Durante el minuto, o dos, en que los robots se fueron, Max le explicó la situación a Nicole.
—La policía va a revisar por todas partes para encontrarte —dijo—, y particularmente aquí, ya que saben que soy amigo de la familia. Así que voy a sellar la entrada de tu escondite. Debes de tener todo lo que necesites para durar varias semanas por lo menos.
—Los robots pueden ir y venir libremente, a menos que los coman los cerdos —prosiguió con una carcajada—. Ellos van a ser tu único contacto con el mundo exterior. Te harán saber cuando sea hora de pasar a la segunda fase de nuestro plan de escape.
—¿Así que no volveré a verte? —preguntó Nicole.
—No durante algunas semanas por lo menos. Es demasiado peligroso… Una cosa más, si hay policía en la granja, cortaré la electricidad del escondite. Ésa será la señal para que permanezcas especialmente silenciosa.
Eleonora de Aquitania había regresado y estaba parada en el estante, al lado de la lata de arvejas.
—Nuestra ruta de salida es excelente —anunció—. Juana partió durante algunos días. Se propone salir del hábitat y comunicarse con Richard.
—Ahora yo también debo irme —dijo Max. Quedó en silencio unos segundos—, pero no antes de que te diga una cosa, amiga mía… Como probablemente ya sabes, toda mi vida he sido un cínico de mierda. No hay muchas personas que me impresionen. Pero tú me convenciste de que, a lo mejor, algunos de nosotros somos superiores a las gallinas y los cerdos… —Sonrió—. No muchos de nosotros —corrigió con rapidez—, pero sí
algunos
, por lo menos.
—Gracias, Max —murmuró Nicole.
Max fue hacia la escala. Se dio vuelta y la saludó agitando la mano, antes de empezar el ascenso.
Nicole se sentó en la silla e hizo una profunda inhalación. Por los sonidos que venían de la dirección del túnel conjeturó, correctamente, que Max ocultaba la entrada del escondite colocando las grandes bolsas de alimento para gallinas directamente sobre el agujero.
¿Y ahora qué ocurre?
, se preguntó. Se dio cuenta de que, con la salvedad de haberlo hecho sobre su propia muerte, había meditado muy poco durante los cinco días transcurridos desde la conclusión de su juicio. Sin el temor de su inminente ejecución, para estructurar las pautas de pensamiento pudo permitir que su mente divagara con libertad.
Primero pensó en Richard, su marido y compañero, del que estaba separada desde hacía ya casi dos años. Recordó con claridad la última noche que pasaron juntos, una horrible
Walpurgisnacht
[1]
de asesinato y destrucción que había comenzado con un hecho que daba esperanzas, el matrimonio de su hija Ellie con el doctor Robert Turner.
Richard estaba seguro de que nosotros también estábamos señalados para morir
, recordó,
y probablemente tenía razón… porque escapó, lo convirtieron en el enemigo y a mí me dejaron tranquila durante un tiempo
.
Creí que estabas muerto, Richard
, pensó.
Debí haber tenido más fe… pero, ¿cómo fue posible que volvieras a Nueva York?
Cuando se sentó en la única silla de la habitación subterránea, sintió dolor en el corazón al extrañar la compañía de su marido. Sonrió, mientras algunas lágrimas acompañaban el montaje dé recuerdos que desfilaba por su memoria. Primero, volvió a verse en la madriguera aviana de Rama II, tantísimos años antes, temporalmente cautiva de los extraños seres parecidos a pájaros cuyo lenguaje se componía de parloteos y chillidos. Fue Richard quien la descubrió ahí; arriesgando su propia vida para regresar a Nueva York y establecer si Nicole todavía estaba viva. Si él no hubiera ido, Nicole habría quedado abandonada en la isla de Nueva York para siempre.
Richard y Nicole se habían convertido en amantes durante la época en la que pugnaban por resolver el modo de cruzar el Mar Cilíndrico y regresar con sus colegas cosmonautas de la espacionave
Newton
. Nicole estaba tan sorprendida, como divertida, por la intensa agitación interna que le producía la rememoración de sus primeros días de amor.
Sobrevivimos juntos el ataque con misiles nucleares. Hasta sobrevivimos mi obstinado intento por producir variación genética en nuestra descendencia
.
Dio un respingo ante el recuerdo de su propia ingenuidad, tantos años atrás.
Me perdonaste, Richard, lo que no pudo haber sido fácil para ti. Y después nos sentimos aún más cercanos en El Nodo, durante nuestras sesiones de diseño con El Águila…
¿Qué era El Águila en realidad?
reflexionó, desviando la sucesión de pensamientos.
¿Y quién, o qué, lo creó?
En su mente había una intensa imagen del fantástico ser que había sido el único contacto con ellos mientras estuvieron en El Nodo, durante el reacondicionamiento de la espacionave Rama. El ser alienígena, de rostro de águila y cuerpo similar al de un hombre, les había informado que era una evolución en inteligencia artificial, especialmente diseñado en calidad de compañero para seres humanos.
Sus ojos eran increíbles, casi místicos
, recordó.
Y eran tan intensos como los de Omeh
.
Su bisabuelo Omeh había vestido la toga verde del chamán tribal de los senufo, cuando apareció para verla en Roma, dos semanas antes del lanzamiento de la espacionave
Newton
. Nicole se había reunido con Omeh dos veces anteriormente, ambas en la aldea natal de su madre, en la Costa de Marfil: una vez durante la ceremonia poro, cuando Nicole tenía siete años, y otra vez más tres años después, en el funeral de la madre. Durante esos breves encuentros, Omeh había empezado a prepararla a Nicole para lo que el viejo chamán le había asegurado que sería una vida extraordinaria. Fue Omeh quien insistió en que Nicole era, en verdad, la mujer de quien las
Crónicas senufo
predijeron que dispersaría la semilla tribal, llegando incluso a las estrellas.
Omeh, El Águila, incluso Richard
, pensó.
Todo un grupo, para decir lo menos
. El rostro de Henry, Príncipe de Gales, se unió al de los otros tres hombres, y Nicole recordó, durante un instante, la poderosa pasión de su breve amorío en los días inmediatamente después que ella ganara su medalla olímpica de oro. Sufrió un estremecimiento, al recordar el dolor del rechazo.
Pero sin Henry
, se recordó a sí misma,
no habría habido una Geneviève
. Mientras estaba recordando el amor que había compartido con su hija en la Tierra, echó un vistazo al otro lado de la habitación, al estante que contenía los librodiscos electrónicos.
Súbitamente perturbada cruzó hacia el estante y empezó a leer los títulos. No cabía duda de que Max le había dejado algunos manuales sobre la crianza de cerdos y pollos, pero eso no era todo, daba la impresión de que le hubiera dado toda su biblioteca privada.
Nicole sonrió al extraer un libro con cuentos de hadas, y lo metió en la lectora. Hojeó las páginas y se detuvo en el cuento de “La Bella Durmiente”. Cuando leyó en voz alta “y vivieron felices por siempre jamás”, experimentó otro recuerdo en extremo hiriente, de ella misma cuando era niña, quizá de seis o siete años, sentada en el regazo de su padre, en la casa que tenían en el suburbio parisiense de Chilly-Mazarin.
Cuando era niña anhelaba ser una princesa y vivir feliz por siempre jamás
, pensó.
No había manera de que supiera entonces que mi vida iba a hacer que hasta los cuentos de hadas parecieran algo común y corriente
.
Volvió a colocar el librodisco en el estante y regresó a la silla.
Y ahora
, pensó, contemplando la habitación con indolencia,
cuando creía que esta increíble vida había terminado, parece que, por lo menos, se me concedieron algunos días más
.
Volvió a pensar otra vez en Richard, y la intensa añoranza por verlo regresó.
Hemos compartido mucho, Richard mío. Espero poder sentir de nuevo tu contacto, oír tu risa y ver tu rostro. Pero, si no es así, trataré de no quejarme. Mi vida ya vio su porción de milagros
.
Eleanor Wakefield-Turner llegó al gran salón de actos de Ciudad Central a las siete y media de la mañana. Aunque la ejecución estaba programada para tener lugar a las ocho, ya había alrededor de treinta personas en los asientos delanteros, algunas conversando, la mayoría simplemente sentadas en silencio. Un equipo de operadores de televisión daba vueltas alrededor de la silla eléctrica que había sobre el escenario. La ejecución se trasmitía en vivo, pero, de todos modos, los policías del salón estaban esperando tener salón lleno, pues el gobierno había alentado a los ciudadanos de Nuevo Edén para que vieran personalmente la muerte de su anterior gobernadora.
Ellie había tenido una ligera discusión con su marido, Robert Turner, la noche anterior.
—Ahórrate ese dolor, Ellie —aconsejó él, cuando le contó que pretendía asistir a la ejecución—. Ver a tu madre una última vez no puede justificar el horror de contemplar cómo muere.
Pero Ellie había sabido algo que Robert ignoraba. Cuando ocupó su asiento en el salón de actos, trató de controlar las poderosas sensaciones que bullían dentro de ella.
No puede haber gesto alguno en mi cara
, se dijo a sí misma,
y nada en el lenguaje de mi cuerpo. Ni el más mínimo indicio. Nadie debe sospechar que sé algo sobre la fuga
. Varios pares de ojos se dieron vuelta súbitamente para mirarla. Sintió que el corazón le daba un vuelco antes de comprender que alguien la había reconocido y que era completamente natural que los curiosos la miraran con fijeza.
Ellie se había topado por primera vez con los robotitos hechos por su padre, Juana de Arco y Eleonora de Aquitania, apenas seis semanas atrás, cuando se encontraba fuera del hábitat principal, allá en el pueblo de cuarentena de Avalon, ayudando a su marido, Robert, en la atención de los pacientes condenados por el retrovirus RV-41 que portaban en el cuerpo. Ya bien avanzado el anochecer, había terminado una agradable y alentadora visita a su amiga, y otrora maestra, Eponine. Ya fuera del cuarto de Eponine, estaba caminando por un sendero de tierra, esperando ver a Robert en cualquier momento. De repente, oyó dos extrañas voces que pronunciaban su nombre. Ellie exploró la zona circundante antes de localizar, finalmente, las dos diminutas figuras sobre el techo de un edificio próximo.
Después de cruzar el sendero, de modo de poder ver y oír mejor a los robots, la atónita Ellie fue informada por Juana y Eleonora de que su padre, Richard, aún estaba vivo. Instantes después de recuperarse de la conmoción inicial, Ellie les empezó a hacer preguntas. Pronto quedó convencida de que estaban diciendo la verdad. Sin embargo, antes de poder averiguar por qué su padre le había enviado los robots, vio a su marido acercándose desde lejos. Entonces, las figuras que estaban sobre el techo le dijeron, con premura, que habrían de regresar pronto; también le advirtieron que no le hablara a nadie de ellos, ni siquiera a Robert… no por el momento, al menos.
Ellie se sintió alborozada al enterarse de que su padre todavía estaba con vida. Casi le resultaba imposible mantener la noticia en secreto, aun cuando era plenamente consciente de la importancia política de esa información. Cuando, dos semanas después, se encontró otra vez con los robotitos en Avalon, tenía preparado un torrente de preguntas. En esa ocasión, empero, Juana y Eleonora aparecieron programadas para analizar otro asunto: un posible intento futuro para conseguir que Nicole fugara de la prisión. Le dijeron, en el transcurso de esta segunda reunión, que Richard reconocía que una fuga así iba a ser un esfuerzo peligroso.
—Nunca lo intentaríamos —había declarado el robot Juana—, si la ejecución de tu madre no fuera absolutamente segura. Pero, si no estamos preparados antes de la fecha, no puede haber posibilidades para una fuga de último momento.
—¿Qué puedo hacer para ayudar? —preguntó Ellie.
Juana y Eleonora le entregaron una hoja de papel con una lista de artículos entre los que figuraban comida, agua y ropa. Ellie se estremeció cuando reconoció la letra de su padre.
—Oculta estas cosas en el sitio que te indicaré a continuación —dijo el robot Eleonora, entregándole un mapa—. A más tardar, dentro de diez días, contados desde hoy. —Un instante después, se divisó otro colono y los dos robots desaparecieron.
Incluida dentro del mapa se hallaba una breve nota del padre.
«Mi querida Ellie», decía, «me disculpo por lo breve del texto. Estoy sano y salvo, pero profundamente preocupado por tu madre. Por favor, por favor, reúne estos artículos y llévalos al punto indicado de la Llanura Central. Si no puedes cumplir esta tarea por ti misma, por favor limita el apoyo que necesites a una sola persona, y asegúrate de que quienquiera que escojas sea tan leal y consagrado a Nicole como lo somos nosotros. Te quiero».
Ellie no tardó en comprender que iba a necesitar ayuda. Pero, ¿a quién debía seleccionar como cómplice? Su marido, Robert, era una mala elección por dos razones: primera, porque ya había demostrado que su dedicación a sus pacientes y al hospital de Nuevo Edén tenía mayor prioridad en su mente que cualquier sentimiento político que pudiera albergar. Segunda, porque, con toda seguridad, cualquier persona a la que se atrapara ayudando a Nicole a huir sería ejecutada. Si Ellie implicara a Robert en el plan de fuga, entonces la hija de ambos, Nicole, podría quedarse sin los dos padres al mismo tiempo.
¿Qué pasaba con Nai Watanabe? No cabía la menor duda sobre su lealtad, pero Nai era una madre sola con mellizos de cuatro años, no era justo pedirle que corriera el riesgo. Eso la dejaba a Eponine como única opción razonable; cualquier inquietud que Ellie pudo haber sentido respecto de su infortunada amiga se disipó rápidamente.
—¡Pero claro que te ayudaré! —le había respondido Eponine de inmediato—. No tengo nada que perder. Según tu marido, este RV-41 me va a matar dentro de un año o dos, de todos modos.
Eponine y Ellie juntaron clandestinamente los elementos solicitados, a razón de uno por vez, en el lapso de una semana. Los envolvieron, de modo que estuvieran seguros, en una pequeña sábana que ocultaron en el rincón de la normalmente desordenada habitación de Eponine en Avalon. El día prefijado, Ellie había firmado su salida de Nuevo Edén y cruzado a pie hasta Avalon, con el propósito ostensible de “hacer un cuidadoso seguimiento” de doce horas consecutivas de datos biométricos de Eponine. En realidad, explicarle a Robert por qué deseaba pasar la noche con Eponine le resultó mucho más difícil que convencer al único guardia humano y al biot García que custodiaban la salida del hábitat, de lo legítimo de su necesidad de conseguir un pase para toda la noche.