Raistlin, crisol de magia (31 page)

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Authors: Margaret Weis

Tags: #Fantástico, Juvenil e Infantil

BOOK: Raistlin, crisol de magia
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—Lamento que tengáis tan poca fe en mí, maestro —comentó Raistlin mientras acompañaba a su huésped hasta la puerta.

Theobald agitó una mano con gesto impaciente.

—Si tienes alguna duda o quieres preguntarme algo sobre tu libro de hechizos, ven a verme.

—Así lo haré, maestro —contestó el joven, que para sus adentros ya había decidido que antes vería a Theobald en el Abismo—. Gracias.

Cuando el mago se hubo marchado y Raistlin cerró la puerta tras él, le llegó el turno al joven aprendiz de empezar a brincar y saltar por la casa. En su arrebato de alegría, se remangó la túnica y marcó varios de los pasos de una rueda de baile que Caramon se había esforzado durante años en enseñarle.

El mocetón entró en ese momento y se quedó mirando boquiabierto a su hermano, y su estupefacción se multiplicó por diez cuando Raistlin corrió hacia él, lo abrazó y rompió a llorar.

—¿Qué ocurre? —Caramon interpretó mal el estallido emocional de su gemelo y sintió un terror tal que el corazón casi se le paró. Tiró la espada, que resonó con fuerza al caer al suelo, para agarrarlo—. ¡Raistlin! ¿Qué ha pasado? ¿Quién ha muerto?

—¡No ocurre nada malo, hermano mío! —gritó Raistlin, riendo y secándose las lágrimas—. ¡No pasa nada malo en absoluto! Por una vez, todo marcha bien.

Agitó el pergamino, que todavía sostenía en una mano, y siguió dando vueltas y saltos por el pequeño cuarto hasta que se derrumbó, falto de aliento pero todavía riendo, en la mecedora de su madre.

—Cierra la puerta, hermano, y ven a sentarte a mi lado.

Tenemos muchas cosas de que hablar.

3

Hacer que Caramon jurara guardar secreto respecto a la Prueba resultó una ardua tarea. En su entusiasmo, Raistlin enseñó a su hermano el preciado documento que los emplazaba a ambos a la Torre de Wayreth.

Caramon leyó la infortunada frase sobre «en caso de que muriera» y se puso fuera de sí. Tanto que, al principio, juró que Raistlin no iría a someterse a una prueba donde el castigo por fracasar era la muerte, aunque para ello tuviera que llamar a Tanis, Sturm, Flint, Otik y a la mitad de la población de Solace para detenerlo.

Al principio, a Raistlin lo conmovió la sincera preocupación de su hermano y, haciendo gala de una paciencia inusitada en él, intentó explicarle las razones que había detrás de unas medidas tan drásticas.

—Mi querido hermano, como tú mismo has visto, la magia en manos de la persona equivocada puede ser extremadamente peligrosa. El Cónclave sólo quiere en sus filas a aquellos que han demostrado ser disciplinados y diestros, y, lo más importante, que están dedicados en cuerpo y alma al arte. En consecuencia, los que simplemente se toman la magia como un pasatiempo y sólo la practican para divertirse, no quieren someterse a la prueba porque no están preparados para arriesgar su vida por la magia.

—Es un asesinato —argumentó Caramon en voz baja—.

Un asesinato, lisa y llanamente.

—No, no, hermano. —Raistlin intentó tranquilizarlo. Al recordar a Lemuel, sonrió y añadió—: A los que se considera que no son aptos para pasar la Prueba, el Cónclave prohíbe que lo hagan. Sólo se lo permiten a los magos que tienen unas probabilidades muy altas de pasarla. Y, querido hermano, son muy, muy pocos los que fracasan. El riesgo que se corre es mínimo y, en mi caso, nulo. Sabes con cuánto han he estudiado y trabajado. ¡Es imposible que fracase!

—¿De verdad? —Caramon alzó el semblante pálido y lleno de zozobra. Miró a su gemelo intensamente, sin parpadear.

—Lo juro. —Raistlin se recostó en la mecedora y volvió a sonreír; no podía evitarlo.

—Entonces ¿por qué quieren que vaya contigo? —preguntó, desconfiado, el mocetón.

Raistlin no tuvo más remedio que hacer una pausa antes de contestar. A decir verdad, no sabía por qué habían tenido que invitar a Caramon a que lo acompañara. Cuanto más lo pensaba, más molesto se sentía. Indudablemente, era lógico que su hermano lo escoltara hasta el bosque, pero ¿por qué ir más allá? Era extremadamente insólito que el Cónclave permitiera entrar en la Torre a una persona que no perteneciera a su hermandad.

—No estoy seguro —admitió por último—. Probablemente tiene algo que ver con el hecho de que somos gemelos.

No hay nada de siniestro en ello, Caramon, si es eso lo que estás pensando. Sólo tendrás que acompañarme hasta la Torre y esperar a que acabe la Prueba. Después regresaremos juntos a casa.

Imaginando aquella vuelta triunfante a Solace, el ánimo de Raistlin, ensombrecido un momento antes, subió hasta encontrarse en la gloria y relució como las estrellas.

—No me gusta. —Caramon sacudió tristemente la cabeza—.

Creo que deberías hablar de esto con Tanis.

—¡Te repito que no se me permite hablar de ello con nadie, Caramon! —espetó, enfadado, su hermano, perdida finalmente la paciencia—. ¿Es que la idea no te entra en tu cerebro de gully?

El mocetón parecía sentirse desdichado e intranquilo, pero no perdió el aire desafiante.

Raistlin se levantó de la mecedora, con los puños apretados, y se quedó plantado ante su hermano, mirándolo fijamente; cuando habló, lo hizo con una apasionada intensidad:

—Se me ha ordenado que guarde este secreto y pienso hacerlo. Y tú también lo harás, hermano. No le mencionarás el asunto a Tanis. No se lo mencionarás a Kitiara. No se lo mencionarás a Sturm ni a ningún otro. ¿Me has entendido,

Caramon? ¡Nadie debe saberlo! —Hizo una pausa, respiró hondo y añadió en voz queda para que no quedara duda alguna de su sinceridad:

»Si no lo haces así, si echas a perder esta oportunidad que se me ofrece, entonces habré dejado de tener un hermano.

—Raist, yo... —A Caramon se le habían quedado pálidos los labios.

—Renegaré de ti —continuó Raistlin, consciente de que el dardo tenía que llegar al corazón—. Me marcharé de esta casa y nunca regresaré a ella. Tu nombre no se pronunciará en mi presencia. Si te veo venir hacia mí caminando por la calzada, daré media vuelta e iré en dirección contraria.

Caramon estaba dolido, profundamente herido. Su corpachón se estremeció, como si Raistlin le hubiera hincado una daga de verdad en el corazón.

—Supongo... que significa mucho... para ti —musitó con voz enronquecida mientras agachaba la cabeza y se miraba las manos crispadas.

Raistlin se ablandó al ver la angustia de su hermano; sin embargo, tenía que hacérselo entender, aunque fuera a la fuerza. Se arrodilló a su lado y acarició el rizoso cabello de su gemelo.

—Por supuesto que significa mucho para mí, Caramon.

¡Lo es todo! He trabajado y estudiado casi toda mi vida para cuando me ofrecieran esta oportunidad. ¿Qué querrías que hiciera? ¿Que lo dejara porque es peligroso? La propia vida es peligrosa, Caramon. ¡Salir por esa puerta es peligroso! No puedes esconderte del peligro. La muerte flota en el aire, se cuela por las ventanas, llega con el apretón de manos de un extraño. Si no vivimos por temor a morir, entonces es que ya estamos muertos.

»Tú quieres ser un guerrero, Caramon, y practicas con una espada real. ¿Es que eso no es peligroso? ¿Cuántas veces habéis estado a punto Sturm y tú de rebanaros las orejas? Sturm nos ha contado que hay jóvenes caballeros que mueren en torneos celebrados para probar su valía como tal. Si tuvieras la oportunidad de luchar en una de esas justas, ¿no lo harías? —Caramon asintió con la cabeza. Una lágrima cayó en sus manos entrelazadas—. Lo que hago yo es igual —agregó suavemente Raistlin—. La hoja ha de ser forjada en el fuego. ¿Estás conmigo, hermano? —Apretó con las suyas las manazas de Caramon—. Sabes que yo estaría a tu lado si alguna vez combatieras para demostrar tu valía.

—Sí, Raist. —El mocetón levantó la cabeza. En sus ojos había un nuevo respeto y admiración—. Estoy contigo.

Ahora que me lo has explicado, lo entiendo. No diré una palabra a nadie, lo prometo.

—Bien. —Raistlin suspiró. La alegría se había apagado.

El enfrentamiento con su hermano había consumido gran parte de su energía, dejándolo débil y exhausto. Quería tumbarse, estar en silencio y a solas en la acogedora oscuridad de su cuarto.

—¿Qué les digo a los otros? —preguntó Caramon.

—Lo que te parezca mejor —contestó Raistlin, que se dirigió hacia el dormitorio—. Me da igual siempre y cuando no menciones la verdad.

—Raist... —Caramon hizo una pausa y después preguntó—: No habrías hecho lo que dijiste, ¿verdad? Me refiero a lo de renegar de mí, a decir que nunca tuviste un hermano.

—Oh, no seas absurdo, Caramon —dijo Raistlin, y se fue a la cama.

4

Al día siguiente, Caramon informó a Sturm que ni su hermano ni él podían acompañarlo a Solamnia.

Sturm intentó persuadir a su amigo, pero el mocetón se mostró inflexible, aunque no dio ninguna razón clara por haber cambiado de opinión. Al joven solámnico no le pasó inadvertido que Caramon estaba preocupado por algo, y, suponiendo que Raistlin había decidido que no iría y que había prohibido a su hermano que lo acompañara, aunque se sintió ofendido y dolido, no dijo una palabra más al respecto.

—Si lo que quieres es un compañero de viaje, Brightblade, yo iré contigo —ofreció Kitiara—. Conozco las rutas mejores y más rápidas hacia el norte. Además, por lo que he oído, están pasando cosas extrañas por aquella zona, de modo que ninguno de los dos debería viajar solo. Ya que me dirijo en esa misma dirección, lo lógico sería que partiéramos juntos.

Los tres se encontraban en la posada El Ultimo Hogar bebiendo una jarra de cerveza. Kit había pasado por casa de sus hermanos y de inmediato se dio cuenta de que los gemelos se traían algo entre manos. Se enfureció cuando los dos jóvenes insistieron en que no pasaba nada fuera de lo normal.

Consciente de que nunca sacaría el secreto a Raistlin, confió en poder sonsacarle la verdad al más dócil Caramon.

—Tú y Tanis seréis bienvenidos, Kitiara —dijo Sturm tras recobrarse de su inicial estupefacción por la oferta de la mujer—. No os lo pedí antes porque sabía que Tanis pensaba acompañar a Flint en sus viajes estivales, pero...

—Tanis no vendrá conmigo —lo interrumpió Kitiara en un tono seco e impasible. Terminó su cerveza y pidió en voz alta a Otik que le trajera otra.

Sturm buscó la mirada de Caramon, preguntándose qué estaba ocurriendo. Tanis y Kitiara habían pasado juntos todo el invierno y su relación había sido más estrecha y apasionada que nunca. Caramon sacudió la cabeza como para contestar que no sabía nada.

—No estoy seguro de que... —Sturm parecía preocupado.

—Bien, pues está decidido. Voy contigo —volvió a interrumpirlo Kit, rehusando oír cualquier argumento en contra—.

Bueno, Caramon, dime por qué tú y ese hechicero que tenemos por hermano no venís con nosotros. Siendo cuatro viajaríamos por los caminos mucho más seguros.

Además, hay ciertas personas en el norte a las que querría que conocieras.

—Como ya le he dicho a Sturm, no puedo ir —contestó Caramon.

Su semblante, por lo general alegre, estaba sombrío, serio.

No se había tomado ni un sorbo de su cerveza, que a estas alturas había perdido la fuerza completamente. Apartó la jarra a un lado, se puso de pie, dejó una moneda sobre la mesa y se marchó.

El joven ya no se sentía a gusto con Kitiara; se alegraba de que se marchara y le aliviaba que Tanis no fuera con ella. En más de una ocasión había sentido la necesidad de contar al semielfo lo que verdaderamente había ocurrido aquella noche, que había sido Kit la que había matado a Judith, que le había instado a dejar que Raistlin cargara con el crimen, que dejara que lo mataran...

Kit había insistido en que sólo había sido una broma, pero...

Caramon soltó un suspiro de alivio. Su hermana se marcharía y, con un poco de suerte, nunca volvería. El mocetón estaba preocupado por Sturm, que viajaría en compañía de Kit. Sin embargo, después de meditarlo, Caramon decidió que el joven caballero, con su estricto cumplimiento del Código y la Medida, sabría cuidar de sí mismo. Además, como la propia Kit había dicho, viajar solo era peligroso.

El que más le preocupaba a Caramon era Tanis, quien se sentiría terriblemente herido por la decisión de Kit de marcharse.

El joven suponía —con buena lógica— que Kitiara, con su naturaleza impetuosa e inconstante, era quien había puesto fin a la relación.

Fue Raistlin quien descubrió la verdad.

Aunque faltaban varios meses antes de que Caramon y él emprendieran viaje hacia la Torre, el joven aprendiz de mago empezó inmediatamente a hacer los preparativos, uno de los cuales tenía que ver con el reajuste de la correa de cuero que sujetaba la daga a su muñeca, oculta debajo de la manga de la túnica. Se suponía que un golpe de muñeca debía hacer que el arma cayera en la mano del joven sin ser vista.

Al menos, para ese fin había sido diseñada la correa; empero, la muñeca de Raistlin era más fina que la del mago guerrero que la había llevado originalmente, y, cuando el joven se ponía el artilugio, era la propia correa la que se deslizaba hasta su mano, mientras que la daga caía al suelo. En consecuencia, se lo llevó a Flint con la esperanza de que el enano pudiera arreglarlo.

Flint examinó la correa y se quedó impresionado por el trabajo realizado por el artesano que la había hecho, sospechando que había sido un enano.

Según Lemuel, los elfos qualinestis habían forjado la daga y fabricado la correa como un regalo para su amigo, el mago guerrero, pero Raistlin no hizo la menor alusión al respecto.

Por el contrario, se mostró de acuerdo con Flint en que sin duda era obra de un excelente guarnicionero enano. Flint se ofreció a ajustaría al tamaño de la muñeca de Raistlin si éste se la dejaba durante una o dos semanas.

Ese día, Raistlin fue a casa del enano para ver si ya estaba hecho el trabajo; tenía la mano en el pestillo y estaba a punto de llamar a la puerta cuando escuchó el sonido apagado de unas voces en el interior. Eran las de Tanis y Flint.

El joven entendió muy pocas palabras, pero una de ellas fue «Kitiara».

Seguro de que cualquier conversación sobre su hermana cesaría en el momento en que apareciera él, Raistlin retiró la mano del pestillo con cuidado, sin hacer ruido. Miró en derredor para comprobar si había alguien más por los alrededores y, al ver que se encontraba solo, Raistlin se deslizó sigilosamente por un lateral de la casa, hacia el taller del enano.

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