Raistlin, crisol de magia (40 page)

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Authors: Margaret Weis

Tags: #Fantástico, Juvenil e Infantil

BOOK: Raistlin, crisol de magia
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—Acepto vuestra oferta.

Los finos labios del archimago se entreabrieron en una sonrisa que semejaba la mueca de una calavera.

—Es lo que pensé que harías. Muéstrame tu libro de hechizos.

5

Raistlin se encontraba al pie de la escalera del sótano, esperando a que el viejo archimago liberara la trampilla del encantamiento que la mantenía atrancada. Le maravilló no sentir miedo, sólo la dolorosa punzada de prever lo que estaba a punto de sobrevenir.

Los elfos habían dejado de arremeter contra la trampilla al suponer que era la magia lo que la cerraba. Raistlin pensó que quizá se habían ido, pero al momento se rió de sí mismo por su necedad. Ésta era su Prueba, así que se le requeriría demostrar su destreza para utilizar la magia en un combate.

¡Ahora! Sonó una voz en su mente.

Fistandantilus había desaparecido. La imagen que el anciano había adoptado era pura ilusión conjurada única y exclusivamente por Raistlin. Ahora que ya no era necesaria esa forma, el viejo archimago la había abandonado.

La trampilla del sótano se abrió violentamente, golpeando con estrépito contra el suelo de piedra.

Raistlin confiaba en que la inesperada apertura de la trampilla hubiera cogido por sorpresa a los elfos, ya que planeaba aprovechar la confusión para lanzar su propio ataque.

Para su espanto, se encontró con que los elfos oscuros lo estaban esperando.

Una voz elfa entonó el lenguaje de la magia. Se produjo un estallido de luz, y una bola de fuego iluminó el semblante de Liam. En el instante en que la trampilla se abría, el ardiente proyectil, que dejaba tras de sí un rastro de chispas semejante a la cola de un cometa, salió lanzado por el aire.

Raistlin no estaba preparado para este ataque; no había imaginado que los elfos reaccionarían tan rápidamente. No tenía escapatoria. La llameante bola estallaría en el sótano y desataría un infierno letal. En un gesto instintivo, alzó el brazo izquierdo para protegerse la cara aun a sabiendas de que no le serviría de nada.

La bola de fuego estalló contra él, sobre él y a su alrededor, rodándolo con chispas y goterones de fuego que le golpearon las manos y el rostro y después desaparecieron en medio de un siseo, como si cayeran en agua estancada.

¡Tu conjuro!¡Deprisa!, ordenó la voz.

Raistlin ya se había sacudido de la estupefacción y del miedo; el conjuro cobró forma en sus labios de forma instantánea y su mano ejecutó los movimientos, trazando el símbolo de un sol en el aire. Las chispas de la bola de fuego todavía titilaban en el suelo del sótano, a sus pies. Mientras movía la mano, el joven advirtió que su piel tenía un tinte dorado, pero no dejó que su mente se demorara en esa circunstancia más allá de registrarla como algo curioso. No podía permitirse el lujo de perder la concentración.

Dibujado el símbolo, pronunció las palabras mágicas. El símbolo brilló intensamente en el aire; había articulado las palabras correctamente, con precisión. De los dedos extendidos de su mano derecha salieron disparados cinco pequeños proyectiles ardientes, una insignificante respuesta a las mortíferas armas de los poderosos magos elfos.

A Raistlin no le sorprendió oír a los elfos reírse de él. Habría logrado lo mismo si les hubiera arrojado petardos gnomos.

Aguardó, conteniendo la respiración, rogando para que el viejo mantuviera su promesa, rezando a los dioses de la magia para que se ocuparan de que Fistandantilus cumpliera lo pactado. Raistlin tuvo la satisfacción, la profunda e inmensa satisfacción, de oír cortarse la risa de los elfos para ser sustituida por un respingo de estupefacción y alarma.

Los cinco proyectiles de fuego se habían convertido en diez, y después en veinte. Ya no eran diminutos rastros de fuego, sino chisporroteantes estrellas al rojo vivo; unas estrellas que volaban raudas escaleras arriba, dirigiéndose con infalible precisión hacia los tres adversarios de Raistlin.

Ahora eran los elfos oscuros quienes no tenían escapatoria, ningún hechizo defensivo lo bastante potente para protegerlos.

La sacudida de la onda expansiva de las mortíferas estrellas fue tan violenta que derribó a Raistlin a pesar de que estaba a cierta distancia de la explosión. Sintió el calor de las llamas descendiendo por la escalera y olió a carne quemada.

No sonaron gritos. No hubo tiempo para eso.

Raistlin se levantó del suelo mientras se limpiaba el polvo de las manos, y entonces volvió a reparar en el peculiar tono dorado de su piel. Comprendió que esta pátina dorada lo había protegido de la bola de fuego. Era como la armadura de un caballero, sólo que mucho más eficaz; un caballero equipado con coraza y cota de malla se habría abrasado si esa ardiente bola lo hubiera alcanzado, mientras que Raistlin había salido indemne. Y si tal cosa es cierta —se dijo—, si esto es algún tipo de armadura o de escudo mágico, entonces podría serme de gran utilidad en el futuro.

El almacén estaba en llamas, de modo que Raistlin esperó hasta que el incendio perdiera intensidad, sin prisa, recuperando las fuerzas, preparando mentalmente su siguiente conjuro. Al cabo, se tapó la nariz con la manga de la túnica para protegerse contra el intenso hedor a carne quemada y subió la escalera preparándose para hacer frente a su siguiente adversario.

Al final de la escalera había dos cuerpos, unos bultos carbonizados hasta el punto de ser irreconocibles. No se veía un tercer cadáver; quizá se había volatilizado. «Claro que esto es una ilusión —se recordó—. Quizá se trate de un error de cálculo del Cónclave.»

Salió del sótano, se recogió el repulgo de la túnica y pasó por encima del cuerpo de uno de los elfos. Echó una rápida ojeada alrededor del almacén: la mesa era un montón de ceniza, y de las escobas y friegasuelos sólo quedaban jirones de humo. La imagen de Fistandantilus flotaba en medio de las ruinas; su forma ilusoria era traslúcida y tenue, apenas distinguible del humo. Un fuerte soplido se lo habría llevado.

Raistlin sonrió. El viejo alargó un brazo cubierto por la Túnica Negra; la mano estaba consumida, con los dedos reducidos a poco más que huesos.

—Cobraré mi precio ahora —dijo Fistandantilus al tiempo que extendía la mano hacia el corazón de Raistlin.

El joven mago retrocedió un paso, levantando su propia mano protectóramente, con la palma hacia afuera.

—Os agradezco vuestra ayuda, archimago, pero rescindo mi parte del trato.

—¿Qué has dicho?

Las palabras, sibilantes, letales, se enroscaron alrededor del cerebro de Raistlin como una víbora en un cesto; la cabeza de la serpiente se levantó y los ojos crueles, malignos, despiadados se clavaron en él.

La seguridad del joven mago flaqueó y su corazón se acobardó.

La furia del viejo chisporroteaba a su alrededor más abrasadora que las llamas de la bola de fuego.

«Maté a los elfos —se recordó Raistlin, aferrándose al poco coraje que le quedaba—. El conjuro pertenecía a Fistandantilus, pero la magia, el poder latente en el hechizo, era obra mía. Está débil, agotado; no representa una amenaza.»

—Nuestro pacto queda anulado —repitió—. Regresad al plano del que venís y esperad allí a vuestra próxima víctima.

—¡Has roto tu promesa! —gruñó Fistandantilus—.

¿Qué clase de honor es el tuyo?

—¿Acaso soy un Caballero de Solamnia para que me preocupe mi honor? —replicó Raistlin, que añadió—: Puestos a ello, ¿qué honor hay en atraer a las moscas a vuestra telaraña para devorarlas? Si no me equivoco, vuestro propio hechizo me protege de cualquier magia que intentéis ejecutar contra mí. Esta vez, la mosca se os ha escapado.

Raistlin hizo una reverencia a la fantasmagórica imagen del viejo. Le dio la espalda de manera deliberada y echó a andar hacia la puerta. Si llegaba a ella, si conseguía escapar de este osario, de este lugar de muerte, estaría a salvo. La salida no estaba lejos y, aunque una parte de él esperaba sentir el tacto de la espeluznante mano, su seguridad aumentó con cada paso que lo acercaba a la puerta.

Llegó a ella; cuando el viejo habló, su voz pareció llegar de muy, muy lejos, tanto que Raistlin apenas la oyó.

—Eres fuerte y listo. Estás protegido por una armadura de tu propia creación, no mía. Empero, tu Prueba no ha concluido. Te aguardan más combates, y, si tu coraza está hecha de buen acero, entonces sobrevivirás. Si, por el contrario, es pura escoria, se resquebrajará con el primer golpe, y cuando eso ocurra me colaré dentro de ti y tomaré lo que se me debe.

Una voz no podía hacerle daño, de modo que Raistlin no prestó atención y siguió caminando. Al llegar a la puerta, la voz se desvaneció como el humo en el aire.

6

Raistlin cruzó la puerta del almacén de Lemuel y entró en un oscuro corredor de piedra. Al principio se sobresaltó, se quedó desconcertado. Tendría que encontrarse en la cocina de Lemuel; entonces recordó que la casa del mago sólo había existido realmente en su mente y en la de quienes la habían conjurado.

En la pared cercana a él brillaba una luz. Un hachero con forma de mano plateada sostenía un globo de luz blanca semejante a la de Solinari. Tras ella, una mano hecha de bronce sostenía un globo de luz roja, y, a su lado, una mano de ébano tallado no sostenía nada, al menos que Raistlin pudiera ver. Los magos dedicados a Nuitari sí habrían visto su camino claramente.

El joven dedujo por las luces que estaba de nuevo en la Torre de Wayreth, caminando por uno de los muchos corredores del mágico edificio. Fistandantilus había mentido; la Prueba para él había terminado, y ahora sólo tenía que encontrar el camino de vuelta a la Sala de los Magos para allí recibir las felicitaciones.

Un leve soplo de aire le rozó la nuca. Raistlin empezó a girar sobre sí mismo. Un dolor agónico y la espantosa sensación de metal raspando contra hueso, su propio hueso, hizo que el cuerpo del joven mago sufriera una convulsión.

—¡Esto es por Micah y Renet! —siseó la maligna voz de Liam.

El brazo del elfo, nervudo y fuerte, intentó rodear el cuello de Raistlin. Centelleó una hoja de acero.

El elfo había intentado que el primer golpe fuera el definitivo, cortando la médula espinal del joven mago. El leve soplo de aire en su nuca había sido suficiente para advertir a Raistlin; al volverse, el cuchillo había errado su diana y resbalado a lo largo de las costillas. Liam iba a intentarlo de nuevo, en esta ocasión buscando su garganta.

La mente de Raistlin, paralizada por el miedo, era incapaz de recordar las palabras de un conjuro. No tenía más armas que su magia, de modo que se vio reducido a luchar como un animal, con uñas y dientes. Por otro lado, el miedo era su más poderoso aliado si no dejaba que lo debilitara. Recordó vagamente haber visto a Sturm y a su hermano enzarzados en una lucha cuerpo a cuerpo.

Entrelazando las manos, Raistlin arremetió con el codo derecho contra el diafragma de Liam con todas las fuerzas que le prestaba la descarga de adrenalina.

El elfo oscuro soltó un gruñido y reculó; pero no estaba herido, sólo falto de aliento, de modo que volvió de nuevo a la lucha asestando cuchilladas.

Frenético y aterrado, Raistlin agarró a su adversario por la mano que empuñaba el arma. Los dos forcejearon, Liam intentando acuchillar a Raistlin, y éste esforzándose en quitarle el arma de la mano.

Se desplazaron a empellones por el estrecho corredor.

Raistlin se estaba quedando sin fuerzas rápidamente; no tenía ninguna esperanza de aguantar este mortal combate durante mucho tiempo más. Jugándoselo todo a una carta, el joven mago volcó la energía que le restaba en golpear la mano del elfo —con la que agarraba el cuchillo— contra la pared de piedra.

Se oyó el chasquido de huesos rotos y el elfo dio un respingo de dolor, pero se aferró al arma tenazmente.

Presa del pánico, Raistlin golpeó una y otra vez la mano de Liam contra la dura piedra. El mango del arma estaba resbaladizo por la sangre, y Liam fue incapaz de sostenerla por más tiempo. El cuchillo resbaló entre sus dedos y cayó al suelo.

El elfo se zambulló para recuperarlo pero, al parecer, no lo encontró en la oscuridad ya que se quedó a gatas en el suelo, tanteando a ciegas.

Raistlin vio el cuchillo. La hoja brillaba rojiza con la brillante luz de Lunitari. El elfo vio el arma al mismo tiempo y se lanzó por ella. Adelantándose a Liam en una fracción de segundo, Raistlin impulsó el cuchillo contra el estómago de su adversario.

El elfo oscuro chilló y se dobló por la mitad.

Raistlin sacó el arma de un tirón. Liam cayó de rodillas, con la mano apretada contra el estómago. La sangre salió a borbotones por su boca y el elfo se fue de bruces al suelo, muerto a los pies de Raistlin.

Jadeando, Raistlin empezó a girar sobre sí mismo para huir; cada inhalación le ocasionaba un espantoso dolor. Sus piernas no le respondieron, y el joven mago se fue al suelo.

Una sensación abrasadora se extendía desde la herida del cuchillo hacia todas las terminaciones nerviosas de su cuerpo.

La náusea lo sacudió.

Liam conseguiría su venganza después de todo, comprendió Raistlin con amarga desesperación. La hoja del cuchillo del elfo oscuro estaba impregnada con veneno.

Las luces de Solinari y Lunitari titilaron ante sus ojos, se entremezclaron, borrosas, y la oscuridad se apoderó de él.

Raistlin volvió en sí y se encontró tendido en el mismo corredor. El cuerpo de Liam seguía allí, a su lado, la mano del elfo muerto tocándolo. El cuerpo aún estaba caliente, de modo que Raistlin dedujo que no había estado inconsciente mucho tiempo.

Se apartó del cadáver del elfo oscuro arrastrándose. Herido y débil, gateó hacia un oscuro corredor y allí se dejó caer contra la pared. El dolor le atenazaba las entrañas y le revolvía el estómago. Se lo aferró con ambas manos y vomitó, estremecido por las arcadas. Cuando los espasmos cesaron, se tumbó en el suelo de piedra y aguardó que le llegara la muerte.

—¿Por qué me hacéis esto? —demandó a través de la bruma del dolor y del aturdimiento.

Sabía la respuesta: porque había osado pactar con un hechicero tan poderoso que en el pasado había planeado derrocar a Takhisis; un hechicero tan poderoso que el Cónclave lo temía incluso estando muerto.

Si tu coraza está hecha de buen acero, entonces sobrevivirás.

Si por el contrario, es pura escoria, se resquebrajará con el primer golpe, y cuando eso ocurra me colaré dentro de ti y tomaré lo que se me debe.

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