Raistlin, crisol de magia (36 page)

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Authors: Margaret Weis

Tags: #Fantástico, Juvenil e Infantil

BOOK: Raistlin, crisol de magia
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El hechicero que ocupaba el sillón central se puso de pie.

—Ese es Par-Salian, jefe del Cónclave —susurró Raistlin a su gemelo con la esperanza de evitar que diera otro paso en falso—. ¡Sé cortés!

Los iniciados hicieron una respetuosa inclinación de cabeza que Caramon remedó.

—Saludos —dijo Par-Salian con tono afable y acogedor.

El gran archimago tenía poco más de sesenta años por aquel entonces, aunque su largo cabello blanco, la suave y nívea barba y los hombros encorvados lo hacían parecer mayor.

Nunca había sido un hombre robusto, prefiriendo siempre el estudio a la acción. Trabajaba, incansable, en la creación de nuevos conjuros y en pulir y mejorar los antiguos.

Sentía debilidad por los artefactos mágicos al igual que un niño la siente por los confites. Sus aprendices empleaban bastante tiempo viajando por el continente buscando artefactos y pergaminos o siguiendo los rumores sobre cualquiera de estos objetos.

También era un perspicaz observador y participante activo en los asuntos políticos de Ansalon, a diferencia de muchos hechiceros que se sentían por encima de los asuntos triviales y cotidianos del ignorante populacho. El jefe del Cónclave mantenía contactos con todos los gobiernos con peso en el continente. Antimodes no era la única fuente de información de Par-Salian, quien guardaba para sí la mayoría de esos conocimientos a menos que conviniera a sus planes hacer lo contrario.

Aunque pocos estaban enterados de su influencia en Ansalon, un aura de sabiduría y poder rodeaba al archimago como un halo de luz blanca casi perceptible a simple vista y que brillaba con tanta fuerza que los dos elfos silvanestis, quienes tenían en tan poco a los humanos como las demás razas a los kenders, hicieron una reverencia seguida inmediatamente por una segunda.

—Saludos, iniciados —repitió Par-Salian— e invitado.

Su mirada fue hacia Caramon y pareció penetrar directamente en el corazón del corpulento guerrero, haciéndolo temblar.

—Todos habéis venido a la hora señalada por la invitación para someter a examen vuestra destreza y talento, vuestra creatividad, vuestro intelecto y, lo más importante, para probaros a vosotros mismos. ¿Cuáles son vuestros límites? ¿Hasta dónde sois capaces de sobrepasar esos límites? ¿Cuáles son vuestros defectos? ¿Cómo pueden entorpecer vuestras habilidades esos defectos? Son preguntas perturbadoras, pero a las que todos hemos de dar respuesta porque únicamente cuando nos conocemos a nosotros mismos, los puntos débiles como los fuertes por igual, tenemos acceso a todo el potencial que hay en nuestro interior.

Los iniciados permanecieron callados y circunspectos, nerviosos y sobrecogidos, y ansiosos por empezar. Par-Salian sonrió.

—No os preocupéis. Sé cuan impacientes estáis, de modo que no me entretendré con largas disertaciones. De nuevo os doy la bienvenida y mi bendición, y ojala Solinari os acompañe en este día.

Levantó las manos, los iniciados inclinaron la cabeza, y el jefe del Cónclave volvió a tomar asiento.

El portavoz de los Túnicas Rojas se puso de pie y entró de inmediato en materia:

—Cuando oigáis vuestro nombre, adelantaos y acompañad a uno de los jueces, que os conducirá a la zona donde dará comienzo vuestro examen. No me cabe duda de que estáis al tanto del criterio seguido en las pruebas, pero el Cónclave exige que os lo lea para que después nadie pueda llamarse a engaño. Os recuerdo que estas indicaciones sólo son orientativas. Cada Prueba está específicamente diseñada para un iniciado en particular y en ella puede estar incluido todo o sólo parte de lo que se exige en tales criterios generales.

»Dichos requisitos son los siguientes: “Habrá como mínimo tres pruebas de los conocimientos del iniciado sobre la magia y su uso. La Prueba requerirá la ejecución de todos los conjuros que sabe el iniciado. Habrá al menos tres pruebas que no podrán superarse únicamente con la magia. El iniciado habrá de sostener un combate como mínimo contra un adversario de rango superior al suyo”. ¿Alguna pregunta?

Los iniciados guardaron silencio; los interrogantes estaban guardados bajo llave en el corazón de cada uno de ellos.

Caramon tenía muchas preguntas que hacer, pero estaba demasiado sobrecogido para ser capaz de plantearlas.

—Bien —siguió el Túnica Roja—, sólo me queda desear que Lunitari esté con vosotros.

Tomó asiento de nuevo. El portavoz de los Túnicas Negras se incorporó.

—Ruego que Nuitari os acompañe —deseó, tras lo cual, desenrolló un pergamino y empezó a leer los nombres.

A medida que oían el suyo, los iniciados se adelantaron para ser recibidos por uno de los miembros del Cónclave y ser conducidos, en silencio y con la mayor solemnidad, hacia el oscuro perímetro de la cámara, tras lo cual desaparecían en las sombras.

Uno tras otro, los aspirantes a mago se marcharon hasta que quedó sólo uno de ellos: Raistlin Majere.

El joven mantuvo una apariencia estoica, tranquila de cara al exterior, mientras que los compañeros que había a su alrededor iban menguando de número. Sin embargo, bajo las mangas que las ocultaban, sus manos se apretaban en puños crispados. El miedo irracional de que quizás había habido un error, que se suponía que él no debería estar allí, lo asaltó. Tal vez habían cambiado de opinión y le mandarían marcharse. O quizá su rústico hermano había hecho algo que los había ofendido, de modo que lo despedirían cubierto de vergüenza e ignominia.

El Túnica Negra terminó de leer los nombres y dejó que el pergamino se enroscara con un seco crujido de papel, pero Raistlin seguía en la Sala de los Magos, salvo que ahora se había quedado solo. Mantuvo su postura rígida y aguardó a oír qué le guardaba el futuro.

Par-Salian se levantó del sillón y se acercó al joven.

—Raistlin Majere, te hemos dejado el último debido a lo inusitado de tus circunstancias. Has traído un escolta contigo

—Se me pidió que lo hiciera así, gran maestro —respondió Raistlin, aunque las palabras salieron de su boca seca

como un quedo susurro. Se aclaró la garganta y añadió con más firmeza—: Este es mi hermano gemelo, Caramon.

—Bienvenido, Caramon Majere —dijo Par-Salian. Sus azules ojos, rodeados por un laberinto de arrugas, penetraron en el alma del guerrero.

Caramon balbució algo que nadie entendió y se sumió de nuevo en un angustiado silencio.

—Voy a explicarte por qué se requirió la presencia de tu hermano —continuó Par-Salian, que volvió su astuta mirada hacia Raistlin—. Queremos que entiendas que no eres un caso único y que no hemos hecho una excepción contigo.

Seguimos este mismo procedimiento en el caso de todos los gemelos que se someten a la Prueba. Hemos descubierto que entre ellos existen unos vínculos muy estrechos, más que entre los otros hermanos, casi como si en realidad fueran un solo ser dividido en dos. Por supuesto, en la mayoría de los casos ambos gemelos se dedican al estudio de la magia, ya que los dos poseen talento en el arte. A este respecto eres peculiar, Raistlin, puesto que sólo tú has demostrado tener ese talento. ¿Alguna vez has sentido algún interés por la magia, Caramon?

El guerrero, instado a responder una pregunta tan inesperada y que jamás se había planteado, abrió la boca, pero fue Raistlin quien contestó:

—No, nunca.

Par-Salian observó a los hermanos.

—Entiendo. Muy bien, gracias por venir, Caramon. Y ahora, Raistlin Majere, ¿querrás hacer el favor de acompañar a Justarius? El te conducirá a la zona donde empieza la Prueba.

El joven aspirante sintió un alivio tan profundo que lo acometió un mareo pasajero y tuvo que cerrar los ojos hasta recuperar el equilibrio. Apenas prestó atención al Túnica Roja que se adelantó, de quien sólo advirtió que era un hombre en plena madurez que caminaba con una pronunciada cojera.

Raistlin inclinó la cabeza ante Par-Salian y, con el libro de hechizos en la mano, acompañó al Túnica Roja.

Caramon dio un paso en pos de su gemelo, pero el jefe del Cónclave se apresuró a detenerlo.

—Lo siento, Caramon. No puedes acompañar a tu her mano.

—Pero si me dijisteis que viniera —protestó el joven, a quien el miedo prestó la voz que le faltaba.

—Sí, y tendremos mucho gusto en atenderte durante la ausencia de Raistlin —contestó Par-Salian. A pesar de que empleó un tono agradable, también su timbre dejaba claro que no admitía réplica.

—Bue... buena suerte, Raist —tartamudeó el guerrero.

Abochornado, Raistlin hizo caso omiso de su hermano disimulando que no había oído sus inoportunas palabras.

Justarius lo condujo hacia las sombras de la cámara.

Raistlin desapareció, camino de un lugar al que su her mano no podía seguirlo.

—¡Quiero hacer una pregunta! —gritó el corpulento jo ven—. ¿Es verdad que algunas veces el iniciado muere...?

Le estaba hablando a una puerta. Se encontraba en una habitación, un cuarto muy acogedor que podría haber pertenecido a cualquiera de las mejores posadas de Ansalon. La chimenea estaba encendida, y sobre una mesa había comida, todos los platos favoritos de Caramon, así como una excelente cerveza.

El guerrero no hizo caso de las viandas. Furioso por lo que consideraba un trato arbitrario, intentó abrir la puerta.

Se quedó con el pestillo en la mano.

Muy asustado por su gemelo ahora, sospechando algún intento siniestro contra la vida de su hermano, Caramon es taba resuelto a rescatarlo. Arremetió contra la puerta, que tembló bajo el impacto de su peso, pero no cedió. La golpeó con los puños, pidiendo a gritos que viniera alguien y lo dejara salir.

—Caramon Majere.

La voz sonó a su espalda.

Sobresaltado, el guerrero giró sobre sus talones con tanta rapidez que se tropezó con sus propios pies. Trastabillando, se agarró a la mesa y miró de hito en hito al dueño de la voz.

Par-Salian se encontraba en medio de la estancia y sonrió al joven con expresión tranquilizadora.

—Perdona esta aparición tan dramática, pero la puerta está atrancada con un hechizo y es muy molesto quitarlo y

volverlo a poner. ¿Es cómoda la habitación? ¿Quieres que te traigan alguna cosa?

—¡Al infierno con la habitación! —bramó el joven—.

Me dijeron que podía morir.

—Es cierto, pero él sabe a lo que se arriesga.

—Quiero estar con él —pidió Caramon—. Es mi gemelo y tengo derecho a ello.

—Estás con él —afirmó el archimago quedamente—. Te lleva consigo a todas partes.

Caramon no entendía nada. No estaba con Raistlin. Lo que intentaban era engañarlo, eso era todo. Desestimó las palabras sin sentido con un gesto.

—Dejadme que vaya con él. —Apretó los puños, furioso—.

O me dejáis salir o echaré abajo esta Torre piedra a piedra.

Par-Salian se atusó la blanca barba para disimular una sonrisa.

—Haré un trato contigo, Caramon. Si dejas que nuestra Torre siga en pie, intacta, yo dejaré que observes a tu hermano durante la Prueba. No podrás ayudarlo de ninguna forma, pero quizás el hecho de verlo alivie tus temores por él.

Caramon meditó la oferta.

—Sí, de acuerdo —aceptó. Una vez que supiera dónde estaba Raistlin, imaginó que podría llegar hasta él si necesitaba ayuda—. Estoy dispuesto. Llevadme con él. Oh, no, gracias, no tengo sed.

Par-Salian estaba vertiendo agua de una jarra en un cuenco.

—Siéntate, Caramon —instruyó.

—¿Es que no vamos a ir en busca de Raist?

—Siéntate, Caramon —repitió el archimago—. ¿Quieres ver a tu gemelo? Mira dentro del cuenco.

—Pero si sólo hay agua...

Par-Salian pasó la mano por encima del recipiente, pronunció una palabra mágica y echó unas cuantas hojas de planta desmenuzadas en el líquido.

Con idea de hacer creer al viejo que le seguía el juego para después agarrarlo por el escuálido cuello, Caramon miró el agua.

3

Raistlin caminaba trabajosamente por una solitaria calzada, apenas transitada, en las cercanías de Haven. Se estaba haciendo de noche y una fuerte brisa mecía las copas de los árboles y hacía volar las hojas otoñales. Flotaba en el húmedo aire el olor a relámpagos. Llevaba viajando a pie todo el día, estaba cansado y hambriento y ahora, por si fuera poco, se aproximaba una tormenta. Desechó toda idea de pasar la noche tumbado al raso.

Un hojalatero con el que se había encontrado un rato antes le dijo, respondiendo a su pregunta, que había una posada un poco más adelante que tenía el chusco nombre de posada Entremedias. El hombre le advirtió que el establecimiento tenía mala reputación porque era frecuentado por gente de mala calaña. A Raistlin le importaba poco la clase de gente que iba a beber allí mientras que la posada tuviera una cama bajo un techo y lo dejaran dormir en ella. No temía a los ladrones. Sus ropas raídas debían de poner de manifiesto que no llevaba nada de valor encima. El simple hecho de que su atuendo fuera una túnica de mago bastaría para que cualquier salteador de caminos corriente lo pensara dos veces antes de abordarlo.

La posada Entremedias, llamada así porque estaba situada a una distancia equidistante entre Haven y Qualinesti, no parecía muy prometedora. La pintura del letrero estaba tan desvaída que apenas se distinguía el dibujo, bien que tal cosa no representaba una gran pérdida para el arte.

El propietario, que había empleado cuanto daba de sí su cerebro en poner el nombre, fue incapaz de discurrir una idea mejor para ilustrarlo que una gran «X» en el centro de un garabato que, a fuerza de imaginación, representaba una calzada.

El edificio en sí tenía un aire hosco y retador, como si estuviera harto de que se burlaran de él por su estúpido nombre y, en un arranque de rabia, pensara desplomarse sobre la cabeza de la siguiente persona que hiciera mención a ello.

Los postigos estaban medio cerrados, lo que otorgaba a las ventanas la apariencia de unos ojos entrecerrados que observaran con desconfianza. Los aleros se hundían como un entrecejo ceñudo.

La puerta se mostraba tan reacia a abrirse que, al primer intento, Raistlin pensó que el establecimiento había cerrado.

Empero, oyó voces y risas en el interior y le llegó el olor a comida, de modo que, con un segundo y más enérgico empujón, consiguió que la puerta cediera. Se abrió de mala gana, en medio del chirrido de goznes oxidados, y se cerró brusca y rápidamente tras él, como si dijera: «Luego no me eches la culpa. Hice cuanto pude para prevenirte».

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