Raistlin, crisol de magia (32 page)

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Authors: Margaret Weis

Tags: #Fantástico, Juvenil e Infantil

BOOK: Raistlin, crisol de magia
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Flint había abierto la ventana para dejar pasar la suave brisa primaveral, de modo que Raistlin se apostó a un lado de aquélla, oculto tras unas frondosas clemátides que crecían junto al taller.

Relegó enseguida a un rincón de su conciencia cualquier escrúpulo derivado de escuchar a escondidas la conversación de sus amigos. Se había preguntado muchas veces hasta qué punto conocía Tanis las actividades de Kitiara, como por ejemplo sus encuentros con desconocidos a media noche o el asesinato de una sacerdotisa. ¿Acaso Kit intentaba escapar de un peligro? ¿Había amenazado Tanis con denunciarla? ¿Y en qué situación se encontraba él si tal era el caso? Comprensiblemente, Raistlin no confiaba gran cosa en la lealtad de su hermana.

—Llevamos días discutiendo —estaba diciendo el semielfo—.

Quiere que vaya con ella al norte.

La conversación quedó interrumpida por un fuerte y corto martilleo y, cuando éste terminó, la charla se reanudó.

—Según ella, tiene amigos que pagarían con largueza a quienes sean diestros con el arco y la espada.

—¿Incluso a semielfos? —gruñó Flint.

—La misma pregunta hice yo, pero afirma, y con razón, que me sería fácil ocultar mi ascendencia mestiza si quiero.

Podría dejarme crecer la barba y llevar el cabello largo para taparme las orejas puntiagudas.

—¡Menuda pinta tendrías con barba! —El enano volvió a golpear con el martillo—. ¿Y bien? ¿Piensas ir con ella? —preguntó cuando cesó el martilleo.

—No, no iré. —Tanis respondió de mala gana, poco dispuesto a manifestar sus sentimientos incluso a su viejo amigo—. Necesito pasar un tiempo separado de ella y meditar sobre todas estas cosas. Cuando tengo cerca a Kitiara soy incapaz de pensar. Lo cierto es, Flint, que me estoy enamorando de ella.

Raistlin resopló con sorna y casi se echó a reír, pero contuvo su regocijo por miedo a descubrir su presencia. Una necedad así cabría esperarse de Caramon, pero no del semielfo, quien había vivido suficientes años para saber mejor a qué atenerse.

—La única vez que hice alusión al matrimonio, Kit se rió de mí. —Ahora que había roto su mutismo sobre el asunto y podía hablar de él, Tanis se atropellaba con las palabras en su prisa por compartir lo que sentía—. Estuvo burlándose de mí por ello durante días. Según ella, no entendía por qué quería estropear nuestra relación, y si ya compartíamos el lecho, ¿qué más quería? Pero acostarnos juntos a mí no me basta, Flint. Quiero compartir mi vida con ella, mis sueños, mis esperanzas y mis planes. Quiero casarme. Kit no. Se siente atrapada, enjaulada. Se aburre y ha empezado a dominarla un gran desasosiego. Discutimos continuamente por cosas absurdas. Si seguimos juntos, acabará tomándome ojeriza y puede que incluso termine odiándome, y eso no podría soportarlo. La echaré muchísimo de menos, pero es mejor así.

—¡Bah! Deja que pase un año o dos con esos amigos suyos del norte y luego volverá a Solace. Tal vez entonces muestre mejor disposición hacia tu propuesta de matrimonio, muchacho.

—Es posible que vuelva. —Tanis guardó silencio un instante y después añadió—: Pero yo no estaré aquí.

—¿Adonde piensas ir?

—A casa —contestó el semielfo en voz queda—. Hace mucho que no he estado allí. Sé que tal cosa significa que no estaré contigo durante la primera etapa de tus viajes, pero podemos reunimos en Qualinesti.

—Podríamos, sí, pero... En fin... El caso es que no pienso ir en esa dirección, Tanis —informó el enano, que se aclaró la garganta. Parecía apurado—. Llevo tiempo queriendo hablar de esto contigo, pero nunca encontraba el momento oportuno de hacerlo. Supongo que éste es tan bueno como cualquier otro.

»La feria de Haven me amargó, muchacho. Vislumbré la fealdad de los rostros de los humanos bajo las máscaras que llevan, y eso me dejó mal gusto en la boca. La charla con aquellos Enanos de las Colinas me hizo pensar en mi hogar.

No puedo regresar a mi clan y tú sabes las razones, pero estoy dándole vueltas a la idea de visitar otros clanes de la vecindad.

Para mí sería muy reconfortante encontrarme entre mi propia gente. También he estado pensando en lo que ese joven bribón, Raistlin, dice sobre los dioses. Me gustaría descubrir si Reorx anda por ahí, en alguna parte, tal vez atrapado dentro de Thorbardin.

—Buscar señales de los verdaderos dioses... Una interesante idea —opinó Tanis, que agregó con un suspiro—:

¿Quién sabe? Tal vez buscándolos a ellos acabe encontrándome a mí mismo.

El dolor y la tristeza que traslucía la voz del semielfo hicieron que Raistlin se avergonzara de haber escuchado esta conversación privada. Se disponía a abandonar su puesto de observación, dirigiéndose hacia la puerta principal para anunciar su llegada de manera convencional, cuando oyó al enano preguntar hoscamente:

—;Cuál de nosotros va a llevarse al kender?

5

Era el último día del mes del Florecimiento de la Primavera. Las calzadas ya estaban abiertas y los viajeros llenaban a reventar la posada El Ultimo Hogar una vez más. Comían las patatas picantes de Otik, alababan su cerveza y charlaban sobre el aumento de los problemas que agobiaban al mundo, de ejércitos de goblins en marcha, de ogros desplazándose hacia el sur desde sus asentamientos secretos en las montañas, y comentaban los rumores sobre la existencia de criaturas más temibles que estas sanguinarias razas.

Sturm y Kit planeaban emprender viaje el solsticio de verano. Tanis anunció que también partiría ese día, aduciendo, sin demasiada convicción, que quería llegar a tiempo a Qualinesti para algún tipo de celebración relacionada con el sol. Lo cierto era que sabía muy bien que no podría volver a su casa vacía, entre cuyas paredes siempre resonaría el eco de las risas de la mujer. Flint pensaba acompañar a su amigo parte del camino, de modo que también el enano se pondría en marcha al día siguiente.

Entre los compañeros se sabía que Raistlin y Caramon iban a emprender viaje asimismo, cosa que descubrió Kit; la inusitada circunspección de Caramon había exacerbado la curiosidad de su hermana, que, en consecuencia, lo hostigó sin tregua hasta lograr sonsacarle este mínimo detalle.

Temeroso de que Kitiara consiguiera finalmente romper la resolución de su gemelo, obligándolo a revelar su secreto, Raistlin insinuó que se proponían buscar a los familiares de su padre quien, al parecer, era oriundo de Pax Tharkas. Si cualquiera de sus amigos se molestaba en mirar un mapa, vería que Pax Tharkas se encontraba justo en la dirección opuesta al bosque de Wayreth.

Sin embargo, ninguno de ellos consultó un mapa por la sencilla razón de que los únicos de que disponían estaban en poder de Tasslehoff Burrfoot, y el kender no estaba presente.

Una de las razones de que los compañeros se hubieran reunido esa última noche, aparte de despedirse y expresar el deseo de que unos y otros tuvieran un buen viaje, era decidir qué hacer con el kender.

Sturm empezó por manifestar, sin dejar lugar a dudas, que los kenders no eran bien recibidos en Solamnia. Agregó que cualquier caballero visto en compañía de un kender estaba acabado porque su reputación quedaría arruinada para siempre.

Kit fue concisa informando que sus amigos del norte no sentían aprecio alguno por los kenders, y dejó muy claro que si Tasslehoff valoraba en algo su pellejo haría bien en encontrar otra ruta por la que viajar. La mujer clavó en Tanis una mirada intencionada y altanera. La relación entre ambos era muy tirante, ya que Kit había dado por sentado que el semielfo le pediría que se quedara o que viajara con él, y, como Tanis no había hecho ni lo uno ni lo otro, estaba furiosa.

—No puedo llevar a Tas a Qualinesti —adujo Tanis, eludiendo la mirada de la guerrera—. Los elfos nunca le permitirían entrar.

—¡A mí no me miréis! —exclamó Flint, alarmado al advertir que todos los ojos estaban puestos en él—. Si cualquiera de mis compatriotas me viera en compañía de un kender, me encerrarían como a un loco theiwar, y la verdad es que no les faltaría razón para hacerlo. Tasslehoff debería ir con Raistlin y Caramon a Pax Tharkas.

—No —dijo el joven aprendiz de mago con un tono tan categórico que no admitía discusión—. De ningún modo.

—Entonces, ¿qué hacemos con él? —preguntó Tanis, perplejo.

—Atarlo, amordazarlo y echarlo al fondo de un pozo —propuso Flint—. Después nos escabullimos en mitad de la noche y quizá... repito, quizá... no logre encontrarnos.

—¿A quién vais a echar al fondo de un pozo? —preguntó una alegre voz. Tasslehoff, que había atisbado a sus amigos a través de la ventana abierta, decidió ahorrarse la molestia de tener que caminar hasta la puerta principal, así que se aupó al antepecho de la ventana y saltó dentro.

—¡Cuidado con mi jarra de cerveza! ¡Casi la has derramado! ¡Baja de la mesa, cabeza de chorlito! —Flint agarró el recipiente y lo estrechó contra sí en un gesto protector—.

Por si quieres saberlo, era a ti al que proponíamos echar a un pozo.

—¿De veras? ¡Qué estupendo! —exclamó Tas con entusiasmo—.

Nunca he estado en el fondo de un pozo. Oh, acabo de recordarlo. No puedo. —El kender dio unas palmaditas afectuosas en la mano del enano—. Aprecio vuestro interés, de verdad, y me gustaría quedarme para que lo hicieseis, pero tengo que irme, ¿sabéis?

—¿Adonde? —preguntó Tanis con inquietud.

—Antes de hablar de eso, quiero decir algo. Sé que habéis estado discutiendo sobre quién de vosotros me llevaba consigo, ¿no es cierto? —La mirada severa de Tas pasó sobre el grupo.

Tanis estaba azorado; no había sido su intención herir los sentimientos del kender.

—Puedes acompañarnos, Tas —empezó.

—¡De eso nada! —lo interrumpió el grito horrorizado de Flint.

Tasslehoff alzó la pequeña mano pidiendo silencio.

—Veréis, si me marcho con uno de vosotros los demás

podrían molestarse, y no querría que ocurriera algo así. Por lo tanto, he decidido marcharme solo. ¡No, no intentéis hacerme cambiar de opinión! Me propongo visitar Kendermore, y, sin ánimo de ofender —añadió con expresión severa—, ninguno de vosotros encajaría allí.

—¿Quieres decir que los kenders nos prohibirían entrar en su país? —preguntó Caramon, sintiéndose insultado.

—No, lo que quiero decir es exactamente eso: que no encajaríais.

Sobre todo tú, Caramon. Levantarías el techo de mi casa en cuanto te pusieras de pie. Eso por no mencionar que aplastarías todo el mobiliario. Aunque, pensándolo bien, podría hacer una excepción con Flint...

—¡Ni se te ocurra! —se apresuró a contradecirlo el enano.

Tasslehoff siguió describiendo las maravillas de Kendermore y pintó un cuadro tan interesante de aquel alegre condado, donde los conceptos de propiedad privada y posesiones personales eran totalmente desconocidos, que todos los que estaban a la mesa decidieron no acercarse jamás por allí.

Arreglado el asunto del kender, sólo quedaba despedirse unos de los otros.

Los compañeros siguieron sentados a la mesa largo rato; el sol poniente semejó una ardiente esfera en la parte roja de las cristaleras de colores, brilló anaranjado en la amarilla y adoptó una extraña tonalidad verde en la azul. Fue como si el astro alargara la despedida, al igual que los compañeros, y su luz dorada se extendió por el cielo antes de meterse en el horizonte, dejando tras de sí el cálido brillo del ocaso.

Otik les llevó lámparas y velas para ahuyentar las sombras, así como una excelente cena compuesta por sus famosas patatas picantes, guisado de cordero, truchas del lago Crystalmir, pan y queso de cabra. Todo estaba exquisito, c incluso Raistlin comió más de los habituales dos o tres bocados escogidos; de hecho, devoró una trucha entera. Cuando no quedó ni una miga —estando Caramon no se desperdiciaba nada—Tanis pidió a Otik que trajera la cuenta.

—Invita la casa, amigos míos... mis queridos amigos —dijo el posadero, que les deseó a todos un buen viaje y estrechó todas las manos, incluida la del kender.

Tanis invitó a Otik a tomar una copa, a lo que el posadero accedió. Flint invitó a otra ronda, y después a una tercera.

Otik bebió tantos vasos que, cuando finalmente, requirieron su presencia en la cocina, la joven Tika tuvo que ayudarlo a ir hacia allí, cosa que hizo tambaleándose.

Otros vecinos de Solace se acercaron a la posada y fueron a la mesa para despedirse y desearles lo mejor. Muchos eran clientes de Flint que lamentaban su partida, ya que el enano había liquidado sus existencias haciendo saber que pensaba estar ausente al menos un año. Otros muchos acudieron a despedirse de Raistlin, lo que causó gran sorpresa al resto de los compañeros, aunque se guardaron de hacer ningún comentario; ninguno de ellos sabía que este joven mordaz, de lengua afilada y natural reservado, tuviera tantos amigos.

No obstante no eran amigos, sino pacientes que iban ;i expresar su gratitud por los cuidados prestados. Entre ellos se encontraba Miranda. Ya no era la belleza de la ciudad; sus negras ropas de luto le otorgaban un aspecto pálido y mareado. Su bebé había sido una de las primeras víctimas de la peste. Besó dulcemente a Raistlin en la mejilla y le dio las gracias, con voz entrecortada, por ser tan amable con ella y con su moribundo pequeño. El marido, un hombre joven, también dio las gracias y después se llevó a su afligida esposa.

Raistlin los vio marcharse mientras agradecía de todo corazón que lo ocurrido una lejana noche le hubiera impedido seguir aquel dulce camino sembrado de rosas. Para gran sorpresa de Caramon, que no alcanzaba a imaginar qué había hecho para merecer la gratitud de su gemelo, el joven aprendiz de mago se mostró inusitadamente agradable con él esa noche.

A los forasteros que estaban en la posada no les pasó por alto la chocante variedad del grupo de amigos, principalmente debido al hecho de que Tanis o Flint se acercaron a ellos para devolverles objetos que el kender les había «cogido prestados». Los forasteros sacudieron la cabeza y enarcaron las cejas.

—Tiene que haber de todo en el mundo —comentaron y, a juzgar por el tono despectivo con que lo dijeron, obviamente no creían en ese viejo dicho. A su entender, en el mundo sólo tenían cabida los que eran como ellos, nada más.

Cayó la noche y la oscuridad rodeó la posada; las sombras se colaron en el propio edificio, ya que los otros clientes se habían ido a dormir llevándose consigo las lámparas o velas para alumbrar su camino a casa. Hacía rato que Otik, arropado en los agradables vapores de la cerveza, se había ido a la cama dejando que Tika, la cocinera y las camareras se ocuparan de recoger.

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