al templo esta noche. Tú también puedes venir, hermanito. Lo único que tienes que hacer es cambiarte de ropa y seguramente no te reconocerán.

—No estaréis pensando en hacer que os acompañe, ¿verdad? —quiso saber Caramon, inquieto—. No es por faltar a Belzor, pero he oído que las tabernas de Haven están realmente animadas, sobre todo en los días de feria, y...

—No, hermano —lo interrumpió secamente Raistlin—.

No es preciso que vengas.

—Ninguno de los demás tiene que venir —dijo Kit—.

Raist y yo somos los miembros espirituales de la familia.

—Bueno, yo diría más bien que sois los miembros chiflados de la familia —manifestó Caramon—. La primera noche que pasamos en Haven y queréis ir a visitar un templo.

¿Y a qué venía eso de una sacerdotisa llamada Judith? —Dejó de hablar y parpadeó—. Judith —repitió, frunciendo la frente—. Oh. —Miró de hito en hito a su gemelo y a Kit—. Iré.

—¡Y yo también! —anunció Tas—. A lo mejor vuelvo a ver esas serpientes, por no mencionar la oportunidad de hablar con los que han «espiado». ¿Qué significa eso? ¿Qué espiaban? ¿Por el agujero de las cerraduras?

—Expirado, no espiado. Creo que significa que hablan con los muertos —explicó Raistlin.

—Nunca he hablado con muertos —dijo Tas, abriendo los ojos como platos—. ¿Crees que me dejarán hablar con tío Saltatrampas? No es que sepamos con certeza que haya muerto, cuidado. Hubo cierta confusión en el funeral. El cadáver estaba allí en un momento y al siguiente había desaparecido.

Tío Saltatrampas tendía a estar algo despistado cuando se hizo mayor, y algunos dijeron que a lo mejor se le olvidó que había muerto y se largó. O quizá que intentó estar muerto y no le gustó, así que volvió a la vida. O podría ser que el dueño de la funeraria lo extraviara. En cualquier caso, sería un modo de descubrir la verdad.

—¡Se acabó! —barbotó Flint—. ¡No pienso acercarme a ese templo! Bastante malo es hablar con un kender vivo, cuánto más con uno muerto.

—Pues yo iré —dijo Sturm—. Es mi deber. Si están realizando milagros en nombre de Belzor, debería llevar la noticia a la orden de caballería.

—Yo voy —anunció Tanis, aunque era algo que ya se daba por hecho puesto que Kitiara iba a ir.

—Estáis todos chiflados —opinó Flint mientras la carreta se unía a las otras que se dirigían hacia el recinto ferial.

—Al parecer no vamos a divertirnos tanto como pensábamos —comentó Kit a Raistlin en voz baja mientras echaba una ojeada a Tanis.

Sin embargo, Raistlin apenas le prestaba atención pues estaba pendiente de localizar la calle de los Herbolarios, en la que, según maese Theobald, estaba la tienda de productos para magia.

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